La última vez que estuve en Caracas, me llevé la impresión de que la ciudad estaba condenada a habanizarse completamente. A ser una urbe paralizada en el tiempo, aislada del mundo y apagada en todos sus rincones. Debo decir que esta vez me llevé una impresión algo diferente.
En algunos espacios hay mayor actividad comercial y recreativa. Hay emprendimientos que reflejan los nuevos gustos y tendencias en el extranjero (como restaurantes de poké). Aunque a los del mantra "hay que sufrir porque sí" les moleste, lo diré: esto es bueno.
Más negocios abiertos y con clientela frecuente significa mayor actividad económica, sin lo cual el desplome del PIB sería aun mayor. Además, no es un fenómeno que beneficie solo a unos pocos "consumidores hedonistas e insensibles", pues genera empleo.
El detalle es que esto sigue siendo algo muy focalizado en las partes acomodadas de Caracas y algunos otros puntos del país, como Lechería. No revierte la catástrofe humanitaria, ni el colapso de los servicios básicos. Esto sigue luciendo imposible sin un cambio político.
Ergo, el cambio político sigue siendo urgente. Pero eso no es incompatible con las pequeñas mejoras que hay. Ir a una tienda nueva a comprar electrodomésticos o a un restaurante de moda, todo en dólares, no tiene por qué hacerte políticamente apático.
En este momento hay mucha frustración y desencanto, a pesar de lo cual el cambio político es menos probable sin movilización interna. Es responsabilidad del liderazgo opositor motivar una vez más a las masas.
Me gustó ver que muchos de los espacios de Caracas que me han hecho feliz siguen de pie y ver que hay otros, nuevos. Aunque la situación del país siga siendo misérrima, no voy a negar que me agradó ver que hasta cierto punto la ciudad que amo ha tenido un respiro.
