El 7 de diciembre de 1585, unos soldados españoles, cavando para realizar unas trincheras cerca de Empel, junto al río Mosa, encontraron una tabla de la Inmaculada Concepción. Lo que ocurrió a continuación esa noche podría calificarse como milagro. El milagro de Empel. Hilo.
En el año 1555, el emperador Carlos legó a su hijo Felipe II el gobierno de España y de los estados que hoy ocupan en su mayoría los Países Bajos. De esta forma, cedía las que durante toda su vida habían sido sus tierras predilectas para, después de una regencia, retirarse.
Sin embargo, el cambio de gobierno no agradó a los habitantes de la región, que vieron en Felipe a un rey extranjero que no lucharía por sus intereses, ya que, a diferencia de su padre, Felipe había nacido y se había criado en España, su lengua materna era la española.
Dicho de otra forma, desde 1559 hasta su muerte Felipe II no pisó los Países Bajos. Finalmente, las tensiones se hicieron irreconciliables cuando Europa quedó dividida entre los seguidores del catolicismo y los partidarios del protestantismo, una religión extendida en Flandes.
Sin forma de evitar un enfrentamiento latente desde hacía varios años, la contienda se materializó cuando las provincias de los Países Bajos se unieron contra Felipe II. Desde España se inició la movilización de varios Tercios terminar con las pretensiones de independencia.
Durante años se sucedieron los combates en territorio flamenco,que se cobraron miles de vidas y de sangre española. No obstante, todo pareció cambiar con la llegada de líderes militares como Alejandro Farnesio, quien no tuvo reparos en demostrar la gran capacidad militar española
Con todo y a pesar de las victorias españolas, a finales del siglo XVI todavía eran una muchas las plazas que estaban en poder de los rebeldes y multitud las que pedían auxilio a los católicos ante la presión enemiga, la guerra no sólo era contra España, sino una guerra civil.
Cuando Farnesio recuperó Amberes en el verano de 1585, se sintió en condiciones de acudir a las Islas de Zelanda y Holanda, cuyas poblaciones católicas oprimidas por los rebeldes protestantes le pedían auxilio. Una vez tomada la decisión, se puso al mando al conde de Mansfeld.
Mansfeld recibió órdenes de dirigirse hacia el norte de Brabante, ubicada en el centro de los Países Bajos, para sofocar las revueltas. A esta fuerza se unió a su vez el Tercio dirigido por el maestre de campo Francisco de Bobadilla, un militar con una extensa hoja de servicios.
En total tres tercios de españoles, el del coronel Cristóbal de Mondragón, el de Francisco Arias de Bobadilla y el de Agustín Iñíguez, repartidos en 61 banderas y con la compañía de arcabuceros a caballo de españoles del capitán Juan García de Toledo.
El camino de la fuerza española se detuvo al ver el río Mosa, que con casi 1000 km de extensión corta los Países Bajos de este a oeste. Al llegar Mansfeld a la orilla meridional del Mosa, hizo acuartelar el grueso, y mandó a Bobadilla que a ocupara la isla de Bommel.
Esta isla, el Bommelward, tiene unos 25 km de este a oeste, 9 de anchura máxima de norte a sur, y está formada por los ríos Mosa y Vaal, que se aproximan mucho al este de la isla, y están comunicados por brazos de unión en ambos extremos. La comarca es baja y su suelo fértil.
Sin dudarlo, el maestre de campo Bobadilla cruzó el río con casi 4.000 hombres y tomó el minúsculo terreno, de escasa importancia táctica para los rebeldes. A su vez, envió varias patrullas a proteger los diques de contención construidos para evitar que el agua anegara la isla.
Si el enemigo tomaba varios de los diques, podría llegar a inundar Bommel y lanzar sobre los españoles toda la potencia contenida de los ríos. Con el terreno conquistado, Mansfeld partió hacia Harpen, a 25 km de la isla, dejando a don Francisco Arias de Bobadilla al mando.
Por su parte, los rebeldes holandeses no dudaron ni un segundo y, aunque la pérdida de la isla de Bommel no significaba ni mucho menos un golpe de efecto nu estratégico, decidieron armarse para dar, por fin, una lección a los famosos Tercios españoles.
Los rebeldes se unieron en Holanda y Zelanda, armaron y guarnecieron un buen número de infantería más 200 navíos, entre grandes y pequeños, porque viendo las fuerzas españolas encerradas en la isla de Bommel les creció un ánimo de anegarlos con agua y deshacerlos a cañonazos.
El Tercio de Bobadilla tuvo que retirarse a la zona de Empel cuando la isla quedó inundada. Al mando de la armada rebelde se distinguía el conde de Holac, quien, impulsado por el odio a los españoles, ordenó un ataque masivo desde sus buques de guerra.
A la isla se arrimaron los rebeldes con su armada y cortaron dos diques junto a la villa de Bommel pero el que estaba entre los lugares de Dril y Rosan, donde Francisco de Bobadilla tenía alojados y repartidos los tres tercios españoles, no lo pudieron cortar.
Si bien lo intentaron por muchas y diversas partes. Don Francisco, con su experiencia y pericia, había repartido las guardias de manera que, aunque los rebeldes acometieran por cualquier parte, hallaran mucha resistencia de la letal mosquetería y arcabucería española.
A continuación, y sin ninguna piedad, los rebeldes abrieron los diques que habían conseguido tomar por la fuerza. Así, en apenas unos minutos, el agua se lanzó sobre los tercios españoles. Bobadilla, casi sin tiempo de reaccionar, ordenó a sus hombres abandonar el campamento.
Y de esta forma se dirigieron con la mayor celeridad posible hacia una de las posiciones más elevadas de la isla: el monte de Empel. La batalla acababa de comenzar y los soldados de los Tercios, totalmente rodeados de buques enemigos y agua, se aprestaron para la defensa.
Los españoles fueron aquella tarde cañoneados con fuego de artillería y mosquetería hasta la saciedad, algo que aguantaron estoicamente durante horas. Y con la llegada de la noche, los decididos miembros de los Tercios devolvieron el fuego y pusieron en fuga a sus enemigos.
Se acababa de ganar una pequeña escaramuza que podría haber decidido la guerra si los españoles hubieran sido derrotados. Por su parte, Holac, asombrado ante la tenacidad de los defensores, decidió retirar sus barcos, que estaban al alcance de las armas católicas españolas.
Aunque habían conseguido acabar por el momento con sus enemigos, los infantes españoles sabían que, aislados como estaban en un pequeño monte, tenían muy pocas posibilidades de salir con vida. Por ello, y con el paso de los minutos que disminuía las posibilidades de escapar...
Francisco de Bobadilla ordenó a un soldado atravesar el bloqueo en una pequeña barca con varias cartas de auxilio, entre ellas se podía distinguir una que tenía como destinario a Mansfeld, el que más cerca se hallaba del lugar de los hechos, para pedirle refuerzos.
Al día siguiente, y a sabiendas de que el fuego podía acabar con ellos, los españoles trataron de fortificar el monte para, al menos, resistir hasta la llegada de refuerzos. El socorro llegó el día 6 cuando Mansfeld envió una carta a Bobadilla proponiéndole un descabellado plan.
El conde planeaba asaltar a la flota rebelde con unas escasas 50 embarcaciones en un intento de romper el sitio. Sólo había una remota posibilidad de conseguirlo, pero era la única opción de salvar a los cercados. Por ello, Bobadilla armó a su vez 9 barcazas para reforzarle.
Por la mañana, llamó don Francisco de Bobadilla a los sargentos mayores de los tres tercios españoles, y les dio orden de que en las nueve pleytas (tres para cada tercio) embarcasen en cada una 10 picas, 10 mosqueteros, 15 arcabuceros y dos capitanes escogidos en cada una.
En las barcazas, se situaron unos 300 hombres dispuestos para el combate. Los capitanes y soldados que los sargentos mayores ya habían señalado para este efecto se confesaron y comulgaron, y conformados todos de morir o salir con tan honrada empresa, estuvieron esperando la orden
No obstante, el asalto nunca se produjo, pues las tropas enemigas, aprovechando su inmensa superioridad numérica y armamentística, arrebataron al asalto varias posiciones a los defensores españoles. Así, si antes la misión era casi imposible, ahora se convertía en un suicidio.
Hambrientos, vestidos con arapos, empapados y superados en todos los frentes, los españoles ya no tenían ningún plan al que recurrir. Ahora solo les quedaba morir cómo héroes y dejar una huella imborrable en la Historia llevándose consigo a todos los rebeldes que pudieran.
En la mañana del día 7 de diciembre, todo parecía sentenciado para los soldados españoles. Sin embargo, aquella mañana uno de los miembros del Tercio encontró algo muy especial que, según la tradición, cambió radicalmente el devenir de los acontecimientos.
Estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para resguardarse debajo de la tierra del viento que hacía y de la artillería de los navíos enemigos, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen pintada en una tabla.
La imagen era de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, con tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Acudieron otros soldados con grandísima alegría y la llevaron y pusieron en un improvisado altar en el campamento.
El hallazgo fue tomado como una señal divina por los soldados que, después de rezar devotamente a la Inmaculada Concepción, recuperaron las esperanzas de escapar con vida de aquella trampa mortal. El pater García de Santiesteban hizo que todos los soldados le dijesen un Salve.
Bobadilla considerando el hecho como señal de la protección divina, instó a sus soldados a luchar encomendándose a la Virgen Inmaculada: “Este tesoro tan rico debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen María, esperaban en su bendito día”.
Quedaron tan consolados los españoles después de haber dicho la Salve que no sentían tanto el hambre. Animados como estaban ahora los miembros del Tercio, Bobadilla tomó la iniciativa y reunió a sus capitanes para decidir cómo actuar.
Concretamente, el maestre de campo pretendía quemar las banderas, desarmar los cañones y, finalmente, lanzarse en un último y valeroso ataque sobre la armada rebelde hasta derramar la última gota de sangre por España. No obstante, también hubo partidarios de suicidarse.
Ese mismo día, Holac envió a varios emisarios para ofrecer una rendición honrosa a los españoles. Tuvo una tajante respuesta de los hombres de Bobadilla: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. Y se prepararon.
Todo quedó visto para sentencia, al alba se lanzarían contra los navíos para librar su última batalla. Pero, al amanecer del 8 de diciembre, fiesta de la Purísima Concepción, se produjo un acontecimiento que los españoles no dudaron en bautizar como “el milagro de Empel”.
En la madrugada del día 8, un gélido viento se alzó sobre el río y congeló sus aguas, algo que no había sucedido en Bommel desde hacía muchos años. Aquella jornada la inmensa flota tuvo que abandonar el asedio y retirar sus naves para evitar que se quedaran encallados en el hielo
Perplejos por la situación, a los holandeses no les quedó más que maldecir durante su repliegue y cuando iban pasando con sus navíos río abajo les decían a los españoles: “que no era posible sino que Dios fuera español, pues había usado con ellos un gran milagro”.
El día 9, Bobadilla llamó a sus soldados para que tomaran sus picas, mosquetes y arcabuces, pues era hora de aprovechar su ventaja. Decididos, los infantes españoles montaron en sus barcazas y, tras atravesar con ellas el hielo, asaltaron el fortín que el enemigo había fabricado.
Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre y obtuvieron una victoria tan completa que el almirante Hohenlohe-Neuenstein llegó a decir también: “Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”
Con la posición tomada, los holandeses sabían que la batalla había tocado a su fin pues, aunque se produjera un deshielo, los buques de Mansfeld pronto llegarían a socorrer a Bobadilla. La batalla había acabado y, para asombro de todos, la victoria pertenecía a los españoles.
Aquel mismo día, entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia. El 12 de noviembre de 1892, por real orden, Mª Cristina de Habsburgo declara patrona del Arma de Infantería a NSª la Purísima e Inmaculada Concepción.
Hasta aquí el hilo de hoy, espero que les haya gustado. Está dedicado muy especialmente a todos los infantes españoles que sirven a España.
Láminas de Ferrer-Dalmau, McBride, Ángel Gª Pinto, Delfín Salas, Clauzel y fotos de Jordi Bru.
Gracias por leer.
Harapos*
El hilo y la estructura está basado en el genial artículo de Manuel Villatoro que fue publicado en ABCHistoria.
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El saqueo de Cádiz por los ingleses en 1597, se ha vendido como una gran victoria de la Expedición de Essex y Howard, pero realmente fue una acción tan pírrica que más parece una derrota: tuvieron que irse con escaso premio y considerables bajas y naves perdidas. Hilo.
A finales del siglo XVI, la Monarquía católica, que en 1580 había anexionado el Reino de Portugal y sus posesiones, era la mayor potencia mundial; estaba en constante expansión en las Indias, y contaba con el apoyo de los Habsburgo en Europa Central y de los príncipes italianos.
Hacia 1570, las relaciones entre Inglaterra y España, hasta entonces amistosas, comenzaron a torcerse debido a una serie de circunstancias económicas, políticas y religiosas: el protestantismo inglés se enfrentaba al catolicismo español e Isabel I había sido excomulgada.
Inglaterra estaba en bancarrota y la reina ordenó de sus favoritos Essex y Raleigh saquear la flota de indias y atacar a la armada española anclada en Ferrol. Pero hallarían su desgracia. La última gran expedición inglesa que sus historiadores han tratado de borrar. Hilo.
La última campaña de los corsarios Drake y Hawkins contra el Caribe español de 1595, se saldó con un auténtico desastre y la muerte de ambos. Pero al año siguiente, en 1596, la suerte favoreció a los ingleses, con la gran expedición angloholandesa que saqueó Cádiz.
Sin embargo la causa de la derrota española radicó más las en faltas propias que en las virtudes del enemigo. La guarnición de Cádiz era una milicia civil mal armada y poco disciplinada, muy inferior en número a la tropa inglesa desembarcada.
Hoy, 1 de diciembre se inaugura en Madrid el Hospital Isabel Zendal, enfermera en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de Balmis, cuidando y atendiendo a los 22 niños que llevaron la vacuna de la viruela a los territorios españoles de ultramar, entre ellos su hijo. Hilo.
Isabel de Zendal nació en el año 1771 en Santa Mariña de Parada, Órdenes, La Coruña. Su padre, Jacobo de Zendal, procedía de la parroquia de Santa Cruz de Montaos, y su madre, María Gómez, de la parroquia de Parada; ambos eran agricultores muy humildes.
Aunque existen hasta 35 versiones de su nombre, usaremos el de Isabal de Zendal. En su infancia era la única niña que iba a clases particulares con el párroco de su pueblo, muchos de sus hermanos habían muerto al nacer o a los pocos meses. A los 13 años murió de viruela su madre.
Todo lo que necesitó don Carlos de Amésquita fueron 4 galeras y 400 de sus arcabuceros para llevar a cabo la empresa de castigo que le encomendó Felipe II, atacando las costas inglesas de Cornualles, haciendo huir a miles de soldados, y celebrando una misa antes de partir. Hilo.
En 1588 dio comienzo en Francia la guerra de los tres Enriques, que enfrentó al rey Enrique III, al duque de Guisa y a Enrique III de Navarra por la Corona de Francia. Tras la muerte de los dos primeros, Enrique de Navarra, protestante, se convirtió en rey.
Eso no podía ser tolerado por Felipe II de España, por lo que apoyó a la Liga Católica francesa y al papa Sixto V, que se negaron a reconocer a Enrique como rey de Francia. Los ingleses, como protestantes y enemigos de España por la guerra de 1585, apoyaron a Enrique de Navarra.
Francisco de Balmis, cirujano naval y médico honorario de la Corte de Carlos IV, emprendió tal día como hoy, 30-XI, una expedición por Filipinas y las Américas españolas para distribuir la vacuna de la viruela, una odisea que duró de 1803 hasta 1814. Hito histórico en la Medicina
Francisco de Balmis nació en Alicante el 2 de diciembre de 1753, en el seno de una familia de cirujanos, su padre y su abuelo también lo eran. Terminó sus estudios secundarios a los diecisiete años y comenzó su carrera en medicina en el Hospital Real Militar de Alicante.
Durante los primeros cinco años fue practicante a lado del cirujano mayor, empleo similar a profesor. En años después se trasladó a La Habana, y más tarde a la Ciudad de México, donde sirvió como primer cirujano en el Hospital de San Juan de Dios, grado equivalente a capitán.
Los corsarios Drake y Hawkins habían muerto en la expedición a Panamá, y lo que quedaba de la flota inglesa había puesto rumbo a la isla de Pinos para reparaciones y preparar su regreso a Inglaterra, pero allí se toparían con la escuadra de don Bernardino de Avellaneda. Hilo.
Tras las batallas de Canarias, San Juan de Puerto Rico y Panamá, y la muerte de Francis Drake y John Hawkins, habían perdido la vida 15 comandantes y capitanes ingleses y otros 22 oficiales, junto con 2500 soldados y marineros muertos, y otros 500 prisioneros.
En total casi las 3/4 partes de las dotaciones de la expedición, por lo que el oficial que quedó al mando de la flota inglesa, Thomas Baskerville, decidió poner rumbo a la isla de Pinos para realizar reparaciones y preparar el viaje de regreso a Inglaterra.