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Cristina Domenech @firecrackerx
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Bueno, amijos, como lo prometido es deuda, pues hoy os voy a contar la historia de las señoras victorianas que (casi) se casaron. Hilo:
Hoy, que es día de fiesta, que estamos cansados del ajetreo navideño, vamos a compartir un hilo hogareño y bonito, para toda la f… no, no es para toda la familia. Un hilo hogareño y bonito.
Empieza con un baúl.
En Vermont (Estados Unidos), en el siglo XIX, vivía un señor llamado Henry Sheldon. Este señor coleccionaba cosas. Cosas, en general. Tú le llevabas algo curioso y casi seguro que lo metía en un cajoncillo.
Habría gente que pensaría que Henry estaba un poco loco pero, gracias a su colección, hoy existe @SheldonMuseumVT, una fuente preciosa de información sobre cómo era la vida en Vermont hace unos siglos.
Pues a Henry un día le llevaron un baúl. Lo traían los familiares de una tal señorita Sylvia Drake que acaba de fallecer y había sido su deseo que el baúl en el que guardaba sus cartas, diarios y documentos se conservara para las generaciones venideras.
En ese baúl había un papel en el que alguien había practicado varias veces la firma “Sylvia Bryant”, lo que daba que pensar que la señorita Sylvia Drake había planeado convertirse en algún momento en la señora Bryant.
La sorpresa no fue pequeña cuando, después de seguir sacando papeles, quedó claro que el apellido que Sylvia quería no era de ningún señor Bryant, sino de una señorita Bryant.
Pero vamos a rebobinar, que tenemos que empezar este hilo en condiciones.
1777, Massachusetts (Estados Unidos). Nace Charity Bryant, la hija menor de una familia acomodada. Bueno, de un padre acomodado. La familia en general no estaba para tirar cohetes.
Los Bryant consideraban que una de las cosas más nobles de la vida era tener inclinaciones poéticas así que Charity, que empezó a escribir poemas acrósticos siendo muy joven, tenía todas las de triunfar en la familia.
Desgraciadamente, a finales del siglo XVIII y siendo mujer, es difícil triunfar en la familia si te pasas toda tu adolescencia discutiendo con tu padre cada vez que algo de lo que dice no te parece bien.
Una de las grandes discusiones fue que Charity quería irse a buscar trabajo de profesora en una escuela para niñas. Aunque os digo desde ya que a Charity se la sudaba bastante fuerte dar clases.
Ella había aprendido con su tía el oficio de costura (arreglar ropa, normalmente un trabajo femenino y mal pagado) y sastrería (cortar patrones y hacer ropa, generalmente un trabajo masculino y mejor pagado).
Pero Charity quería dar clases porque había leído en varios sitios que en los colegios para niñas trabajaban muchas Señoras Solteras Que Preferían No Casarse.
Así que Charity encuentra un pueblo en el que buscan profesoras y en el que tiene conocidos que la pueden acoger en su casa y se pone a dar clases.
Total, que ahora viene el estribillo: Charity se echa novia, pasan unos meses juntas, se empieza a rumorear que Charity es lesbiana y al final la situación se hace insostenible y tiene que irse a otro pueblo para poder trabajar.
Digo que es el estribillo porque se repite cuatro veces.
Sí, dio clases en cuatro pueblos diferentes y tuvo que marcharse a toda prisa de los cuatro por culpa de los rumores de lesbianismo. En los cuatro dejó atrás a mujeres con las que había empezado relaciones y que se rompieron siempre al tener que marcharse Charity a otro lugar.
Bueno, casi siempre. A una le dio un ataque de devoción religiosa y heterosexualidad después de liarse con Charity y le escribió una carta diciendo: “Si me hubiese quedado a pasar la noche contigo, me temo que las consecuencias habrían sido muy graves”.
Después de eso se casó a toda prisa y se encargó de incitar rumores sobre Charity con el resto del pueblo, por si acaso. Ella, encantadora.
Y bueno, mención especial a la relación que se torció porque los padres de su novia encontraron “algo” que Charity se había dejado en su casa y que ni confirmo ni desmiento que fuera un dildo.
Después de tantos años huyendo de pueblo en pueblo sin ser capaz de trabajar o formar una relación duradera, Charity volvió a casa con una depresión paquidérmica y se pasó dos meses sin poder salir de la cama.
Su padre y su madrastra le dejan claro lo que piensan de su estilo de vida y le hacen todos los desprecios habidos y por haber. Así que, aunque no quiere volver a pasar por lo mismo otra vez, Charity se ve obligada a buscar a alguien que la acoja lejos de casa.
Pero vamos a rebobinar otra vez.
1784, Weybridge (Vermont, Estados Unidos). Nace Sylvia Drake en una familia de clase obrera. Sus padres la envían a la escuela del pueblo para darle una educación básica.
No sabemos mucho de su infancia, pero sabemos que estudió más que nadie en ese pueblo: el curso normal era de un solo año, pero ella lo repitió varias veces porque le encantaba y para poder decirle a sus pretendientes: “Ay, no puedo, es que estoy estudiando…”
Su hermana mayor, Polly, sabía perfectamente que iba a ser difícil colocar a Sylvia por muchos pretendientes que tuviera porque su hermana era “indiferente hacia los hombres”, que supongo que es una manera tan buena como cualquier otra de decir que era súper bollera.
Su madre se lo olía también pero le daba igual, porque a principios del siglo XIX que te gusten o no los hombres es 500% irrelevante a la hora de casarte. Había que casarse por deber cívico y moral, para no ser un lastre familiar.
Y para no morirte de hambre, que también está bien.
Pero Polly sufría viendo a su hermana sacudirse las expectativas familiares, así que hizo una maniobra que, sinceramente, yo jamás me habría esperado de una señora decimonónica heterosexual de un pueblo perdido de Vermont.
Le escribió a su amiga Charity Bryant, Famosa Soltera (guiño, guiño) y le dijo: Por qué no vienes a pasar una temporada a casa, te relajas de todo el lío que has tenido y conoces a mi hermana Sylvia, que seguro que os entendéis muy bien las dos...
Aunque no tenía muchas ganas de vida social ni de conocer a nadie, sabemos que Charity no estaba en posición de rechazar invitaciones, así que se plantó en Weybridge en febrero de 1807.
Desgraciadamente no hay alusión en ninguna parte sobre el momento en el que Charity y Sylvia se conocieron. Mi teoría es que se produjo un raro caso de combustión espontánea que destruyó toda prueba del encuentro.
Para defender esta teoría me gustaría presentar los poemas que Charity escribió durante esos meses sobre lo bonita y dulce que es la primavera. En invierno.
Lo que sí sabemos es que Charity aprovechó que Weybridge no tenía costurera para ganar algo de dinero durante su estancia. Y Sylvia aprovechó la excusa de que el invierno es muy malo para quedarse en casa pegadita a Charity.
Al parecer Polly las puso a dormir en la misma cama, porque se ve que cuando a esta señora se le metía algo en la cabeza no reparaba en desgaste.
Pero todo lo bueno se acaba y al llegar la primavera Sylvia se marchó fuera del pueblo de visita y a Charity le había llegado el momento de dejar de abusar de la hospitalidad de Polly.
Charity no quería irse porque significaba que iba a tener que dejar a Sylvia. Pero no podía quedarse en casa de Polly para siempre y, aunque hubiese podido, a la larga pasaría lo mismo de siempre con los rumores.
Aquí es cuando Charity piensa: si llevar la relación a escondidas no ha funcionado nunca, es hora de intentar lo contario.
Creo que podemos coincidir todos en que suena a idea terrible, pero la gente enamorada no atiende a lógica y quién soy yo para cuestionar las medidas desesperadas de esta señora.
Con el dinero que había ahorrado esos meses haciendo trabajos de costura, Charity alquiló una casita. Cuando digo casita quiero decir que era un sitio que tenía cuatro paredes, un techo y cuatro por cuatro metros de espacio en medio.
Allí instaló un taller de costura y cuando Sylvia volvió le propuso a los Drake contratarla como aprendiza de sastrería a tiempo completo. Los Drake, viendo que no la iban a casar ni por casualidad, aceptaron para que al menos aprendiera un oficio.
...que decíamos @ramonmartz y yo el otro día que hay que mirar el tema de los aprendices en la historia con cuidado, porque no veas la excusa tan buena para llevarte a alguien a tu casa sin que te den la lata.
Y claro, luego te encuentras por ahí gente que tuvo el mismo aprendiz o aprendiza durante treinta años... Que es como, señor, si la criatura vale no le hacen falta treinta años de aprendizaje, y si no vale en diez años te has dado cuenta seguro.
Pero volvemos al hilo, que se me va la pinza.
Gracias a esta clásica maniobra, el 3 de julio de 1807 Charity y Sylvia se fueron a vivir juntas. Unas semanas después la casa ya estaba a nombre de las dos. Lo de fingir que eres mi aprendiza ya si eso otro día.
Esa casita de cuatro por cuatro metros se convirtió a la vez en casa y taller. Tenía una cama, un horno, dos sillas y una tabla de cortar.
Y sí, eso significa que si ibas al taller a pedir que te arreglaran un descosido en la camisa, lo ibas a hacer delante de la única y estrechita cama en la que dormían juntas.
Y por si esto no fuera lo suficientemente gay, colgaron esta representación de sus siluetas mirándose de frente dentro de la casa. La imagen pertenece a @SheldonMuseumVT.
Como veis, enmarcado con mechones de pelo de las dos trenzados. Es hora de aceptar que ninguna de las que estamos leyendo esto vamos a alcanzar este nivel de lesbianismo profundo jamás.
Y ahora estáis todos rascándoos la cabeza en plan: si echaron a Charity de cuatro pueblos por culpa de los rumores, ¿aquí la gente no decía nada?
Pues estoy segura de que muchísima gente lo comentaba, pero tenemos dos factores aquí de peso que no teníamos en los otros pueblos.
Primero: Charity y Sylvia tenía una casa propia. Esto significa que podían llevar su relación discretamente (discretamente con la cama en medio del taller) sin tener que entrar y salir de casa delante de familiares que no lo aprobaran y a los que deber obediencia.
Segundo: Weybridge necesitaba una buena sastrería y denunciar a la primera buena sastre que había tenido el pueblo por sodomita no le convenía a nadie.
Ya sabéis, la gente es muy religiosa y muy seguidora de la ley, pero sólo hasta que se van a quedar sin sastre.
Pero esto estaba lejos de ser ideal. En cualquier momento alguien podía jugarles una mala pasada, así que para disipar el tema del posible lesbianismo (sigo pensando en la cama en medio del taller) decidieron que tenían que ser imprescindibles en la comunidad.
Charity y Sylvia no sólo eran las costureras de Weybridge: también mantenían correspondencia con sus vecinos, ayudaban en las reuniones de la iglesia, dejaban que sus clientes pagaran con tareas del hogar o trueque cuando no tenían dinero, contrataban aprendizas…
Y como los habitantes de un pueblo de Vermont a principios del XIX no están muy bien equipados para aceptar una pareja lésbica, les saltó un mecanismo de defensa un poco bizarro.
-Vale, vamos a hacer como que están casadas.
-Pero… tiene que haber un marido. ¿Quién es el marido?
-…Charity, porque es la dueña de la sastrería.
Así que las cartas para ambas iban dirigidas a Charity, las invitaciones eran para “la señorita Charity Bryant y su compañera”, los clientes hablaban de dinero con Charity, etc.
Yo leyendo todo esto:
¡Pero el caso es que funcionaba! Todos entendían su relación de esta manera y nadie se metía, porque se habían convertido en parte del engranaje que hacía funcionar Weybridge. Se habían convertido en un matrimonio respetable.
¿Y qué estaba pasando mientras tanto en aquella casita? Pues en 1811, cuatro años después de mudarse juntas, decidieron poner en marcha la Operación: Tenemos Que Dejar De Empotrarnos Pero Es Muy Difícil.
Estas señoras estaban agobiadas porque estaban pecando demasiado carnalmente. Sylvia en especial estaba muy preocupada al respecto. Tengo como dos carillas de nombres que Sylvia usa para referirse a esto sin decirlo directamente.
“Pecado de primera magnitud”, “apetitos carnales antinaturales”, “tener los labios sucios”, “afectos salvajes”, “pecado silencioso”, “pecadora lejos de lo común”, etc. Todos estos son sólo de Sylvia.
Charity tiene menos pero las dejo en empate porque Charity escribió un poema sobre la tentación en el que menciona una “almeja traicionera que acecha”.
Con el tiempo, a medida que el taller prosperaba, hicieron una segunda habitación y quitaron por fin la cama de en medio. Y luego otra, una cocina. Y un sótano. Y un almacén para el taller. Y una habitación sobre el almacén para que pudieran vivir allí aprendizas.
Aprendizas de verdad, se entiende.
Muchos miembros de la comunidad ayudaron en las renovaciones. Ellas pagaron con ropa y dinero a algunos de los que ayudaron, pero la mayoría lo hicieron por respeto a la pareja, como era tradición.
Unos diez años tras mudarse juntas, todavía no habían solucionado el tema de dejar de empotrarse, pero ya eran parte de Weybridge y todo el mundo había aceptado que compartían “techo, almohada y monedero”.
No todo era cachondeo. La madre de Sylvia nunca aceptó que su hija viviera con una mujer y algunos de sus hermanos se negaban a visitarla porque “no había ningún hombre de la casa al que visitar”. Se ve que no les había llegado la circular avisando de que el marido era Charity.
Y cuando el padre de Charity murió, sólo le dejó en herencia una habitación de su casa, dejándole claro lo que pensaba sobre dónde debería estar una hija.
Pero las nuevas generaciones, que habían crecido viéndolas juntas en el taller, no encontraban nada extraño en su relación. De hecho, aparte de los más de quince sobrinos que tenían, había un chorro de niños en el pueblo que las llamaban “tía Charity y tía Sylvia”.
Esta es la parte del hilo en la que casi me di al alcohol, porque cuando estos críos crecieron empezaron a llamar a sus hijos en honor a sus tías. A las niñas Sylvia y a los niños Bryant porque Charity es el marido, así que hay que ponerle su nombre a los niños. Mira, una movida.
Así que yo, que ya estaba un poco confusa con los parentescos, de repente me encuentro con niñas que se llaman Sylvia que en realidad son de los Bryant, y niños que se llaman Bryant Drake, y una niña que se llama Charity Sylvia y…
Treinta y cinco años después de mudarse juntas, seguían diciendo que tenían que dejar de empotrarse tanto.
Aunque nunca lo consiguieron, las dos se sentían bastante culpables al respecto. Normal, teniendo en cuenta que vivían a principios del XIX y en una sociedad que aún se apoyaba mucho en la de los puritanos.
Sylvia, en especial, pensaba que dios le había enviado migrañas para castigarla por sus pensamientos impuros y problemas bucales para castigarla por... eh…
Además, cuando Charity, ya anciana, empezó a tener problemas cardíacos, Sylvia no podía parar de pensar que había sido ella la que de alguna manera la había envenenado con su amor.
Pero a pesar de todo siguieron dejando escrito en sus diarios lo felices que eran y es más que evidente que pensaban que el regalo que había supuesto poder encontrarse y pasar la vida juntas superaba con creces cualquier castigo.
En 1851, Charity fallece de problemas cardíacos, con setenta y cuatro años, dejándole su mitad de la casa y todo su negocio a Sylvia.
Es probable que Sylvia, con sesenta y seis, no hubiese pasado una sola noche sola en su vida. Primero vivía en una casa con ocho hermanos, después con su madre y su hermana Polly, y después con Charity.
De hecho, desde que se conocieron y sin contar el mes que Sylvia dejó Weybridge antes de mudarse con Charity, Charity y Sylvia no se habían separado un solo día en cuarenta y cuatro años.
Sylvia Drake pasó el resto de su vida de luto, más de dieciséis años. Al principio ocupó la casa y continuó con el negocio. Cuando se sintió incapaz de seguir llevando el negocio, se mudó con uno de sus hermanos y su sobrina.
En 1868, Sylvia fallece a la muy avanzada edad decimonónica de ochenta y tres años.
Sylvia nunca tuvo problemas de reputación debido a su orientación sexual, así que no quemaba cartas recelosamente como había hecho Charity en su juventud.
Sylvia quería que quedara constancia de la vida que habían vivido juntas, así que dejó un baúl con todas sus cartas, diarios y documentos (y muchos de Charity), para que fuera conservado.
Y su familia no sólo cumplió los deseos de tía Sylvia, sino que también la enterraron junto a Charity y encargaron una lápida conjunta, como se habría hecho para cualquier matrimonio. De nuevo, la imagen pertenece a @SheldonMuseumVT.
Y este ha sido el hilo de Charity Bryant y Sylvia Drake, las mujeres que vivieron juntas durante cuarenta y cuatro años de forma totalmente pública en el siglo XIX y que, al menos a mí, me hacen preguntarme cuántas más habría en su situación de las que no sabemos nada.
(Millones de gracias a @pintamonas por unirse a mí en sagrado matrimonio hilador, ofreciéndose a regalarnos una ilustración para cada hilo a partir de ahora. Hay que abrazarla fuerte, todos los días del año.)
Si queréis saber más de la historia de Charity y Sylvia, una señora ilustre llamada Rachel Hope Cleves nos ha hecho el favor de pasarse mucho tiempo encerrada en el museo para escribir "Charity & Sylvia: A Same-Sex Marriage in Early America".
Podéis leer este y otros hilos sobre #SeñorasQueSeEmpotraronHaceMucho en el mensaje que encabeza mi página de Twitter. Si os ha gustado o habéis aprendido algo nuevo, podéis lanzarme un par de euros a través de Ko-Fi y me ayudáis muchísimo.
ko-fi.com/firecrackerx
Además, a partir de este mes si queréis ayudarme de una forma más regular y colaborar con este proyecto loquísimo, podéis ser mis mecenas en Patreon a cambio de algunas recompensas histórico-bolleriles.
patreon.com/cristinadomene…
PD. Os he engañado, no eran victorianas. Pero son del siglo XIX, así que convalida. Más o menos. Shhh.
Editando este hilo dos días más tarde porque me acabo de dar cuenta de que se me traspapeló una parte esencial de los hilos, de vital importancia, que es la clausura del hilo y la promesa de más historias reales y absurdas. ¿Estáis preparados? ¿Si? Voy.
Y colorín colorado, este hilo hogareño se ha acabado. Otro día os cuento la historia de la señora que se batió en duelo público con su amante en camisón. En camisón ella. Y la amante. Las dos en camisón.
Ya está, ya puedo reposar.
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