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Tal día como hoy, hace 80 años, Alemania invadía Polonia y comenzaba la II Guerra Mundial. Este HILAZO es una pequeña historia de aquellos días en los que empezó la mayor barbarie que la humanidad ha conocido. Una barbarie que empezó el 1 de septiembre de 1939 👇🏼:
La periodista británica Clare Hollingworth estaba aquella noche en Katowice, en la frontera con Alemania. Clare, de 27 años, había sido contratada por el Daily Telegraph apenas una semana antes para cubrir la zona por su conocimiento del lugar y del idioma polaco.
Clare nunca quiso ser como la mayoría. Odiaba el trabajo doméstico y no concebía que su vida consistiera en casarse con algún hombre que la mantuviera. Así que trabajó en la Sociedad de Naciones, estudió Estudios Eslavos en Londres y luego vivió en Zagreb.
Cuando en 1938 estalló la crisis de los Sudetes, Clare fue a Varsovia para ayudar a los refugiados que huían del nazismo. Tanto fue su empeño que los organizadores de la ayuda le encargaron que gestionara las visas de salida a Gran Bretaña.
Entre marzo y abril de 1939, Clare ayudó a entrar en Gran Bretaña a entre 2.000 y 3.000 refugiados. Sin embargo, el MI5 vio que sus refugiados eran “indeseables”: alemanes, comunistas, judíos... Y su trabajo terminó justo antes de que el Daily Telegraph se fijara en ella.
Sus primeros días en Katowice fueron el rumor constante de que algo se avecinaba, con gente yendo y viniendo y mudanzas hacia otras zonas más lejos de la frontera. Esta permanecía cerrada al paso, salvo para vehiculos diplomáticos, y a Clare se le ocurrió una idea.
Le pidió al consul británico, su amigo John Anthony Thwaites, que le dejara el coche diplomático para cruzar la frontera para comprar algunas cosas, como vino y papel fotográfico, que ya escaseaban en Polonia. Aunque Thwaites se lo tomó a risa, aceptó.
De vuelta hacia Polonia, cerca de Gleiwitz, vio un muro hecho de una larga fila de sábanas de arpillera colgadas a lo largo del camino. Mientras conducía, un grupo de 65 motoristas la adelantaron a toda velocidad provocando que el viento levantara las sábanas.
Lo que había detrás era un valle con miles de soldados, vehículos blindados y carros de combate. Lo que Clare estaba presenciando era el 10º Ejército de la Wehrmacht, bajo el mando de Gerd von Rundstedt, listo para atacar Polonia. Era 28 de agosto.
Cuando llegó a Katowice, devolvió el coche al consul y le contó lo que había visto. Aunque él no dijo nada, más tarde informaría al Foreign Office de la situación. El mundo se enteraría al día siguiente porque el Daily Telegraph lo publicó en portada.
Y allí estaba ella la madrugada del 1 de septiembre, esperando la inminente catástrofe. Aunque no sabemos si ella lo sabía, el día anterior Alemania había aceptado sentarse a negociar con Polonia una solución pacífica. Era la última esperanza para la paz.
Pero nunca la hubo. Lynn Heinzerling era corresponsal de AP en Danzig. Durante esa semana, había habido movimiento de tropas y gente evacuada. Incluso el lunes anterior, el Danziger Vorposten, periódico local, había titulado: “El día está cerca”. Pero aquella noche era distinta.
Aquella noche todo estaba tranquilo. Sin gente por la calle y solo con el ruido del mar. Unas horas antes el dueño del hotel donde se alojaba le había llevado un par de botellas de alcohol: “Es mejor que tengas esto”, le dijo con una sonrisa de quién sabe más de lo que cuenta.
Antes de acostarse, Lynn vio cómo un oficial alemán, alojado también en el hotel, le pedía al recepcionista que lo despertara a las 4:00h. “Estaba claro —escribíra Lynn después—, que no se va a levantar tan pronto para avanzar en la causa de la paz”. No le faltaba razón.
La negociación era un teatro. Desde el 25 de agosto se encontraba atracado en el puerto de Danzig el acorazado Schleswig-Holstein, aparentemente un buque escuela de la Armada alemana. Pero dentro había una fuerza de asalto de 225 hombres listos para atacar.
Esa noche se fue moviendo hasta colocarse estratégicamente a tiro de la Westerplatte, una pequeña fortaleza a orillas del Báltico donde había una guarnición del ejército polaco. Allí esperó la orden de ataque, que llegó a las 4.45h del 1 de septiembre de 1939.
Heinzerling estaba en su hotel cuando empezaron los tiroteos. A las 4.47h sería quizás la persona que oiría el primer disparo de la Segunda Guerra Mundial. Bajó a la calle, vacía, con el único ruido lejano de rifles y ametralladoras y la incesante ofensiva del acorazado.
El primer hombre que vio por la calle fue un soldado alemán que iba poniendo carteles por las paredes anunciando la vuelta de Danzig al “Gran Reich”. La ciudad, de mayoría alemana, había sido motivo de disputas. Y ahora también era la excusa para entrar en Polonia.
Lynn siguió avanzando por la calle y vio un café abierto desde donde estaba sonando una emisora berlinesa, con música. Ávido de información, entró para preguntar, pero cuando detectaron su acento americano fue invitado a salir: “Aquí no queremos extranjeros hoy”.
Lynn se dirigió entonces hacia el puerto, donde el acorazado Schleswig-Holstein estaba a cañonazos contra la Westerplatte.
La idea de los alemanes es que la fortaleza cayera ese mismo día, pero habían subestimado a los 200 polacos que había dentro, defendiendo el lugar con uñas y dientes. No se rindieron hasta que no se les acabó la munición. Eso fue 7 días más tarde.
No era el único caso de resistencia heroica. Las SS locales estaban intentando asaltar la Oficina de Correos, defendida por reservistas. Los polacos, incomunicados, fueron capaces de aguantar 15 horas de repetidos ataques, hasta las 18:30 de la tarde.
A Clare también la despertaron los disparos en Katowice. Eran las 5:00h cuando alguien entró gritando en la habitación: “¡Vienen los alemanes!”. Clare se incorporó de la cama y se asomó a la ventana para ver, a lo lejos, la luz de las bombas y la artillería desde la frontera.
Cogió el teléfono y llamó a Robin Hankey, un amigo que trabajaba en la Embajada británica en Varsovia. “Robin, la guerra ha empezado”. Pero Robin no parecía creérselo del todo. Así que Clare acercó el teléfono a la ventana y Hankey pudo oír por sí mismo el ruido de los tanques.
Tras colgar el teléfono, Hollingworth llamó al corresponsal del Daily Telegraph en Varsovia, Hugh Carleton Green. Sin saberlo, Clare Hollingworth se estaba convirtiendo en la primera reportera en informar de la invasión de Polonia.
Green colgó el teléfono y llamó al Ministerio de Exteriores para contarlo: “Eso no tiene sentido. ¡Aun estamos negociando!”. Pero entonces apareció un sonido irritante que se oiría en media Europa: la alarma antiaérea. La Luftwaffe estaba en Varsovia.
Mientras, Clare fue al consulado británico en Katowice y estuvo ayudando a quemar documentos antes de huir a Cracovia. Los diplomáticos sabían que Gran Bretaña declararía la guerra a Alemania más pronto que tarde y que los alemanes no tardarían en llegar al consulado.
Pero los británicos tardaron dos días más en declarar la guerra. Chamberlain aun apuraba el tiempo para evitar un conflicto mayor. A las 21:30h del 1 de septiembre, Gran Bretaña envió un ultimatum a Alemania: Hitler tenía 48 horas para sacar a sus tropas de Polonia.
A la mañana siguiente, 2 de septiembre, Clare se atrevió a coger el coche del cónsul y a volver a Katowice. Después de pasar la noche temiendo un ataque aéreo sobre Cracovia, parecía que los combates se habían calmado. Pero no.
Fue capaz de llegar hasta su habitación y coger la máquina de escribir y algo de ropa, pero no consiguió ir más allá y tuvo que regresar. El frente, si es que eso era un frente, era un campo de cuerpos sin vida, sangre y destrucción. El ejército polaco estaba en retirada.
Los polacos luchaban con honor. Honor. Esa fue la palabra que Josef Beck recalcó cuando en mayo se negó a ceder ante Hitler. “Para nosotros, los polacos, la paz a cualquier precio no existe. Hay algo en la vida que no tiene precio: esa cosa es el honor”.
Honor. Eso era algo de lo que el invasor carecía. A medida que iban avanzando, se multiplicaban los crímenes. Civiles que se resistían, terratenientes, políticos, judíos, sacerdotes, periodistas, médicos... Los Einsatzgruppen eliminaban todo lo que consideraban amenaza.
Erich Ehlers, de 27 años, era miembro del Einsatzgruppen II. En su diario, anotó cómo cogían a los “asesinos polacos” y les obligaban a cavar una zanja para ejecutarlos después. “Uno de ellos siguió comiendo un trozo de pan incluso cuando los cañones le estaban apuntando”.
A sus 31 años, Helmuth Bischoff era el líder del Einsatzkommando 1/IV. Al llegar a Bydgoszcz, colocó a “14 rehenes judíos y polacos” en la puerta de un hotel. Por cada disparo que sonara de la resistencia polaca, los nazis ejecutarían a uno. No sobrevivió ninguno.
Luego vino lo peor, claro. La destrucción de Polonia, de sus ciudades, de su cultura, de su entidad política, la “germanización”, los campos de exterminio, los trabajos forzados, el Holocausto...
Mieczyslaw Brozek era profesor universitario en Cracovia. Los nazis apalearon a los profesores a culetazos y los enviaron a campos de concentración. A Brozek le tocó Dachau. “Después de lo que viví en el campo, no había valores. Tenía la certeza de que nada tenía sentido”.
Michael Preisler tenía 20 años cuando comenzó la invasión. “Cerraron las escuelas y las iglesias. Los polacos no podían subir al mismo autobús que los alemanes. Había un cartel que ponía: ‘prohibido perros y polacos’”.
Pero aquel 2 de septiembre todo eso quedaba muy lejos.
El 3 de septiembre, a las 11:15, y tras un segundo ultimátum, Chamberlain habló por la radio: “A estas horas no se ha recibidido ninguna garantía de que Alemania vaya a retirar sus tropas de Polonia, en consecuencia este país está en guerra con Alemania”.
Clare y el cónsul Thwaites oyeron la noticia antes de partir hacia Lublin. Sin embargo, ni británicos ni franceses enviaron tropas a Polonia, a pesar de haber acordado usar toda la fuerza para repeler la agresión alemana. Los polacos estaban solos.
En Varsovia, el asalto continuaba. Desde hace dos días, la Luftwaffe bombardeaba la ciudad, incluidos hospitales y escuelas. Más tarde empezaría el asedio, que duraría hasta el 28 de ese mes. 170.000 soldados polacos eran la resistencia de la ciudad.
El espíritu periodístico de Clare le llevó a intentar entrar en Varsovia. Recorrió caminos llenos de refugiados, bajo la lluvia incesante de las ametralladoras de la aviación alemana. Viajaba sola, con determinación, al menos hasta donde pudo.
Porque más adelante se topó con un destacamento del ejército alemán. Paralizada por el miedo, tuvo que esconderse hasta que se fueron. Incapaz de continuar, regresó a Lublin. Se dedicó durante días a recorrer Polonia y llegó a la frontera con Rumanía el 14 de septiembre.
Para entonces, Rumanía se había convertido en el destino de miles de refugiados polacos. Cedric Salter, del Daily Mail, dejó Polonia el día 8 y volvió el día 12: “Había dejado a un pueblo en apuros, pero optimista en la victoria final. Ahora veo un pueblo roto y aterrorizado”.
A lo largo de la ruta hacia Rumanía, los aviones alemanes pasaban una y otra vez disparando por la carretera, destrozando (y matando) todo lo que encontraban a su paso. Salter iba cubriéndose en zanjas abiertas en el camino mientras se movía hacia el país fronterizo.
Parecía que nada podía ir peor, pero entonces llegó el 17 de septiembre. Salter estaba en la frontera cuando vio al Ejercito Rojo entrar en Polonia. La URSS estaba invadiendo Polonia por el Este. Clare Hollingworth también lo vio.
De vuelta a Rumanía, Clare se lo contó a Green, que había llegado al país tras salir forzado de Polonia con tan solo una cerveza y una máscara de gas. “Eso no tiene sentido”, replicó Green. Pero sí lo tenía.
La URSS invadía Polonia cumpliendo el protocolo adicional secreto del Pacto Ribbentrop - Molotov, que dividía Polonia entre alemanes y soviéticos. El 22 de septiembre, ambos ejércitos se encontraban en Brest-Litovsk y organizaron un desfile conjunto.
El 8 de octubre, los últimos combates llegaban a su fin. Atrapada entre los ataques de dos potencias militares, Polonia había caído. De los 35,1 millones de personas que habitaban el país, en 1945 serían 19,1 millones. Polonia no volvería a ser plenamente libre hasta 1989.

Fin.
Clare se convirtió en una leyenda del periodismo. Cubrió la guerra en Grecia, Egipto, Algeria o Palestina. También estuvo en la guerra de Independencia de Algeria y en la guerra de Vietnam. Murió en 2017 a los 105 años.
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