Thread by @monicanienor

Dame la mano.
Vamos a hacer un viaje desde la oscuridad hasta la luz, del el dolor al consuelo.
Vamos a ver a Rafael, a escuchar a Nietzsche, a bailar con Dionisos.
Y os aseguro esto, no volveremos a mirar la Transfiguración de Rafael con los mismos ojos.

DENTRO HILO!

Este enorme lienzo de cuatro metros de alto que se conserva en los Museos Vaticanos, es el testamento de Rafael de Urbino. De él dijo Vasari que era "la más celebrada, la más bella y la más divina" de las obras que salieron de la mano del urbinés.

Sin embargo, también es una obra difícil, muy lejana de las tiernas y sagradas familias con las que identificamos, injustamente, a Rafael Sanzio, casi un dios en la Roma de principios del siglo XVI.
Y era un dios por cuadros como este, no nos equivoquemos.

Lo encargó, para su sede cardenalicia en Narbona, Giulio de Medici, futuro Clemente VII, el Papa de personalidad arrolladora (y mirada maravillosa) que terminó encerrado en Sant'Angelo durante el Saco de Roma de 1527. El mismo que coronó a Carlos V en Bolonia tres años más tarde.

Pero la Transfiguración no sería el único cuadro que encargara, también le pidió a Sebastiano del Piombo una Resurrección de Lázaro que formaría "pendant" con el lienzo de Rafael. La competición acababa de comenzar.

Sebastiano del Piombo contaba con una ayuda extraordinaria: los dibujos que le hiciera el mismísimo Miguel Angel.

Gracias a él, el Lázaro estragado o envuelto en su sudario y prácticamente momificado que imponía la tradición, se transformaba en una glorificación de la carne resucitada, en la esperanza del cristiano.

También del Piombo pintaba ese mismo año de 1516 su propia Transfiguración para la capilla Borgherini en el convento franciscano de San Pietro in Montorio romano.
Miguel Ángel siempre presente en las figuras recostadas de la zona inferior.
¿Dónde apoya los pies Jesús?

Del Piombo intentaba avanzar desde la tradición, pero no consiguió trascender más allá del Evangelio. Era una historia. Otra más. Como las de Bellini, Lotto o Perugino.

Pero, antes de avanzar, ¿qué es la Transfiguración? Pues el único milagro que Cristo realiza sobre sí mismo. Sobre el monte Tabor, Jesús se manifiesta en toda su gloria ante Juan, Pedro y Santiago que ven, atónitos, a Moisés y Elías hablando con su maestro.

De la nada, una voz que dice: "Este es mi Hijo el elegido, escuchadle."
La voz. La palabra. El Verbo.
Los apóstoles, con una ceguera atontada que enternecería a las piedras, sólo piensas en hacerle una choza a Elías y otra a Moisés. En fin...

Y bajo esta manifestación epifánica, un pasaje posterior en los Evangelios. Una multitud lleva a un niño, poseído, para ser sanado por los apóstoles. Pero, para su desesperación, son incapaces de hacerlo. Lo hará Jesús cuando baje del monte Tabor.
Aristóteles, unidad de acción...

La composición es espectacular. Los dibujos previos, absolutamente sublimes (no en vano eran tan solicitados como las propias pinturas).

Hay todo un catálogo de emociones entre los rostros de los apóstoles, más impactantes y directos aún en los estudios que en el propio cuadro.
Mirad bien este estudio de las caras y las manos de estos dos apóstoles. ¿Quién es el joven? ¿A quién os recuerda?

La cara delgada, los pómulos rehundidos, los labios gordezuelos, el cuello larguísimo... ¿No? ¿No caéis?
Mi reino porque estamos viendo al mismísimo Bindo Altoviti (1515) de la National Gallery.
Sería el ejemplo perfecto de "tomar del natural" y pasarlo por el filtro del arte.

Estos dibujos, sobre todo los de sus seguidores, nos cuentan el batallar de Rafael para llegar a hacer su Transfiguración.
El Louvre conserva un dibujo de un seguidor de Penni que nos cuenta cómo el urbinés sigue planteándose la cuestión del milagro pero aún se ancla al pasado.

Hasta que llega a la conclusión de que no es historia lo que tenemos que ver, sino el milagro, la idea. Y ¿qué hace? Despegar a Cristo del suelo, hacerlo elevarse por encima de su propia materialidad, e iluminarlo con un blanco intenso y profundísimo.

Nada de mandorlas, sólo luz, todo luz.
Sí, quizás esta parte superior no tenga la rotundidad, ni el canon, ni el dibujo que tiene la parte inferior. Y quizás por esto la Transfiguración no es entendida y valorada por todos a día de hoy como merece. Pero nosotros vamos más allá.

Y vamos de la mano de Nietzsche. En su "El Nacimiento de la Tragedia" (1872), el filósofo se plantea el lienzo, no como un milagro religioso, sino como una catársis en clave clásica: el mundo dionisíaco frente al mundo apolíneo.

Abajo, el dolor primordial. El hombre y su individualidad marcada por la frustración, la angustia, el desconcierto, el rechazo, la incredulidad. Manos, miradas, cuerpos... todo habla del dolor del ser.
Y ese caos, ese dolor primordial, es una diagonal vacía.

En primer término, un apóstol busca las respuestas en la razón, simbolizada en el libro abierto, pero allí no encontrará nada. De su espalda parte otra diagonal que que nos cuenta dónde están esas respuestas: arriba, en el misterio ininteligible, en la "intuición sin dolor".

El hombre, encarcelado por la angustia y el dolor, busca el Uno primordial, y lo hace en la apariencia, en la mesura y belleza apolíneas. Pero dolor y mesura son parejas, se necesitan para ser. Decía Nietzsche: "es necesario el mundo entero del tormento, para que ese mundo...

...empuje al individuo a engendrar la visión redentora." La mesura refrena el dolor, pero es en la desmesura donde "la naturaleza se daba a conocer en placer, dolor y conocimiento, hasta llegar al grito estridente".
Casi podemos sentir la embriaguez dionisíaca.

Para Nietzsche, ¿quién llega a conocer a adentrarse en el mundo apolíneo? El poseído, el que emerge del dolor y lo celebra, el que se olvida de sí mismo y asciende a la luz. Es la redención del dolor primordial a través de la visión extasiante.

Y, ¿cómo representa Rafael esa mesura, ese mundo bajo control regido por Apolo? Efectivamente, con la forma por excelencia, el eterno círculo. La divinidad es un círculo sin principio ni final.
Dios taumaturgo.
Apolo y Dionisos sanadores.
Tabor y Olimpo.

Una nota más de Nietzsche para @Mario_Colleoni:
"Pero ¿dónde está el poder que que traslada al espectador a ese estado de ánimo creyente en milagros. mediante el cual ve transformadas mágicamente todas las cosas?...

¿Quién vence al poder de la apariencia, y la depotencia, reduciéndola a símbolo?
Es la música."