El monasterio de Santa María de las Cuevas se fundó a las afueras de Sevilla.
La acumulación de arcillas en la orilla derecha del río hizo que los almohades se dedicaran a la alfarería en ese lugar.
Los restos más antiguos de la zona son hornos almohades a los que los cristianos denominaron "cuevas".
En 1248 se halló una imagen de la Virgen María en una de las cuevas que probablemente los cristianos ocultaron en época del integrismo islámico, almorávide o almohade.
En ese lugar se construyó la ermita de Santa María de las Cuevas, gestionada por franciscanos, en la que se colocó la imagen.
Ruy González de Medina, caballero veinticuatro de Sevilla y tesorero de la Casa de la Moneda, había conocido a la Orden de los Cartujos.
Aconsejó al arzobispo de Sevilla, Gonzalo de Mena y Roelas, que fundase un monasterio en el lugar de la ermita. En 1400 llegaron los primeros cartujos.
Es uno de los cuatro monasterios cartujos que hay en Andalucía.
Está completamente rodeada por un grueso muro de 1,5 km de longitud y 2,5 m de altura, apoyado internamente por contrafuertes, porque ha sufrido muchas inundaciones.
Las dos puertas principales disponen de gruesas acanaladuras para detener el paso del agua.
La Puerta del Río fue obra de Diego Antonio Díaz en 1759 y posee pináculos vidriados y azulejos de los siglos XVII y XVIII.
La configuración actual de la Puerta de Tierra data de 1759 y fue elaborada por el maestro mayor de la Cartuja Ambrosio de Figueroa. Tiene forma de arco de triunfo con una hornacina con talla en piedra de la Virgen y el escudo del fundador.
Las celdas de los legos se ordenaban alrededor de un gran patio junto al que estaban las dependencias de servicio del monasterio, como graneros y almacenes.
La muerte del Arzobispo durante una epidemia dejó al monasterio sin dinero, ya que la suma reservada por Gonzalo de Mena fue confiscada por el regente Fernando de Antequera para financiar sus campañas militares.
En 1410 Per Afán de Ribera el Viejo, adelantado y notario mayor de Andalucía, asignó al monasterio rentas provenientes de sus fincas agrícolas para sufragar la construcción de la iglesia a cambio de tener en ella enterramiento para él y para su familia.
En el s. XVI la Cartuja era autosuficiente gracias a las enormes propiedades que había recibido en donaciones. Una de ellas fue el Cortijo de Gambogaz, uno de los mejores del Bajo Guadalquivir, hoy propiedad de la familia Queipo de Llano.
Allí cultivaban el trigo porque el espacio de las huertas del monasterio no era suficiente para cultivos extensivos. Sin embargo, el trigo se molía dentro del monasterio.
Molino de harina cartujo al que se superpone otro molino, ya de época Pickman, para molturar cuarzo.
Tenía dos hospederías, una para peregrinos y otra para las visitas ilustres.
Colón residió en la Cartuja de Sevilla cuando iba a la ciudad y trabajó en su biblioteca. Trabó amistad con fray Gaspar Gorricio de Novara, que fue albacea testamentario de Colón.
En 1509 Diego Colón mandó trasladar los restos del Almirante al monasterio de la Cartuja y, tras reposar en otra zona, fue enterrado en la Capilla de Santa Ana en 1523, aunque hoy está enterrado en la catedral de Sevilla.
María Josefa Pickman y Martínez de la Vega, viuda del marqués de Pickman, mandó colocar un monumento a Cristóbal Colón en 1887 en los jardines.
En 1526 se enterró allí a Diego, hijo de Colón.
Cristóbal Colón o su hijo Hernando plantaron un ombú (Phytolacca dioica) en el monasterio. Hernando Colón dedicó parte de su finca junto al Guadalquivir, extramuros de la ciudad, a plantar un jardín botánico con cientos de especies traídas del Nuevo Mundo.
Entre ellas, ombús, que fueron arrasados en 1902 a pesar de las protestas de los ciudadanos.
Quedó el de la Huerta Chica del monasterio de la Cartuja, que fue maltratado hace décadas, como cuenta @RicardoLibrero en este artículo de @alamedera
Tal vez haya más ombús de la época de Colón, pero algunos se pueden ver en Sevilla, en el Paseo de las Delicias, en el Parque de María Luisa, en los jardines del Alcázar y en los de San Telmo. También en la Torre de Doña María, en Dos Hermanas.
El que plantó Pedro Larios al regresar de uno de los viajes de Colón, en el antiguo monasterio de San Juan de Morañina, en Bollullos Par del Condado, fue quemado por los incívicos.
Por el monasterio de La Cartuja pasaron todos los reyes que visitaban Sevilla. Fue retiro espiritual de Felipe II y allí estuvieron Arias Montano y Teresa de Jesús.
El Monasterio se enriqueció con obras de arte de Alejo Fernández, Durero, Aprile de Carona; Martínez Montañés, Juan de Mesa, Murillo, Alonso Cano , Zurbarán, Pedro Roldán, Duque Cornejo, y muchos otros, pero sus obras fueron saqueadas durante la ocupación napoleónica.
El Conde-Duque de Olivares, que utilizaba la política como una herramienta de la codicia, se apropió de la Cartuja hasta que fue devuelta la propiedad a los cartujos tras diez años de litigios.
El retablo mayor de la capilla de Afuera fue construido por Francisco de Acosta el Mayor hacia 1780. Probablemente también hizo el retablo mayor de la capilla de San José de Sevilla. La cúpula de esta capilla es de Ambrosio de Figueroa.
A través de una escalera se accede al camarín de la Virgen de las Cuevas.
En 1809, ante la amenaza napoleónica, los ciudadanos ingleses, como la familia Wiseman, abandonaron Sevilla.
En 1810, con el enemigo a las puertas, los frailes se llevaron en barco algunos objetos de valor del monasterio a Cádiz para evitar que fueran expoliados, pero el barco fue interceptado por los franceses en Sanlúcar de Barrameda y su contenido fue saqueado.
Otro grupo de frailes se llevó tesoros artísticos a Portugal para salvarlos, pero el regente, Juan de Portugal, los fundió para acuñar moneda.
Los soldados napoleónicos saquearon lo que quedaba en el monasterio.
En contra del acuerdo de rendición de la ciudad, en 1811 el mariscal Soult destinó el convento a cuartel de artillería y sede administrativa del ejército quitando su función y hasta su memoria religiosa.
La iglesia fue usada como almacén de víveres o como cuadra, la sacristía como carnicería, la capilla del Capítulo como bodega, la capilla de Santa María Magdalena como botica, el refectorio como almacén de grano. En el cementerio del monasterio construyeron una cocina.
La familia Pickman se dedicaba a la exportación desde Liverpool de loza y cristal a España a través de sucursales en las ciudades con puerto de mar, mediante las que accedía fácilmente al comercio con el interior.
En 1822 Charles Pickman llegó a Cádiz para continuar con el negocio iniciado por su hermano fallecido. Los elevados aranceles que gravaban la importación de loza hizo que montase una fábrica en España con métodos novedosos, como ya hiciera Nathan Wetherell décadas atrás.
Charles Pickman convirtió el monasterio, desamortizado en 1836, en su fábrica de loza en 1841, para lo que reutilizó los edificios existentes sin ningún cuidado.
No era un conservador del patrimonio, sino un depredador. Todos los espacios al aire del monasterio quedaron cubiertos por tejados, lo cual también era interesante por el sol sin misericordia del largo verano de Sevilla.
La fábrica tenía su propio puerto para importar materias primas, incluido carbón inglés que mantenía la temperatura estable, y para exportar sus productos.
Quedan cinco enormes hornos con forma de botella de diseño inglés, de los diez que llegaron a existir.
El afán de los Pickman en convertirse en aristócratas, como aquellos para los que hacían las vajillas, hizo que comprasen para su casa de la plaza Alfaro la portada plateresca, del s. XVI, de la casa de la Teba, en Úbeda. En 1873 Amadeo I otorgó a Carlos el título de marqués.
La conocida como "ventana del diablo", un juego visual del arte de la forja, pertenece a su casa.
La familia Pickman tuvo buena relación con los conventos. Por ejemplo, donó mobiliario, como estos armarios, al monasterio de nuestra señora de Loreto, en Espartinas.
Charles Pickman cedió unos terrenos para hacer un "cementerio de los ingleses", que no eran católicos sino anglicanos, cerca del camino de San Jerónimo, casi frente del hospital de San Lázaro, pero al final no se construyó en ese lugar, sino en este otro:
San Juan de Morañina es un monasterio hecho de olvido.
Está perdido en todos los sentidos, y por eso es normal que no lo conozcas, aunque tal vez lo hayas visto un instante al volver de la playa, como salido de un sueño, con sus tejados de luz y de viento.
Los franciscanos aceptaron abandonar su Ermita de las Cuevas para que llegasen los Cartujos a cambio de la parroquia de San Juan de Aznalfarache y la ermita de San Juan de Morañina para construir allí un convento. Es muy posible que se llevasen la imagen hallada en “las cuevas”.
Lo que ocurrió con la ermita de Las Cuevas lo cuento en este hilo:
Nos rasgamos las vestiduras con la barbaridad que cometen los políticos en el yacimiento de La Joya (Huelva), donde construirán grandes edificios, pero ocurre porque los ciudadanos hemos permitido esos desmanes en el pasado. Por ejemplo, en Montelirio.
La zona arqueológica de Valencina-Castilleja de Guzmán era la que poseía más “tholoi” de Europa, pero ya no. Los destruyeron porque los políticos creen (saben?) que sus votantes son ἰδιώτης [idiotes] (1) y ellos no tendrán consecuencias penales ni políticas.
La existencia de esas grandes tumbas se debe al desarrollo de la metalurgia, una de las innovaciones más importantes en la historia de la Humanidad, gracias a que se encuentran cerca de la Faja Pirítica Ibérica y de lo que fue la enorme ría del Guadalquivir.
El comercio en el Mediterráneo Oriental estaba gestionado en su mayor parte por los minoicos. Era un comercio internacional de la zona, salvo por el estaño, que llegaba de Afganistán.
Por ejemplo, la daga hallada en la tumba de la princesa Ita, hija del faraón Amenemhat II, concentra todo el arte con productos de diferentes lugares del Mediterráneo Oriental.
El estallido de la isla de Tera, actual Santorini, provocó la destrucción del mundo minoico y la ocupación de Creta por el mundo micénico, que amplió el ámbito del comercio hasta la Península Ibérica.
La embajada Keichō, enviada desde el Japón feudal a España, estuvo en Espartinas durante trece meses. Algunos de los miembros de la embajada estarían en el Monasterio de Loreto, la casa espiritual de Luis Sotelo, el promotor de la embajada.
Otros miembros de la embajada se quedarían en la Hacienda Mejina, donde Luis Solano tenía su casa terrenal:
El monasterio se encuentra en un entorno romano(1) junto a una torre defensiva mudéjar, conocida como Torre Mocha, la única de su tipo en el Aljarafe, de época de don Fadrique, hermano de Alfonso X. Está situada en un lugar estratégico.
La embajada Keichō, dirigida por el samurái Hasekura Tsunenaga (1571-1622), llegó a Sanlúcar el 6 de octubre de 1614. Antes de ser alojados por el conde de Salvatierra (1570-1618) en el Alcázar de Sevilla*, estuvieron en la Hacienda Mejina, en Espartinas, con toda probabilidad.
El promotor de la embajada era el franciscano Luis Sotelo (1574-1624), misionero en Japón que en 1612 entró en contacto con Date Massamune (1567-1636), daimyō de Sendai, que envió la embajada a España porque quería tecnología española y los ingresos del comercio internacional.
Probablemente llegaron desde Coria, donde se fabricaban las tinajas de barro para el aceite, por la Vereda de la Carne, desde la ensenada del río Pudio.
El Templete de la Cruz de San Onofre, en Sevilla, está hundido en el tiempo del olvido. Hoy es una de las muchas tumbas en las que yacen nuestros recuerdos. Es como una miga que ha quedado en el mantel de la modernidad en la que todos han olvidado el banquete.
Es un grano de piedra que no se entiende en un mundo de hierro y cemento.
Hoy se puede ver desde el apeadero de San Jerónimo, entre las vías del ferrocarril y la SE-30, que han dejado al templete de San Onofre en un agujero ruin.
Estamos en un espacio sagrado envilecido por las escaleras metálicas y por el escandaloso plástico rojo de los letreros de la estación.
Hombres cansados que se marchan de Sevilla lo miran indiferentes desde el tren, tras los cristales empañados, sin hacerse preguntas