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Perdón por usar esta cuenta, pero es mi último recurso. Soy Tomás Delgado, Community Manager de Larousse Latam. No puedo usar mi cuenta personal y necesito que alguien sepa que estoy atrapado en el edificio de Larousse México.

Acabo de ver esto desde la oficina de Marketing.
¡POR FAVOR AYÚDENME!

¡Ojalá tenga tiempo de contarles todo y quizá ustedes puedan entender quién está detrás de todo esto!

No puedo creer que esto haya ido tan lejos. Es demasiado. Es mejor ponerle fin a esta locura YA, aunque todos se enteren de lo que hice.
Desde hace tiempo la situación ya era bastante mala para mí, pero cuando mi mejor amigo de la oficina, Max, me mostró esto entendí que estaba perdido.
Perdón, Max, debí mantenerte fuera de esto. Es mi culpa. Tú sólo actuaste de acuerdo a las circunstancias.
Todos tienen que entender que ese gimnasio no puede ser demolido. ¿Y si Blanca se entera? ¡Todo está conectado con Blanca!
Blanca… lo que pasó con ella… a todos nos dejó muy confundidos. Ella era Community Manager también aquí en Larousse, igual que yo. Hace seis meses desapareció. Lo que más me duele es que quizá nunca sabremos a dónde fue.
La “versión oficial”, lo que todos creen, es que se fugó con el Editor de Diccionarios, Ariel Clemente. Los rumores decían que tenían un amorío.

Yo sé que no se fugaron juntos. Es decir: LO SÉ porque simplemente eso no es posible.
Y todo parece estar regresando. Justo esta mañana estaba pensando en Blanca. Y justo esta mañana alguien dejó esta nota en mi escritorio: “VIDA x VIDA”, escrito uno de los volantes de la reunión de hoy.
No tengo la menor idea de quién fue. Esto que traigo encima dejó hace mucho de ser alerta o desconfianza, ahora es casi paranoia.
Me deshice de ese papel para que nadie pudiera verlo y traté de hacer un poco de tiempo antes de que empezara la reunión.
Moría por dentro y no me dejaron estar en paz ni siquiera en la convivencia. Quise poner mi mejor cara, pero llegó Esteban (otro Content Producer). Siempre enterado de todo lo que pasa aquí, por ser un entrometido.
Se me acercó diciéndome algo sobre una noticia de Blanca como si yo ya supiera de qué estaba hablando. ¡Otra vez Blanca! Lo paré en seco para que me explicara.
El descarado se burló de mí porque yo “no sabía la noticia”. Él sabía bien lo que yo sentía por ella. Dijo que me contaría “luego” y se fue a platicar por ahí.
Todo me recordaba a Blanca y eso me afectó mucho. Estaba nostálgico y asustado.

Pero también esas “noticias” me dieron la esperanza de poder verla otra vez. Aún tengo esa esperanza ahora. ¿Qué importa lo que pueda pasarme si sabré que ella está bien?
Pensaba en eso cuando Stefi me sacó del trance. Stefi, mi amiga del alma, como Max, siempre con una cámara en la mano, diseñadora. Y los tres estamos en Marketing hace años, como una familia. Todo esto quedó sepultado, a partir de hoy, en el pasado.
Quisiera regresar en el tiempo. Stefi estuvo un rato criticando la apariencia de todos pero dijo que la única que se veía bien en la reunión era la editora de Educación, Carla de Villa, una mujer muy estimada en nuestra empresa, y nadie más. Me hizo reír mucho.
En fin. Aunque me puso de mejor humor, Stefi notó que yo tenía la cabeza en otro lado y fue por algo de comer a la barra. El entrometido de la oficina, Esteban, aprovechó para acercarse otra vez y contarme por fin el chisme completo.
Resulta que en una de las bodegas estaba escondido un bolso lleno de dinero. Unos cien mil pesos Y si se preguntan de quién era el bolso: De Blanca. Esteban se fue satisfecho cuando vio que la noticia había tenido en mí el efecto que él esperaba: dejarme pasmado.
Cuando por fin llegó Max fui casi corriendo hacia él. Lo primero que me dijo fue que alguien le había dejado una amenaza por escrito también.

¡No, no, no, no...! Le dije a Max que alguien estaba haciendo lo mismo conmigo.
Nos estaban amenazando a los dos. Entonces ya sabíamos por qué: nuestro pasado nos está alcanzando.
Miramos alrededor tratando de adivinar, pero no teníamos una sola pista. Ahí estaban los del departamento de Finanzas, los editores, los de Francés...
Como yo, Max sabía que dentro de una semana o menos la policía entendería lo que había estado pasando en el gimnasio, nos acorralarían, nos encerrarían y lo perderíamos todo.

POR ESO DEBO CONFESAR AHORA MISMO:
Max y yo matamos a un tipo hace seis meses y su cuerpo está ahora cubierto de cal en uno de los lockers, junto con las armas que nos incriminan.
Sucedió hace 6 meses, unas semanas después de que la relación entre Blanca y yo empezara a enfriarse, justo cuando iniciaron los rumores del romance entre Blanca y el Editor de Diccionarios, Ariel Clemente.
Me iba mal en el trabajo y además los celos me dolían, no podía pensar en otra cosa.
Llegué a robarle a un conserje las llaves del cubículo de Blanca, y las copié, para luego descubrir en su escritorio libros con frases de amor y dedicatorias firmadas sólo con un simple “Ariel”. Descubrir eso me hundió.
Ese tal Clemente... mayor que yo, con un mejor puesto, mejor salario y más “cool”. Lograba que hasta le quedara bien la imagen de chavo-ruco que tenía.
Me parecía ridículo ¡pero el ridículo era yo! ¡ME ESTABA QUITANDO AL AMOR DE MI VIDA!

Hasta ese punto detestaba a Clemente pero lo que pasó aquel día me hizo ABOMINAR de él. No estaba preparado para eso.
Todo inició la tarde en que Blanca me llamó muy alterada, un poco antes de la hora de la comida, cuando el edificio está prácticamente vacío.

Quería que fuera a verla. Estaba en la enfermería.
Cuando llegué, Blanca estaba reposando en un sillón como delirando. La encargada de la enfermería también había salido a comer y no había nadie que la atendiera. Y el botiquín: cerrado con candado.
Tomé su bolso para ver si tenía paracetamol. Sólo encontré somníferos y ansiolíticos fuertes (me sorprendió que tuviera esas sustancias).

Decidí llamar a alguien que tuviera tanta confianza en mí como para salirse de su hora de comida y volver a la oficina: Stefi.
Encontré a Stefi en la entrada del edificio y me dio el paracetamol que le pedí. Le pedí también que fuera a la cafetería de la oficina a preparar un té para Blanca y que después se lo llevara a la enfermería.
Volví con Blanca para encontrarla ahora sí delirando. De la bolsa del pantalón sacó una prueba de embarazo. Era positiva. Yo no entendía nada pero recuerdo lo que dijo palabra por palabra:

“Perdóname, Tomás, yo no quería. Ariel me obligó a hacerlo”.
“Ariel me obligó a hacerlo”. No pueden imaginarse lo enojado que estaba. Salí de ahí con la sangre hirviendo, ignorando a Stefi que había llegado con el té. Me preguntó algo que no oí. Yo estaba en una especie de “piloto automático”.
Fui al gimnasio, donde se preparaba la obra y tomé una barra de metal. Luego crucé el edificio vacío hasta llegar al cubículo de Ariel, quien solía comer solo. Toqué la puerta.
Ahí estaba, sonriente, arrogante. Me dijo que “qué se me ofrecía”, el hipócrita. Me metí sin permiso a su oficina y cerré la puerta. Se puso nervioso cuando notó lo que traía en la mano y ahí fue cuando di los primeros golpes.
Tiré su comida al suelo y una botella de refresco se quebró, pero con el edificio vacío nadie pudo oír nada.
El desgraciado ni siquiera se defendió hasta que supo que yo iba a llevar la situación hasta el final. Ya sangraba bastante cuando empezó a golpear y forcejear.
El muy traicionero de alguna forma sacó fuerzas para tumbarme y someterme con su peso. La barra se me fue de las manos y él agarró la botella rota. El cobarde estaba listo para apuñalarme pero estaba reuniendo el valor para hacerlo.
De pronto un chorro de sangre me dejó ciego. Ariel cayó sobre mí y yo me lo quité de encima asustado.
Era Max. Mi amigo. Él sí había escuchado el alboroto y pudo reaccionar a tiempo cuando vio lo que pasaba. En la mano llevaba su navaja suiza. Me había salvado.
Estábamos mudos, procesando lo que había pasado. Teníamos que reaccionar rápido. Teníamos un cadáver y poco menos de una hora para resolverlo.
Max se limpió las manos con una servilleta y salió de la oficina. Supe que había ido a buscar a Francisco, nuestro Manager de Marketing, el sujeto más tosco y con el corazón más grande que conozco.
Max no hubiera hecho esto de no ser porque Francisco siempre fue como un padre para él. Él lo había recomendado, lo mantenía muy cerca y le había enseñado infinidad de cosas. Además de considerarlo un buen elemento le tenía un gran afecto.
Rápidamente llegó con su asistente personal, Martín, también de total confianza, a ayudarnos. Mau estaba muy asustado, pero dispuesto a colaborar con nosotros tres.
Coordinándonos, en una hora limpiamos la oficina, la sangre que traía encima (Francisco me dejó usar su baño particular y un cambio de ropa) y metimos el cuerpo de Ariel en una bolsa con cal y lo ocultamos en un locker del gimnasio…
Yo lo maté, sí, pero MATÉ A UN VIOLADOR Y NO ME ARREPIENTO. Hice justicia por propia mano, también, pero lo hice por Blanca.
A Blanca nunca la volví a ver después de lo que hicimos con Ariel. Nadie sabe qué le pasó ni a dónde fue. Al ver que era inútil contactarla me concentré más en mi trabajo. Me empezó a ir mejor.
Un día volví a usar la copia de la llave de su cubículo y me quedé con algunos de sus libros, incluso los que tenían las dedicatorias de Ariel. Después lo que hice fue quedando más o menos enterrado para todos menos para mí.
Vuelvo al aquí y ahora y pienso en cómo mi vida se transformó después de lo que hice… Aunque me condenen estoy tranquilo con mi consciencia. Pero alguien me busca para cobrar venganza, por eso prefiero acabar tras las rejas que muerto.
Es por eso que decidí quedarme en este edificio, encerrarme en la oficina y desde aquí contarle al mundo la verdad antes.

Quizá alguno de ustedes pueda entender qué pasa antes de que sea tarde.
Max y yo nos pusimos a recapitular porque TENÍAMOS que deducir quién nos estaba enviando las amenazas.
Recordamos que varios meses después de lo de Ariel, Francisco falleció por un ataque al corazón después de sufrir una fuerte impresión durante un robo a su casa. La falta que hace ahora…
Martín murió tiempo después. Supo que tenía un tipo de leucemia muy agresiva y compró un boleto urgente a Baja California para tratarse allá mientras pasaba los últimos días con su familia. Hace unos días supimos que falleció.
Entonces era imposible que se supiera. Ni Max ni yo le hubiéramos soltado la sopa a nadie. El resto que también sabía había fallecido.
No logramos llegar a nada y decidimos separarnos, investigar cada quien por su cuenta. Yo sabía perfectamente mi primer paso, buscar al ser más entrometido de todo Larousse: Esteban.
Me le acerqué y le propuse investigar el caso de Blanca juntos. Pero un entrometido tan experimentado como él no iba a aceptar eso, pensaba que yo no iba a cumplir mi parte, así que le solté un dato clave que nadie conocía:

La prueba de embarazo positiva.
Él estaba asombrado y a la vez enojado porque yo jamás había revelado esa información. El chisme había estado incompleto todo este tiempo, pero ahora se nutría gracias a mí. De inmediato aceptó colaborar conmigo.
Pactamos eso y cada quien se fue por su cuenta. Yo volví a mi lugar para cargar mi teléfono, pero allí encontré algo bastante extraño que no estaba antes.
¡Alguien había dejado un sobre con fotos impresas del jefe de Finanzas, Ricardo, besándose con Blanca!

Eso era algo muy delicado pues él y nuestra jefa de Marketing, Anabel, estaban casados, y porque además Blanca era su subordinada, lo más grave de todo.
Yo veía tanto a Ricardo como a Anabel como mis benefactores y protectores en la empresa (una historia parecida a la de Max y Francisco). Por ello esas fotografías no me hicieron feliz en lo absoluto; alguien quiso lastimar mi moral y lo había logrado.
La idea que yo tenía de Ricardo empezó a desfigurarse. Alguien tan cercano a mí… con otra persona igual de cercana. ¿Podría tener incluso alguna relación con la desaparición de Blanca? Jamás en mi vida había pensado en esa posibilidad.
Pero antes de enfrentarlo debía saber más acerca de esas fotos y yo estaba casi seguro quién las había tomado: Stefi. Quise asegurarme, volví a la reunión.
Stefi me vio con sorpresa conforme me acercaba. Sin decir nada la aparté a un lugar privado, le di el sobre con las fotografías y lo abrió. Su cara se puso triste, triste. Me miró como queriendo preguntarme algo pero no dijo nada.
Le grité. Le pregunté si ella había tomado las fotos, que si ella las había puesto en mi lugar. Admitió que ella las había tomado, pero que ella NO las había dejado en mi lugar.

Le seguí insistiendo, le exigí que me contara todo.
Me reveló que las fotos eran de poco antes que Blanca desapareciera y que ella misma le había pedido que las tomara. Nunca le dijo para qué, pero seguramente eran para chantajear a Ricardo, dijo.

Se las había entregado a Blanca hace meses... ¿ENTONCES QUÉ ESTABAN HACIENDO AQUÍ?
¿Chantajear a Ricardo? Si eso era cierto entonces explicaba el bolso de dinero que habían encontrado en la bodega.

Pero Stefi sabía que a mí me gustaba Blanca y le pregunté muy molesto por qué había colaborado en una cosa así.
¡PORQUE YO TE QUERÍA A TI! Me gritó. No esperaba eso, me quedé sin saber qué decir.
Dijo que quería mostrarme las imágenes para que yo viera “quién era Blanca realmente” y así yo la hubiera dejado por ella. Pero nunca lo hizo al final de cuentas, “para no herirme”.
Le grité cosas demasiado crueles sin controlarme. Me arrepentí y me avergoncé casi de inmediato y me callé la boca.
Stefi se me quedó mirando sin decir nada durante un tiempo tan largo que me incomodó. Ella se compuso y me pidió que la dejara en paz de una vez. Me fui de ahí.
Me fui con la cabeza baja pensando que aún tenía que conocer la versión de Ricardo, el jefe de Finanzas. Le preguntaría sobre las fotos con Blanca. ¡Necesitaba saber la verdad!
Fui directo a su oficina. Estaba hablando con Anabel y decidí esperar afuera. Anabel: nuestra jefa de Marketing, mi benefactora, y la pareja desapegada de Ricardo.
Cuando ella salió de la oficina la saludé y fui directo a confrontar a Ricardo. Me senté frente a su escritorio. Él me recibió sonriente: “¡Qué milagro, Tomás, ¿qué me cuentas?, dime, estoy SÚPER ocupado”.
Le mencioné la noticia del bolso lleno de dinero que habían encontrado en la bodega. Dijo que sí se había enterado. “Si… sí, sí, sí…”, se puso a decir, con su humor raro de siempre, y agregó que el bolso se lo había llevado la policía. Volteó a mirar su computadora y a teclear.
Le insistí. Le pregunté si sabía que el bolso era de Blanca y él se mostró sorprendido. Detuvo lo que estaba haciendo en la computadora. “¡Ah! La chica que desapareció”, dijo y se puso a recordar en voz alta “lo simpática que era”.
Yo seguía presionando: “¿De dónde crees que pudo haber sacado todo ese dinero? Eran como cien mil pesos”. Ricardo empezó a distraerse otra vez. Me dijo, mientras volvía a su computadora, que no tenía la menor idea.
Ricardo estaba perdiendo el interés en la conversación y empezó a ponerse cortante. “Pues no sabía todo eso, Tomáaaaaaas, porque he estado ocupado, como ya sabes, como siempre, pero gracias, fue muy interesante el chisme, siempre es bueno que…”.
Saqué el sobre de fotos y se lo extendí. Ricardo lo vio, lo tomó y sacó las fotos. Yo pensaba que se iba a poner nervioso, pero sólo hizo una mueca de sorpresa. Me enojó que se puso a verlas mientras miraba algo en su computadora de vez en cuando.
“¿Wow, y esto, Tomás? ¿De dónde lo sacaste?”, se estaba tomando el asunto a la ligera. Yo exploté en ese momento. Le recordé que él sabía que yo tenía sentimientos por Blanca y que había hecho una canallada.
Él me salió con la patanería de que había sido Blanca quien lo había buscado a él, que la vida es una batalla cruel y que yo necesitaba endurecerme porque era una piltrafa y no estaba bien ser débil. Se estaba comportando como un verdadero cretino.
Eso sólo me hizo enojar más todavía. Me puse a insultarlo de la manera más hiriente que pude. Lo llamé chavorruco, fulano, fantoche... Eso lo sacó de su pose y me confesó lo que había hecho:
“¡Pues en realidad deberías agradecerme porque esa mujer era una amenaza y un desastre! ¡Te la quité de encima! No te acuerdas pero con ella te la estabas pasando mal, mal, mal. ¡Ibas a perder el empleo, no hacías nada bien! Te ibas a dejar caer”.
“Y sí, yo le di ese dinero. Si no lo hubiera hecho se habría podrido todo. Me amenazó con mostrar esas fotos a todo mundo. Me iba a destruir a mí pero también a Anabel, nuestras áreas, a ustedes. Hubiera habido un escándalo mediático aquí. Esa mujer quería ver todo esto arder”.
No me dejé impresionar con sus confesiones dramáticas, yo ya quería ver arder todo también. Le exigí que me dijera qué había pasado después de que le diera los cien mil pesos.
“No se conformó con eso y a los pocos días volvió a pedirme más dinero. Yo me negué completamente. Estaba enloquecida. Hasta me enseñó una prueba de embarazo falsa”.
¡Desgraciado!

Le pregunté de inmediato si entonces ese niño era suyo. Me salió con que eso no era posible porque no correspondía con su periodo. ¡Qué descaro! Pero quizá era cierto porque a fin de cuentas Ariel Clemente fue quien abusó de ella.
Le pregunté entonces si había tenido que ver con la desaparición de Blanca, pero él me recordó que se había ido de vacaciones durante ese periodo. Era verdad. Y habría sido ruin de mi parte creer que él la hubiera podido lastimar.
La visita a Ricardo había sido agotadora e infructuosa. Hubo un silencio incómodo y se puso a teclear otra vez en su computadora. Sin dejar de mirar la pantalla me dijo que el asunto no le interesaba en absoluto y me sermoneó con que yo era demasiado débil e influenciable.
¡Que se vaya a la verga! Salí de ahí y tomé un poco de aire para pensar. Volví a mi cubículo por mi teléfono y vi que no tenía nuevos mensajes de Max o Esteban. Me senté a pensar, con la mirada perdida.
Noté, de pronto, enterradas entre varios documentos, unas notas que Ariel Clemente me había hecho para unas publicaciones para promocionar diccionarios. Me extrañó verlas ahí; las palabras de un fantasma. Las saqué para mirarlas y algo me hizo estremecer.
Algo andaba mal. Los trazos de las notas de Ariel eran pesados y eran parecidos a los garabatos de un doctor cuya letra cuesta trabajo entender. Al ver esto tuve una idea.
"Abrí el cajón donde tenía guardados los libros de Blanca, los que tenían dedicatorias de Ariel. Saqué uno y vi la letra. Saqué otro y lo mismo. Empecé a sudar frío.

Había algo muy, muy sutil, pero innegable, que no había notado antes…"
"¡No era la misma caligrafía!
Quizá el amante de Blanca no había sido Ariel Clemente. Quizá Ariel no había violado a Blanca. Quizá por eso él no se había defendido cuando lo ataqué… Quizá había otro Ariel. Quizá yo había matado a una persona inocente.
¿Por qué no pensé en esa posibilidad antes? ¿El peso del asesinato y las complicidades me habían cegado? ¡No! Eso era una locura. La verdad era que aún no tenía la certeza completa de lo sucedido. No dejé que me afectara de más.
Me recompuse a la fuerza. No podía detenerme, había alguien tras mi cabeza y la de mis amigos. Eso era lo importante.
Llamé rápido a Esteban para informarle sobre los “dos Arieles”. Quizá él sabía quién era el otro. Pero en cuanto se lo conté se quedó mudo. No sabía de ningún otro Ariel, pero entendió que ese pequeño detalle cambiaba otra vez “el chisme completo”.
Me dijo que investigaría el asunto de los “dos Arieles” y que por eso se quedaría en el edificio hasta el día siguiente, que tenía un plan. Tan comprometido estaba con el chisme. Incluso me hizo arrepentirme un poco de haberlo involucrado en esto.
Antes de colgar le dije que pasaría la noche también en el edificio de Larousse, que yo también tenía una idea. Pero en realidad quería estar en un lugar seguro porque el asesino seguramente estaba metido muy profundo en nuestras vidas y sabía mi dirección.
Desde entonces estoy en el edificio, prácticamente escondido bajo el escritorio, con el celular de la empresa.

¡Para poder encontrar la respuesta a esta locura de alguna manera!
Se me ocurrió abrir el correo electrónico de la empresa, para poder ver si encontraba a algún Ariel entre todos los contactos. Nada. Si hubo otro Ariel se había ido para entonces.

Nada. No tengo una sola pista.
Sé que el tiempo se agota… o quizá ya se me agotó. He estado intentando llamar a Max y no hay respuesta. Intenté con Stefi y tampoco, quizá está molesta y jamás me perdonará. Quizá es una mala señal, espero estar equivocado.
De pronto sonó mi teléfono.
Era Esteban. Me hablaba desde el último piso del edificio. Me dijo que durante todos estos meses habíamos estado siguiendo una pista falsa, que había encontrado en unos archivos un detalle que lo cambiaba todo radicalmente.
El muy torpe quería seguir haciéndola de emoción aún en un momento como este. Se reía.

Desesperado le pedí que dijera YA lo que sabía. “Ahorita mismo estoy caminando hacia la oficina de la persona que buscamos. ¿Estás preparado para saber quién es? ¿De verdad quieres...?”.
No terminó la oración. Escuché un grito y después un golpe muy fuerte. Corrí y me asomé por una de las ventanas. Era Esteban. Ahí estaba tirado, inmóvil. Había caído por uno de los ventanales de cabeza sobre el pavimento. Lo habían tirado.
La foto que compartí con ustedes era de Esteban. Y el asesino que anda tras de mí lo mató. Todos los que sabían del crimen deben estar muertos ahora. Sólo quedo yo y sigo sin saber quién fue el asesino.

¡Pero él está aquí! ¡Estoy en la boca del lobo!

¡Ayúdenme! Tienen que encontrarme antes de que el asesino lo haga primero. Preferí confesar mi crimen. Lo leyeron aquí, no tengo nada más que esconder, nada más que perder. Sólo la vida.
Estoy escondido bajo un escritorio, entre la oscuridad de la oficina. Se me llena la cabeza de preguntas. ¿Dónde estuvo Blanca todo este tiempo? ¿Ariel realmente abusó de ella? Y la peor de todas: “¿Habré matado a un inocente?”.
¡Por eso les conté todo a ustedes! ¡Con lo que les he contado ustedes pueden resolver este misterio! ¡Yo no he logrado entender qué está pasando!
"Creo que hay alguien aquí... Por favor ayúdenme.
No es un hombre. Lo que veo no es un hombre.
Ahora entiendo todo... Todo lo que hice...
VIDA x VIDA
La historia anterior fue inspirada en "La huella de la noche" de Guillaume Musso, editado por Alianza de Novelas (AdN). Larousse te invita a leer las apasionantes historias de misterio y policiacas de AdN. Consigue la tuya en: bit.ly/2rocTLH
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