–Sólo estoy mirando –le aclaro.
No contesta. Me mira con desconfianza. Tampoco relaja los brazos hasta que vuelvo a mi lugar. (+)
Revuelvo mis bolsillos en busca de algún billete para pagar un taxi. Cien pesos. (+)
Llego cuando el pase está por terminar. (+)
–No es con vos la cosa –contesta.
–¿Jujuy? –pregunto.
Hace que sí con la cabeza de forma ininterrumpida (+)
(+)
–¡Ma-re-os! –grita separando las sílabas con las manos hechas montoncitos–. Ahora el señor falta por mareos. ¿Qué va a ser la próxima? Porque ya tenemos gripe, indigestión, bronquitis y mareos por dos. La doble ya la tachó –agrega.(+)
–Y bueno, vos faltás por tus cursitos. Él no es nerd como vos y falta por mareos. Nadie es perfecto –la interrumpe el emergentólogo con cara seria, aunque estoy segura de que es un intento para hacerla enojar aún más.
(+)
–¿Cursitos? Yo me tomo los días de examen que la ley indica que me corresponden –arremete ella y él sonríe porque picó–. ¿Y ahora encima tengo la culpa de que él sea un burro y un vago?
–No, la culpa no. Sólo que bueno, cada uno decide en qué usa sus faltazos –contesta él.(+
–Disculpame. Lo de él nomás son “faltazos” como vos decís. Lo mío son ausencias justificadas. Y, además, yo siempre mando reemplazo.
–Perdón, señorita perfecta, no todos podemos ser flacos y aplicados como vos –continúa él.
(+)
–¿No ves que te quiere hacer engranar? –le largo.
–¿Engranar? –me contesta él–. ¿Ese término te lo enseñó tu abuela?
(+)
–Es que es siempre lo mismo –insiste ella–, no viene, no avisa o avisa sobre la hora, y los que nos morfamos el bolonqui por la misma plata somos nosotros.
Separo los labios. (+)
–Estoy harta –arranca de nuevo–. Ni siquiera se esfuerza por inventarse una excusa creíble.
La agarro del hombro y la sacudo en un intento de ponerle onda al día. (+)
–No es el drama, zapato –le contesto–. Es ayudar, eso que vos rara vez hacés –lo gasto.
(+)
–Y si tanto te gusta ayudar, ¿por qué no ayudás a los renegados de las piernas a asumir su destino? –contraataca.
Respondo que no sé hacer magia y me voy a lo mío.
La paciente tendrá unos veinticinco años. Tiene la cara cubierta de pecas y el pelo teñido de fucsia. (+)
–Si te vas, yo también me voy –le dice la hermana (que tiene un mechón verde flúo) evitando cualquier término que se acerque demasiado a la letalidad.
–¿Qué te vas a matar vos si tu vida es perfecta? –le responde mi paciente, que es más de salud mental que mía.
(+)
La chica del mechón verde sacude la cabeza y revolea los ojos.
–¿Qué sabés vos? –contesta.
–Tenés marido bueno, hijos lindos, trabajo fijo y plata.
–La fórmula de la felicidad –responde la de verde con franca ironía.
–Para mí, sí –sigue mi paciente.
(+)
Hasta que llegan los resultados, trato de hablarle de la vida que tiene por delante y de lo joven que es. Su respuesta es que su madre murió joven y ella está lista para lo mismo. (+)
El día se va entre tres pacientes con neumonía, un hombre de unos cuarenta y largos con un pie diabético para amputar que –efectivamente– vino en el mismo colectivo que yo (él, por suerte, no se niega a la cirugía), (+)
La chica del pelo fucsia queda internada con consigna policial y llora –cada dos minutos– que Dios la abandonó. (+)
Su hermana me explica que se tiene que ir por sus hijos. Le aclaro que no necesita explicarme nada, que no hay problema y parece que se va con algo menos de culpa.
El Jujeño manda otro mensaje de que sigue bastante “volado”. (+)
(RELATO ENCADENADO CON EL PRÓXIMO, PACIENCIA)