El saqueo de Cádiz por los ingleses en 1597, se ha vendido como una gran victoria de la Expedición de Essex y Howard, pero realmente fue una acción tan pírrica que más parece una derrota: tuvieron que irse con escaso premio y considerables bajas y naves perdidas. Hilo.
A finales del siglo XVI, la Monarquía católica, que en 1580 había anexionado el Reino de Portugal y sus posesiones, era la mayor potencia mundial; estaba en constante expansión en las Indias, y contaba con el apoyo de los Habsburgo en Europa Central y de los príncipes italianos.
Hacia 1570, las relaciones entre Inglaterra y España, hasta entonces amistosas, comenzaron a torcerse debido a una serie de circunstancias económicas, políticas y religiosas: el protestantismo inglés se enfrentaba al catolicismo español e Isabel I había sido excomulgada.
Mientras, Felipe II de España había firmado en 1584 el tratado de Joinville con la Santa Liga de París, a fin de combatir el protestantismo hugonote en suelo francés, apoyando los intereses de la Santa Iglesias Católica Romana.
Las constantes, aun fallidas, expediciones de los corsarios ingleses contra los territorios españoles en las Indias y contra la flota del tesoro, que cargada de riquezas alimentaba las finanzas hispanas, suponían para España una amenaza a sus intereses económicos.
El apoyo inglés a los rebeldes de las Provincias Unidas de los Países Bajos, enemigos de España en la guerra de Flandes, quedó plasmado en el tratado de Nonsuch de 1585, mediante el cual se pactaba una alianza militar anglo-holandesa contra España.
Y el apoyo inglés a don Antonio, el prior de Crato, pretendiente al trono portugués, era otra fuente de disputas. En 1585 la tensión existente entre ambos países desembocó en la guerra anglo-española de 1585-1604. Desde el comienzo de esta, Felipe II intentó invadir Inglaterra.
El objetivo final era deponer a Isabel I, e instaurar en el trono a María Estuardo, reina de Escocia, y debota católica aliada de España, valiéndose para ello de la armada española y de los veteranos tercios de infantería. En 1588 el mal tiempo desbarata la Gran Armada.
Los mismo pasaría con la de 1596 cuando se iba a dirigir hacia Irlanda para apoyar a los católicos irlandeses en su lucha contra Inglaterra. Y un año más tarde nuevamente solo el clima impidió el éxito de la flota de invasión, más grande que las anteriores y que amenazó Londres.
Por su lado, la muerte de John Hawkins y de Francis Drake privaron a Inglaterra de dos de sus corsarios más famosos. El apoyo español a los rebeldes irlandeses, que en aquella época mantenían contra Inglaterra la guerra de los Nueve Años, era otra amenaza más para Inglaterra.
En abril de 1596 los tercios españoles expulsaron a los hugonotes de Calais, desde donde se podría acometer la invasión de las islas británicas por su cercanía. Ante la amenaza de una invasión española inminente, Isabel I ordenó atacar la flota española fondeada en Cádiz.
El 13 de junio de 1596 la armada inglesa zarpó de Plymouth. Estaba formada por 150 naves inglesas, de las que 17 pertenecían a la Royal Navy, divididas en cuatro escuadras, con 6360 soldados de paga, 1000 voluntarios ingleses y 6772 marineros en total.
Lord Effingham era el almirante al mando de la flota, mientras las fuerzas terrestres estaban bajo el mando de Robert Devereux, conde de Essex; Thomas Howard, sir Walter Raleigh y sir Francis Vere dirigían cada uno una escuadra; Anthony Ashley era secretario del consejo de guerra
Cristóbal y Manuel de Portugal, hijos del prior de Crato, y el vil traidor Antonio Pérez también iban a bordo. A estas fuerzas se unieron otras 20 naves de las Provincias Unidas con 2000 hombres, bajo el mando del almirante John de Duyvenvoorde, señor de Warmond.
La ciudad de Cádiz, con aproximadamente 6000 habitantes, era uno de los principales puertos españoles. El sábado 29 de junio de 1596 llegaron a Cádiz noticias procedentes de Lagos, en el Algarve portugués, en las que se avisaba de la presencia de una flota inglesa.
En aquel momento había en la bahía de Cádiz unas 40 naves españolas, entre galeras y galeones, además de otras 16 naos de la flota de Indias, que prestas a zarpar a las Indias se encontraban desprovistas de armamento que en los primeros momentos fueron a refugiarse a Puerto Real.
Juan Portocarrero y Álvaro de Bazán zarparon al frente de las galeras españolas, intentando impedir el paso de la flota inglesa hacia el interior de la bahía. El domingo 30 de junio, se avistó desde Cádiz la flota inglesa, que no pudo entrar en la bahía por causa del mal tiempo.
A las 5 de la mañana, ambos contendientes comenzaron un intenso intercambio de fuego de artillería y al cabo de dos horas la flota española, superada ampliamente en número por la inglesa, debió retirarse hacia el interior de la bahía para no ser barrida en el combate.
En el enfrentamiento los galeones españoles San Andrés y San Mateo fueron capturados, mientras el San Felipe y el Santo Tomás encallaron, siendo incendiados por sus capitanes ante la posibilidad de ser capturados por los ingleses, penetrando en la bahía a las 8 de la mañana.
A mediodía llegaron a Cádiz refuerzos enviados por el duque de Medina-Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán, desde Vejer, Jerez, Arcos, Puerto Real y Chiclana, en su mayor parte soldados bisoños mal armados, juntando 5000 hombres, que se desplegaron desde Santa Catalina a San Felipe.
A las 2 de la tarde más de 2000 ingleses desembarcaron en El Puntal, poniendo en retirada a las fuerzas españolas encargadas de su defensa, que habían salido al combate sin nadie al mando. A las 5 de la tarde la vanguardia de los atacantes tomó el control de la ciudad.
Mientras otra parte de su ejército avanzaba hacia el puente Zuazo, en San Fernando, que defendido ferozmente por fuerzas españolas, no llegaron a cruzar. El fuerte de San Felipe se rendiría al día siguiente debido al mal estado de la artillería, escasamente amunicionada.
La escasa preparación de las fuerzas españolas, mal armadas y abastecidas y la falta de organización entre las autoridades españolas, motivaron la poca resistencia opuesta a las fuerzas atacantes. La dirección de la defensa sucedió improvisadamente por el capitán Pedro de Guía.
Posteriormente por el corregidor Antonio Girón, y Medina Sidonia que escribió: “el desorden ha sido, después de la voluntad del Señor, la causa de la perdición de esta ciudad, porque todos eran cabezas a mandar y ninguno había que supiese como pies obedecer...
Y así se perdió por no tener pies ni cabeza”. Ya en posesión de la ciudad, las tropas inglesas se dedicaron al saqueo. Iglesias, casas y personas fueron objeto del robo y pillaje, aunque se respetó la vida de los vecinos pues se pretendía pedir gran rescate por su libertad.
Ante la posibilidad de que las fuerzas inglesas capturasen la flota española refugiada en Puerto Real, Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, ordenó su destrucción. Se incendiaron 32 naves, incluyendo las galeras de la armada y las naos de la flota de Indias, vacía.
Al día siguiente, 3 de julio de 1596, las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad pactaron con las tropas inglesas la salida de los habitantes de Cádiz, a cambio de un rescate de 120.000 ducados y la liberación de 51 prisioneros ingleses capturados en pasadas campañas.
Essex, Francis Vere y los mandos holandeses se mostraron partidarios de mantener la ciudad en su poder, aprovisionarla y guarnicionarla para su utilización como base de operaciones; el parecer fue contrario del almirante Howard que consideraba la empresa azarosa.
El 14 de julio los ingleses incendiaron Cádiz, y al día siguiente salieron de la bahía llevando consigo a los rehenes, al no haber satisfecho las autoridades españolas el pago por su rescate. En su camino de vuelta a Inglaterra, desembarcaron e incendiaron Faro, Portugal.
A la altura de Lisboa recibieron noticias de la llegada de la flota de Indias a las islas Azores y Essex propuso acometer la tarea de capturarla, pero el almirante Howard se opuso, alegando ser contrario a sus órdenes, con lo cual la flota siguió su camino hacia Plymouth.
Al quemar el comandante de la flota de indias sus buques para evitar su caída en manos del enemigo, siendo una flota de ida, su carga era mucho menos rica e importante que si fuera de vuelta, el mérito militar fue pequeño, y el daño propio causado fue mayor que el beneficio.
Los ingleses perdieron 3 galeones, hundidos o quemados, 2 naves y 7 fueron capturadas, en total 2000 muertos. Los españoles a penas sufrieron bajas y perdieron 13 buques, que ellos mismos quemaron. Sin embargo, la capacidad de recuperación de la armada española quedó patente.
En octubre de 1596, 3 meses después, Felipe II ya tenía otra escuadra lista para atacar Irlanda y en septiembre de 1597, una más para atacar Inglaterra. Cádiz quedó devastada pero con los planes de Cristóbal de Rojas, las fortificaciones estaba reconstruídas para 1598.
Los ingleses no sólo no obtuvieron un gran botín, sino que la empresa fue ruinosa para las arcas de Isabel I, y tampoco consiguieron ninguna ventaja estratégica. Mientras, la armada de Martín de Padilla era enviada contra Inglaterra en ese mismo año para su invasión.
Por otro lado, Felipe II concedió a la ciudad un plazo de 10 años de exención en el pago de los impuestos para su reconstrucción. Los rehenes no serían liberados hasta julio de 1603, tras la muerte de Isabel I y su sucesión por Jacobo I, primer paso para la paz de Londres.
Por esto, el saqueo de Cádiz si bien fue muy mortificante para el orgullo español, resultó de escasas ventajas reales inglesas tanto tácticas como estratégicas, lo que podemos definir como una victoria pírrica, que en la práctica se parece más a una derrota que a una victoria.
Hasta aquí el hilo de hoy, espero que les haya gustado. Mañana nos ponemos con la antesala de la Gran Armada de 1588.

Láminas de McBride, Salas y García Pinto, entre otros.

Gracias por leer.
DEVOTA*
1596*

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