Una mañana me detienen en la alcabala de la Cota Mil. Un funcionario jovencito pide mis papeles. Yo tranquilo, porque los tengo en regla. Él los revisa, todo parece estar bien. Pero no.
—Necesito el original, sino voy a tener que retener el vehículo.
—Oficial, no puedo traerlo de Barquisimeto ahorita.
Me roban y la policía no responde:
—¿Comida? ¿Traigo dos cachitos y un café?
—Trae un pollo en brasa y un fresco.
Fui y volví. Cuando le doy su delivery, no me devuelve la licencia.
—No, me dijiste que me la darías cuando volviera.
—No, yo te la di.
Y aquí lo que hizo fue confundirme. ¿Me la dio?
—Revisa el carro, capaz se te cayó ahí.
¿Ah? ¿Qué es esto? ¿Quién soy? ¿Por qué estamos aquí?
Me devolví al lugar. ¿Está aquí? No. Volví a la alcabala. El policía ya no estaba.
Me arreché. Me robaron mi licencia. ¿Para qué coño se la robarían? Era de las viejas, de plástico. ¿Será que las reciclan para el carnet de la patria?
Fui directo a sacarme otra licencia. Averigüé. Me saqué fotos carnet. Llegué al lugar. Necesitaba tres hojas blancas nada más. La saqué en 10 minutos.
—¿Esta licencia es tuya?
—Sí, ¿de dónde la sacaste?
—Mano, llevo meses con esa licencia.
—¿Por qué?
—Creo que me la entregó un funcionario que se equivocó.
Le pedí el favor de que la destruyera y me mandó un video picándola en pedacitos.