A raíz de este artículo sobre el hostigamiento legal y judicial a la libertad de expresión en España, ayer tuvimos un debate chulo aquí sobre si debe incluirse entre las amenazas a ese derecho la 'Cancel Culture' o Cultura de la Cancelación. Hilo eterno👇🏻 lavanguardia.com/politica/20210…
Mi respuesta rápida es no. De hecho que omitiera mencionar la Cancel Culture en el reportaje no es casual ni un olvido, es deliberado. Porque la Cancel Culture no es más que un bautismo ingenioso de algo que, en realidad, lleva bautizado muchos años: la Corrección Política.
Siempre que se rebautiza algo, se hace para cambiar su consideración. Los recortes de derechos laborales se rebautizaron como "flexibilidad laboral" para darles prestigio. Al revés, el activismo radical callejero se convirtió en "terrorismo de baja intensidad" para lo contrario.
La Cancel Culture es la corrección política de siempre. ¿Y qué es la corrección política? Pues es la forma que tienen las sociedades libres de legislar sin leyes cuáles son los consensos éticos y el sentido común de cada época. Una forma eficaz de progreso mediante soft-power.
En las sociedades antiguas, existían los tabús. Que eran ley. Los tabús siempre han sido muy importantes para regular los comportamientos individuales. No en vano, el segundo mandamiento cristiano es un tabú. "No tomarás el nombre de dios en vano". Antes que no matar.
Pero en las sociedades occidentales, hijas del liberalismo ilustrado, la custodia de la libertad de expresión es un bien mayor, por lo que la regulación de sus límites ha tendido a ser de mínima intervención (por eso es tan grave lo que está pasando aquí con el Código Penal).
Sin embargo, estas sociedades fluyen a gran velocidad en la conquista de derechos para minorías otrora preteridas o perseguidas, sean estas por razón de opción sexual, color de la piel o incluso discapacidades congénitas o adquiridas. O lo que no son minorías: las mujeres.
Recuerdo mi sorpresa al oír hablar, en un viejo capítulo de Los Ángeles de Charlie, de lo buena que era Kelly porque en sus ratos libres "cuida de mongolitos". Ya no decimos "mongolitos" a los niños con síndrome de Down.
Que hayamos dejado de usar esa expresión no se debe a ninguna ley. La sociedad, a través sobre todo de sus prescriptores (políticos, intelectuales, periodistas...), va modelando su lenguaje de acuerdo a la nueva consideración de colectivos antes vituperados. Hay mil ejemplos.
Quien no se amolda a este progreso de la ética pública no es perseguido por la ley, sino que recibe una sanción reputacional en forma de reproche. Y eso basta. Uno puede seguir expresándose como quiera en libertad, pero lo que no puede es impedir un repudio social por ello.
La libertad de expresión no supone en ningún sentido que uno tenga derecho a que su expresión u opinión sea respetada, solo que pueda exponerla si encuentra tribuna. La libertad de expresión no incluye garantía de aplauso ni de que te den una página de periódico.
De hecho, que un medio no te publique un texto no es censura ni cercena tu libertad de expresión. La prueba es que artículos supuestamente "censurados" aparecen con frecuencia días después en otra cabecera. Solo sería censura si el editor, además de no publicarlo, lo destruyera.
Y llegamos a la revolución digital. Cuando la red democratizó el acceso a la expresión pública, nos convirtió a todos en operadores del debate público. De pronto, todos tenemos tribuna para ejercer la libertad de expresión, y también para reprobar el uso que otros hacen de ella.
Eso hizo de la corrección política en un arma más poderosa. Porque aquellos que disponían de tribunas para ejercer verticalmente su libertad de expresión (a menudo, sin que cupiera otra sanción que una carta al director) quedan expuestos al juicio público de la multitud digital.
Y esa pérdida de 'auctoritas' no gusta. Antaño (hace solo diez años), los únicos que ejercían eficazmente de forma represiva ese soft-power eran lobbies políticos, culturales o económicos. Eso le costó al cineasta Vigalondo el castigo del grupo mediático para el que escribía.
Quédense con el detalle de que muchos de los que hoy hablan de la Cancel Culture son los mismos operadores que se rasgaron las vestiduras por el humor negro de Vigalondo. Años después, haber participado en el debate que generó aquello, le costó el puesto al concejal Zapata.
En ambos casos, la vieja respetabilidad le explicó a estos chicos descarriados que en el ágora digital debe medirse lo que se dice, aplicando una suerte de corrección política burguesa. Pero lo grave es que el concejal tuvo que ir a explicarse a la Audiencia Nacional.
Y tuvo que ir a la AN porque la lucha contra el terrorismo ya había manoseado el Código Penal para estrechar la libertad de expresión. Que unos titiriteros acabaran metidos en un calabozo por "terrorismo" prueba que los riesgos no están en la corrección política sino en la ley.
Entonces ¿cuándo y por qué surge este neologismo de la Cancel Culture? Un motivo ya lo hemos mencionado, tiene que ver con la incomodidad de los viejos tribunos a los que antes nadie contestaba y que hoy pueden llevarse una democrática lluvia de pescozones.
Como todo castigo reputacional, por supuesto puede venir aparejado de pérdida de oportunidades laborales, veto de patrocinios (en el caso, por ejemplo, de deportistas) y oprobio público. Tiene costes. No te pueden meter en la cárcel, pero te pueden fastidiar bastante por bocazas.
El segundo motivo, el de verdad, la chispa que enciende la mecha, es el #MeToo. El BastaYa de las mujeres, sobre todo en ámbitos laborales en los que han padecido abusos e humillaciones centenarias, destruía la reputación de un montón de hombres, al punto de costarles su carrera.
La corrección política, como hemos dicho, llega más lejos que la ley. Que una conducta de abuso no fuera susceptible de ser sancionada por la ley no significa pues que no merezca oprobio y deshonra. Y eso ocurrió.
Y entonces ocurrió. Quejarse de que la corrección política ha llegado demasiado lejos no mola porque todos sabemos qué significa ser "políticamente incorrecto". Trump, Bolsonaro... Eso puede gustar al pueblo, pero un tribuno culto no puede señalarse como fan de estas acémilas.
Así que apareció la Cancel Culture, un neologismo para explicar qué nos pasa a los señoros, que antes decíamos lo que nos daba la gana sin costes, en la nueva sociedad en red, y después de la brutal toma de conciencia que supuso el #MeToo, sobre todo para el mundo de la cultura.
Basta con ver quiénes apelan hoy a la Cancel Culture, quiénes dicen ser sus víctimas: abrumadoramente hombres a partir de una determinada edad. Los casos que aparecen una y otra vez para ilustrarla, personajes como Woody Allen, Plácido Domingo o Kevin Spacey.
Indefectiblemente, los motivos de su sanción pública derivan de conductas que, si no son delito, son consideradas indignas o abusivas. La Cancel Culture casi se ciñe exclusivamente a asuntos de libertad sexual. O sea, a la pérdida de posición dominante del varón heterosexual.
Por supuesto, como en el caso de Vigalondo, la corrección política comporta víctimas de injusticias o malentendidos. Pero cuando la víctima era un joven díscolo a nadie le preocupaba. Tuvieron que verse atosigados los patricios para que de súbito fuera un problema que rebautizar.
Siempre hay víctimas en procesos de emancipación de los derechos civiles y políticos. No se conquistó ningún derecho sin que algún comerciante viera saltar en pedazos su escaparate o un vecino viera arder su coche. Las víctimas injustas de la corrección política son inevitables.
Pero no dejan de ser víctimas reputacionales. La democracia no se estrecha porque te abucheen si haces humor negro. Dicho sea por un devoto del humor negro, incómodo y cruel. Pero uno ha de hacerse cargo de lo que significa para su reputación celebrar un chiste del Holocausto.
En resumen, por eso no es común leer a los señoros de la Cancel Culture quejarse del exilio de Valtonic o del encarcelamiento de los chavales de La Insurgencia, pero sí dolerse de la pérdida de contratos de Plácido Domingo.
Y esa es la razón por la que, por más que lloriqueen porque ya no pueden decir guarrerías a las chicas y tocarles el culo, el verdadero riesgo para la libertad de expresión está en la ley, en la tipificación expansiva de delitos de odio, enaltecimiento, ultrajes y ofensas.
Y ahora sí. Ya he terminado. Podéis empezar a tirar los tomates.
POST SCRIPTUM: Como contexto para despistados y novatos, soy liberal, fan rendido del humor cruel y muy bocazas. Y gestiono con flema insultos y reproches de que soy merecido objeto en esta red muy a menudo. Uno debe hacerse cargo de sí mismo sin caer en tentaciones victimistas.

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8 Nov 20
Un marco para el hilo de ayer. ¿Para qué va a servir la comisión contra la desinformación que coordinará la Moncloa? Bueno, en primer término, leed esto de @Senguix, que inscribe la medida en el marco geográfico y temporal. ¿Qué hacen los demás países?
lavanguardia.com/politica/20201…
Como veis, estas medidas tienen que ver con el caso Cambridge Analytica y el efecto en el Brexit (a través del uso de Facebook). Conocido es lo que pasó con Trump, o con Bolsonaro (tsunami de bulos a través del Whatsapp). Nos pasa aquí con la ultraderecha y sus memes.
Por razones funcionales y corporativas, es parcialmente asequible controlar fenómenos de intoxicación en redes abiertas como Facebook o Twitter (si ellas colaboran). Pero es muy difícil en mensajerías como WhatsApp, donde la gente mayor se pasa bulos como si no hubiera mañana.
Read 25 tweets
7 Nov 20
A ver, sobre la Haterradora Horden Bidisterial, aka Bidisterio de la Berdá, que va a acabar con la prensa libre en España. (Me da una pereza olímpica esto, eh, pero vamos allá). Va hilo:
Para que la tal Orden comportase alguna afectación a la libertad de expresión o de prensa debería legislar "hacia afuera", es decir establecer pautas nuevas sobre el funcionamiento de los medios o los ciudadanos, incluir sanciones administrativas o modificar algún tipo penal.
Por supuesto, no hace nada de todo eso. Simplemente el Gobierno, o la administración, como queráis, establece "cómo vamos a actuar nosotros" para detectar bulos, valorar su extensión y gravedad, y mitigarlos emitiendo información que los contrarreste.
Read 25 tweets
15 Oct 20
Sobre el Poder Judicial, la separación de poderes, la crisis política de la UE, la morosidad legislativa del Congreso y el rasgado de camisas periodísticas y políticas, me voy a enrollar un poquito...
Tenemos unos sistemas políticos ideados para otro mundo. Uno que en España murió hace 15 años, cuando colapsaron los viejos consensos y nadie se avino a fundar unos nuevos; y en Europa, cuando la ampliación creó un monstruo de 27 países sin cambiar las reglas para tomar acuerdos.
En España, esa crisis destruyó el bipartidismo (hoy sigue, os cuenten lo que os cuenten, tercamente por debajo del 50% de los votos y bajando). Pero nuestro sistema estaba expresamente pensado para funcionar a través del turno. De hecho, la LOREG está diseñada para afianzarlo.
Read 18 tweets
5 Oct 20
Un hilo sobre el ahora mismo.

Aunque uno está bastante curado de espantos, no he visto discursos periodísticos mucho más infantiles que plantear el dilema entre "los expertos" y "los políticos".
Todo esto llega una semana después de que grandes oráculos del periodismo quisieran vendernos (sin éxito, menos mal) la antipolítica, el "todos son iguales", "la política, qué desastre", por la sola razón de que la política hace seis años que no los obedece.
Ahora, ante la evidencia de que el "abajo todos" no es material con mucha salida ante una población sumida en la incertidumbre, llega una fórmula solo un pelín más sofisticada de antipolítica: expertos vs políticos.
Read 18 tweets
23 Sep 20
BOOM: El ministro de Justicia anuncia que la semana que viene empezarán a tramitarse los indultos a los presos del Procés y, enseguida, la reforma de los delitos de Rebelión y Secesión en el Código Penal.
*Sedición.
Read 4 tweets
22 Jul 20
HILO ROLLACO: Una cosita sobre periodismo y palabras.

Como mayormente el periodismo tardó mucho en hacer su trabajo y se enamoró de la muletilla "reformas", que en sí misma no significa nada ("cambios"), ahora el acuerdo europeo parece dar la razón a los unos y los otros. Y no.
Se repitió hasta la saciedad que los "frugales" (el periodismo enamorado de otra palabra de mierda) querían más créditos y menos ayudas, y que estas estuvieran condicionadas a "reformas". Y ya. O sea "ayudas condicionadas a cambios", que es tanto como no decir nada.
Apenas hubo una información en dos meses (los que van desde que la Comisión hizo suya la propuesta Merkel-Macron y las cartas hanseáticas se pusieron sobre la mesa) que dijera otra cosa que "condicionadas a reformas".
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