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En la Epifanía del Señor celebramos que unos Magos (no creyentes) llegaron a Belén y adoraron al niño Dios. Quizá a ti te pase lo mismo que a ellos: eres hombre o mujer de ciencia, pero a Dios lo buscas y no lo encuentras. Hoy puede ayudarte este #HilodelaEstrella #ReyesMagos
Está basado en un cuento que me contó mi abuela Luisa y que a ella le había contado su abuela que a su vez lo había oído a “un cura de su pueblo que era muy santo”.
Y es la historia de la Estrella de Belén.
La Estrella de Belén, ya sabes, la que guió a los Reyes Magos hasta el niño Jesús, era una estrella muy fuerte, muy brillante. Tanto, que llamó la atención de Melchor, Gaspar y Baltasar.
Ninguno de los tres creía en Dios, pero sí que eran buscadores de la Verdad, hombres profundamente abiertos al misterio, a lo desconocido…
Y como observadores de la naturaleza y estudiosos de la filosofía y de las tradiciones más ancestrales, entendían que es necesaria una figura que explique el orden en medio del caos y que colme las más altas aspiraciones humanas.
Aquella estrella extraordinariamente brillante llamó su atención. Quizá conocían las profecías del pueblo judío que hablaban de la llegada de un Mesías y, con sus cálculos, interpretaron este fenómeno como una señal de su nacimiento.
Según el cuento del que es heredera mi familia, aquella estrella fulgurante fue elegida entre todas las demás para esta trascendental tarea por su fuerza, por su poderoso brillo:
–Tu misión será guiar a los Magos. Ese día tendrás que sacar lo mejor de ti –le guiñó Dios en el lenguaje de las estrellas–.
–No te arrepentirás, Señor. Confía en mí. No habrá punto más brillante en toda la galaxia –respondió la estrella en tono marcial–.
–Una cosa sí tengo que decirte –añadió el Todopoderoso– esta es una misión única en la historia que no se volverá a repetir nunca. ¿Conoces los riesgos?
–Sí, Señor. Nuestros instructores del ejército celestial nos prepararon para las misiones más difíciles. Sé a qué me expongo.
–Adelante, pues. Ve tomando posiciones y espera instrucciones.
–A tus órdenes, mi Señor.
La estrella partió entonces hacia la Tierra en un viaje de millones de años luz. Por el camino iba recibiendo el aplauso y la admiración de toda la galaxia:
–Miradla, por ahí va. Nadie brilla como ella, no hay otra mejor, gritó una supernova adolescente
–Me quedo embobado mirándola… ¡Ay, qué recuerdos cuando yo tenía tanta luz! –suspiraba un agujero negro–
–Y qué misión tan importante, qué porte lleva, con qué elegancia camina por el Universo –exclamó una enana roja–
El viaje duró unos millones de años (para las estrellas son como unos días para nosotros) hasta que por fin llegó a la Tierra y se situó en el punto indicado del firmamento, al Oriente.
Aquella noche reinaba la paz en el Universo. La hermana Sol se había escondido ya y todas las demás hermanas estaban en perfecto orden, dispuestas a tomarle el relevo y alumbrar aquel pequeño planeta que tanto amaba Dios.
Entonces llegó la orden:
–Atención, atención ¡Hora H! Repito ¡Hora H! Coros de los ángeles, anunciad la noticia a los pastores. Estrella de Oriente, lanza tu mensaje: ¡Hemos nacido! Esto no es un simulacro. Repito ¡Hemos nacido!
Había llegado la hora de darlo todo. ¡Tanto tiempo esperando este momento!
Nuestra estrella se concentró, recordó todo por lo que había estado tanto tiempo entrenándose y comenzó a sacar lo mejor de sí.
Su brillo se fue haciendo más y más intenso. Tanto, que las estrellas de alrededor comenzaron a desaparecer de la vista, apagadas por la extraordinaria fuerza de su compañera.
Incluso cuando Sol volvió a alumbrar el lugar y ya no era posible ver ninguna otra estrella desde la Tierra, muchos hombres puderon ver aún el brillo de nuestra estrella, en pleno día.
A las 24 horas, llegó la orden de retirada:
–¡Fin de la misión! La operación Navidad ha sido un éxito. Los pastores y los magos han sido contactados. Enhorabuena a todos.
Un gran clamor resonó a lo largo y ancho del universo. Todo había salido a la perfección. La misión había sido un éxito.
Nuestra estrella, completamente exhausta, respiró aliviada.
Nunca había tenido que sostener su brillo en posición máxima tanto tiempo.
Volvió a colocar su termostato en posición “NORMAL” y se durmió tranquilamente, con el gusto del trabajo bien hecho.
Lo había dado todo y aún le quedaba combustible para unos pocos millones de años más. En su sueño, disfrutaba de una jubilación apacible, tranquila, siendo admirado por todos como la gran heroína, la que más brilló nunca jamás…
Mientras tanto, los Magos, que habían contemplado el fenómeno cósmico y que lo habían interpretado como el nacimiento del nuevo rey de los judíos emprendieron su viaje hacia Israel.
Sus cálculos eran ciertos, sus investigaciones correctas, pero erraron creyendo que ese rey, el más grande rey nacido jamás, iba a ser como el resto de reyes del mundo.
Y fueron a buscarlo al palacio de Jerusalén.
¿Y allí a quién encontraron? A un rey corrupto: Herodes.
El rey se sobresaltó porque no quería que nadie le quitara su puesto de privilegio y mandó a los sumos sacerdotes y a los escribas que investigaran dónde había de nacer el niño.
Estos le indicaron que en Belén de Judea. Así que, sin más, nuestros tres reemprendieron la marcha hacia aquella ciudad.
Por el camino, comentaban lo rara que había sido la reacción de Herodes y les pareció que no era trigo limpio, por lo que comenzaron a preocuparse.
Temían no encontrar el lugar donde estaba el niño; temían que los guardias de Herodes lo encontraran antes que ellos; así que pensaron:
«Si este niño es el Mesías, el enviado por Dios para salvar al mundo, quizá este Dios poderoso y fuerte pueda ayudarnos».
Tomaron un poco de incienso del que llevaban y lo quemaron rogando a Dios una señal.
El humo del incienso subió hasta el cielo, tan alto tan alto, que llegó hasta nuestra estrella, despertándola de su profundo sueño.
–Cof, cof, tosió. ¿Qué pasa? ¿A qué tanto humo?
–Tranquila –respondió el Señor– es la oración de los magos que piden ayuda.
–Entiendo Señor. Respondió rauda mientras se acicalaba al darse cuenta de que estaba en la presencia del Altísimo.
–Verás… Mi Hijo recién nacido… necesitamos ayuda urgente para guiar a los magos. Estamos en peligro, Herodes nos quiere matar…
–¿Y qué puedo hacer yo, Señor? Estoy casi sin combustible. No podría sostener mi brillo máximo más que unos minutos…
–No te preocupes, no estábamos pensando en ti. Para esta misión no hay que ser especialmente brillante. Hemos pensado que, para indicar el lugar exacto a los Magos, la mejor manera de ayudarles sería que una de vosotras cayera a la Tierra, junto al lugar donde vivimos.
Solo la posibilidad de realizar esta misión llenó de desazón a nuestra amiga. ¿Dónde iba a quedar la reputación de la estrella que lo hiciera? Caer a la tierra como un vulgar meteorito… ¡Qué horror!
Esa jubilación honrosa que esperaba, rodeada de la admiración y el respeto de sus compañeras… ¿A la basura? Jamás habría imaginado poder acabar su carrera de una forma tan ignominiosa.
En ese momento, otra gran humareda volvió a hacerle toser.
–Cof, cof, cof
–Repito, no te preocupes –sonrió Dios comprensivo– se lo encargaremos a otra cualquiera, tú ya has hecho suficiente. Te agradecemos mucho tu trabajo. ¡Has sido fundamental!
Un millar de estrellas comenzaron entonces a tintinear ofreciéndose voluntarias para la misión que estaba requiriendo Dios, que comenzó a rebuscar con la mirada con cuál de ellas quedarse hasta que…
–¡Nada de eso, bajaré yo! –destelló nuestra estrella haciendo que todas las demás palidecieran de nuevo–.
–¿Y por qué tendríamos que elegirte a ti? Explícate –le preguntó el Altísimo–.
–Los magos me conocen a mí, saben que yo soy la señal que esperan. Ellos nos conocen bien. Otra estrella distinta los confundiría.
Además, si tú siendo el Todopoderoso, te has hecho uno de ellos, será porque esos seres son mucho más importantes de lo que nos imaginamos por aquí.
–¿Estás segura de lo que dices? ¿No te importa perder todo lo que tienes aquí, todo lo que habías creído importante hasta ahora?
–No, Señor. Yo sé que tú eres amor. Eres bueno y misericordioso. Yo sé que tú das el ciento por uno y que del mal sacas el bien. Yo sé que eres el Dios de las sorpresas.
–Pues no se diga más ¡Adelante!
Nuestra amiga comenzó entonces a brillar de nuevo en todo su esplendor e inició su descenso hacia la Tierra.
Los magos vieron pronto su luz en el cielo y ¡qué alegría mas grande les dio volver a verla!
–¡Es ella! Exclamaban mientras tomaban el rumbo que les marcaba su trayectoria descendente.
En su caída hacia el planeta azul, la estrella fue perdiendo más y más masa, haciéndose más y más pequeña. Tan pequeña como un planeta, tan pequeña como un cometa, tan pequeña como un vulgar meteorito…
Al pasar cerca de la luna solo le quedaba combustible para unos segundos, sabía que era el fin. Pensaba en el deber cumplido, en el amor que Dios tenía a aquellas criaturas, en poder dar un rayo más de luz para que los Magos pudieran conocerlo a Él…
Hasta que su brillo desapareció del firmamento.
Aunque los magos estaban ya en la aldea de Belén, buscarlo casa por casa les llevaría horas, y si Herodes se llegaba a impacientar lo encontraría antes que ellos…
¿Cómo iban a localizarlo sin la luz de la estrella?
De repente, un fuerte estruendo les hizo elevar la mirada. Allá en lo alto, un gran resplandor. ¡Era la estrella convertida en un bólido que bajaba a toda velocidad!
Al chocar contra la atmósfera, rompiéndose en mil pedazos, iluminó de nuevo el camino a los Magos que vieron cómo un gran fragmento cayó junto a un gran olivo que, al instante, comenzó a arder.
En pocos minutos, los Magos llegaron junto al olivo que estaba situado frente a un sencillo taller de carpintería en el que encontraron al Niño y a su madre.
Entraron en la casa y entonces lo entendieron todo. ¡Qué equivocados estaban!
Llevaban toda su vida buscando a Dios desde categorías humanas. Buscaban a un Dios poderoso, que arreglara los problemas del mundo; a un rey fuerte, que impidiera el mal; a un salvador rodeado de su cohorte y que se manifestara con poder, abiertamente.
Y a Dios, al Dios de las sorpresas, no se le encuentra por el camino habitual (el de Herodes) sino por un itinerario alternativo como el que ellos tomaron.
Hay que dar el rodeo de la humildad, de la sencillez, de la pobreza, del amor gratuito no interesado…
Fue entonces, cuando lo reconocieron como Dios, cuando lo adoraron, y le hicieron entrega de sus presentes: oro, incienso y mirra.
Y, avisados en sueños de que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino, siempre otro camino distinto al habitual. No sin antes tomar en sus lámparas de aceite la llama de aquel olivo que aún ardía.
A lo mejor a ti te ha pasado lo que a los Reyes: no encuentras a Dios porque has ido a buscarlo donde no está.
Buscas al Dios que tú te has construido en tu cabeza, como tú crees que debería ser.
Buscas a Dios donde tú crees que debería estar: en un palacio, sentado en su trono, rodeado de su corte.
Buscas a un Dios poderoso y fuerte, a un Dios que construya tu historia como tú piensas que debería ser, a un Dios que no permita que se mueran los buenos y que triunfen los malos…
Un Dios lógico, un Dios cuadriculado…
Pero resulta que Dios trastoca nuestros planes y se hace niño.
Pero un niño niño; no un niño que dispara rayos láser con los ojos o que levanta un camión con una mano.
Un niño humano con olor a caca de niño.
Y tú dices: «noooo, no puede ser. ¿Dios oliendo a pañal sucio? Ese no es Dios.
Lo tienes delante y no lo ves.
Te pasa igual cuando miras la Iglesia y ves sus pecados. ¡Tantas faltas graves por parte de muchos de sus miembros! Y dices: «ahí no puede estar Dios. Una Iglesia con "olor a humanidad" no puede ser de Dios».
Y ya no ves todo el bien que hacen los que sí son sal, los que sí son luz…
Y es que, en medio de esa basura, en ese olor pestilente a pañal sucio, se hace presente Dios.
¿No sabes que Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios?
Porque Dios se te propone, no se te impone.
Porque Dios no quiere deslumbrarte, quiere iluminar tu camino.
Porque Dios no quiere coartar tu libertad.
Porque Dios se deja perder contra ti, porque te ama.
Y solo el amor verdadero respeta la libertad del amante.
Pero para verlo, hay que hacer el camino de los Reyes, el camino de la Estrella.
Hacer un largo viaje, bajar desde lo alto de tu pedestal, bajar desde lo más alto del firmamento, echar abajo tus proyectos y arrodillarte ante un niño.
Por cierto, que no te he contado el final de la historia de la estrella.
En contra de lo que parecía, la estrella siguió viviendo, ¡sigue viviendo hoy y lo seguirá haciendo muchos miles de años más!
Porque las lámparas que encendieron los magos con su fuego y que llevaron a su país fueron conservadas por las primeras comunidades cristianas para encender sus cirios.
Y esa luz se ha ido transmitiendo ininterrumpidamente de generación en generación.
Todavía hoy puedes ver su llama si entras en cualquier Iglesia.
Junto al Sagrario, ese lugar en el que se guarda el pan eucarístico, hay siempre una pequeña luz que indica que Dios está ahí presente.
Otra vez de forma humilde, otra vez de forma alternativa para confundir a los sabios: Dios en un trozo de pan.
Y en esa pequeña luz, sigue brillando nuestra estrella, ahora muy humildemente, señalando el camino a los que buscan al Señor.
Y todas las estrellas del firmamento, cada noche, miran desde el cielo, por las ventanas de las iglesias para admirarla de nuevo.
Pues será para siempre la estrella más famosa. La estrella que guió a los magos y que sigue hoy guiando a hombres y mujeres del siglo XXI a la presencia del Señor del Universo.
Una estrella que fue potente y luminosa y que ahora es pequeñita y humilde como aquel Niño que nació en Belén #FindelHilo
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