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Hoy, 9 de noviembre, además del aniversario de la caída del #MuroDeBerlin, se cumplen 81 años de la Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos, que supuso un paso más en la escalada de violencia que conduciría al Holocausto. Va HILAZO 👇🏼
Contexto. En la Polonia de 1938 vivían 3 millones de judíos que llevaban algunos años soportando ciertas discriminaciones legales. En 1937, por ejemplo, se prohibió su acceso a la profesión médica y se limitó su entrada para ejercer la carrera de Derecho.
En marzo de 1938, cuando Alemania se anexionó Austria, el gobierno polaco publicó una nueva ley que revocaba la ciudadanía a aquellos polacos que vivían en el extranjero y que no tenían “contacto” con Polonia desde hace al menos 5 años.
Su objetivo era frenar el regreso de los 70.000 judíos polacos que vivían en Alemania y Austria. Su entrada en vigor era el 30 de octubre de ese mismo año.
Tras el fracaso de Evian (ver hilo 👉🏼: ) Hitler decidió que, si Polonia se negaba a acoger a los judíos, él les obligaría a hacerlo. En agosto se anunció que los permisos de residencia concedidos a extranjeros serían anulados y tendrían que ser renovados.
El 28 de octubre, 2 días antes de que entrara en vigor la nueva ley, los nazis cogieron a 17.000 judíos polacos, los pusieron en la frontera con Polonia y les intentaron obligar a cruzarla.
Dos de esos judíos eran Sendel y Riva Grynszpan. Sendel tenía una sastrería en Hannover. Un día la Gestapo se presentó y les “llevó en camiones de presos hasta la estación de tren. En las calles no cabía ni un alma, todo era gente gritando: ¡Judíos fuera! ¡Largaos a Palestina!”.
Pero los Grynszpan apenas tenían lazos ya con Polonia. Habían emigrado del Imperio Ruso en 1911, siete años antes de que Polonia fuera independiente. Sus hijos eran alemanes, hablaban alemán, se sentían alemanes. Tenían pasaporte polaco por una decisión burocrática.
Aquel día, los alemanes les obligaron a caminar dos kilómetros por la frontera hasta el pueblo de Zbąszyn, donde Polonia les negó la entrada y les obligó a retroceder. Fueron abandonados durante días o semanas, alimentados por la Cruz Roja polaca y otras organizaciones.
Al final se establecieron en un campo de refugiados en tierra de nadie entre ambos países. Tras negociaciones entre ambos gobiernos y con la ayuda de la Cruz Roja, Polonia permitió la entrada de 4.000 judíos. El resto, 13.000, fueron enviados de vuelta a Alemania.
Un hijo de los Grynszpan, Herschel, vivía en París desde 1936. En 1938 el visado alemán le había caducado y el pasaporte polaco ya no le servía. Encima le habían denegado la residencia en Francia y sufría dificultades para sobrevivir. No tenía a donde ir.
El 3 de noviembre recibió una postal (del 31 de octubre) de su hermana en donde le contaba lo que había pasado con su familia y le pedía que les rescatara y consiguiera su emigración a EEUU. “Todo se ha acabado para nosotros”.
El lunes, 7 de noviembre de 1938, Herschel fue a A La Fine Lame, una tienda de armas, donde compró una pistola y consultó con el vendedor sobre cómo cargar y disparar. Luego se dirigió en metro hasta la embajada alemana, a donde llegó a las 9:30 de la mañana.
Tras no poder reunirse con el embajador, dado que tenía por costumbre salir a dar un paseo por las mañanas, Herschel preguntó por cualquier oficial que pudiera recibir un supuesto documento de extrema importancia. Le recibió Ernst vom Rath, su secretario.
Cuando estuvo frente a vom Rath, sacó el arma de la chaqueta y le disparó 5 veces “en nombre de 12.000 judíos perseguidos”, de las cuales le alcanzaron 2. El oficial gritó pidiendo ayuda y Herschel no siguió disparando. Sencillamente se sentó a esperar a que le detuvieran.
Aunque Alemania envío al médico personal de Hitler, vom Rath murió 2 días más tarde, coincidiendo con el 15º aniversario del Putsch de Munich, una fecha sagrada para el partido nazi. Goebbels se enteró de la muerte en la celebración y pensó en un pogromo contra los judíos.
Goebbels anotó en su diario: “Por la tarde me entero de la muerte de vom Rath. Bueno: ¡hecho está!. Le expongo la situación al Führer. Decide: que continúen las manifestaciones contra los judíos. Retirad a la policía”. Había empezado la Noche de los Cristales Rotos.
Sin embargo, lo que Goebbels no mencionó es que esas manifestaciones no eran espontáneas. Habían sido organizadas por el partido, y al frente se encontraban fuerzas paramilitares, sin uniforme, que destrozaban hogares y comercios y apaleaban (o mataban) a judíos.
A la 01:20 de la mañana del 10 de noviembre, Reinhard Heydrich envió un telegrama urgente a las oficinas de la Policía Estatal y a líderes de las SA: “la Policía no debe impedir las manifestaciones” y los alborotadores “espontáneos” debían cumplir ciertas órdenes.
Las Fuerzas de Seguridad tenían además el encargo de arrestar a los hombres adultos “ricos”. Se calcula que 30.000 fueron llevados a campos de concentración y que cientos de ellos murieron.
Shmuel Cohen tenía 5 años aquella noche. A las 8 llamaron a su casa, en Mannheim, Württemberg, y ordenaron a su familia salir fuera. Como no abrieron, tiraron la puerta abajo y entraron a gritos: “¡Judíos fuera! ¡Judíos fuera!” mientras rompían los muebles.
Al final los sacaron de casa a empujones. Los niños gritaban, lloraban, mientras aquellos hombres los empujaban con las culatas de los rifles. Fuera había un grupo de gente contemplando una hoguera. Estaban quemando los libros judíos que encontraban en casa.
Walter Bacharach tenía 10 años cuando presenció la Kristallnacht en Berlín. Recuerda a su madre pálida y llorando, preguntándose qué estaba pasando. “Recuerdo que llamó a sus amigos gentiles (no judíos). Tenía más amigos gentiles que judíos. Ninguno le respondió”.
Según un diplomático húngaro en la capital, “adolescentes de las Juventudes Hitlerianas destrozaron negocios, rompían todo lo de cristal y luego dejaban el lugar buscando otros sitios para saquear. En la zona oriental, la población local también saqueó las tiendas devastadas”.
Uri ben Ari, de 13 años, también estaba en Berlin. Fue con su padre hasta la sinagoga y vio el techo derrumbarse por las llamas. Fuera había una hoguera donde los nazis estaban quemando pergaminos de la Torah. “Lo rompían todo. Se oía el cristal rompiendose por toda la ciudad”.
Aquella noche se quemaron miles de sinagogas por toda Alemania y Austria. Los bomberos tenían ordenes de no intervenir. En Essien, una enfermera se acercó a un bombero y le preguntó si había judíos dentro de un edificio en llamas. Le respondió: “¡Allá se mueran!”.
René Juvet, un suizo de visita en Alemania, habló con un miembro de las SA, “una persona inofensiva y trabajadora”, que no participó en los ataques por estar fuera de Nuremberg. Juvet le preguntó si habría participado de haber estado allí. “Sin duda”, dijo, “órdenes son órdenes”.
No todos eran iguales. Cuando los nazis entraron en casa de Marga Randall, de 8 años, “no quedó ni una silla para que mi abuelo se sentara”. Sus vecinos, cristianos, les invitaron a pasar a la mañana siguiente y les dieron de desayunar.
Algunos sufrieron consecuencias. Wilhem Kahle, estudiante en Bonn, fue llevado ante el Tribunal Disciplinario de la Universidad por poner en peligro “la reputación y dignidad de la institución”. Su infracción fue ayudar a una judía a colocar unos estantes de su destrozada tienda.
Rudi Bamber tenía 18 años cuando las tropas de asalto entraron dos veces aquella noche en su casa de Nuremberg. La primera vez lo destrozaron todo: “Aquello era como un bombardeo, había muebles rotos, trozos de vidrio y porcelana por todas partes”.
La segunda vez fue peor. A una anciana que vivía con ellos la sacaron fuera y la apalearon, a él le dieron una paliza y más tarde encontró a su padre moribundo en la planta superior de su casa: “No podía comprender cómo habíamos llegado hasta ese punto”.
“Me habían llegado noticias de los campos de concentración, pero esto era distinto: violencia de una clase innecesaria e ilógica. No conocía a esa gente, ellos no me conocían a mí. No tenían ningún agravio conmigo; era tan solo gente que había venido a hacer lo que querían”.
Rudi también comprobó por sí mismo la contradicción de organizar un ataque desde el Estado pero al margen de la ley. A la mañana siguiente, se encontró a la policía acordonando el edificio ya que, oficialmente, era el escenario de un crimen.
Rudi tuvo que ir a la Gestapo a pedirle que retirara los precintos para poder entrar e instalarse de nuevo con su familia: “No me daba miedo ir a la Gestapo. De alguna manera, el sistema aun tenía legitimidad. Ahora me resulta incomprensible”.
En Mannheim, Margarete Drexler, viuda de un héroe de la Gran Guerra condecorado con la Cruz de Hierro, escribió a la Gestapo para pedirles que le devolvieran 900 marcos que le habían robado. No le respondieron, pero en 1940 la llevaron a un campo de concentración, donde murió.
Esta situación surrealista, entre la legalidad de un Estado moderno y la arbitrariedad del totalitarismo nazi, llegó a su punto culminante cuando los judíos damnificados empezaron a reclamar los daños sufridos a las compañías de seguros. Las víctimas serían indemnizadas.
El 12 de noviembre se celebró una reunión en el Ministerio de la Aviación para evaluar la Kristallnacht. Göering echaba humo: “Es de locos vaciar y prender fuego a un almacén judío para que un seguro alemán les compense”. En su opinión, habría sido mejor matar a “200 judíos”.
Lo solucionaron rápido. El Gobierno del Reich decidió imponer una multa colectiva de mil millones de marcos a los judíos alemanes por “los daños causados” en sus propias empresas y casas “como consecuencia de la indignación del pueblo alemán”.
Sin embargo, el gran problema de la Kristallnacht no era el carácter contradictorio de una acción al margen del Estado, sino la acción de violencia misma. Como el nazismo se encargó de comprobar, la simpatía de la población civil a la Kristallnacht no les era muy favorable.
En Suabia, Baviera, un informe decía que la población apoyaba tomar medidas en represalia por el asesinato de vom Rath, pero que no entendían “la forma de la protesta, incluyendo miembros del partido”. “Estos eventos provocaron simpatía innecesaria hacia los judíos”.
En Muggendorf, Austria, otro informe advertía de que la mayoría de la población “sentía que la destrucción era innecesaria” y que “se había planteado reiteradamente la cuestión de si los participantes en la acción debían ser castigados”.
La Asociación de Profesores Nacionalsocialistas aseguraba que “la conducta contra los judíos no fue tolerada por los principales sectores de la población”. “La población aun no entiende el problema judío adecuadamente”.
Según el cónsul general de EEUU en Stuttgart, Samuel W. Honaker, solo el 20% de la población aprobaba la Noche de los Cristales Rotos. Los alemanes podían ser en general antisemitas y querer expulsar a los judíos, pero no querían violencia en sus calles.
Tanto fue así, que el Ministerio de Propaganda de Goebbels ordenó primero minimizar los eventos de la Kristallnacht en los medios y, más tarde, prohibió la difusión de cualquier ataque antisemita.
En el plano internacional, hubo una condena generalizada. Sin embargo, solo EEUU retiró a su embajador. Ningún país rompió relaciones con la Alemania nazi, ni tampoco le impuso sanciones. Tampoco abrieron las fronteras para sacar de ahí a los 400.000 judíos alemanes y austriacos.
EEUU permitió que los 12.000 judíos alemanes y austriacos que ya estaban allí con una visa de corta duración pudieran prolongar su estancia. Sin embargo, el Congreso rechazó la ley Wagner-Rogers, que ofrecía refugio a 20.000 judíos menores de 14 años.
Solo Gran Bretaña incrementó el número de refugiados de tal forma que 50.000 judíos pudieron entrar en las islas antes de la guerra, entre ellos 9.000 menores de edad (“Kindertransport”), entre los que estaban Rudi Bamber y su hermana pequeña.
La Kristallnacht marcó un punto de inflexión. La cúpula nazi aprendió del error de organizar un ataque a la vista e improvisando. La próxima vez sería algo estudiado, en secreto, fuera de la vista de los alemanes y en un territorio donde no hubiera Estado ni ley: Europa del Este.
¿Qué fue de Herschel Grynszpan? No se sabe con certeza. Sobrevivió probablemente al Holocausto, pero su pista se pierde en 1946 en Baviera. Alemania Occidental le dio por muerto en 1960. Su historia entre esos años da para hilo, así que lo dejaremos aquí.

Fin.
PD: Todos los testimonios están sacados de diversos libros y de internet. Si queréis más, aquí tenéis unos cuantos: pogromnovember1938.co.uk/viewer/search/…
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