#CosasQuePasanPorSerMédica #33. Me llama desesperado y me habla de Fulanita como si yo la conociera. Es su última novia made in Pandemia –ya van cuatro– y dice que con esta se va a casar. De la segunda dijo que era la mujer de su vida y a al mes era una “loca de mierda” que (+)
(-) no quería volver a ver. Todas fueron post Menganita. Menganita con la que estuvo diez años. Menganita que se fue a vivir a España con otro en medio de los planes del casamiento que se nublaron, según él, por el COVID. Menganita de la que no se habla.
(+)
(-) Son las ocho de la mañana de mi día libre tras treinta y seis horas de guardia y mis neuronas están en modo avión. Dice de que Fulanita se cuida, que no comparte el mate con nadie y él hasta le compró barbijos buenos. Sale solo para el trabajo y va en auto. Es esencial (+)
(-) ella, dice; trabaja en un laboratorio de cremas. Habla de que seguro que no es nada, pero necesitan saber por la hermana –de ella– que tiene algo con las defensas bajas. Viven juntas, aclara.
–¿Qué síntomas tiene? –le pregunto en modo zombie.
(+)
(-)
–Le duele mucho el cuerpo, dice que es como que corrió una maratón y yo la gasto con que ella solo corre al kiosco a comprar chocolates.
Pienso que extraño correr, que no salgo hace algunas semanas –tres por lo menos– porque llego, como, duermo, (+)
(-) trato de leer –me regalaron un libro que me atrapa bastante, pero igual no paso las tres páginas diarias cuando antes leía mínimo diez–, me duermo leyendo, me despierto del hambre, ceno sobras y vuelvo a dormir. También extraño los chocolates y al pote de dulce de leche (+)
(-) apenas le queda un culito. Hago una nota mental para comprar de los dos cuando me digne a moverme al chino (mi heladera está cada vez más vacía).
–¿Solo eso? –indaga la neurona del fondo que todavía no se durmió.
–Eso y la garganta que le raja.
(+)
(-)
Me imagino a una garganta con ojos corriendo al lado mío. Necesito dormir.
–Puede ser una faringitis miserable eso, eh… –acoto.
–¿Pero y la pérdida del gusto?
–¿Perdió el gusto?
–Sí. El gusto y el olfato. Y también se le parte la cabeza.
–¿No siente el gusto a (+)
(-) nada, nada? –insisto.
–A nada. Y tampoco huele mis pedos, es genial –estalla en una carcajada demasiado estruendosa para mi cerebro.
–Que se aisle de la hermana –lo corto–. Que se hisope y se aísle de la hermana porque eso es covid casi seguro.
(+)
(-)
–¿Vos decís? Mirá que se cuida.
–Eso es covid aunque no comparta mate –le ladro.
–Pero casi no sale –insiste.
–Casi.
–¿Entonces te la llevo ahora y me la hisopás?
–Estoy tratando de dormir.
–¿En un rato?
–Voy a dormir también. ¿No tiene prepaga?
(+)
(-)
–Es que le dicen que espere a tener fiebre, que si no se quede en la casa.
–Hmmm –pronuncian los músculos de mi garganta mientras se cierran en un sopor que pretende ser eterno.
–¿La llevo a la tarde? –presiona.
–No tengo hisopos acá.
(+)
(-)
–Compro. Te llevo eso y merengues –ofrece como en la secundaria que nos juntábamos a tomar mate y él venía con merengues con dulce de leche que preparaba la mamá.
Visualizo perfecto su sonrisa cómplice, ladeada hacia la derecha, de ese bigote poco poblado (+)
(-) que no se resigna a abandonar. Sonrío yo también.
–Que venga mañana al hospital –le ofrezco.
–¿No se lo podés hacer hoy? Te pagamos –implora.
–Hoy no tengo guardia. Además, hoy duermo. Que venga mañana.
–Dale, vamos. Gracias, ídola.
(+)
(-)
Quiero decirle que Fulanita puede venir sola, que él tiene que aislarse –por un lado de ella que seguro es positiva y, por otro, del resto del mundo porque es contacto recontra estrecho–, que además ella maneja y no está grave, que no se preocupe que no la voy a maltratar (+)
(-) ni nada, pero se me cierran los ojos y apenas llego a mandarle un pulgar en alto seguido de un “temprano” que ni sé si va a interpretar correctamente.

Al otro día me llama a las siete que ya están. Le contesto que entro a las ocho y que tengo para un rato hasta poder (+)
(-) verlos.
Protesta que le dije “temprano” y me informa que me esperan en el bar de la vuelta si no los echan porque ahora tiene algo de tos. “Bar con sospecha de Covid??? Te parece???”, le mando y me contesta con una foto de un bebé que da vuelta para afuera el (+)
(-) labio de abajo y sube y baja los hombros. “Esperen en el auto. Me apuro”, respondo y empiezo a taconear contra el piso del colectivo. El del asiento de al lado –que dormía desnucado con la boca abierta a más no poder– deja de babear y me mira con odio. Me disculpo y paso a (+
(-)tamborilear los dedos de la mano derecha sobre el muslo de mi ambo blanco. Una ráfaga de olor a exceso de suavizante me obliga a frenar. Hago una nota mental sobre volver a la marca de antes.

No entiendo si es la hora o el frío, pero en la UFU solo hay dos durmiendo (+)
(-) en los asientos tapados con camperas y frazadas –borrachos conocidos que viven en la calle– y otros dos nomás que esperan para hisoparse. Mi amigo viene con Fulanita y hago que la anoten. Mientras, me cambio y llamo al primero de los que llegaron antes. Tiene sesenta y tres(+
(-) y huele a abuelo buenito. Es diabético y lo visitó la hija que ayer dio positiva. Tose a lo loco, está con fiebre y el saturómetro marca sesenta que un poco es por lo frío de los dedos, pero bastante por lo horrible que está. Lo interrogo un poco más y lleno la ficha (+)
(-) mientras la enfermera llama al camillero. También es hipertenso y toma un vinito por día. ¿Una copa? No, una botella. Eso desde la cuarentena. Por lo menos no fuma ni fumó. Lo hisopo rápido y él, quietísimo, tanto que, si no fuera porque apenas me queda un cabito (+)
(-) del hisopo afuera, pensaría que lo hice mal. Revuelvo en sus mocos y salgo. Hago toda la parafernalia de meterlo en los tubos, de ahí a la bolsa y eso con la ficha a la enfermera; el camillero sigue sin venir. Llamamos de nuevo. Dicen que está en camino. El señor sigue en mi+
(-) camilla sentado con el tórax inclinado hacia adelante con las manos abrazándole los muslos y los huecos por encima de las clavículas que se hunden rápido.
Le pregunto por el teléfono de la hija. Saca el celular, toca un botón tras otro y termina (+)
(-) revoleando el aparato contra la camilla.
–No anda –ladra.
Le pido permiso y lo agarro. Se quedó sin batería. Pido prestado un cargador. No hay ninguno compatible. Le pido que por favor confíe en mí, que me deje el teléfono con la contraseña y el nombre de la hija, (+)
(-) que voy a tratar de comunicarme con ella. Baja la cabeza y me larga un “por supuesto” seguido de un “gracias”. Contraseña no tiene.
El camillero llega justo y voy con él. Mi compañero alto acaba de aparecer y pregunta si necesito ayuda. Le digo que no, que ahí vengo y (+)
(-) le pido al chico de limpieza que me repase el consultorio; el señor no tengo dudas de que es positivo.

–¿Tan temprano arrancamos? –me larga el emergentólogo mientras prepara la única cama que le queda en el shock-room–. Mínimo me vas a tener que traer un alfajor.
(+)
(-)
Le prometo eso y una coca y vuelvo con el hombre que me pregunta si va derecho al respirador. Le digo que sí, que está respirando muy rápido y que si esperamos es peor, que vamos a hacer todo para que esté bien y que no se preocupe, que le voy a avisar a la hija apenas (+)
(-) pueda. Él baja otra vez la cabeza y me pide que le diga que la quiere. Se me hace un nudo en la panza y se me escapa un abrazo. El hombre me palmea la espalda y no sé quién consuela a quién. Aprieto las muelas para que no se me escape ni una lágrima.
(+)
(-)
Me quedo hasta que lo duermen. El emergentólogo le mete oxígeno.
–Tiene un cuello lindo –intenta calmarme.
(Habla de que no parece que vaya a ser difícil intubarlo. )
Ahí sí que lloro.
(+)
(-)
La enfermera lo reta con que “no lo mufe” y yo me descambio y me alejo hacia la UFU.
Recién ahí respiro.

Llego a la UFU. El alto está en un consultorio con otra mujer bastante complicada y ladra por teléfono sobre cómo que no hay lugar adentro. (+)
(-) Le ofrezco ir a mirar, pero dice que en una hora parece que uno se deriva y cree que hasta ahí aguanta. Cierro los ojos y cuento hasta cinco.
Pispeo la fila. Ya dobla en la esquina. Voy para mi consultorio mientras respiro hondo una vez más. Me enfundo en el equipo (+)
(-) de protección de nuevo y llamo a Fulanita. Mi amigo viene con ella.
–No creía que eran tan en serio la cosa –dice él mientras se acercan.
–En realidad jugamos a los disfraces. Es la fiesta del astronauta –le ladro.
Se ríe y me pide que no me chive.
(+)
(-)
Pasa a los merengues. No consiguió, pero promete que mañana me trae.
–No vivo acá adentro, te cuento –le ladro y casi que festejo por dentro que mañana voy a dormir gran parte del día.
–Bueno, a tu casa.
–Vos tenés que estar aislado –sigo.
(+)
(-)
Fulanita nos mira. Me presento –breve introducción sobre de dónde conozco a su novio incluida– y me abraza por encima del EPP. Mis brazos se quedan extendidos al costado del cuerpo y apenas le palmeo la espalda. Me suelta con un “ya nos vamos a hacer amigas” y le (+)
(-) pregunto cómo se siente sin contestar por sí o por no.
–Maratonista –se ríe y explica que le duele todo el cuerpo.
Trae un barbijo quirúgico: se lo consiguió él ayer. Antes usaba un “barbijo de Neoprene con una válvula copada pero lo metió a lavar”, (+)
(-) aclara mi amigo y le retruco que eso no es un barbijo y que mejor estos.
–¿Estás segura? Mirá que el otro es power –hace un brazo de gimnasio como el simbolito de whatsapp.
Revoleo los ojos y sigo con ella. Tiene veinticinco, pestañas con algo raro hecho –parecen una (+)
(-) rama de ese plumerito blancuzco con el que jugábamos de chicos con mis primos cuando íbamos al campo de mi tío abuelo. Un plumerito teñido de negro encima de los párpados – y sueña con ser una actriz famosa; aclara que por ahora está en proceso. (+)
(-)
Parece que se bañó en un perfume demasiado frutal para mi gusto; aprieto las fosas nasales detrás de los dos barbijos e igual lo huelo. Me dan ganas de preguntarle cuál es para no comprarlo nunca; me contengo en pos de acelerar la cosa.
(+)
(-)
Ella le dice “bombón” y él, a ella, “bombona”. Fuma “poco”, no toma alcohol “porque engorda” –aunque a los chocolates les entra con ganas, aclara mi amigo– y tiene las trompas ligadas. Él, que siempre dijo que iba a tener una familia grande como la suya, me asegura, (+)
(-) sin que le pregunte, que tampoco quiere hijos. No digo nada.
En cuanto los síntomas, ninguno grave. Una tos seca mínima, dolor muscular, de cabeza, de garganta y perdió el gusto y el olfato. El examen físico le da perfecto y la paso al lugar de (+)
(-) hisopado mientras le indico a mi amigo que espere afuera y lo reto con que de verdad se tiene que aislar.
–Juntos. Juntos hasta el altar y de ahí a la muerte –hace un corazón con los dedos y se ríe.
(+)
(-)
–Ah, pero te volviste bastante idiota en estos meses que no nos vimos –lo gasto–. Espero que no sea contagioso.
–Más que el covid. Es la covidiotez –se ríe.
Entro con los hisopos y le explico a Fulanita paso por paso lo que voy a hacer. Dice que sí y tira (+)
(-) la cabeza para atrás al punto de que parece que se le va a quebrar el cuello. Le pido que lo enderece y lo hace apenas.
–Permiso –pronuncio mientras la acomodo.
Enseguida vuelve con la cabeza para atrás. Le indico que no, que la enderece y habla de que a (+)
(-) “Lali” la hisoparon así y que no sintió nada. Le contesto que, si no sintió nada, el hisopado está mal hecho, que al tocar atrás molesta y el camino hasta que llega también y que voy a necesitar que se quede bien quieta porque si no, no va a servir la muestra. Ella me mira(+)
(-) con los ojos bien abiertos y no asiente ni niega. Solo se saca el barbijo con unas uñas fucsias impecables –no sé si esculpidas, gelificadas o qué cuernos– que le envidio bastante. Estoy a punto de decirle que no, que se lo ponga tapando la boca y con la nariz afuera, (+)
(-) pero esto ya viene eterno y la fila es larga, así que arranco.
–Ahora voy a entrar con el primer hisopo –explico mientras avanzo la mano–. Tengo que llegar bien al fondo porque si no, no sirve y te tenés que quedar bien quietita –repito ya no sé si por (+)
(-) tercera o cuarta vez.
Sigue muda. Mira mi mano y se va poniendo bizca. El hisopo puertea –como diría el Peti– y ella me agarra la mano.
–No. No. No. Pará. Pará. Pará –tose la misma cantidad de veces que repitió las palabras y me frena–. No estoy lista para esto.
(+)
(-)
–Son unos segundos. Entra, doy unas vueltitas y sale –la apremio mientras me pongo más de costado todavía así no me baña.
Ella cierra los ojos, junta las manos –los dedos y hasta las uñas– en forma de rezo y respira hondo.
(+)
(-)
–Está bien. ¡Vamos las pibas! –se ríe.
Yo vuelvo a lo mío. Llego a avanzar medio centímetro más antes de que empiece a gritar –a gritar, toser y hacer unos sonidos guturales con la garganta– que se lo saque. En el fondo de mi cabeza resuena el Peti preguntándome si al (+)
(-) coger gritará lo mismo.
–Todavía no llegué –le aclaro con la mano quieta–. Falta apenas. Si no, no va a servir la muestra.
Ella cierra los ojos, parece que cuenta hasta cinco como hago yo, y me dice que “dale nomás”.
Avanzo otro tanto, ya casi estoy y ella arranca (+)
(-) a gritar que no puede, que basta, que esto es inhumano. Hace arcadas, me agarra la mano y tira para extraer el hisopo de su nariz. Yo la pongo firme y le gruño un “soltame” mientras apelo a todo el temple del que soy capaz para decirle que si tira así le puedo romper (+)
(-) su tan perfecta nariz y que no creo que le convenga para la tele.
–Bueno, pero lo sacás –me libera la mano finalmente.
Le contesto que no tengo problema, que yo lo saco, que es ella la que necesita saber si es positiva o no por la hermana, no yo.
(+)
(-)
–Tiene que haber otra forma –pucherea.
Le digo que no, que todavía no aprendimos a diagnosticarlo por telepatía y me mira con cara de que ya no vamos a ser amigas. Yo la apremio para que decida qué hago, porque todavía falta el otro lado y tengo una fila larga de gente (+)
(-) por ver.
–Está bien. Perdón. Voy a ser valiente –promete con los dedos que hacen un intento de gesto de boy-scout.
Ahora sí que entro hasta el fondo y llego a darle tres vueltas al hisopo hasta que ella grita que lo saque, que es una tortura. Salgo en medio de una (+)
(-) tormenta de toses y escupitajos.
Lo meto en el tubo y le digo que el otro hisopado no se lo voy a hacer –no así, le aclaro–, que si este da negativo no descarta (le hice el test rápido antigénico que es rápido, pero menos sensible, o sea que si tiene poco virus no lo (+)
(-) detecta; falta la PCR que es “la posta”, como diría el Peti, pero que tarda bastante más el resultado) y que tendrá que ir por la prepaga a hacerse una PCR.
–No, por favor, por favor. No me hagas esto –me agarra de la muñeca con sus uñas impolutas y (+)
(-) promete que se va a portar bien.
Apela a su hermana, que resulta que está inmunosuprimida por una artritis reumatoidea heavy, a lo mucho que me quiere mi amigo y a mi vocación de médica y yo acepto solo para que desaparezca de mi vista lo más pronto posible.
(+)
(-)
En el siguiente hisopado no avanzo ni hasta la mitad de la fosa nasal. Tose, carraspea, me grita que “no sea Hitler” y se lo saco. Le digo que ya está y ruego que el test rápido sirva. Ella sonríe y me larga que “este no dolió tanto” mientras se recoloca el barbijo con las(+)
(-) tablas al revés; ni le digo nada. Salimos y mi amigo me promete doble ración de merengues. Lo mando a aislarse y a ella también, aunque aclaro que no juntos.
–Pero son muchos días –bebotea ella.
–Son más si alguno termina intubado por boludo –le contesta mi pato volado.
(+)
(-)
Se están yendo cuando se me ocurre preguntarles si tienen un cargador de celular. Él tiene uno en el auto que va perfecto para el teléfono del señor; lo busca y me lo acerca. Fulanita lo espera en el coche y él indaga sobre qué me pareció. Enchufo el teléfono sin (+)
(-) contestarle.
–¿Vos decís que no me tengo que casar con ella? –se ríe.
Le regalo unas cejas en alto y un revoleo de ojos.
El aparato prende y busco a la hija del señor. La llamo y me atiende con un “Hola, pa” que hace que se me retuerzan otra vez las tripas. (+)
(-) Le explico quién soy, que su papá está internado y que hubo que conectarlo al respirador, que mi compañero está haciendo todo lo posible para que mejore, pero que está bastante delicado.
–¿Pero se va a morir? –llora.
(+)
(-)
Le prometo que vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para que eso no pase y le informo que voy a dejar su número anotado en la historia clínica así la llaman con el parte. Le hablo también por las cosas del señor, que van a quedar bajo llave y si puede mandar (+)
(-) a alguien a buscarlas. Me pide de venir a verlo “total ella es positiva” y le explico que en el área en la que está él no se permiten visitas. No ahondo en que ella tiene que estar aislada y que no debería pasear su covid para venir hasta acá (vive a dos colectivos por lo (+)
(-) que me comentó el padre), solo paso a lo lindo –lindo y terrible a la vez–, a que su papá me pidió que le dijera que la quiere.
–Es mi culpa –se larga a llorar–. Yo se lo llevé.
–Es culpa de este virus de porquería –le digo en un intento de consuelo que sé que no es tal–,(+)
(-) pero vamos a hacer todo lo posible para que vaya bien, eso es lo importante.
Me despido y cuelgo el teléfono. Mi amigo desde la puerta del consultorio estira la mano y le echa alcohol al cargador de punta a punta mientras repite su “no sabía que la cosa venía tan así". (+)
(-) Promete ración triple de merengues. Yo me muero de ganas de prenderme un pucho.

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