La responsabilidad política obliga a rendir cuentas. Nadie pide confianza sin antes haber explicado lo que ha ocurrido hasta el momento. El pretender ser el depositario de los arcanos estratégicos que no se pueden compartir tiene mucho de chapuza y excusas por los fracasos.
El socialismo del siglo XXI dice lo mismo: que estamos mal pero vamos bien. El marxismo siempre ha sostenido que las penurias de hoy sustentan la máxima felicidad futura. Es la misma falacia usada en los dos flancos: "No podemos decirles nada pero confíen a pesar del desastre".
Pero los gobiernos entregan cuentas. Lo hacen cada vez que pueden. Ningún político serio se puede excusar en el secretismo para salvaguardar la estrategia. No "quieren" decir pero mientras tanto negocian con el régimen, lo niegan y el régimen los delata.
Niegan compartir la estrategia pero mientras tanto dejan una huella de acciones erráticas que no encajan ni como acciones y tampoco como omisiones. El desgano y la falta de sincronía muestran una opción venida a menos.
El discurso político empobrecido e improvisado indican que no hay reflexión y las acciones y significantes vacíos nos dicen mucho de aquello que nos quieren ocultar. Que no han nada, no hay perfomance, no hay guión, no hay sino dedos cruzados y mucha ambición.
Los mismos estrategas del fiasco humanitario, del desastre del 30A, de los diálogos secretos con el régimen, de las negociaciones de Barbados, de las convocatorias fallidas, de la compra-venta de diputados, de la incorporación del bloque de la patria, quieren confianza ciega.
¡Conmigo que no cuenten!
