La Amarok del #INDESEABLE tenía un olor sensacional: el perfume del tapizado de cuero está en el podio de mis preferidos, con el de la tierra mojada y la nafta.

(Abro hilo)
Esta mañana, el #INDESEABLE me reconoció en el estacionamiento del colegio. Me habían quedado cuarenta minutos del demonio entre los horarios de mis hijos. Era lo que demoraba entre ir y volver a mi casa. No lo vi venir. Me agarró con el celular en la mano, desprevenido.
Cerré rápido el whatsapp donde hay más porno que fútbol, aunque así se titule el grupo. Levanté la vista. Era él, el papá de Clarita. El mismo #INDESEABLE que me había apostado por Zoom el año pasado.
Durante los meses sin clases presenciales, anduve juntando furia. Imaginé una y mil veces el momento de cruzarlo, de sorprenderlo con un derechazo en el mentón. De dormirlo con un puñete en la trompa y robarle la billetera para saldar la deuda.
El #INDESEABLE tenía la nariz asomando del barbijo y unos lentes calzados sobre la frente. Me madrugó: me saludó primero, y con gran amabilidad. Estiró los puños hacia adelante para un choque doble. Lo acepté con un sentimiento de bronca ya vencida. “Te invito un feca, pibe”.
Casi sin darme cuenta, caminaba junto a él hacia su camioneta. Me excusé diciendo que tenía que quedarme ahí, pero me apabulló. “No seas arisco. Estás al pedo igual que yo, vamos en la chata y volvemos en media hora”.
Como en la vida, nada me salió como lo tenía planeado. De repente, estaba en la nave espacial de mi archienemigo. La pantalla del tablero era más grande que el televisor de mi living. Había botones por todos lados. La butaca era mullida.
Un cine de lujo sobre una camioneta con doble tracción. Pero yo no estaba tranquilo. ¿Qué tenía en mente este tipo? ¿Disculparse? ¿Atacarme? Le miré el semblante para tratar de adivinar. Tenía el barbijo sobre la nuez, y hablaba con un cigarrillo pegado al labio de abajo:
–¿Podés creer que la pelotuda de Clara se olvidó la botellita hoy?
–Tienen seis años, puede pasar –maticé.
–Clara tiene siete. Ya es grande.
Bajó la ventanilla, trajo moco desde la garganta y escupió el asfalto.
El #INDESEABLE me había hecho pasar vergüenza con la señorita de Mateo. Con la mamá de Mateo. Con el resto de los padres. Con mi abogado, que me ayudó a preparar la reunión con los directivos pidiéndoles que me mantuvieran la vacante.
Llegamos a una YPF y bajamos de la camioneta. Gran parte de mi familia trabajó en esa empresa cuando era estatal, y la siento un poco propia. Entramos al shop y fue como ingresar a una embajada en otro país: me sentí más tranquilo.
Nos acercamos al mostrador y el #INDESEABLE se adelantó:
–Hola, Lorena.
–Hola –respondió la empleada, con una sonrisa que me pareció forzada.
–Te pido un café negrísimo, y acá mi amigo va a tomar…
–Un cortado chico –dije.
–Hacéselo rico, mi amor.
“Mi amor”, le había dicho. Y se había bajado el barbijo para que pudiera leerle los labios. Ella dijo el precio y él no me dejó pagar. Me recordó que era una invitación.
Esperó el vuelto girando la alianza de su dedo. Golpeaba el suelo con la punta del zapato. Él estaba ansioso. Yo estaba tenso. Lorena, asumo que así se llamaba, nos acercaría el pedido a la mesa. Nos sentamos y dije algo para romper el hielo:
–Te conocen acá.
–Vengo siempre a llenar el tanque. Me hacen factura “A” y me ahorro unos mangos –dijo, y soltó una risa arenosa que pegó contra el vidrio. Y agregó: –Con los impuestos que hay, este país es inviable.
Puse cara de nada y apareció Lorena con la bandeja. Cuando se iba, el #INDESEABLE la tomó de la mano y la retuvo: “Gracias, corazón”. Ella volvió a su lugar.
–Tiene un ojete la petisa… –me dijo.
–No sé, no llegué a ver –mentí.
–¿Estás casado vos?
–Separado.
El #INDESEABLE le puso tres sobres de azúcar a su taza. El médano blanco se hundía perezoso en el líquido.
–Lo bien que hacés.
–Qué se yo, es jodido. Con hijos chicos no es fácil.
Le dio un sorbo y luego se quedó girando la alianza, como dándole cuerda a un pensamiento. Se tiró hacia adelante y me dijo:
–¿Sabés cuál es el mejor estado? Un pie adentro y un pie afuera. Hay que coger a diestra y siniestra, pibe. Todo lo que venga. Siempre que se pueda. Mirá que a mi mujer la amo, eh. Es un sol. Pero nunca hay que desperdiciar una erección, porque de viejo te vas a arrepentir.
Yo sabía que se venía. Y se vino nomás: soltó la risa cavernosa, amortiguada mínimamente por el barbijo. Esa risa infame que ya le había escuchado en el zoom, con la que festejaba sus propias ocurrencias. Giré la cabeza, esquivando el ruido.
Pensé en darle mi opinión, abrirme un poco y contarle mi experiencia. Incluso tomé aire para hablar aunque finalmente me detuve. No quería abrirme ante un hombre tan desagradable. Probé el café: estaba bastante feo.
–A las minas le fascinan los tipos casados –dijo el #INDESEABLE–. Sin ir más lejos, Lorena está muerta por mí.
–¿Cómo sabés?
–Lo sé, flaquito, lo sé –afirmó girando el anillo–. Te digo más: el café se le quema siempre, pero debe pirobar como bestia.
Di vuelta el cuello y la miré.
–Para mí que no, eh.
–No qué.
–Para mí que no te da bola. Te lo digo con respeto. Es mucha mina para vos.
Terminé de decirlo, y sentí que las palabras le perforaban el cuello.
–Ah, pero vos sos un pelotudo…
Largó la risa estentórea y se removió en la silla. Reacomodó el paquete de cigarrillos y la llave de la camioneta en ángulo recto.
“Está sentido el campeón”, pensé, y creo que sonreí. Fui a buscar el nocaut.
–Me parece que te creés mil y…
–No tenés idea lo que garcho yo, pibe.
–Puede ser, puede ser. Pero Lorena te ve como un hombre mayor. No tenés posibilidad.
El #INDESEABLE empezó una carcajada, que involuntariamente devino en ataque de tos. Se bajó el barbijo para toser libremente. Tenía los ojos llorosos; unas señoras en la otra mesa pusieron cara de culo y se levantaron. Se recuperó y sonrió. Vino el contragolpe:
–Ya sé lo que te pasa: te quedaste caliente con el bingo del año pasado.
–Nada que ver –mentí por segunda vez.
–No tenés sentido del humor, pero sí mucha memoria. Superalo, ya fue.
Decidí tirar con todo lo que tenía:
–Qué te apuesto.
–¿Qué?
–¿Qué te apuesto que si vas ahora no te da bola?
El #INDESEABLE achinó los ojos y se tiró el jopo hacia atrás.
–Sos jodido, eh.
–Puede ser. Te apuesto mil –dije, canchero.
–Mil qué.
–Mil pesos.
–No manejo esa moneda. Dólares o nada.
El año pasado debía ARBA. Este año tampoco pagué. Mil dólares es un montón de guita, que no tengo. Me pareció un exceso.
–Cinco mil –le dije, no sé por qué–. Pero tiene que ser ahora.
–Cómo te gusta perder guita –me dijo, y me estrechó la mano.
Terminé el café de un saque y le pregunté al #INDESEABLE si quería una medialuna. Me dijo que no. Me dirigí con lentitud al mostrador. Lorena estaba en la máquina de café. Me atendió un muchacho, muy predispuesto. El #INDESEABLE estaba con la mirada en el celular.
Le pagué varias veces el precio de una medialuna, y le di algunas indicaciones en voz baja. Después volví a la mesa con mi medialuna de grasa y un paquete de preservativos.
–Si vas a coger afuera, por lo menos cuidate –le dije.
El #INDESEABLE hizo una mueca y deslizó el paquete hacia mí.
–Sin forros y con pastilla azul, pibe. Y si es pendeja, doble pastilla.
–Nos queda poco tiempo –alcé mi reloj mientras me agarraba los huevos para mufarlo–, te deseo todo el éxito.
Con un resoplido, el #INDESEABLE se puso de pie.
–Plata fácil –dijo al pasar y se dirigió al mostrador.
Luego volvió sobre sus pasos y me susurró:
–Me la voy a coger y le voy a sacar fotos, pero a vos no te voy a mostrar ninguna.
Giré en la silla y me dispuse a ver el show.
Mi porvenir financiero dependía de que el muchacho hubiera hecho bien su trabajo. El #INDESEABLE se acercó a Lorena, y le sacó charla. Ella se reía. Hablaban. La conversación fluía. Me empecé a preocupar. Busqué al compañero de Lorena. ¿Dónde estaba?
El #INDESEABLE alzó su celular y se lo mostró a Lorena. Ella le fue soltando palabras cortas, mientras él digitaba en la pantalla. ¿La estaba agendando? Me puse mal. Muy mal. Ella lucía contenta. Tuve ganas de interrumpir la charla. No tuve coraje.
Un cliente se acercó a la caja. Era lo que necesitaba para romper el clima. De golpe, apareció el compañero de Lorena para atenderlo. Le envié una mirada recriminatoria, pero esquivó el contacto. Volví al #INDESEABLE con Lorena.
Ella se inclinó para hablarle en voz baja, y él asintió. Lorena le mostró los dedos de una mano y le marcó la salida con los ojos. Él salió del shop con paso firme. Al cruzar la puerta, me dedicó una mirada triunfante. Lo seguí con la vista: se metió en el baño de empleados.
Empecé a sentir náuseas. Tuve ganas de irme corriendo. No podía perder, contra este tipo, plata que no tenía. Y que nadie me iba a prestar. Regresé la vista al mostrador. Sentía la frente transpirada. Vi que Lorena salía por una puerta de servicio rumbo al baño.
Hice la cuenta al dólar blue: ochocientos mil pesos. Ni siquiera vendiendo el auto le iba a poder pagar. Y nuestros hijos estaban recién en segundo grado. Me iba a cargar hasta el último año de secundario. Y lo peor de todo: ¿y si el #INDESEABLE era en verdad un seductor?
Lorena se detuvo frente al baño y miró hacia los costados. “Pedazo de trola”, pensé. Si andaba cogiendo con los clientes en nuestras estaciones YPF, que son de todos los argentinos, tenía que pagar por eso. Me iba a ocupar de que la despidieran de inmediato.
Sentí un reflujo de café en la boca. Cerré los ojos para asimilar ese gusto asqueroso. Ya empezaba a somatizar. Hola, gastritis. Tragué resignación y abrí los ojos para asistir a mi derrota definitiva.
Pero Lorena no entró al baño. Le dijo algo a la puerta y luego la cerró con doble vuelta de llave y triple sonrisa de satisfacción. Después, regresó hasta la caja del shop con una serenidad envidiable.
El plan había resultado. De inmediato, su compañero se acercó a mi mesa. Me dijo que no lo podrían tener allí más de diez minutos. Le agradecí con el alma entera y, desde lejos, le hice una reverencia a Lorena.
Tenía que volver al colegio. Miré la llave de la Amarok y la sentí un poquito mía. Me costó manejar esa tremenda camioneta. Llegué puntual como nunca, y le avisé a la seño que el papá de Clara iba a estar algo demorado.
*** FIN DEL HILO ***

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