¿Sabían que una gran flota inglesa no pudo vencer a una flotilla lanera castellana? ¿Que aunque se vendió como gran victoria en Inglaterra el rey pidió la paz a los marineros castellanos? ¿Que las capitulaciones fueron muy ventajosas? Castilla no tenía marinos, decían. Hilo.
En 1337 había estallado la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, debido a diversas causas políticas, dinásticas y territoriales, durante la que Castilla procuró mantenerse neutral a pesar de ser frecuentemente tentada por ambos contendientes.
El rey Alfonso XI de Castilla quiso mantener este statu quo y mantenerse ajeno a la guerra, buscando acuerdos con ambos, con el objetivo de mantener abierta la vía a Brujas, que era vital para el comercio lanero castellano, lo que suponía gran parte de los ingresos de Castilla.
Sin embargo, la contienda se recrudecía y mantener la neutralidad resultaba cada vez más difícil, sobre todo con la muerte de Alfonso XI. El nuevo rey, Pedro I, el Cruel o el Justo según la versión, ambicionaba un matrimonio conveniente a sus ambiciones.
Finalmente, Pedro I lo logró, emparentando con la casa real francesa. Naturalmente, esto no agradó a los ingleses, que venía como Castilla se decantaba por su enemigo, Francia. Además, los marinos castellanos del Cantábrico recibieron permiso para actuar como mercenarios navales.
O bien transportando suministros y tropas al servicio de Francia como corsarios, a cambio del “Quinto Real”. Esto causó que se diera inicio a una campaña de desgaste marítimo contra Inglaterra, habiendo combates de escasa escala pero muy frecuentes.
El 10 de agosto de 1350, anunció Eduardo III de Inglaterra en Rotherhithe su propósito de hacer frente a la problemática de los corsarios castellanos, dirigiendo un discurso a los obispos de Canterbury y de York para que mediaran auxilio divino para lo que se avecinaba.
En una misiva enviada al mayor y a los jurados de la ciudad de Bayona, acusaba a “las gentes de las tierras de España” de no respetar los acuerdos de neutralidad y atacar sus naves. También había habladurías en Europa sobre que en Flandes se estaba reuniendo una poderosa armada.
Esta armada estaría formada por hombres de armas de Francia y de Castilla para invadir Inglaterra y “posesionarse del dominio del mar”. Todo esto, naturalmente, sólo trataba de justificar un embargo general de naves y marineros.
Analizando las acciones, llegamos a la conclusión de que el principal problema de Eduardo III de Inglaterra era el dominio castellano del mar, y por ello para tratar de impedirlo el propio rey Eduardo se trasladó a Winchelsea, una pequeña villa costera de Sussex.
Sin embargo, desde el punto de vista francés, Eduardo preparaba la flota con la verdadera intención de cruzar el canal y hacerse coronar rey de Francia en la catedral de Reims. Apoya esta teoría el hecho de que el rey llevó consigo a sus hijos, entre ellos Eduardo de Woodstock.
Eduardo, príncipe heredero, era llamado el Príncipe Negro, y en la comitiva también iba su otro hijo, el conde de Richmond, que sólo tenía diez años, además de las damas de la corte, siendo estas últimas acomodadas en un convento cercano.
En el puerto los ingleses reunieron una nada exigua flota de 54 naves, de las que 5 eran urcas, 30 kogges y 19 pinazas. Llegaron hasta Flandes, donde efectivamente estaban castellanos, pero por motivos comerciales, nuevas de los preparativos ingleses.
Con estas informaciones decidieron los patrones laneros reforzarse contratando mercenarios flamencos y encomendando el mando de la flotilla a Carlos de la Cerda, llamado de España. Aunque no se conoce el número exacto de naves castellanas, se estima que podrían ser unas 24 naves.
Conocida la tendencia a la exageración de los cronistas ingleses, estos fijaron que serían de 10 a 1 en favor de los castellanos; Jean de Froissart, cronista francés, da una cifra más manejable, unas 40 con 10.000 hombres, algo poco probable para una flotilla lanera.
Eduardo III de Inglaterra embarcó en la hulk Thomas, haciéndose a la mar el 28 de agosto a la espera de la aparición de la flota castellana. El día 29, la flotilla castellana de 24 naves, con viento a favor, atravesaba el canal con rumbo sur hacia los puertos del Cantábrico.
Cuando la flota castellana alcanzaba Winchelsea con navegación de cabotaje, con buen viento pero lentamente a causa del peso de la carga de suministros laneros que llevaban, al mismo tiempo, la escuadra inglesa salía del puerto en formación de combate.
La escuadra inglesa se lanza a la intercepción con la intención de hacerse con las mercancías aprovechando que doblaban en número de barcos a los castellanos, pero éstos, gracias a la mayor altura de sus castillos, barren con sus ballestas las dotaciones inglesas.
Esto fue debido también a que los barcos ingleses estaban repletos de soldados y trataron de forzar el asalto al no querer hundir a los castellanos lo que supondría perder las mercancías. Sin embargo, favorecidos por su mayor número, los ingleses consiguieron abordar los barcos.
No se hicieron prisioneros en el combate y se lanzaron a los heridos y moribundos por las bordas. A pesar de esto, las bajas inglesas fueron muy superiores, pudiendo considerarse la batalla tablas o victoria pírrica inglesa.
El cronista francés Jean Froissart, al servicio de Eduardo III de Inglaterra, es la principal fuente de la batalla y da un tratamiento al combate equivalente a una justa de caballeros, afirmando que la flota castellana, aunque hubiera podido evitar el combate y largar velas...
con más o menos éxito, viró para buscar el enfrentamiento directo a pesar de su inferioridad. La nave capitana castellana se lanzó con el viento a favor contra la capitana inglesa, que debido a la violencia del choque resultó muy dañada y tuvo que ser evacuada antes de hundirse.
Tras la primera andanada de virotes y tornillos castellanos, el resto de la batalla se libró al abordaje y en cuerpo a cuerpo sobre las cubiertas. Dice Froissart que el combate fue encarnizado y sin piedad, no haciéndose prisioneros. El Príncipe Negro estuvo a punto de perecer.
La batalla concluyó tras un largo combate, capturando los ingleses más o menos la mitad de las naves castellanas, aunque muchas no llegarían a puerto y pereciendo casi la totalidad de las dotaciones de ambos bandos, por lo tanto, más ingleses que castellanos.
Eduardo III de Inglaterra hizo pasar el empate por victoria mandando grabar monedas con su efigie y el título de “King of the Sea”. Sin embargo, bajo manga, el 8 de septiembre, prevenía a los a Bayona afirmando que los castellanos eran “enemigos notorios en tierra y en mar”.
Y ese noviembre enviaba emisarios de paz a tratar con los capitanes y maestres cántabros que anclaban en Flandes ofreciéndoles una ventajosa paz. El 1 de agosto de 1351, tras las negociaciones pertinentes, Eduardo III de Inglaterra rubricaba en Londres un tratado.
Las ciudades portuarias de la “Hermandad de las Marismas”, representadas por los marinos castellanos Juan López de Salcedo, de Castro Urdiales, Diego Sánchez de Lupard, de Bermeo, y Martín Pérez de Golindano, de Guetaria aceptaban el tratado inglés.
En las capitulaciones se reconocía el derecho de libre circulación y comercio en aguas inglesas de los marinos cántabros; se establecía una tregua de 20 años, y se creaba un tribunal para arbitrar los conflictos que pudieran surgir entre marinos los castellanos e ingleses.
El acuerdo era ratificado en las Cortes de Valladolid por el rey de Castilla, poco después. La batalla de Winchelsea, también llamada “Les Espagnols sur Mer”, lejos de dar a Inglaterra el dominio del mar como se intentó vender, mantuvo al Atlántico como el mar de Castilla.
En el curso de la guerra de los Cien Años, los castellanos saquearon o quemaron un elevado número de puertos y ciudades costeras inglesas, entre ellas Plymouth, Southampton o la propia Winchelsea. Carlos de la Cerda, “el de España”, fue nombrado condestable de Francia al poco.
Se vienen varios hilos sobre las marinas de guerra castellana y aragonesa. Espero que les haya gustado.

Cuadros de época; láminas de Peter Dennis, Marks Churms y Giuseppe Rava.

Datos en la obra de Cesáreo Fernández Duro.

Gracias por leer.

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