Yo era residente de tercer año.
Él un chaval de dieciocho tumbado en una cama por un cáncer en progresión.
- Quiero celebrar #SanValentín colega - dijo.
Devolví una sonrisa estúpida como el que no sabe sumar dos más dos.
Taladró con aquello a todo el que iba de blanco o pasaba por su habitación.
- Quiero celebrar #SanValentín.
Enfermeras, auxiliares, médicos, señora de la limpieza y celador.
- Me quiero pirar con mi novia este fin de semana.
Un rectángulo de pocos metros cuadrados atravesado por una mesa y tapizado por una pizarra en una de las paredes.
- Se quiere ir - dije.
- Pues deberá hacerlo - terminó el adjunto.
Con unas gafas de oxígeno que se quitaba y ponía al gusto.
Cáncer de huesos y una metástasis en un pulmón que lamía su pleura para hacerse derrame.
No tenía mucho tiempo.
También conocimos a su pareja, acompañante de un viaje que agotaría todos los puntos y seguidos. Todos sabían que el horizonte no siempre sabe quedar lejos.
Roberto, Pablo o Antonio había hecho las reservas momentos después de haber liberado su deseo.
No le importaba perder dinero pero sí perder el tiempo.
No nos damos cuenta de lo que nos hace ricos hasta que nos quedamos sin ello.
Él sonriendo bajo una mascarilla y ella esperando fuera con el coche en marcha para no perder ni un segundo en desaparecer.
Sábado.
Domingo.
Setenta y dos horas en las que unos padres vivieron pegados al teléfono y nosotros con la promesa de ser llamados si algo iba mal.
Al abrir Roberto, Pablo o Antonio daba las gracias con una sonrisa.
Después fue a su habitación empujado por ella.
Y en su habitación cambiaron las necesidades y los temas de conversación.
Roberto, Pablo o Antonio se fue.
Dueño de un #SanValentín infinito que se hizo realidad un fin de semana de noviembre disfrazado de febrero para servir al amor.