Inglaterra estaba en bancarrota y la reina ordenó de sus favoritos Essex y Raleigh saquear la flota de indias y atacar a la armada española anclada en Ferrol. Pero hallarían su desgracia. La última gran expedición inglesa que sus historiadores han tratado de borrar. Hilo.
La última campaña de los corsarios Drake y Hawkins contra el Caribe español de 1595, se saldó con un auténtico desastre y la muerte de ambos. Pero al año siguiente, en 1596, la suerte favoreció a los ingleses, con la gran expedición angloholandesa que saqueó Cádiz.
Sin embargo la causa de la derrota española radicó más las en faltas propias que en las virtudes del enemigo. La guarnición de Cádiz era una milicia civil mal armada y poco disciplinada, muy inferior en número a la tropa inglesa desembarcada.
La la ciudad entonces no llegaba a 14000 habitantes y sólo las tropas de desembarco sumaban al menos 8000. Mientras que en el mar sólo presentaron batalla 6 galeones en la entrada de la bahía, apoyados por unas 30 galeras, contra los 150 buques que traía el enemigo.
Viéndose derrotados, y tras echar a pique a 2 buques enemigos en vivo combate, se ordenó el abandono y quema de los galeones para bloquear el puerto. Las galeras, gracias a su movilidad y escaso calado, pudieron escapar. No así la flota de Indias, anclada al fondo de la bahía.
El comandante de la flota de indias decidió quemar sus buques para evitar su caída en manos del enemigo, siendo una flota de ida, su carga era mucho menos rica e importante que si fuera de vuelta. Si el mérito militar fue pequeño, el daño propio causado fue mayor que el beneficio
Pues los ingleses no obtuvieron un gran botín, con lo que la empresa fue ruinosa para las arcas de Isabel I, y tampoco consiguieron ninguna ventaja estratégica. Mientras, la armada de Martín de Padilla era enviada contra Inglaterra en ese mismo año para su invasión.
El éxito inglés de Cádiz, si bien muy mortificante para el orgullo español, resultó de escasas ventajas reales tanto tácticas como estratégias, lo que se conoce como victoria pírrica, que en la práctica se parece más a una derrota. Isabel de Inglaterra no estaba nada satisfecha.
Sin embargo este dudoso resultado después de una tan larga serie de fracasos navales, parecía indicar que las tornas iban cambiando y que una nueva gran expedición, al año siguiente, podría significar el éxito decisivo contra el dominio español de los mares.
Mientras, don Martín de Padilla estaba reorganizando su armada en Ferrol y Coruña para un nuevo intento de invasión de Inglaterra, el tercero, y era vital que una flota inglesa destruyera en sus propios puertos a la inminente expedición naval española.
Logrado lo cual, la reina ordanaba ir a las Azores a interceptar la Flota de Indias, con lo que el éxito se redondeaba: la destrucción de la fuerza enemiga y la obtención de un gran botín que aliviara la desesperada situación del Tesoro inglés, ya exhausto con la guerra.
Al frente de la expedición iría, nuevamente, el favorito de la reina: Robert Devereux, conde de Essex, un cortesano poco versado en operaciones militares, aún menos en navales. Como segundo llevaría a Walter Raleigh, el famoso corsario, que también había sido favorito de la reina
Es importante mencionar que ambos competían por las atenciones de la reina y no se soportaban ni en público. Thomas Howard, conde de Suffolk, hermano de John Howard, era el tercero. Otros participantes notables fueron sir Henry Wriothesley, conde de Southampton (al mando Garland)
Jacob Astley de Reading, sir Edward Michelborne a bordo del Moon, sir Robert Mansell, y otros tantos nobles y cortesanos. La gran flota se organizó en 3 escuadras, cada una al mando de uno de los jefes: la de Essex el insignia era el galeón real Merhonour.
Aunque luego reemplazado por el Repulse por las averías del primero, en la de Howard, vicealmirante de la flota, la insignia ondeaba en el Lion, y Raleigh, tercer jefe, la izaba en el Warspite. Cierran la lista 12 transportes armados y 5 ó 6 pinazas, hasta un total de 77 buques.
A la escuadra se unieron por su cuenta, ansiando conseguir un gran botín, entre 20 y 70 buques corsarios o privateers. Poco se sabe del cuerpo de desembarco, que no debía ser pequeño, excepto que embarcaron más de 500 nobles, lo que equivalía a ser una empresa de proporción.
Aparte figuraban los aliados holandeses, con 10 buques de guerra al mando del almirante Jan van Duyvendoord, con insignia en el Orange y 15 buques de transporte. En total podemos estimar en base al numero de naves entre los 15000 y 20000 hombres (unos 6000 soldados).
Desde un primer momento, la expedición pareció condenada al fracaso pues la primera salida se encontró con un temporal el 15 de julio que obligó a regresar a sus puertos, con tales averías en el buque insignia Merhonour tuvo que ser reemplazado por el Repulse, de porte menor.
Tras las reparaciones, zarpan el 17 de agosto hallando otro temporal, ahora del Oeste y N.O., provocando que 2 de los mayores galeones quedaran inútiles por sus averías y debieran volver a puerto, con serias averías en los demás. Cabe imaginar qué pasó con embarcaciones menores.
Como solía pasar en todas las expediciones isabelinas, pronto empezaron a escasear los víveres e incluso el agua, con las esperables consecuencias en la moral y salud de las dotaciones. Y Essex no tardó en desechar el ataque a Ferrol, alegando la mala mar.
Así bloqueó Lisboa y la costa portuguesa, hasta que el 30 de agosto le llegó un aviso de Raleigh, cuyo escuadrón se había separado hacía días sin órdenes, advirtiéndole que la armada española de Ferrol había zarpado de allí el día 4 con rumbo a las Azores.
La maniobra española se suponía era para escoltar a la Flota de Indias, dejando así suspendido el tercer intento de invasión de Inglaterra. La noticia era falsa, pero Essex se la creyó y dio la vela hacia el archipiélago portugués, donde llegó el 11 de septiembre.
Aparte la dura polémica entre Raleigh y Essex, y los tumultuosos y sucesivos consejos y juntas, lo cierto es que Essex y Raleigh actuaron siguiendo la tradición de Drake: ignorar las órdenes de la reina, eludir un duro combate y buscar en otra parte un rico botín poco defendido.
Los ingleses y holandeses, faltos de víveres y de agua, desembarcaron para procurárselos en algunas pequeñas poblaciones de las islas, con escaramuzas con los civiles, con poco provecho. Sólo unos pocos buques quedaron montando guardia por si la Flota de Indias aparecía.
La Flota que llegaba era muy rica, pues se trataba de la de Nueva España y Tierra Firme reunidas. Pero además como los dos años anteriores no había habido flotas desde América era mayor. El año anterior Felipe II, agobiado por la guerra de Francia había vuelto a suspender pagos.
Haberse apoderado de esa flota hubiera significado no sólo el fin de los ya mucho más graves apuros ingleses, sino la bancarrota total para Felipe II y una crisis gravísima para toda la monarquía española y sus tropas desplegadas en Francia y Flandes, con costosas soldadas.
La Flota de Indias se componía de un total de 43 buques, entre los que figuraba su escolta de 8 galeones y 2 pataches, siendo el resto buques más o menos grandes y menos armados, en general simples mercantes. Los aliados, pese a sus desgracias, aún contaban con más de 120 buques.
Pero el comandante español, el capitán general de la Flota de aquel año, era todo un gran marino, don Juan Gutiérrez de Garibay. La ratio de fuerzas: más de cien buques ingleses y holandeses desperdigados por las Azores, entre ellos no menos de 15 galeones reales de primera fila.
Contra 43 buques, la mayor parte mercantes repletos hasta la borda de carga y con escasa capacidad de defensa y entre ellos sólo 8 galeones de guerra y 2 pataches. Garibay tomó la decisión de reagrupar a la Flota y la puso rumbo al fondeadero de Angra, isla Tercera.
Y como el puerto tenía escasas defensas, desembarcó los cañones más pesados de los buques y los instaló en tierra, al tiempo que las dotaciones contruían fortificaciones de campaña con presteza. La flota inglesa llegó el 8 de octubre, amagando e intercambiando algunos cañonazos.
El 16 Essex ordenó un ataque frontal y su insignia recibió dos cañonazos que le deshicieron los corredores (salón de popa) y otro en el timón. Pero no fue la única víctima, pues a la capitana de Holanda le dieron un cañonazo en el bauprés que se lo deshizo entero.
Ante semejante respuesta Essex retrocedió y volvió al bloqueo, peligroso para ambos, pues la rada de Angra no protegía de los temporales otoñales. Nada se podía hacer en un ataque directo y se desechó el lanzar buques incendiarios contra los fondeados españoles por lo inútil.
Tras muchas discusiones, se decidieron a desembarcar, siendo rechazados con pérdida de 200 hombres, 7 cañones y 4 caballos, aparte de numerosos botes. La única compensación inglesa fue apresar a un mercante y a alguna pequeña embarcación ajenos al combate.
Garibay ordenó entonces reembarcar las dotaciones, levar anclas y dar la vela puesto que sólo estaba vigilante William Monson, con un puñado de buques, que se vió imposibilitado de frenar la salida, y pese a las señales y cañonazos para avisar al resto de su flota, abrió paso.
Podía haberse sacrificado atravesándose a los enemigos y entreteniéndolos hasta que se le reuniera el grueso pero Monson tenía buenas razones para ser prudente, había sido apresado por los españoles en 1590 y hubo de pagar gran rescate por su libertad.
Así Garibay tomó por sorpresa nuevamente a la flota enemiga, y tras recibir el apoyo en su recalada de las divisiones de don Pedro de Zubiaur y de don Francisco Gutiérrez, arribó felizmente a Sanlúcar de Barrameda con la Flota de Indias intacta.
Juan Gutiérrez de Garibay siguió con su carrera, siendo uno de los almirantes que llevó y trajo más Flotas de Indias, un total de 16, sin perder ninguna a manos del enemigo. Por el contrario, a Essex le quedó la dura vuelta a Inglaterra, con las dotaciones al borde del motín.
Cabe imaginar la atmósfera con que fue recibido Essex, no sólo no había conseguido nada sino con un enorme coste económico y material y uno mayor humano, y además que habían dejado indefensas las costas inglesas, de modo que sólo un temporal frustró un gran desembarco español.
Toda Inglaterra había temido la invasión, y mientras su flota perdiendo el tiempo, para regresar agotada y destrozada. Se prohibió por Isabel I informar de las pérdidas humanas y materiales de la expedición, que debieron ser enormes, del orden de miles de hombres.
Y de hecho muchos historiadores ingleses ni se molestan en averiguar, ni siquiera por estimaciones, eso sí, con su famosa habilidad consiguen hacer olvidar esta campaña, última de las grandes expediciones de Isabel I, bajo el idílico nombre de Islands voyage of 1597.
El recibimiento de la reina a Essex fue gélido, pero tras una poco sincera reconciliación, aceptó que fuera a Irlanda, donde ardía la rebelión. La indignación buscó entonces responsable, y así se procesó a Thomas Howard, por haber sido presuntamente comprado por los españoles.
Pero en Irlanda Essex volvió a demostrar su inutilidad, fue depuesto de sus cargos y sometido a arresto. Convencido de su popularidad, dio un golpe de estado en 1601, y tras la lucha entre sus partidarios y los guardias reales, concluyó con prisión, juicio y decapitación.
Mientras, Walter Raleigh fue detenido a solicitud del embajador español en Londres, Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar y centro de espías y conspiraciones católicas, y fue posteriormente decapitado en Whitehall en 1618 bajo los cargos de traición y piratería.
Este fue el broche final de las presuntas y continuas victorias navales inglesas en esa guerra, hasta la muerte de Isabel I en 1603 sin herederos y debiendo dejar su corona a Jacobo I de Escocia, el hijo y sucesor de la María Estuardo que había hecho decapitar.
El nuevo rey no tardó ni un año en firmar un Tratado de Paz con España, muy favorable en todo a ésta y a Felipe II y su hijo Felipe III con el Tratado de Londres, dando por ganada la guerra a España.
Fin del hilo, que gustaría agradecer y dedicar a don Agustín Rodríguez, sin cuyos libros no sería posible escribirlo por la falta de datos que existe de esta expedición en la bibliografía anglosajona.

Láminas de McBride y varios.

Gracias por leer.

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