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Muy al contrario de lo que se dice, extrañar a alguien de manera consciente puede ser un ejercicio muy valioso para el alma.
Comienza uno por recordar los gestos de esa persona. Busca en la cabeza esas muecas que te gustan, la forma como pone los labios cuando sonríe, la mirada abierta y algunos gestos gruesos de las manos o la forma de caminar.
Luego, el tono de voz. Tratar de escucharlo de nuevo. Que aparezca esa inflexión de la voz, con el esfuerzo de los sentidos quizás logras escuchar alguna palabra, de esas que pronunciaba al descuido. La voz es tan importante, es el soplo de la vida.
Van apareciendo las cosas que te gustan, más allá de lo físico: aquella vez que dijo esto o hizo aquello. Lo que ha estructurado esa persona ante ti. Lo que no te ha gustado, quizás. Cómo no está allí contigo, te das la licencia de dejar pasar ese gesto maluco, esa imperfección
No está allí, está a muchos kilómetros de distancia y tú lo sabes. Pero su olor llega hasta donde estás. Respiras y llega ese aire que es único, que define a ese alguien que conoces bien. Y sonríes. Lo tienes ahí, mientras lo extrañas.
