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Iván Olano Duque @IvanOlanoDuque
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Hay dos argumentos habituales en esta campaña: que el uribismo crecerá por temor a Petro, y que este tiene “un techo muy bajo”.

Y no sólo son tristemente mecánicos; además son errados.

Un comentario sobre techos y suelos, antes de hilar sobre lo realmente importante... 👇
Partamos de un hecho objetivo: de las últimas 4 elecciones presidenciales, 3 las ha ganado el uribismo, y en ninguna de ellas el adversario directo fue Petro.

Decir ahora que el uribismo puede ganar porque Petro se presenta a las elecciones no sólo es un error: es un engaño.
Porque lo cierto es que el uribismo sigue siendo una fuerza importante.

-Lo es en términos económicos (latifundistas que se han beneficiado del conflicto y que por tanto le temen a una revisión de la propiedad rural).
-Lo es en términos de régimen (como en su origen, el uribismo aún tiene capacidad para hacerle el trabajo sucio a la vieja oligarquía; les sirve como última trinchera de defensa. Además, no es gratuito que el suyo sea el candidato más abiertamente neoliberal).
-Y lo es en términos sociales (una base social significativa, heterogénea, que sigue viendo en Uribe el símbolo casi mitológico de diversas reivindicaciones, y a la que no le preocupan las investigaciones, los asesinatos, el carácter mafioso de su líder).
De modo que el uribismo es una fuerza con un importante sustento material y cultural.

Pero aunque el establecimiento (extremo centro incluido) lo use como “el coco” que nos obliga al silencio, hay que saberlo: está en declive y es la fuerza con el techo electoral más sólido.
Lo podemos comprobar: a pesar de todos los años de unanimidad mediática y frenesí autoritario, su promedio de votos en relación al potencial total es bajo.

En otras palabras, Uribe fue el mediocre ganador de varias elecciones en las que el abstencionismo fue superior al 50%.
¿De dónde viene entonces el mito de Uribe como alguien con capacidad de arrasar al menor descuido?

Ya lo he dicho: ese es justo el rol que le asigna el establecimiento (y por el que le conviene tanto su existencia): servir de amenaza para frenar el cambio.
Vamos ahora al segundo argumento: el lugar común (sobre todo del “extremo centro”) de que “Petro tiene un techo muy bajo”.

Se basan, sobre todo, en una especulación y una evidencia.
La especulación es la siguiente:

“Colombia, a diferencia del resto del mundo, es incapaz de asumir procesos transformadores. Quizás en el futuro, pero ahora no”.

Es un derrotismo interesado y pusilánime. Si lo aceptáramos, no seríamos dignos de un país mejor.
La evidencia es incluso mejor:

Dijeron que el “techo bajo” quedó bien demostrado en la consulta del 11 de marzo; que esos 3.500.000 votos que se obtuvieron entre Petro y Caicedo es todo a lo que puede aspirar el progresismo.

Es claro: están vendiendo gato por liebre.
Sin maquinarias, dos meses y medio antes de las elecciones, a pesar del fraude y las irregularidades, el progresismo obtuvo una votación histórica (además de un mandato popular que debe obedecer).

Lo cierto es que esa cifra no representa el techo, sino el suelo del progresismo
Ahora bien, una vez dicho todo esto, los invito a que lo olviden por completo.

Nada pervierte tanto la política, aleja tanto a la gente de su ejercicio consciente y beneficia tanto al statu quo, como entenderla así: una mezquina transacción, un mecánico conteo de votos.
Quienes intentan arrinconar a la política como un asunto de porcentajes, pulsos electorales y cuotas burocráticas, están cultivando un sentimiento antidemocrático.

Y entonces tendría razón Borges al decir que desconfía de la democracia, “ese curioso abuso de la estadística”.
La política es algo mucho más grande; es, sobre todo, un ejercicio ético y narrativo.

Se trata de una reflexión sobre lo que nos rodea, las tensiones, lo justo y lo injusto, lo deseable e indeseable. Y se trata de darle una explicación —y un horizonte de acción— a esa reflexión.
La verdadera política está en las cosas cotidianas, en el día a día, en el aire que respiramos, en las relaciones de poder en las que inevitablemente estamos inscritos.

Y sólo hace falta añadir un relato —es decir, una explicación— para empezar a liberar su fuerza transformadora
Y llega un punto en el que hay que tomar partido.

¿De qué lado estás? ¿Del lado de las multinacionales mineras, que multiplican su riqueza a cambio de envenenarlo todo, o del lado de las comunidades que defienden el agua, los alimentos, la salud y soberanía de sus territorios?
¿De qué lado estas? ¿Del lado del alcalde que maneja la ciudad como su negocio privado, y que enriquece a sus amigos contratistas y a un fabricante de buses contaminantes, o del lado de la gente de a pie que consume su vida en un negocio ajeno y que merece una ciudad digna?
¿De qué lado estás? ¿Del lado de las distintas mafias que hacen negocio con lo público, y a las que les conviene una baja institucionalidad, la ley del más fuerte en todo el país? ¿Estás del lado de las EPS que se lucran con el sufrimiento y la muerte de millones de colombianos?
¿Estás del lado de los estudiantes que defienden una educación pública, gratuita, universal y de calidad, no tanto por ellos sino por los miles de jóvenes que no pueden acceder a la educación superior, o del lado de los que se enriquecen con un sistema excluyente y mezquino?
¿Estás del lado de los que entienden el Estado como guardaespaldas de los más poderosos, o prefieres que sea el reflejo de un pacto social por la convivencia, el andamiaje que hace posible la Soberanía popular, el defensor de los débiles, el garante de los derechos fundamentales?
Cuando planteamos estas preguntas estamos hablando, ahora sí, de política, en el sentido más noble y transformador del término. Es reconocer las tensiones, reflexionar sobre lo justo, y construir un horizonte de acción.

Y es precisamente esto lo que está haciendo Gustavo Petro.
Por eso el entusiasmo creciente de las multitudes, en un momento excepcional de nuestra historia, con el proyecto de la Colombia Humana.

Al fin la política como conciencia del territorio, de la interdependencia, de nuestro derecho y capacidad para trasformar las cosas.
Al fin la política en términos democráticos: la conciencia de que ser de un país es pertenecer a una casa común, y que es nuestro deber ponerla en orden, volverla un espacio de solidaridad, de dignidad compartida y de justicia.
Al fin la Política, con mayúscula, en una de las definiciones que más me gusta; la del helenista Pedro Olalla:

“La voluntad de todos organizada para combatir el egoísmo”.
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