Es increíble cómo la pandemia desenmascaró lo que para los conservadores (Figueroa, te le cayó el shibboleth) es una escuela:
1. Una guardería instruccional para padres; sin importar si aprenden algo útil adentro o no.
2. Un refugio ideológico que hay que rescatar del Estado.
1. Una guardería instruccional para padres; sin importar si aprenden algo útil adentro o no.
2. Un refugio ideológico que hay que rescatar del Estado.
Es complicado revelar en el discurso público un shibboleth, porque te desenmascaras no solamente a ti mismo, sino al grupo de gente que piensa como tú, tus afines, tus relacionados: el shibboleth es legado de la confianza que forjaste con ellos.
Y hablar en shibboleth es una forma de *esconder* lo que tienes vedado decir en el discurso público (temor al escándalo, a la funa, al veto). Cuanto más escabroso sea ese *esconder*, ese *no dicho*, más vergonzoso resulta que se te salga.
El shibboleth revelado se llama sincericidio.
Y es por eso que aborrecemos a Figueroa: es lo suficientemente inepto como para no darse cuenta de que es un sincericida impune.
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