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Los autocomplacientes nunca van a asumir que fueron expulsados del legado de la Concertación. Quisieron acaparar el poder cuanto más pudieron, hasta que vieron cómo la oposición a ellos (aun en la diáspora) se volvía más grande electoralmente.
No pueden soportar que Bachelet sea popular. Deploran que sus asesores sean respetados a causa del estallido social. El MAPU-Martínez no sabe cómo entrar a este presente.
Creo que lo dije antes: el actual modelo de goberanza democrática se estableció entre 1996 y 1997, justo antes de la Crisis Asiática. Lo que hubo antes fue otra cosa: un pacto de mínimos de convivencia, un canje de reos (fig.) continuo.
¿Qué significaba ese pacto?
Que gobernar era más ocuparse de la vida íntima de las personas que diseñar una institucionalidad para la comunidad. Era una forma como cierto empresariado de derecha buscó domesticar el debate público: temían quizá que la gente pidiera más democracia.
En esa época, Paz Ciudadana lanzaba gigantescas campañas para la prevención de la delincuencia (traducción: asaltos). Todo se llevaba a lo privado, entendido como algo íntimo. Se orilló al gobierno a que hiciera accountability continuo de este tema. Pasó a ser clave.
Tan clave fue ese tema que Ricardo Lagos, que menospreciaba explícitamente ese clivaje, debió incorporarlo a regañadientes en la franja de la segunda vuelta de 2000, luego de que Joaquín Lavín le empatara la primera vuelta.
Había que ser «implacable[s] con la delincuencia», como tuvo que decir Lagos en algún episodio de la franja política con la que inició el milenio. (Si alguien tiene ese clip, le agradeceré con la vida que lo comparta.)
Ganó Lagos y Lavín seguía respirando en la oreja de la Concertación. La agenda de la delincuencia hizo que cualquier intento de generar reformas democratizantes fuera descartado por lejano. El spin empresarial de mediados de los 90 había logrado su objetivo. Hasta ahora.
Esa operación estratégica volvió torpe a toda una generación de políticos, cuyo electorado cautivo solo pensaba en los temas domésticos e íntimos: incluso la primera Bachelet fue exitosa porque pudo darle la vuelta progresista al entramado seteado diez años antes que ella.
Muchos cambios no se hicieron no porque *no se pudiera*, sino porque ese discurso fue tan exitoso que permeó hasta prácticamente todo el espectro político. Mucha centroizquierda se confinó ahí. Si hablabas de algo comunitario y no íntimo, te marginaban; porque *no entendías*.
En el fondo, esta operación comunicacional buscaba (a lo mejor, quizá) dilatar lo más posible un conflicto social que terminara exigiendo el final de esta Constitución y que replanteara el rol del Estado bajo estas condiciones.
Regalo este tema, el de la política entre 1996 y 1997, para una investigación. Demás que alguien mejor capacitado que yo se saca un librazo con ese proceso político.
Olvidé un punto, el de los autocomplacientes. A mediados de los 90, la Concertación se divide en dos bandos (a distintas escalas, en todos sus partidos): los autoflagelantes y los autocomplacientes.
Autoflagelantes: más de izquierda, más desencantados de que la discusión sobre lo comunitario quedara fuera de la cosa pública.
Autocomplacientes: más conservadores/liberales, creían que la paz social se aseguraba en la medida que la economía marchara bien.
Los autocomplacientes estaban muy engrupidos con la frase «es la economía, estúpido», clave en el triunfo de Bill Clinton en 1992. Si la economía está bien, la comunidad no generará conflictos: lo que hay que evitar es el *conflicto*.
El conflicto era visto con aprensión por parte importante de la Concertación (todos los autocomplacientes y parte de los autoflagelantes) porque lo consideraban como una fuente de ingobernabilidad. Y cómo iba a ser posible transmitir aquello. El conflicto era tabú.
No querían que les dijeran que no sabían gobernar. Ese era el guion de la época. (Por eso, las manitos juntas en 2006, tras la Revolución Pingüina: más que marcar posturas ideológicas en torno a un conflicto, había que dar una señal rápida de gobernabilidad.)
Ya. Los autoflagelantes dominaron la *gestión del poder* durante la Concertación y se autoproclamaban los expertos en *controlar el conflicto*. Por eso, estaban ubicados especialmente en Interior y en la Segpres.
Adivinen cómo le fue a Bachelet cuando quiso poner a Paulina Veloso en la Segpres. Duró menos que un candy. ¿Por qué? Porque no era de las autocomplacientes.
El año 1997 fue clave. Se sinceró la fisura y paulatinamente surgieron desafecciones hacia la Concertación, siendo las más importantes las de la última década. El Frente Amplio es la diáspora más dura de la Concertación: nace en oposición a ella, al autocomplacentismo.
La crisis tras la parlamentaria de 1997 redibuja la forma como se entiende el poder tras los primeros años sin dictadura. Es como la segunda ola de la transición inacabada, por ponerle un apodo.
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