En este preciso instante hay una niña detenida en una esquina observando una mancha de aceite en el pavimento. Su padre, apurado, le tironea del brazo, ella se resiste por un segundo pero no tiene más remedio que seguir yendo.
(sigue hilo 👇)
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En la plaza, otro niño parece mirar las hormigas.
"Está mirando las hormigas", piensa su madre, apenas enternecida.
"Está mirando las hormigas", piensa su madre, apenas enternecida.
Pero ni el niño mira las hormigas ni la niña mira la mancha. La niña se pregunta por qué hay un arcoiris atrapado en la suciedad del suelo, el niño observa más allá de los insectos, admira la pequeña marabunta y su coreografía ondulada.
Miles de personas se molestan por el martillo neumático rompiendo la acera pero sólo una joven escucha en él el tempo que necesitaba para el tema que intenta componer desde hace tres días.
Es verano y otra niña, recién vuelta de la playa, ve cómo se evaporan enseguida las gotas que caen de su cuerpo sobre las piedras ardientes del patio. Hasta entonces pensaba que el agua para evaporarse debía primero hervir, pero no percibe ningún burbujeo y se queda pensativa.
La moneda cayó de canto y no sabemos si le preguntará a un mayor o investigará en Wikipedia, buscando una respuesta, o si se sentará junto a su madre, calladita, quieta y prolija.
Buscar respuestas es de puto, de raro, de débil, dicen las voces dentro y fuera de sus cabezas, desaforadas, colgadas al alambrado del talud.
No son las voces de lúmpenes sino de gente supuestamente seria, doctores, maestros, políticos, que claudicaron hace tiempo flotando a la deriva con las uñas clavadas a un par de certezas en un mar de dudas, convencidos que lo más importante es no hacer olas.
Ni blanco ni negro, ni buenos ni malos, apenas por un lado la cobardía confortable de la ignorancia frente a la irresponsable voluntad de arriesgarse al error y el fracaso.
Esa es la batalla peleada por nuestros niños en este precioso momento, en las esquinas, en los jardines y en los patios de todo el planeta.
