#CosasQuePasanEnLaGuardia #129. Sábado. Siete y cuarenta y cinco de la mañana. Llego y la fila ya es eterna. Gente separada por un metro y gracias, otros apilados, cada tanto alguno que se aleja casi el doble de lo necesario y se putea con todo el que se le (+)
(-) quiere meter en el buraco que deja. Charlan. Ladran por la espera. Tosen. Un par de bronquios rugen. Comen torta frita. Estornudan. Se paran solos contra la pared mirando el celular. Lo esconden cuando pasa una moto y vuelven a eso apenas desaparece. Un (+)
(-) chico se agarra la panza y pide un baño. El de seguridad lo guía y el pibe le ruega a la señora de atrás que le guarde el lugar. Ella hace que sí con la cabeza y charla con los que parecen ser sus hijos –dos adolescentes– que recitan “el que se fue a Sevilla” y se (+)
(-) adelantan. Dos mujeres de veinticortos toman mate, cada una con el suyo –uno chiquito de lata con manijas y flores rosas y violetas y otro grande recubierto de un cuero con animal print de vaca– aunque bastante pegadas a los mocos que caen del de adelante que (+)
(-) se baja el barbijo ante cada episodio de tos. Ellas como si nada, toman, chismorrean y alternan carcajadas; desentonan bastante con el paisaje.
Alguien tose a lo bestia a lo lejos. El sonido viene girando desde la esquina; la fila da la vuelta a la manzana. Tiemblo.
(+)
(-)
Un chico que no llega a los veinte se me acerca.
–Enfermera. ¿Cuándo viene el doctor? Estoy hace una banda.
Hace un ruido rasposo con la garganta –a moco, moco que se acumula, que se acumula y (+)
(-) se pone en posición para ser eyectado–, se baja el tapabocas de Racing y escupe al piso.
Miro la baldosa, a él –sonríe todavía con el tapabocas por la pera y me regala su paleta izquierda partida en chanfle–, vuelvo al moco –amarillento, espeso– y de ahí a los granos (+)
(-) que decoran la frente de este tan agradable ser.
–¿Te parece? –le gruño con la cabeza inclinada ligeramente hacia hombro derecho mientras mi palma extendida, tan oblicua como mi mano, remarca el asunto del moco.
(+)
(-)
–Era para mostrarle que no verseo, que sí estoy mal –se ríe otra vez–. Dele, no se ponga la gorra y llame al médico –junta las manos en un intento de rezo mentiroso y repite la sonrisa.
Le falta otro diente –creo que el colmillo– del mismo lado que la paleta en chanfle.
(+)
(-)
Yo me quedo mirándolo con toda la cara e tujes de la que soy capaz mientras le señalo que se suba el tapabocas.
–Dígale que se apure, dele –insiste.
–Dale, si veo a algún doctor le digo –giro y me mando para el costado de la UFU.
(+)
(-)
No sé si estará sonriendo o regalándome un fuck you por la espalda.

Entro. Una enfermera colombiana trajo café de sus pagos y el aroma me abraza apenas entro. Me ofrece un vaso. Lo agarro veloz y los ojos le sonríen. Doy las gracias y lo voy (+)
(-) tomando mientras dejo mis bártulos. Los músculos de los hombros se aflojan apenas desensillo. Me acuerdo de la fila de afuera y se vuelven a retorcer.
–Cobra lo mismo si te sentás –me larga desde la puerta de uno de los consultorios una voz masculina.
(+)
(-)
Apoyo el vaso sobre la silla y me apuro a abrazar al que reconozco como el Petiso pese a su disfraz de astronauta. No logro sacar cuentas de hace cuánto que no lo veo.
–Si andás necesitada de cariño y el rulo no te lo da, conseguite un cachorro, pero a mí no (+)
(-) me refriegues tus bichos –se ríe.
Se suelta rápido –mucho antes de lo que necesito– y me muero de ganas de zamparle otro abrazo. En vez de eso le pregunto que cómo lo viene llevando y responde con los hombros (+)
(-) en alto que se quedan ahí unos dos segundos y bajan resignados.
–No me provoca un orgasmo venir digamos, pero necesito morfar –pronuncia finalmente.
Subo y bajo la cabeza y él vuelve a su asiento dando por concluida la charla. A mí me (+)
(-) vendrían mejor tres horas de bardeo y risas, pero me conformo.
Me siento y me calzo las botas descartables encima de los suecos de goma cuyo chirrido casi que voy a extrañar (ya es parte de mí). Los envuelvo, ato los moños respectivos y paso a la cofia, (+)
(-) al N95, al barbijo quirúrgico y a otra cofia más. Al camisolín lo noto medio finito. Se lo comento a la enfermera y me sugiere que me encime dos, que vienen haciendo eso. Lo hago y sigo por los guantes. Voy por el segundo par cuando afuera una mujer grita que (+)
(-) vino a las cuatro de la mañana y que cuánto más va a tener que esperar. Aprieto el conducto auditivo hasta cerrarlo y vuelvo a lo mío.
Retomo el café. Ya está tibio, pero igual me viene bien. Saco mis antiparras de buzo y me (+)
(-) las calzo. Mi frente protesta. Sumo la máscara. Se queja aún más. Afuera la cosa explota en golpes y gritos. Las paredes de la UFU tiemblan casi tanto como yo y el cuello se me vuelve piedra. El Peti asoma la cabeza.
–Se armó el tole tole –anuncia.
(+)
(-)
Una enfermera entra agarrándose la mejilla. Se le escurren un par de lágrimas. Su compañera colombiana nos sugiere que no salgamos y llama a la policía. La otra relata que la mujer de las cuatro de la mañana se sacó cuando le informó que la atención no es (+)
(-) estrictamente por orden de llegada y que un viejito que respira feo iba a pasar antes. La tipa insistía con su horario de llegada, que estaba esperando hace mucho y que tenía que tener prioridad. Ella le remarcó que nosotros entramos a las ocho, que venir a las cuatro (+)
(-) fue decisión suya –que la UFU a esa hora está cerrada– y siguió con lo de que los más graves se atienden primero. Ahí la mujer le metió un cachetazo y el hijo –de treinta y tantos, obeso y tabaquista, con el pucho todavía entre los labios– revoleó una silla de (+)
(-) ruedas que se estampó contra la pared de la parte de admisión. El de seguridad les pidió que se comportaran y aparecieron otros hijos –parece que tiene como veinte– también gritando y exigiendo atención urgente que claramente no ameritaban. Golpearon paredes, (+)
(-) la mesa de adelante y hasta le manotearon el estetoscopio a la enfermera del triage y lo usaron de boleadora.
Para las ocho y veinte de la mañana no pudimos arrancar a atender: estamos atrincherados. Afuera la mujer sigue con sus demandas y otros tantos de la fila (+)
(-) se meten con que tiene que calmarse. Los gritos y estruendos varios aumentan y en eso llega la policía. Son dos, o al menos esos se ven desde la ventana de mi consultorio. Uno de los hijos de la mujer de las cuatro de la mañana se ve que se les planta, porque la madre le (+)
(-) pide, también a los gritos, que se calme. Terminan yéndose gran parte de los escoltas de la señora ante la amenaza de terminar en la comisaría. Ella se queda y un oficial pide, amablemente, pero sin razón, que la hagamos pasar, así se soluciona el conflicto. Le (+)
(-) contesto que no, que si el viejito respira mal el que pasa primero es él, que después si no hay nadie más grave irán entrando por orden de llegada y ahí la mujer grita de nuevo, ahora con la bandera de que esto es una falta de respeto.
(+)
(-)
Mi compañero abre la puerta de su consultorio de golpe y la hace chocar –ya no sé si sin querer o queriendo– contra una mesa sobre la que reposan los kits para hisopar.
–A ver la señora que grita –llama con voz más alta que la que usó ella todo este tiempo–. Pase por acá.
(+
(-)
Los policías se quedan apaciguando a los disconformes unos segundos y desaparecen. Yo me ocupo del viejito que parece que se va a desintegrar por el camino mientras pienso que el Peti pre-covid no hubiera cedido tan fácil.
(+)
(-)
El hombre –bajito, un poco de siempre y más por lo encorvado, de pelo blanco y escaso peinado hacia atrás con lo que parece ser gomina, de camisa blanca con pañuelo de seda bordó con puntos azules en torno al cuello, cinturón de carpincho con la hebilla plateada (+)
(-) de lustre impecable con tres iniciales, muy probablemente suyas, sobre un pantalón clarito sin la más mínima arruga, con un maletín de cuero marrón que tiembla tanto como su mano, tendrá ochenta y largos o noventa y cortos– llega a duras penas caminando hasta (+)
(-) la puerta de mi consultorio. Se agarra el pecho mientras avanza arrastrando los pies y frena cada par de pasos. Los ruidos se le escuchan apenas entra, así, sin estetoscopio; tiene un león en el pecho.
Habla entrecortado y se palmea el león. Le indico que se siente y (+)
(-) sube a la camilla con ayuda de una escalerita y de mi mano enguantada. Está pálido, empapado en transpiración y gracias si satura noventa cuando se calla, poco. Su frecuencia cardíaca no resulta tan alta solo por los medicamentos que toma para el corazón y, (+)
(-) en cuanto a su respiración, mete y saca aire mil veces por minuto, todas con una especie de gruñido. Fiebre no tiene –está helado– ni tuvo. Tampoco otros síntomas de Covid, solo empezó anoche con la falta de aire.
(+)
(-)
Se inclina hacia adelante y siento que se va a caer de la camilla, así que le ofrezco acostarse. Dice que no puede, que es peor, que desde ayer que tiene que dormir sentado y si se acuesta “Ve a Dios del otro lado”. Lo dejo así –la cola más adentro– y le escucho (+)
(-) la espalda: el león ruge grueso y silba y, además, está lleno de ruidos de sal sobre el fuego, ruidos de agua en el pulmón. Le tomo la presión. Está por la estratósfera.
–¿Es hipertenso, usted? –pregunto.
(+)
(-)
–Sí, pero eso hace mucho. Ahora vine por el covid –responde todavía entrecortado mientras se señala el pecho.
–¿Toma medicación para el corazón? –sigo.
–¿Y eso qué tiene que ver? ¿No ve que tengo covid? –inspira hondo como si no le (+)
(-) alcanzara el aire y lo larga en un rugido que me duele hasta a mí.
–Yo creo que esto es otra cosa –le informo mientras le hago señas a la enfermera colombiana para que se acerque.
Apenas viene, le pido en voz baja que consigan un camillero urgente y (+)
(-) que avise en la guardia que va un paciente delicado para cardio, que lo mando hisopado por las dudas, pero que parece un edema agudo de pulmón (un pulmón lleno de agua por la presión del señor muy muy alta y un corazón rígido). (+)
(-)
–Tenemos que correr –remato susurrando.
La enfermera baja y sube la cabeza mientras emite un “ahora mismo” y desaparece. Yo vuelvo con el señor al que le explico que para mí su cuadro es cardiológico mientras él insiste que le de antibióticos para su Covid. (+)
(-) Le digo que no se preocupe, que lo voy a hisopar y que, si llega a ser eso, se le va a hacer todo lo necesario. No le hablo de que los antibióticos no tienen sentido porque es un virus, que solo los usamos si pensamos que se sobreinfectó con una bacteria. Tampoco le (+)
(-) hablo de que su propio cuerpo es el que tiene que pelear, que apenas podemos acompañarlo y tratar las complicaciones que surjan en el camino. Solo le agarro la mano y le prometo que vamos a hacer todo lo que podamos para que se sienta mejor, eso mientras entorno (+)
(-) los ojos y ruego para adentro que no, que no tenga este bicho encima de su cuadro cardiológico, porque de ahí sí que sería muy poco factible que salga.
Voy rellenando la ficha para el hisopado mientras le pregunto al hombre acerca de sus (+)
(-) enfermedades y cada medicamento que toma. Saca del maletín una bolsa en la que hay un pastillero grande con cubículos con tapa para cada día de la semana. Las semanas –cuatro– se suceden una bajo la otra. Gran parte de los cubículos están abiertos y unas (+)
(-) cuantas pastillas –redondeadas, alargadas, blancas, amarillas, celestes, rosas, chiquitas, no tanto y hasta enormes– reposan en el fondo de la bolsa. Él la agarra de arriba cerrándola y la sacude cual botín de ladrón de banco; las pastillas bailan. (+)
(-)
–Todo esto tomo –el pecho ruge de nuevo.
Las pastillas están sueltas y gracias si reconozco la @spirineta y una que me confirma que toma para el azúcar, aunque asegura no ser diabético. Además, tiene una caja de muestra –casi vacía– de un fármaco para el (+)
(-) corazón –el responsable de que no esté taquicárdico– y otra de uno para la presión, esa ya sin pastillas. Las toma cuando se acuerda; el pastillero y la nieta ayudan, pero ella no va hace tres semanas porque se agarró “el covid” y la internaron. Desde ahí que hace lío, (+)
(-) un poco con los remedios y otro tanto con la comida. Fumar, no fuma ni lo hizo nunca, una buena.
Llega el camillero. La enfermera me acerca los hisopos y ahí mismo se los meto al señor por la nariz, uno a uno, lado a lado. Los introduzco luego en los tubos respectivos que (+)
(-) cierro y meto en las bolsas que me acerca la enfermera para, acto seguido, ayudar al señor –maletín y bolsa incluidos– a pasarse a la silla de ruedas.
Se lo llevan en medio de una salva de toses y rugidos y yo me pongo alcohol en gel en el (+)
(-) par de guantes de arriba, refriego las manos, descaro esos guantes y agarro el teléfono para llamar a la cardióloga y comentarle el caso.
La puerta del consultorio de al lado se abre. La señora de las cuatro de la mañana le agradece a mi compañero por haberla (+)
(-) atendido por su urgencia.
–La única urgencia era que se quería ir a desayunar con los nietos, digamos la verdad. Porque festejar un cumpleañitos y venir a gritar porque le pica la garganta, de urgencia no tiene un pelo –le larga mi compañero, (+)
(-) ya más parecido a como siempre fue.
Se hace una pausa y yo hago otra en el teléfono, atenta a si la señora lo putea o le revolea una silla. En vez de eso, la mujer se ríe y le dice que igual gracias. Él la manda al lugar del hisopado, limpia su camilla, las cosas y (+)
(-) llama al que sigue, uno que se acerca comiendo torta frita.
Me baño en alcohol y estoy por hacer pasar al próximo cuando aparece una mujer que no llega a los treinta –pelo teñido de rubio platinado con raíces negras y zapatos rojos con un taco del que estoy (+)
(-) segura de que me caería– con la frente sangrando cuya herida se comprime con un pañuelito de papel ya desbordado. Pide una curit@. Por la ventana del consultorio de al lado escucho a mi compañero que reclama tortas fritas por nuestra maravillosa atención. (+)
(-) Me río por un segundo por atrás de mis barbijos hasta que vuelvo a la mujer.
Dice que fue un choque frente-poste. Que creyó que le iban a robar y terminó “empostada” –usa ese término–, que solo necesita que la limpiemos y le demos una curita, (+)
(-) que su casa está lejos y no puede ir así por la calle –la van a mirar mal– y menos en el colectivo, que no la van a dejar subir. Yo la hago sentarse y le pregunto si perdió la conciencia o si está mareada; el golpe que se dio se ve feo. Ella asegura que no, que nada, (+)
(-) que es solo para una curita y yo insisto en que entre a la guardia así la evalúan bien y le dan un punto.
–Pero eso está que revienta de corona, dicen. No puedo entrar ahí –contesta.
Le explico que nadie la va a suturar en un consultorio al lado de un paciente con Covid, (+)
(-) que sí, hay que tomar recaudos en todos lados, pero que es evaluarla, darle un punto, hacerle una placa y si va bien, no mucho más. Que además acá es peor en cuanto al virus este, que estamos en la UFU.
–¿UFU? –entorna los ojos y baja las cejas con un perfilado perfecto.
(+)
(-)
–Donde se hisopan los casos sospechosos de covid –aclaro.
Apenas pronuncio eso, se levanta como catapultada y se va corriendo como si sus tacos fueran zapatillas de atletismo. Se choca contra una pared, recalcula y sigue su recorrido. (+)
(-) Intento que frene con un grito no tan fuerte en el que insisto con que es solo un punto y apelo a que no la van a dejar subir al colectivo como dijo. Ella ya se evaporó.

El que sigue resulta ser el del escupitajo. Llega con el tapabocas otra vez por la pera –la (+)
(-) paleta en chanfle disfrutando del vientito– y pregunta si no lo va a atender un doctor.
–Una doctora –le largo mientras señalo que se siente.
Viene por pérdida del gusto, del olfato, dolor de garganta y de cabeza. La tos empezó hace poco. (+)
(-) Hoy desayunó con su abuelo con el que vive y ayer cenó con amigos. Los síntomas los tiene hace cinco días y hoy viene a hisoparse porque a su amigo, que dio positivo hace diez y con el que compartió un faso el mismo día del hisopado, hoy lo internaron.
(+)
(-)
–Con oxígeno –aclara.
Lo reto. Arranco por el faso compartido –con el hábito ni me meto–, sigo por el que no se haya aislado y paso por la juntada con amigos. Con lo del abuelo –que resulta que es diabético, hipertenso y está haciendo quimio por un cáncer (+)
(-) de algo de la panza– casi que lo quiero cachetear. El se ríe.
–Usted es la enfermera que se puso la gorra –levanta las manos al costado del cuerpo con las palmas hacia el techo.
(+)
(-)
–La doctora –lo corrijo–. Soy la doctora que te está por meter los hisopos por la nariz así que más respeto, no se me vaya a ir uno para otro lado –ahora la que se ríe soy yo.
Él junta moco en la garganta. Lo amontona como antes y está a punto de bajarse el (+)
(-) tapabocas cuando lo hago salir.
–Te lo tragás o llamo a seguridad –lo prevengo.
Me mira, larga media sonrisa, traga y me regala un “Qué ortiva, enfermera”.

La mañana se va entre un hombre de setenta con apenas unos mocos que satura feo y (+)
(-) termina internado –vive solo y no sale. Una vecina le hace las compras y él limpia todo con lavandina como salió en la tele, aunque mejor porque “le pasa y le pasa” y el otro día hasta le destiñó una camisa buena. Así que se cuida. Apenas vio una tarde a un sobrino (+)
(-) que también se porta bien, así que seguro que no es el corona, pero vino por las dudas –, una familia de diez de los cuales uno seguro termina intubado –almuerzan los domingos, el primero se aisló en su pieza en la casa donde se juntan, pero salió para comer porque (+)
(-) estaba harto, eso sí, con distancia, asegura, aunque solo fuera de un metro porque el comedor no es tan grande, y con barbijo que en realidad es su tapabocas de una tela blanca translúcida toda apelotonada–, el del dolor de panza que al final recuperó su lugar –tiene (+)
(-) diarrea y tos y ruega que me apure para volver al baño–, la señora de los hijos vivos –los tres con síntomas leves, aunque seguro positivos–, las chicas del mate –primas, se vieron por la muerte de una tía, solo les pido placa por la tos y la taquicardia; la de una resulta(+)
(-) horrible–, el de la distancia exagerada –se pone alcohol en gel cada dos minutos, tiene las manos cuarteadas y sigue, apenas sale para trabajar y va y viene en auto, pero su compañero de trabajo resulta que se lo pescó y ahora él tiene mocos y no va a aceptar un (+)
(-) no por respuesta pese a que su compañero trabaje en un escritorio a cuatro metros porque sí, el baño lo comparten, y no, nadie limpia en el medio–, otra familia –padre, madre, dos hijos, un nieto y un yerno, todos con dolores musculares y de garganta, tres con diarrea, (+)
(-) el yerno con tremenda neumonía (joven sin factores de riesgo), pero que van a estar bien, según la madre, “porque ella es cristiana”–, unos cuantos con más susto que síntomas y uno que quiere hisoparse para volver a trabajar porque no tiene síntomas y que fue (+)
(-) contacto sumamente estrecho de una chonga “hace cuatro días ya” –aclara que el rato que pasaron juntos no fue mayor a media hora y yo pienso en lo triste que debe haber sido el encuentro–.
A la una y media el Peti se va a almorzar y un par protestan por la demora. (+)
(-) Les ladro que no me convertí en robot todavía y, apenas vuelve él, rajo a refugiarme en mi sándwich de milanesa napolitana y en una coca fría.
A la tarde una médica de la guardia del lunes cae –enfundada en su N95, barbijo (+)
(-) quirúrgico, camisolín y guantes– con su mamá que tiene casi tantos ruidos como el viejito de la mañana, aunque ahora no parece cardiológico el asunto. Un hombre de unos cincuenta –el que seguía en la fila– se me acerca con el pecho inflado y reclama que él (+)
(-) estaba antes mientras me envuelve en el humo de su cigarrillo. Le rujo que apague eso y se suba el tapabocas o llamo a seguridad y sigo con que la señora está peor y que además la hija se mata acá todos los lunes hisopando gente así que tiene prioridad.
(+)
(-)
–Como corresponde, claro –contesta, irónico.
La hija entra con la madre –regordeta, de pelo rojizo y rímel corrido– y me cuenta que la señora está así desde anteayer, que recién se lo dice ahora, que antes la mujer llamó a la (+)
(-) obra social varias veces y que, como solo tenía un síntoma, la mandaban a esperar pese a que ese síntoma fuera una tos potente. Que hoy agregó falta de aire y fiebre y ahí llamó a la hija, que no la había querido molestar porque sabe lo loca que anda con esto y que, (+)
(-) además, tampoco quería que la rete por haber ido a jugar a las cartas con las chicas.
La señora tiene una placa que grita COVID y satura feo, aunque, por suerte, no tanto como el hombre del pañuelo bordó. La paso a los lugares de hisopado, le meto los hisopos, uno a uno, (+)
(-) lado a lado, sin mucha queja. Le pido que espere, me descambio y me mando para la guardia a buscarle lugar; no hay ni un consultorio con oxígeno disponible; menos que menos, cama.
Me cruzo con la cardióloga. Dice que el viejito dio negativo y que está bastante mejor. (+)
(-) Lleno el pecho de aire, lo largo y le regalo un “menos mal”. Ella sube y baja la cabeza y desaparece.

Vuelvo a la UFU. La hija llama a medio mundo, pero tampoco consigue mucho. Pedimos la derivación, aunque dudo que salga, al menos no pronto.
(+)
(-)
–Por ahora aguanta, igual –me consuela la hija.
Se me frunce todo de pensar que soy yo la que tendría que estar consolándola a ella.
Arranco a ponerme un nuevo par de botas. La enfermera colombiana me frena y me convida otro café.
(-)
–A ser humanas un rato –me hace chin chin con el suyo.
Bajo la cabeza y doy un trago largo. El Peti se nos une, sin chistes ni ironías. Hace fondo blanco y se viste rápido para seguir atendiendo.
–Quedan demasiados. Si nos apuramos, tal vez salvemos a alguno de terminar (+)
(-) para el ojete –acota.
Yo respiro hondo, pienso en el viejito de la mañana y sonrío atrás de mi barbijo. Le ofrezco un café a la médica de los lunes y arranco a enfundarme otra vez en mi traje de astronauta.

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