San Juan de Morañina es un monasterio hecho de olvido.
Está perdido en todos los sentidos, y por eso es normal que no lo conozcas, aunque tal vez lo hayas visto un instante al volver de la playa, como salido de un sueño, con sus tejados de luz y de viento.
Los franciscanos aceptaron abandonar su Ermita de las Cuevas para que llegasen los Cartujos a cambio de la parroquia de San Juan de Aznalfarache y la ermita de San Juan de Morañina para construir allí un convento. Es muy posible que se llevasen la imagen hallada en “las cuevas”.
Lo que ocurrió con la ermita de Las Cuevas lo cuento en este hilo:
San Juan de Morañina, entre Bollullos y Almonte, se edificó en el año 1400 sobre una ermita dedicada a San Juan Bautista, por lo que fue una de las más antiguas de la Orden Franciscana en la actual provincia de Huelva, del Condado de Niebla, propiedad de la Casa de Medina-Sidonia
En su interior recibía culto la imagen de Santa María de Morañina, que sería la devoción mariana de Bollullos Par del Condado, Almonte y los pueblos de la comarca durante los siglos XV y XVI.
En 1603, la imagen fue llevada al nuevo convento franciscano de la Virgen de Consolación, en la calle Sol de Sevilla.
Que se llevasen esa imagen milagrosa posibilitó que apareciese la devoción por la Virgen del Rocío.
Pocos años después de vender el monasterio y las tierras volvieron a él y pidieron que las administraciones se lo regalasen, a lo que accedieron.
Es un episodio de una desvergüenza comparable al de las empresas que compran gobiernos mediante "puertas giratorias".
El monasterio se asienta sobre una suave loma desde la que se divisa la población de Bollullos par del condado y se controla un amplio territorio. Se encuentra en el largo camino que venía desde Sanlúcar de Barrameda y pasaba por Almonte.
Tenía un ombú, como el que plantó Colón o su hijo Hernando en el monasterio de Santa María de las Cuevas, pero de él no queda ni el tocón.
Desde aquí, este catalán que ama a Andalucía, protesta por lo que le hacen a su patrimonio.
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El monasterio de Santa María de las Cuevas se fundó a las afueras de Sevilla.
La acumulación de arcillas en la orilla derecha del río hizo que los almohades se dedicaran a la alfarería en ese lugar.
Los restos más antiguos de la zona son hornos almohades a los que los cristianos denominaron "cuevas".
En 1248 se halló una imagen de la Virgen María en una de las cuevas que probablemente los cristianos ocultaron en época del integrismo islámico, almorávide o almohade.
En ese lugar se construyó la ermita de Santa María de las Cuevas, gestionada por franciscanos, en la que se colocó la imagen.
Ruy González de Medina, caballero veinticuatro de Sevilla y tesorero de la Casa de la Moneda, había conocido a la Orden de los Cartujos.
Nos rasgamos las vestiduras con la barbaridad que cometen los políticos en el yacimiento de La Joya (Huelva), donde construirán grandes edificios, pero ocurre porque los ciudadanos hemos permitido esos desmanes en el pasado. Por ejemplo, en Montelirio.
La zona arqueológica de Valencina-Castilleja de Guzmán era la que poseía más “tholoi” de Europa, pero ya no. Los destruyeron porque los políticos creen (saben?) que sus votantes son ἰδιώτης [idiotes] (1) y ellos no tendrán consecuencias penales ni políticas.
La existencia de esas grandes tumbas se debe al desarrollo de la metalurgia, una de las innovaciones más importantes en la historia de la Humanidad, gracias a que se encuentran cerca de la Faja Pirítica Ibérica y de lo que fue la enorme ría del Guadalquivir.
El comercio en el Mediterráneo Oriental estaba gestionado en su mayor parte por los minoicos. Era un comercio internacional de la zona, salvo por el estaño, que llegaba de Afganistán.
Por ejemplo, la daga hallada en la tumba de la princesa Ita, hija del faraón Amenemhat II, concentra todo el arte con productos de diferentes lugares del Mediterráneo Oriental.
El estallido de la isla de Tera, actual Santorini, provocó la destrucción del mundo minoico y la ocupación de Creta por el mundo micénico, que amplió el ámbito del comercio hasta la Península Ibérica.
La embajada Keichō, enviada desde el Japón feudal a España, estuvo en Espartinas durante trece meses. Algunos de los miembros de la embajada estarían en el Monasterio de Loreto, la casa espiritual de Luis Sotelo, el promotor de la embajada.
Otros miembros de la embajada se quedarían en la Hacienda Mejina, donde Luis Solano tenía su casa terrenal:
El monasterio se encuentra en un entorno romano(1) junto a una torre defensiva mudéjar, conocida como Torre Mocha, la única de su tipo en el Aljarafe, de época de don Fadrique, hermano de Alfonso X. Está situada en un lugar estratégico.
La embajada Keichō, dirigida por el samurái Hasekura Tsunenaga (1571-1622), llegó a Sanlúcar el 6 de octubre de 1614. Antes de ser alojados por el conde de Salvatierra (1570-1618) en el Alcázar de Sevilla*, estuvieron en la Hacienda Mejina, en Espartinas, con toda probabilidad.
El promotor de la embajada era el franciscano Luis Sotelo (1574-1624), misionero en Japón que en 1612 entró en contacto con Date Massamune (1567-1636), daimyō de Sendai, que envió la embajada a España porque quería tecnología española y los ingresos del comercio internacional.
Probablemente llegaron desde Coria, donde se fabricaban las tinajas de barro para el aceite, por la Vereda de la Carne, desde la ensenada del río Pudio.
El Templete de la Cruz de San Onofre, en Sevilla, está hundido en el tiempo del olvido. Hoy es una de las muchas tumbas en las que yacen nuestros recuerdos. Es como una miga que ha quedado en el mantel de la modernidad en la que todos han olvidado el banquete.
Es un grano de piedra que no se entiende en un mundo de hierro y cemento.
Hoy se puede ver desde el apeadero de San Jerónimo, entre las vías del ferrocarril y la SE-30, que han dejado al templete de San Onofre en un agujero ruin.
Estamos en un espacio sagrado envilecido por las escaleras metálicas y por el escandaloso plástico rojo de los letreros de la estación.
Hombres cansados que se marchan de Sevilla lo miran indiferentes desde el tren, tras los cristales empañados, sin hacerse preguntas