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A estas horas, las ideas más de derecha no se sienten representada por los partidos más de derecha; lo mismo por izquierdas. La política está pasando por fuera de la política, parafraseando al buen Lionel Hutz.

Abro hilo.
Quiero partir por la derecha. Durante este último año, he sido muy crítico de la tendencia temerosa que ha sentido la gente del centro a la izquierda en torno a la emergencia del candidato alias Bavaria en las encuestas y lo sindican a él como un líder de una ultraderecha.
La amenaza no estaba en el alias Bavaria. ¿Por qué no estaba ahí? Porque sus ideas ya son copadas por un partido ya establecido y quizá solo lo votaría el mismo segmento (hola, suma cero).
Para el resto del electorado potencial, el alias Bavaria solo sería un candidato muy frío y distante. Lo encontrarían «duro», «frío», «poco amigable», «así como demasiado cerrado»: se trata de atributos demasiado doctrinarios para un país que ya padece a la UDI.
Además, hay un componente más hermano de la semiología: el alias Bavaria representa una estética semejante a Colonia Dignidad. Se trata de un significante asociado a actitudes de pulcritud, sadismo y (auto)represión.
Claramente, ahí no hay una erótica que el electorado conservador le parezca atractiva más allá de cierto nicho cautivo. Por eso, por más que aparezca encabezando encuestas, siempre serán los convencidos de que van a votar por esa opción. La proclaman como refugio identitario.
El estallido social refrendó mi punto de vista. La aprobación a Piñera estaría oscilando entre el 10 y el 15% durante estos días. La gente que categóricamente cree que no es necesaria una nueva Constitución está cercana a los mismos números. Los duros siguen siendo los mismos.
En relación al estallido, han aparecido movimientos o actitudes que parecen más cercanas a ideas de derecha, pero que aprovechan la gran movilización para poner sus posturas. El caso más representativo: el movimiento No Más Tag.
Esa derecha tiene un carácter nacionalista, popular y quizá pueda ser el caldo de cultivo de un movimiento masivo de ultraderecha. Ahí está el electorado que no va a votar más a la UDI o a cierto segmento de RN.
En ese electorado, se aburrieron de subvencionar partidos que le retribuye en reputación e identidad menos que lo que le entregan con sus votos. Hasta antes de la crisis, RN quería operarse de Camila Flores y, no me extrañaría que quieran hacer lo mismo con Aracely Leuquén luego.
¿Por qué hago este punto? Hay un electorado de derecha que no encaja en *esta* derecha. No son socialcristianos, no son corporativistas, no son republicanos-nacionalistas. ¿Dónde entran los integristas no corporativistas (voto evangélico) o los nacionalistas no republicanos?
En esos segmentos, hay un océano azul. Hay todo un mercado disponible inexplorado por los actuales partidos y a cuyo potencial electorado lo deben despreciar. Al final, los votan por descarte más que por convencimiento.
El No Más Tag me parece más una regurgitación de cierto legado moral ibañista que una movilización progresista por el costo de la vida. Se trata de llevar el agua del descontento por izquierdas a otro molino, de colarse en el descontento para poder copar espacios de opinión.
La encuesta Criteria resucitó justo a un referente cercano a esa sensibilidad: Franco Parisi, el mismo que les enseñaba a las personas de clases más bajas a *doblarle la mano al capitalismo* usando sus reglas, como el curso de ahorradores de Chuck Garabedian. #ExprimirCadaCentavo
El voto de ultraderecha está ahí: en el buena onda que te enseña una triquiñuela para vivir en el mismo sistema, en el amigo que te muestra una perspectiva individualista de la indignación: se hace parte del «nos están cagando», pero lo convierte en algo al portador.
No miren al alias Bavaria, sino a estos otros, como al exdiputado que se paseaba en paños menores en al calle haciendo la finta de indignado y que luego se fue a armar un movimiento filoneonazi.
Pero no. El simpatizante de ideas más de izquierda prefiere tenerle más miedo al alias Bavaria, básicamente porque su carga semiótica se parece más a la suma de todos los demonios de un no fascista estándar.
Su existencia se basa más en la base del trigger progre que en una base electoral auténticamente suya: en realidad, solo está tomando porción de una UDI potencialmente más chica y si acaso lograba cierta popularidad en los suyos era porque activaba trigger en el *enemigo*.
Pero toda esa ilusión se acaba si aparecen posibilidades de candidatos o de movimientos de ultraderecha que generen un mayor vínculo afectivo, con referentes como los ya citados.
(Perdonen la pésima redacción. Es la hora. Prosigo.)
Ahora, vamos por la izquierda. La movilización social logró que todo un electorado con ideas afines se reuniera en torno a sus causas históricas. No por nada, una de las frases más poéticas del estallido ha sido «nos costó tanto encontrarnos; no nos soltemos».
Por primera vez, las encuestas del PNUD, los estudios de Kathya Araujo, la calle y el sondeo rápido de un periodista a un par de transeúntes quedaron alineados. La rabia siempre estuvo, pero faltó el detonante que la hermanara en/con el otro.
Es decir, más del 50% de las personas (incluso diría un 55%-60%) tenía una convicción del centro a la izquierda del espectro ideológico. Pero no lo sabían hasta hace 40 días atrás.
¿Por qué no lo sabían? Porque se desmovilizaron, porque dejaron de inscribirse para votar, porque dejaron de votar cuando el sufragio pasó a ser voluntario. Desertaron de la posibilidad de hacer política porque se acostumbraron a la desesperanza de «la medida de lo posible».
El problema de esa rabia es que aún no es canalizada institucionalmente. El electorado más progresista puede ser 3/5 de toda la ciudadanía, pero (especulo) solo la mitad de ese segmento (o menos) estaría dispuesto a votar por un bloque político determinado.
Por eso, el Frente Amplio a la primera oportunidad logró un 20% en la presidencial, además de votaciones que desplazaron al exconcertacionismo en varios distritos de la Región Metropolitana, como el barrio alto, Santiago central
o Puente Alto.
El problema de las izquierdas ahora es cómo generar confianzas con la institucionalidad partidaria cuando tienes un exconcertacionismo que decide votar leyes represivas presentadas por el gobierno, bajo pretexto de *dar una señal hacia la paz*.
Por otra parte, cómo generas confianzas con la institucionalidad partidaria cuando tienes a un Frente Amplio obsesionado con la cultura del delivery, cuyo inmediatismo en la solución de los conflictos (de afuera) genera conflictos innecesarios (adentro).
Por favor, ¿alguien quiere pensar en los votantes? A estas horas, se están farreando la mitad de su electorado potencial. Créanles más a las encuestas del PNUD, a los estudios del COES o a los diagnósticos de Pedro Güell.
Si no hay candidatos que marquen lo suficiente del centro a la izquierda no es porque no hayan suficientes simpatizantes, sino porque hay TANTA desconfianza tanto en los partidos como en sus referentes que nadie genera la adhesión suficiente para una presidencial.
Mientras tanto, el vacío de liderazgo lo llena la propia autoconvocatoria a manifestarse.
Los segmentos de izquierda deben ofrecer unión y credibilidad ante las audiencias. Deben empatar sus convicciones con las demandas ciudadanas y deben ofrecer hoja de ruta para conducirlas. Un gran acuerdo, un nuevo pacto. Deben apostar a convertirse en el Morena chileno.
Mientras nada de esto esté ocurriendo, la política (de masas) estará pasando por fuera de la política (de partidos e instituciones) y tendrás desencantados por ambos lados del espectro.
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