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Le miré las #Zapatillas.
Y él me sonrió.
Sin necesidad de palabras, un abrazo, ya nos veremos.
Abandonamos el cementerio.
Mirando a ese horizonte que no sabes cuando termina, pero termina.
Me fui pensando en ella y en su lección.
La conocí por teléfono.
Era una voz distinta.
No llamaba un padre o una madre.
Llamaba ella.
Protagonista de una vida guionizada por una realidad injusta.
Cercana a los dieciseis años cuando empezó su cáncer.
Dos años de travesía, de fármaco a cirugía, para llegar hasta ese teléfono donde lejos, al otro lado, estaba yo.
- Todavía me duele, lo que me habéis puesto no hace nada, es una mierda.
- Hola.
- ¿Tú quién eres?
- Tu médico, el nuevo.
- Creía que ibas a sonar más mayor.
Era mi primer verano en paliativos.
Su médico responsable se iba de vacaciones en agosto. Estaba informada del cambio.
Sabíamos que para escribir finales el destino no entiende de veranos.
Así que ahí estaba yo, el sustituto.
Quieto, en silencio y pequeño.
Y con nada que decir.
La conversación terminó con varias indicaciones por mi parte y una hoja de ruta perfecta sobre lo que íbamos a hacer.
La ruta la hizo ella, que sabía más que yo de lo que era de verdad importante.
Y concertamos una visita.
- Mañana nos vemos - dije.
- Eso espero - contestó.
La conocí como el súbdito que conoce a un rey.
En su terreno y en su trono.
Sentada en el centro del salón con una gafas nasales sobre sus labios.
- Perdona que no me levante, pero es que me canso.
Asentí mientras era consciente de ser analizado.
Me quedé quieto.
En los domicilios aprendes a ver lo que te rodea.
Buscas soluciones.
Ella tenía las gafas nasales unidas a un tubo de plástico que cruzaba la casa hasta llegar a su habitación.
Para llegar a sus pulmones el oxígeno viajaba varios metros.
Inspiración.
Espiración.
Estuvimos charlando, de forma entrecortada, casi en susurros. Como tramando un secreto en cada par de palabras. Dado que era mayor de edad su madre nos otorgó intimidad. Su hija le pedía ser adulta al menos hasta dejar de ser.
La exploré con ayuda de la enfermera y terminamos hablando de los planes para esa semana.
- Ahora que tienes cara me será más fácil decirte lo que pienso - me dijo.
Ajustamos las medicinas y salimos de casa.
Ella se despidió encendiendo la televisión.
La semana transcurrió sin incidencias.
Un par de llamadas, quizá quería saber si nos acordábamos de los últimos cambios.
Echaba de menos a sus amigas y la psicóloga del grupo habló con ella en casa.
No mucho que contar.
Todo por hablar.
Cuando regresamos a su casa fuimos directos al salón.
Vacío.
- No me busques ahí que solo están mis ganas - escuché.
Seguimos el cable con el oxígeno, para no pedernos, y entramos en su cuarto.
Estaba en la cama.
Pálida.
Junto a ella un chaval la enseñaba fotos en el móvil.
- Es mi hermano - tomó aire -. Un adolescente, qué te voy a contar.
Su hermano bajó la cabeza un poco.
Pelo corto, camiseta demasiado grande, bermudas y #Zapatillas rotas.
- Me voy - dijo él.
La encontramos peor.
Las visitas con periodicidad semanal permiten ver distinto lo que parece que no cambia. Lo mismo que nos pasa con un amigo que no ves desde hace tiempo, o con tus hijos. Cambiar es amigo del tiempo e inexorable como un reloj.
Ella también lo sabía.
La exploramos y repasamos la medicación.
En un momento dado de la conversación se detuvo.
Comenzó a hacer planes.
La hoja de ruta.
Habló.
- No puedo morir en casa - dijo.
Esas cinco palabras cayeron como caen ahora al ser escritas.
Nosotros sabíamos que no iba a ser posible.
Pero no lo habíamos verbalizado.
Ella era la única responsable de su tratamiento y su madre nos había indicado que no podía hacerse cargo.
Entendíamos aquello.
De ese modo el traslado al hospital se convertía en un punto de inflexión.
Tenía un significado ineludible.
No hacía falta traducir lo que implicaba llamar a una ambulancia.
Además no se podía hacer demasiado pronto o demasiado tarde.
Lo primero por justicia para ella, lo segundo para no correr un riesgo.
Debíamos hacer equilibrio en la incertidumbre.
Antes de despedirnos bajamos al coche y le subí una mochila portátil de oxígeno.
Para que pudiera moverse sin depender de ese cordón umbilical transparente que le anclaba a su casa.
La dejé junto a una hucha con forma de cerdo.
Aire para el aire.
Hablamos mucho durante la semana.
Salió de la cama.
La mochila le permitió abandonar su casa y dar un paseo en silla de ruedas por el barrio.
- La gente se sorprende porque todavía estoy aquí, es cojonudo.
En la tercera visita, ya pasado la mitad del mes de agosto, la encontramos sentada en la silla de ruedas.
Tenía un gesto de dolor que trataba de disimular.
Apenas hablaba y sonreía con los labios muy apretados.
El rostro afilado.
Apenas comía.
La exploración era distinta.
Su hermano apareció cuando estaba escuchando su pecho, que sonaba a esponja húmeda, y se quedó allí prestándole su mano.
Decidimos cambiar la medicación.
Ella me observó.
- Hoy me miras distinto.
Hablamos con su madre y acordamos repetir desde ese momento las visitas de forma diaria. Nos podían llamar en cualquier momento y para cualquier cosa. El teléfono como respuesta, el teléfono como amenaza.
Nos despedimos.
Después de tres semanas y varias horas de conversación teníamos confianza para hacer bromas.
- Como comprenderás no me muero por volverte a ver - me dijo.
Llamé a la mañana siguiente para ver cómo estaba.
Me había costado dormir.
Marqué el número de su móvil y no contestó.
Después usé el de su casa y su madre sonó al otro lado.
- No está aquí - se detuvo un instante-. No sé dónde está.
Estaba asustada.
Ella había salido a comprar el pan.
Actos de rutina cuando queda poco para que ésta salte por los aires.
Al regresar la casa vacía.
Ni ella ni su hijo la esperaban.
Le pedí que echará un vistazo a la habitación. Se había llevado la silla de ruedas, no podía moverse, pero quería asegurarme de que tuviera la mochila. Su madre confirmó esto.
Le daba seis horas de oxígeno.
También me dijo que la hucha estaba rota, con pedazos por todas partes en el suelo.
- Es como si la hubieran tirado, son sus ahorros, todo lo que tiene.
Su madre comenzó a llamar a sus amigas.
Su hijo no cogía el teléfono.
Apagado y fuera de cobertura.
Nadie al otro lado del buzón de voz.
Teníamos la visita programada para la última hora de la mañana. Quedamos en respetar el horario, teniendo en cuenta el tiempo de oxígeno del que disponía por la mochila debería estar de vuelta.
Cuando nos montamos en el coche para ir hacia su domicilio recibimos una nueva llamada de teléfono.
- Ya está en casa - dijo la madre -. Están los dos bien.
En el camino hablamos sobre cómo abordar aquello.
Si estaban bien quizá era mejor no decir nada, hacer como si no hubiera pasado.
Era su vida, tanto en las presencias como en las ausencias.
Entramos en el cuarto y ella nos miró.
- Nos hemos ido de excursión.
Sonreímos.
Quería dejar claro que había pasado.
- ¿Dónde?
- Al centro comercial.
Parecía muy pequeña, sudorosa, sin duda el viaje la había agotado.
Le costaba respirar.
Tras explorarla confirmé que todo estaba peor.
Para evitar verme influido por el efecto del paseo matutino le propuse regresar por la tarde dado que estaba de guardia.
- Descansa, luego nos vemos.
Regresamos unas horas después.
Despacio, muy despacio, como un charco que se evapora, ella iba lentamente dejándose llevar.
Estaba más dormida.
Le costaba mirarme a los ojos.
Había llegado el momento.
Le expliqué lo que ocurría y ella mantuvo un silencio lento, líquido.
Hablé despacio, por temor a que no me entendiera y por temor a no ser capaz de decirlo todo.
Sonrió.
Lloró.
Llamamos a una ambulancia mientras hablaba con el hospital al que iba a ser trasladada. Habíamos preparado todo y regresaría allí donde la trataron. Era conocida y querida. Estaban tristes pero preparados.
Al llegar la ambulancia regresamos a su cuarto y le expliqué lo que iba a ocurrir. Administré un bolo de medicación anticipando el dolor producido por el movimiento. Ella separó los labios, murmurando.
- Oye, ¿es ahora?, ¿me estoy muriendo?
Probablemente es la pregunta más compleja a la que uno se pueda enfrentar como médico. En realidad, es la pregunta más compleja a la que te puedes enfrentar seas lo que seas.
Y siempre es justa.
Tragué saliva.
- ¿Tú qué crees? - le dije.
Y ella me observó tranquila y dulce. Haciendo que se arrugaran los extremos de sus ojos. Dueña de una sabiduría infinita.
Asintió.
No dijo más.
Con un gesto de su dedo índice nos indicó que podíamos empezar.
En el hospital las horas transcurrieron extrañas.
Nosotros, tras dejarla en la habitación, hicimos visitas diarias.
Siempre estaba acompañada.
Cada vez más dormida.
Rodeada constantemente de amigos y familia.
Murió junto a su madre y su hermano.
Nos lo comunicó él por teléfono usando el móvil de su hermana. Se lo había pedido ella, para que nos diéramos un susto al ver su nombre por última vez en la pantalla.
Murió tranquila y cuidada.
Sin dolor.
Se cumplieron sus deseos para ese momento.
Dejó una lista, una hoja de ruta, para que nadie cometiera ningún error.
Acudimos al cementerio para despedirnos.
Allí su madre nos dio un abrazo mientras su hermano, más tímido, parecía querer rodearse de los amigos.
Un escudo ante los malos recuerdos en forma de médico.
Nos acercamos a él y le dimos la mano.
Se había puesto camisa.
Y entonces vimos sus #Zapatillas.
Nuevas.
Recién compradas.
A estrenar.
- ¿Del centro comercial? - pregunté.
Y él me sonrió.
Sin necesidad de palabras, nos dimos un abrazo.
Abandonamos el cementerio.
Mirando a ese horizonte que no sabes cuando termina.
Pero termina.
Me fui pensando en ella.
En su lección.
PD: este #HiloYTal es un homenaje a ella. Han pasado diez años. Personas que te cambian la vida. Ella y el sentido de trascendencia que le otorgó su forma de ser y a un regalo, las #Zapatillas. Dueña un poco infinito.
PPD: he cambiado cosas para que sea reconocible por quién la conoció. Aquellas #Zapatillas son la memoria que todo lo encaja.
PPPD: con este #HiloYTal terminó una trilogía de relatos homenaje a pacientes.
También está #PapelDoblado y #ElRelojDePedro.
Os dejo el acceso a ellos en los siguientes tuits.
Como veis me ha llevado más de un año terminar la cosa. Para que luego digan que no soy previsor 😜
Gracias por la paciencia.
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