Ayer por la tarde, en mi única salida, me encontré a un pequeño erizo en un solar abandonado camino del supermercado (no el de la foto, no está la cosa para entretenerse en la calle), pero me hizo recordar una anécdota sobre ellos. 
A pesar de su aspecto simpático, un estudio (algo viejo) describe a estos animales realizando unas acciones similares a las que llevan a cabo los Noanamá Chocó y Emberá Chocó en América del Sur.
Estos son conocidos por untar la punta de los dardos de sus cerbatanas con el veneno de ranas venenosas del género ‘Phyllobates’, que pueden usar para cazar a sus presas.
Dejo aquí un viejo hilo sobre el tema
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Dejo aquí un viejo hilo sobre el tema
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Los erizos parte que realizan algo parecido, no para cazar, pero para mejorar sus defensas. Para ello, se untan las pues con las toxinas de los sapos del género ‘Bufo’, las bufotoxinas.
Los sapos usan estas toxinas para disuadir a los depredadores, pero con los erizos no funciona. Son resistentes a estas toxinas, de manera que depredan activamente sobre los sapos.
Se ha observado que, en ocasiones, cuando matan a un sapo, muerden sus glándulas parótoideas donde se concentra la mayor cantidad de toxinas.
Las mastican y producen una mezcla espumosa con su saliva que luego extienden sobre sus espinas. Parece ser que hay observaciones de erizo común, ‘Erinaceus europaeus’ con este comportamiento.
El experimento que comentaba más arriba, en la que demuestra esta conducta, se llevó a cabo con erizos del género ‘Atelerix’, de origen africano, y del que aquí tenemos en el levante al erizo moruno: ‘Atelerix algirus’.
El trabajo como decía, es antiguo, de 1977, no he encontrado nada más moderno, pero desde luego, no sé si hoy podría llevarse a cabo un experimento como el descrito.
nature.com/articles/26862…
nature.com/articles/26862…
No solo por el sacrificio de sapos para alimentar a los erizos en el laboratorio, sino porque después el autor probó en sí mismo y en 6 voluntarios si el untarse las toxinas del sapo en las espinas mejoraba su defensa.
Para ello se clavaron varias espinas de erizo, algunas de ellas untadas con las toxinas de sapo, otras desinfectadas con alcohol y otras normales. Sin saber cuál era cuál (menos el autor, claro). Puntuaron el dolor de cada una de ellas.
Resultó que las espinas con toxinas de sapo eran las más dolorosas y las que prolongaban más el escozor. De ahí que el autor sugiera que la conducta del erizo tiene una función protectora.
Y esta es la anécdota que quería contar de estas pequeñas bolas con púas. Aquí lo dejo, #MeQuedoEnCasa
