- ¡Hola policías!
HILO 👇
Entonces ella, pasó por nuestro lado, y soltándose de la mano de su madre, nos saludó con la mejor de sus sonrisas.
De cada tres palabras, dos, las decía sonriendo. Su alegría nos contagió en seguida a mi compañero y a mí. Era una niña viva.
- Pues trabajando guapísima. ¿Y tú?
- Voy al colegio con mi madre.
Yo a su madre la conocía de alguna intervención. Y sobre todo, al cabrón de su padre.
“Pobre niña”, pensé.
- ¡No me digas! ¿Y eso por qué?
Se puso seria
- Pues porque un día salvasteis a mi madre de mi padre.
Recuerdo que los compañeros me contaron esa intervención.
- ¡Y seremos compañeros! – me dijo.
- ¿Me lo prometes?
- Sí – me respondió con sonrisa vergonzosa.
Su madre nos miraba con una sonrisa triste. No sé si conocedora, ya por aquel entonces, de todo lo que vendría después.
Nos dieron igual las normas; o si lo que estábamos haciendo incumplía las reglas del decoro. Ahora, sabiendo lo que sé y sabiendo todo lo que vendría después, lo hubiera hecho mil veces más.
Pasaron semanas, algún mes que otro y nada.
Yo siempre patrullaba por esa calle para ver si la veía. Pero durante un tiempo no supimos nada de ella.
- ¿Qué te ha pasado Adriana?
- Nada, que me he puesto malita.
- Recuerda que me prometiste que un día patrullaríamos juntos -le dije.
- Sí, sí, ya verás.
Mi compañero se metió en el zeta e hizo lo mismo.
Y yo, sin poder hablar, abracé por última vez a una niña inocente y con unas ganas tremendas de vivir.
Nunca más la volví a ver.
Lo que sí es real es que el cáncer infantil existe y que en España se destinan poquísimos recursos para su investigación.