¿Vives como si Dios no existiera? ¿A tu corazón le gustaría creer pero tu mente no termina de verlo? El Evangelio de hoy viene en tu ayuda. Te da un consejo, te dice: ¡Escucha! ¿Pero escuchar qué? Vamos a verlo #HilosdelEvangelio #DomingoXXXI #FelizDomingo
Dice que «En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser."
Puedes leer el texto completo aquí ciudadredonda.org/calendario-lec…
Los escribas eran los maestros de la ley, los estudiosos de la Palabra de Dios. Gente que se sabía de memoria la escritura (desde que eran muy pequeños) y que manejaba los textos con una facilidad asombrosa.
El debate, por tanto, entre Jesús y el escriba que vemos en el Evangelio de hoy era de altísimo nivel; no era una conversación de bar.
Y Jesús le contesta con el (o la) Shemá, las palabras que Moisés entregó al pueblo de Israel y que este repite cada día al levantarse y al acostarse, y que contienen el cogollo de la fe de los judíos: Dios es único (no hay otros dioses); y la principal norma moral: ámalo.
Lo de que Dios sea único, aunque seas ateo, no te parecerá raro, porque en el ambiente cultural en el que nos movemos, es una idea común.
Pero en aquel entonces, Israel vivía rodeado de civilizaciones politeístas por lo que el concepto era revolucionario y novedoso. La manifestación del Dios único a Abraham marcó un antes y un después.
Nuestro mundo de hoy también es politeísta. Sólo hay que dar una vuelta por instagram para ver la cantidad de ídolos (diosecillos) a los que adoramos.
Tenemos el ídolo del deporte, con dioses que cuentan con cientos de millones de seguidores. Y nosotros lo adoramos y vamos a sus templos (los estadios, el Decathlon…), presentamos allí como ofrendas a nuestros hijos y pedimos que alguno de ellos llegue a ese Olimpo.
Por cierto, ¿sabes cómo se llama la diosa griega del deporte? Nike ¿Te suena no?
Tenemos el ídolo de la belleza (Afrodita) en cuyos templos (tiendas de moda, de cosméticos, clínicas estéticas…) ofrecemos nuestros donativos esperando recibir de ellos sus favores.
Tenemos el ídolo de la Fama (así se llamaba la diosa romana que se ocupaba de esta parcela) o el prestigio profesional y a él le ofrecemos nuestros sacrificios (horas de estudio, títulos universitarios, masters, jornadas de trabajo interminables…)
Y así continuaríamos horas y horas enumerándolos. Pon aquí aquello por lo que te afanas y, si ahondas, seguramente estás yendo detrás de otro ídolo a quien presentas tus "sacrificios y holocaustos"
Y no es que el deporte, la belleza, la fama, o aquello por lo que te afanas sean malos en sí mismos, sino que por sí solos no dan la felicidad, no “salvan” al hombre ni a la mujer, sino que los esclavizan.
Reclamando que se le ame con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todo el ser lo que está haciendo es liberarnos de todas las “cosas” que nos atan y no nos dan la felicidad.
Dios es un liberador. Nos sacó de Egipto, nos sacó de la esclavitud del pecado, nos sacó de la muerte… Los mandamientos vienen siempre a liberarnos, no son leyes de un dictador, sino consejos de un rescatador.
Poniendo a Dios en el centro de nuestra vida, centrando todas las potencias de nuestro ser en Él, encontramos el descanso desde el que poder ser felices gane o pierda nuestro equipo, tengamos o no belleza, vaya bien o mal el trabajo, nos quieran o no…
Inmediatamente después de recitar el primer mandamiento, Jesús añade: El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
Al mandamiento principal, Jesús le adhiere el amor al prójimo, como si fueran las dos caras de la misma moneda. No se puede cumplir uno sin cumplir el otro. Son inseparables.
Y no es que se lo haya sacado Jesús de la manga, sino que pertenece también a la esencia de la ley judía, pues es una cita del libro del Levítico.
Con la ley en la mano ("no he venido a abolir la ley sino a darle plenitud," dice Jesús en otra ocasión), el mensaje de amor de Jesús encaja perfectamente en la tradición del pueblo santo de Israel.
Por eso el escriba no tiene más remedio que aceptar su enseñanza y admirarla.
¿Amas a Dios? Ama a tu hermano, porque amando a tu hermano, estás amando a Dios.
¿Tienes fe? Muéstrame tus obras porque la fe sin obras está muerta, dirá luego la carta de Santiago.
Tú que me lees y que no tienes fe, o la tienes muy débil, a ti te pregunto. ¿Amas? ¿Amas a tus hijos, te desvives por ellos? ¿Amas a tu prójimo, a quien tienes más cerca? ¿Perdonas sus faltas?
¿Tienes en cuenta la los necesitados? ¿Escuchas a la vecina que tiene un problema? ¿Atiendes al compañero que necesita de ti?
Si es así, escucha lo que te dice el Papa Francisco: «No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios».
¡No se puede amar al prójimo sin amar a Dios!
O sea, que hay gente no creyente que, sin darse cuenta, está amando a Dios. Y hay quien, siendo creyente, no lo hace porque no ama a su hermano. ¡Qué misterio este!
Si amas, aunque no veas ni de lejos a Dios, aunque creas que no tiene nada que ver contigo, Él está más cerca de ti de lo que tú crees. Jesús te lo dice hoy en la imagen del escriba que aceptó la enseñanza: “No estás lejos del Reino de Dios”.
¿Que no estoy lejos? ¿Qué me falta entonces?
Pues te falta dar el paso de la fe, aceptar que Él es Dios, contemplar su amor en tu historia vital a pesar de que haya momentos oscuros, descubrir que su amor por ti es secreto, como secreto estaba siendo tu amor por Él.
Él ya ha dado el primer paso acercándose a ti, quizá a través de esta lectura, y te da la clave para que ahora puedas ser tú el que dé el siguiente paso en este acercamiento.
Puede haberte pasado inadvertida, pero la hemos leído antes. Cuando le preguntan a Jesús cuál es el primer mandamiento, Él comienza diciendo: “Escucha Israel”.
Antes que nada, escucha. Escucha a Dios que te habla en cada momento de la vida.
Escucha a Dios que te muestra su amor en la belleza de la creación.
Escucha a Dios que te habla en los acontecimientos de tu vida, haciéndote ver que todo por lo que te afanas es pasajero, mientras intuyes que estás llamada a algo más grande
Escucha a Dios que se hace presente en la Iglesia. Aunque a veces solo se saquen a la luz sus pecados, la inmensa labor que realiza por el mundo entero debería llamarte la atención. Acude a ella, a tu parroquia, conócela de verdad.
Escucha a Dios que te llama por dentro cuando te rebelas contra la injusticia, contra la desigualdad que hay en nuestro mundo, porque si sientes que somos hermanos es porque compartimos un mismo Padre.
Y ahondando más en el texto de hoy, vemos que la palabra hebrea que nosotros traducimos por “escucha” (Shemá), lleva implícita otra preciosa enseñanza.
¿Qué hace falta para escuchar bien? ¿Qué necesitamos para poder escuchar a Dios?
La palabra Shemá es onomatopéyica, suena como lo que quiere significar.
Para escuchar, lo primero es el silencio, por eso, Shhh-emá
Shhh, haz silencio, limpia de ruidos tu mente. Deja fuera esas otras voces de los diosecillos que te prometen la felicidad pero que están vacíos.
Shhh, haz silencio. Entra dentro de tu corazón y descubre esta ley que llevas inscrita en tu interior: ama a Dios en tu prójimo y serás feliz. ¡Tendrás la vida eterna! Palabra de Jesús. #FindelHilo
