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Luis Miller @luismmiller
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Un estudiante me preguntaba si existió una sociedad totalmente igualitaria. Los sociólogos solemos contar un rollo de sociedades míticas de cazadores y recolectores. Hay una sociedad más cercana donde ver el surgimiento y el ocaso del igualitarismo: el parque infantil.
Los niños descubren la sociedad en el parque. Con un año descubren un mundo donde son premiados por compartir y sancionados por no hacerlo. Marx se imaginó el paraíso comunista viendo un parque: cada uno aporta juguetes según sus posibilidades y los usa según sus necesidades.
Lenin y Stalin también se inspiraron en los parques infantiles para su versión del comunismo. El problema es que sólo se fijaron en los padres. Yo me los imagino como a esa madre que oí decir a su hija: o compartes o tiro todos los juguetes (y a ti) a este contenedor de basura.
Con todo, el parque infantil es el mundo del intercambio o la reciprocidad generalizada: yo comparto contigo, tú compartes con ella y ella comparte conmigo. Las reglas son claras: no vale excluir a nadie ni existen las jerarquías. Puro igualitarismo.
Pero los padres, que ya estamos alienados en el capitalismo, rompemos ese igualitarismo en cuanto cumple los tres años. Invitamos a casa a un amigo y con eso rompemos el primer elemento de la arcadia igualitaria: invitando a uno excluimos al resto.
Esa inocente invitación es en realidad un acto perverso que crea una deuda que los padres del invitado tendrán que pagar: invitar a mi hijo. Y ahí nos cargamos otro elemento igualitario: el intercambio se convierte en deuda, como contaba Marcel Mauss.
Pero los niños de tres años todavía no son conscientes de la obstinada perversión desigualitaria de sus padres porque las relaciones entre dos (díadas) son excluyentes, pero aún recíprocas y así siguen manteniendo el elemento igualitario de la simetría.
El golpe definitivo contra la igualdad llega un año más tarde cuando los padres invitamos a dos amigos a cada. En ese momento acabamos con el último elemento igualitario, la simetría, y damos paso a la estructura social más perversa: la tríada de la que hablaba Ferdinand Tönnies.
Una tríada ya tiene todos los elementos desigualitarios: surgimiento de líderes y asimetrías, coaliciones y exclusión, etiquetas y discriminación. Si invitáis a amigos de vuestros hijos a casa, intentad no caer en la tríada. O os quedáis en una díada o montáis una macro fiesta.
Y de forma paradójica, la sociedad del parque que se había privatizado en la relación diádica, vuelve a hacerse pública con la tríada, pero ya no como un paraíso igualitario sino como una sociedad jerárquica y desigual que ya no abandonará a nuestros hijos a lo largo de su vida.
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