Ahora que ya hemos tenido tiempo suficiente para escuchar y digerir el nuevo disco de C. Tangana, es buen momento para un hilo que recoge los detalles, guiños y homenajes que encontramos diseminados por las canciones de El Madrileño. Aviso: poneos cómodos, son unos cuantos.
Abre con una de las letras más logradas, que suena a verdad gracias a frases brutales, sin artificios. Usa versos larguísimos, pero las sílabas se aprietan hasta encajar en el ritmo y en el cerebro de quien las oye. Cuatro estrofas, cuatro retratos.

El primer sonido del disco es el estruendo de una marcha de Semana Santa del Rosario de Cádiz: El amor. Declaración de intenciones. Luego llega el pasodoble Campanera, de Genaro Monreal, popularizado en los años 50 por Joselito en El pequeño ruiseñor.

Hay que estar muerto por dentro para no moverse cuando suena el TIRITITITI. Si le unimos un estribillo rumbero de desamor crudo y directo, tenemos un éxito inapelable: «Cuando menos lo esperaba, cuando más te quería, se te fueron las ganas». Casi nada.

Como sucederá en muchos otros temas del disco, la mera presencia del invitado, en este caso La Húngara, ya es un homenaje al artista y al estilo que representa. Además, para ahondar en él, en los coros del final se recurre a este clásico de Los Chichos.

Lo mejor de este tema es la melodía, muy superior a la letra gracias a la dulzura de la bossa nova, aunque sea sintética. Se destapa aquí otra característica del álbum: invitar a reconocidísimos artistas veteranos, como Toquinho, una leyenda en Brasil.

C. Tangana se muestra camaleónico, un anfitrión perfecto capaz de plegarse ante el bagaje de cada intérprete que colabora con él. Aquí refuerza la atmósfera con una frase en portugués —¡esa chica es un peligro!—, un sample muy utilizado tomado de aquí:

Esta me encanta. Llevamos un millón de años escuchando a mujeres interpretar letras masculinas y llega C. Tangana y le da la vuelta: compone y canta una historia desde el punto de vista femenino. Toda una rara avis, en el disco y en la música reciente.

Además del celebérrimo estribillo de Corazón partío, de Alejandro Sanz, cuyo verso más famoso incluye de forma literal, en este tema también se parafrasea varias veces esta conocida canción de Rosario Flores.

Es evidente que C. Tangana busca granjearse el respeto de la crítica musical especializada, la de toda la vida, con semejante profusión de duetos legendarios. Pero también hace hueco para cantantes jóvenes que lograron la fama gracias a internet.

No hay referencias aquí, pero resume bien el disco y la escritura de su autor. Eso sí, me interesan más los tres primeros versos, donde se intuye talento, en vez de tanta fijación por el lujo. Y no hablemos ya cuando presume de drogarse —¡como si fuera difícil!— sin literatura.
Temazo. Muy a favor de las canciones que me transportan no ya a una caseta de feria, sino directamente a las colas de los cacharritos. Ojalá siga sonando el año que vuelva la feria.

Además, C. Tangana se da el gustazo de ser jaleado por los Gipsy Kings.

Jorge Drexler puede lograr que suene bonita la lectura de la tabla periódica, pero remontar este estribillo es jodido hasta para él: «Antes venían a verte, ahora no pueden ni verte». No he conectado nada con este tema, y no precisamente por el uruguayo.

Este tema mostró al público el cambio de registro de C. Tangana. Difícil resistirse a esta melodía y a su letra tragicómica. Como ya la teníamos escuchadísima, nos regala una nueva versión grabada a dúo con José Feliciano a sus 75 años. Poca broma.

De las tres excursiones a México que recoge el disco, esta es la menos atractiva desde el punto de vista lírico, aunque incluye un verso que siempre es ganador: «Que se mueran todos los hijos de puta». Lo cuela en una melodía dulce, que parte del bolero.

Otro veterano, el cubano Eliades Ochoa, de Buena Vista Social Club, se pasa por el disco para dejar su impronta. Qué bonito lo hace. Se anima incluso a soltar una rima sobre el apodo de su improbable compañero. La canción es una montaña rusa rítmica.

El maravilloso combo, que quizás solo pueda tener cabida en un disco tan variopinto como este, se completa con que la parte que entona Ochoa esté extraída del piropo en forma de canción que Antonio González, el Pescaílla, compuso para su mujer.

La referencia a Lola Flores se suma al préstamo anterior tomado de su hija Rosario. Si este disco es una reivindicación de la música española de generaciones pasadas, C. Tangana entiende a la perfección que nadie la representa mejor que esta familia. Los Flores son España.
De nuevo se incide en esta temática, el leit motiv de las letras del disco. Pero estos versos entran mejor, no sé si porque fueron escritos con más gusto o por la música, un corrido mexicano que lo acaricia todo con su toque folclórico.

El peso de los invitados en el disco es tal que se percibe incluso en el vocabulario, aquí trufado de mexicanismos:

Chingazos: golpes. Carro: coche. Morras: muchachas.

Y, por supuesto, la referencia que sintetiza toda la letra: Chalino Sánchez, cantante de corridos asesinado.
Este tema, Cuando olvidaré, es el triple salto mortal: se compone íntegramente a base de préstamos, encima a priori muy alejados entre sí. Estos tres minutos son el resultado de pasar por la batidora estilos y tradiciones. Atentos, que es fácil perderse:

El arranque está sacado de Nostalgias, un tango imprescindible escrito en 1935 por Enrique Cadícamo. Lo ha cantado todo el mundo, y si Gardel no lo hizo fue porque se acababa de morir. Como de fusiones va la cosa, elijo esta versión de un disco genial.

El estribillo y la música posterior están inspiradas en una guajira de Ñico Saquito, histórico trovero cubano. Pero también se samplea Slide, una canción de H.E.R., cantautora veinteañera y estadounidense. Ignoro a qué mente se le puede ocurrir esto.

La letra de la siguiente estrofa está extraída de esta bulería interpretada por La Tana, cantaora sevillana. No así la música, que todavía bebe de la guajira ya mencionada.

Por último, ya para rizar el rizo, se incluye un monólogo de casi un minuto del cantante Pepe Blanco, quien reivindica de una manera peculiar la canción española. En el fragmento menciona a algunos de sus compañeros, famosísimos en la época, como Rafael Farina y Antonio Molina.
Por si faltaba alguien, llega un Kiko Veneno que suena a su estilo de siempre. Aquí, C. Tangana se echa a un lado y deja que brille el maestro. La letra funciona, la melodía también, y el tema se eleva hasta ser uno de los más disfrutables del álbum.

Conforme avanza esta canción, la última ya, se va transformando en una de Calamaro donde colabora C. Tangana, y no al contrario. La distorsión de la guitarra la convierte en una anomalía en su cancionero. Mejor de música que de letra, pero es pegadiza.

En el videoclip le agradece haberle regalado un verso que el propio Calamaro define como «la letra más famosa de todo lo que escribí». Es de Mil horas, esta joya de 1983, de cuando estaba en Los abuelos de la nada. El cohete del pantalón alude a un porro.

C. Tangana parece Zelig, aquel personaje de Woody Allen que se mimetizaba con quien tenía al lado. Así intercala referencias heredadas y recién adquiridas. Busca respeto a través del homenaje, y se abre mucho mercado con un cóctel casi imposible. Un disco que será recordado.
Como siempre, a quien le haya gustado el hilo, se le agradece la difusión. Dejo también aquí la lista de los anteriores, que solían ser el análisis de una canción, pero esta vez había tanta tela que cortar que me he animado con el disco entero. Salud.

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