(Ver hilo)
Cuando viajé desde Cúcuta a Bogotá, en carro, mi papá y yo nunca dejamos de ver niños, jóvenes, adultos y ancianos venezolanos a lo largo de tan variada vía. Y uso esa palabra porque tan solo el clima es uno de los aspectos que en un principio parece no importar.
Cuando viajé desde Cúcuta a Bogotá, en carro, mi papá y yo nunca dejamos de ver niños, jóvenes, adultos y ancianos venezolanos a lo largo de tan variada vía. Y uso esa palabra porque tan solo el clima es uno de los aspectos que en un principio parece no importar.
Los motivos de abandonar su país ya todos los conocemos, pero la travesía en sí inicia en el municipio de Los Patios (Norte de Santander). Un clima parecido a Cúcuta, quizá con más viento pero igual de caluroso. Hasta ahí, pocos saben lo que les espera.
El afán de buscar un futuro los hace obviar el clima, un tema que no parece importante para un grupo de personas que traen una simple maleta con tres camisas, unos zapatos, un pantalón y muchos sueños. Lo jodido empieza antes de llegar a Pamplona. Desde ahí inicia el padecimiento
Y sin hablar de la caminata. A diario, nosotros caminamos aproximadamente dos o tres kilómetro haciendo toda clase de vueltas. Pero esto es nada. Llegando a Pamplona, algunas de estas personas ya vienen con los pies hinchados, con ampollas y, en ocasiones, con heridas muy graves.
Y quizá usted dirá: "bueno, no es mi problema. No debió salir de su país". Pero no se trata de esto. Verlo por noticias o incluso leerlo aquí, es una cosa, pero pasar por el lugar o incluso hablar con ellos, es una vuelta completamente diferente. Sí es nuestro asunto.
Mi papá y yo llegamos a Pamplona aproximadamente a las 6:00 a.m. (íbamos con destino Bogotá). Lo primero que vemos entrando al municipio son aproximadamente 150 personas despertando del horroroso frío para seguir su camino. Es impresionante y todos los días es así.
Pasando Pamplona ya su única maleta está vuelta nada y tienen dos opciones: o ponerse toda la ropa con el fin de abrigarse para la ola de frío que se les viene o, sencillamente, botarla. No hay más. El peso también les afecta.
El camino sigue. Algunos, principalmente mujeres y niños, corren con suerte de encontrar un camión que los arrastre hasta donde más puedan. El reto ahora es el páramo de Berlín.
Y no miento. Ya a esa distancia, muchos están tapados hasta los ojos, pocos medio abrigados y, según dicen, otros han encontrado la muerte.
Pasándome un poco el recorrido, ya el absurdo frío desaparece y vamos subiendo la montaña que conduce al parque Chicamocha, en Santander. Es una montaña seca, no se ve ningún árbol y el sol es inclemente. Cualquiera puede desmayarse.
Desde Santander hasta Bogotá ya son menos los que se ven. Grupos pequeños de venezolanos intentan llegar a la Capital y de ahí, seguir su camino incierto donde puedan encontrar un sustento para sus familias.
Y digo todo esto porque hace unos días compartí el tuit que estoy citando acá. Donde pido que nos unamos para colaborar con estas personas en lo que más podamos.
Finalmente, acá les dejo toda la información. No se puede ser indolente. Con esta imagen podrán saber qué es lo que estos ciudadanos venezolanos necesitan y en dónde pueden dejar su ayuda. Cualquier cosa importa. Gracias. 
