Esta carta la recibí en 2006. Hace trece años. Yo tenía dieciocho y llevaba desde los diecisiete enviando a las editoriales todos los manuscritos que terminaba. Lo que voy a contaros a continuación espero que os inspire. Creo que muchos os sentiréis identificados. Abro hilo.
Mi primera historia “larga” la escribí con once años. Un día, en casa de mi abuela, le pedí que me dejara unos lapiceros para colorear, pero no tenía. Así que me propuso que cogiera un bolígrafo y un cuaderno y escribiera algo. Eso hice. Lo titulé “La historia de todos”.
Por entonces estaba obsesionado con Manolito Gafotas, de @ElviraLindo y en parte fueron sus libros los que me motivaron a escribir mi propia historia. Si Manolito tenía tanto que contar, ¿por qué no yo? Y me puse al lío.
Recuerdo el SHOOK de mis padres, no porque escribiera, sino porque el protagonista, que se llamaba Javier Ruescas Tolado (o sea, la imaginación!) tuviera padres divorciados. Mis padres no están divorciados, pero mi madre debió de ver un posible trauma emergiendo.
Así que, cuando terminó de leer mi historia (o lo que llevaba de ella) me preguntó por qué el protagonista, que incluso vivía en San Lorenzo del Escorial, tenía padres separados. Y yo, muy serio, le respondí: A VER, MAMÁ, ES FICCIÓN. Y creo que la mujer se quedó más tranquila.
La historia no la concluí. Se quedó a medias en mitad de un párrafo (prueba adjunta). Como si me hubieran llamado a cenar en un ultimátum y hubiera tenido que interrumpir de golpe la escritura. ¿LO MEJOR QUÉ? ¡¿QUÉ?!
Años después reencontré el cuaderno y escribí lo siguiente:
¿Por qué lo hice? Supongo que porque una parte de mí quería que ese niño de once años se quedara tranquilo con un epílogo. O simplemente porque no me gusta dejar las cosas a medias. Y menos las historias.
Seguí escribiendo. Le cogí gusto a eso de crear personajes, aventuras, historias… y me decanté finalmente por la fantasía. Por entonces, autores como Laura Gallego, Marianne Curley (¡Los elegidos!) o Michael Ende (La historia interminable!) me tenían obsesionado.
Y un día en clase, me retaron. Un grupo de compañeros me preguntó si sería capaz de escribir una historia larga. Pero larga nivel novela de fantasía tapa dura. Y dije que OBVIO que sí. Y a ello me puse. Escribía en casa, en clase, en los veranos, después de volver de la playa.
El título era “Los protectores de Imeth” y trataba sobre un chico que viaja a Londres y descubre que tiene poderes y que debe proteger el mundo mágico de Imeth donde viven las hadas (hadas guerreras, no os penséis). Y estuve con ello hasta terminarlo.
Bueno mi cara cuando puse el punto y final, amigas. Dije: esto me lo va a querer publicar todo el mundo. ¡Si soy súperjoven y ya he escrito como 300 páginas de novela! Esto tiene que leerlo la gente (humildad, who?).
He de decir que esa actitud kamikaze de fe ciega en mí mismo, que realmente utilizo para ocultar mi propia inseguridad (¡síndrome del impostor!), me ha salvado de venirme abajo más de una vez. Pero muchas otras solo ha servido para ganarme una bofetada más grande. But, todo ok!
El caso es que terminé la novela y me pregunté: ¿y esto cómo lo hago llegar a las editoriales? Podía mandarlo a concursos, pero no creía que fuera a encajar entre los libros de prescripción (yo creía entender algo). ¿La solución? Ir a la librería y realizar un estudio de mercado.
Alucinas con cómo me lo trabajé. Hice listas de todas las editoriales que podían interesarme. De más conocidas a menos. Analicé si publicaban autores españoles o solo internacionales, si tenían fantasía o solo realismo… Esto iba en serio.
Y después me metí en internet y encontré todas las direcciones postales e emails en sus webs. A continuación, escribí una carta en la que me presentaba y hablaba de mi obra para intentar "seducir" (como había leído en foros y webs de internet).
Después, escribí a todos los emails para preguntarles cómo podía hacerles llegar un manuscrito original. "Manuscrito original". Creo que fueron las dos palabras que más tecleé en esos meses. Real.
Y esperé.
Al email, la mayoría de las editoriales respondieron: me daban una dirección postal y me pedían que mandara una copia en papel (!!!) de la obra. Así que, ¿qué me tocó hacer? Correcto: ir a una copistería y sacar como 15 copias de mi manuscrito original (jeje) de 300 páginas.
¿Y después? Bajarme a la oficina de correos cargado hasta las orejas con ellas y, una a una, enviarlas a las editoriales. Por entonces tenía unos dieciséis años y estaba convencido de que todo el esfuerzo merecería la pena.
Y así fue, pero no como esperaba.
Cada día, volvía de clase y lo primero que hacía era mirar en el buzón a ver si alguien me había mandado una carta. Después miraba el correo. Comprobaba que no tuviera una llamada perdida de un número desconocido. Me preguntaba cómo recibiría la noticia.
Hasta que un día, pasó.
Esta fue la carta que recibí.
Gracias @Literatura_SM porque aunque sé que era una respuesta oficial que mandabais de manera automática, no sabéis lo mucho que me ayudó en aquel momento para comprender que había alguien "al otro lado" que recibía mi historia.
Me llamaban autor. ¡Autor! ¡A mí! Y tenía su sello oficial y todo. Y no era un “no”. Era un acuse de recibo. ¡De una editorial! Real que mis esperanzas se multiplicaron por mil. Y así esperé otras respuestas, emocionado… pero nunca llegaron.
Porque esa es la realidad: no recibí ni una contestación más por parte de ninguna de las editoriales a las que contacté. Con los meses, comprendí que mi novela no había pasado el corte. ¿Me dio el bajón?
Pero, ¿qué hice? ¿Rendirme? ¿Tirar la toalla? Ni loco. Sabía que había nacido con un don. Y ese don no era el de ser un genio de la escritura, sino el de ser MUY pesado y MUY perseverante. Así que comencé otra historia. Otra novela. Y cuando la terminé, repetí el proceso.
Y nada. Que no. Que igual no era tan prodigioso como yo me creía. Que lo mismo me quedaba todavía mucho que aprender, mucho que escribir para conseguir algo medianamente decente. Pues habría que seguir con ello. DIGO.
Lo bueno es que a mi alrededor no me faltaron apoyos. Mis amigos, mis familiares, todo el mundo creía que un día publicaría un libro. Me veían encerrarme a escribir, corregir, apuntar ideas… Y entonces mis padres me hicieron un regalo único.
Sin decirme nada, cogieron el documento Word de aquella primera novela larga, le pusieron una portada con un dibujo que había copiado de internet y me autoeditaron un ejemplar que me regalaron en Navidad.
Ahora, con el tiempo, miro ese ejemplar con una emoción que me explota en el pecho, pero en aquel momento, si he de ser sincero, me entristeció un poco. Ya veis. ¿Por qué? Pues porque pensé: ojalá fuera real. Tardé en comprender el auténtico valor de aquel tesoro.
A día de hoy, es uno de mis objetos más preciados. Porque ese libro era la manera que tuvieron mis padres de decirme: tú puedes, sigue, nosotros confiamos en ti. Vas a llegar tan lejos como te propongas. Será un viaje difícil, pero estaremos aquí.
Y aquí siguen. A mi lado.
Años después, mientras trabajaba en una gasolinera y tras haber abandonado la carrera de Ingeniería de Montes (???), empecé a construir la que sería mi primera novela publicada: #CuentosdeBereth.
La empecé como todas las demás. Y la envié acompañada de una carta muy similar a la que escribí para mis primeros libros. Aquí la tenéis:
Acostumbrado ya a no recibir respuestas de ninguna editorial, no esperaba que con esta fuera a ser distinto (aunque en el fondo deseaba que sí lo fuera, OBVIO). Y entonces, un día, se obró el milagro: la historia llegó a una editora a la que le gustó.
Porque esto es importante no olvidarlo: quienes leen nuestros manuscritos son personas, con sus gustos, sus vivencias, sus intereses… parece obvio, pero no lo es tanto. Tendemos a pensar que la editorial es un monstruo informe sin ojos. Y no.
Resultó que esta mujer, Irene, era tan apasionada de los cuentos de hadas como yo, y quería darme una oportunidad. Y así fue como empezó esa nueva etapa: con un email de esta mujer y yo gritando de alegría en mi cuarto.
En resumen: en este trabajo, como en muchos otros, el componente de la suerte es necesario, pero he aprendido que el esfuerzo y la perseverancia son fundamentales. Confía en ti. No dudes. Lo vas a lograr. Puede que tardes más de lo que esperas, pero acabará sucediendo.
Rodéate de gente que te haga más fuerte. Nadie quiere a su alrededor personas que le hagan dudar (¡suficiente tenemos con nuestra cabeza, gracias!). Y no te quedes peleando con una sola historia: sigue escribiendo, cosas nuevas. Retos nuevos.
Y si estás en plena guerra, solo me queda desearte mucha suerte. El mundo necesita historias y es muy probable que la tuya le acabe cambiando la vida a alguien.
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