Y nos dicen (pullas, abades, caballeros) que deberíamos sentir lo mismo, y esgrimen ante Petro una mezcla de sofismas y desprecio de clase.
Un hilo sobre la necesaria rebelión ante “lo normal” 👇
Son capaces de cierta irreverencia, critican conflictos puntuales, pero de ningún modo cuestionarán el orden establecido
Pero si alguien se levanta a desafiar ese orden premoderno, ellos salen alarmados, contundentes, a “mantener la democracia, maestro”.
Su labor es proteger el orden establecido, estar atentos, reaccionar para que nada cambie.
Normalizan el horror, el sufrimiento, las injusticias. Y cuando es necesario despliegan su desprecio de clase, su risa aristocrática, su vergonzosa frivolidad.
La frivolidad con la que afirman que estas elecciones “no son serias” (a diferencia, al parecer, de todas las anteriores).
La gramática, pues, como forma de exclusión social
Su mensaje perverso es que la política es intrascendente; un inútil concurso de variedades.
El día que cualquier otra persona esté en su lugar y tenga el apoyo popular para convocar un cambio, ellos saltarán de nuevo, como los fusibles, y nos advertirán de sus errores idiomáticos y de la marca de sus zapatos.
Y su país normal —estable, deseable— es del tamaño de su crítica política: excluyente, mezquino, frívolo, servil, cómplice de todos los horrores.
Lo único que muestra ese señor es una radiografía de sí mismo
Lo anormal, en cambio, sería la movilización ciudadana, la impugnación al régimen, el cuestionamiento de un modelo fósil y que nos conduce al abismo
Si queremos un país un poco más justo, tenemos el derecho y el deber de una gran rebelión ante lo que ellos nos venden como “lo normal”.
Esa es su función cultural: normalizar lo que bajo una óptica humanista sería inaceptable.
No seremos cómplices de su frivolidad, su desprecio aristocrático, su monopolio de la palabra. Y ante su relato difuso, que oculta las causas y absuelve a los responsables, hablaremos con más determinación y claridad.
Una gran rebelión ante esa normalidad perversa y excluyente; el deseo de una nueva normalidad hecha de solidaridad, que nos defienda y nos dignifique a todos.