[11.30hs]: “Mati, querido! Recién me despierto y como no pasaste anoche, quería saber en qué andabas”.

[11.32hs] “Perdón, boludo. Steffy me cortó el pito y me desmayé. Me despertaron los del hospital”.

Pausa.
La mayoría de las cosas que no conté hasta ahora, tienen una sola cosa en común: siempre estuvieron demasiado cerca. Ahora, a la distancia, puedo darme el lujo de mirarlas con otros ojos y darle valor a las rajaduras y a lo que los años dejaron impregnado en los recuerdos.
Tal vez no las escribí en su momento porque no eran lo que yo consideraba “perfectas”, pero yo soy otra persona, otro escritor. Tengo más ejemplos, más metáforas… o más excusas. Como ese concepto japonés, “wabi-sabi”.
No wasabi, wabi-sabi, que habla de encontrar belleza en las cosas imperfectas de la vida aceptando el ciclo natural de nacimiento, desarrollo y muerte.
Wabi-sabi habla de celebrar las fallas, las roturas, las marcas del tiempo, el clima y los amores que dejamos atrás. Easy peasy. Japanesey.
Ahora, sí, hermoso el concepto, pero ¿qué hay de bello, de contemplativo y honorífico en el pito de Matías rebanado?

Saco la pausa.
Si sos como yo, probablemente ya estés saltando sobre vos mismo tipeando a diez dedos, sonriendo con malicia, preparando algún chiste y cómo vas a transformar dos mensajes en una historia.
Sí seguís siendo como yo, también estarías preocupado, casi desgarrado como un pito cortado. Estarías poniéndote los primeros pantalones que encontraste con una mano y con la otra pedís saber más. Necesitás saber más. Siempre necesitamos saber más y siempre es por nosotros.
Nunca preguntamos para el otro. Preguntar tiene eso de autosatisfacción que lo hace parecer a cuando uno se masturba. Matías, necesito saber. Mati, ¿cómo que Steffy te cortó el pito?
Si sos como yo, ya le pusiste cara a Steffy y fuiste haciendo swipe a la derecha, como eligiendo el personaje de un videojuego, hasta que la viste con el arma indicada para cortar pitos. Sí, tengo una galería de imágenes mentales donde Steffy es Katty Bates.
[11.33hs]: “¿KEEEEEE? ¿Estás bien? ¿Qué pasó? ¿Se pelearon? Decime que todavía te quedó algo”.

Pausa.

Matías es de los superdotados. Bueno, superdotado, superdotado no. Pero tiene un pito gigante.
Claro, en mi mente ya no, pero incluso si Steffy le cortó la mitad, todavía estaría por encima del hombre promedio. Pitos, ya sé, no lo entendrías. Matías es de los superdotados en el pito y uno puede ser solo superdotado en uno de los dos extremos.
Probablemente no sea así, pero mi abuelo decía que si uno tiene un pito muy grande, no queda sangre para el cerebro. Entonces uno puede tener la suerte y la desgracia de un pito monumental y un cerebro como una pasa de uva o al revés.
Si sos como yo, tu cerebro está bien. Si sos como yo, tu pito no tanto. Si sos como Mati, bueno…
Saco la pausa.

[11.35hs]: “Estoy en casa ya. Si querés vení. Steffy está bien”.

[11.36hs]: “Qué importa Steffy ahora, boludo, ¿cómo estás vos?”.

Pausa. Nunca me gustó Steffy.

Steffy. Steffy dejaría a Matías unos meses después por algo sin relación con la cortada de miembro.
Steffy dejaría a Matías y al tiempo se casaría con un médico que le presentaría la madre. Mati y Steffy estaban casados cuando pasó lo que pasó, lo que me ayuda a que todo sea más grave, más glorioso.
Steffy es la mujer que no solo se llevó la mitad del dinero, también se llevó una parte de Matías. Ya saben cómo funciona. Con el pito no.

Saco la pausa.
[11.39hs]: “Estoy bien, bah, desde que llegué que estoy sentado en el living. Steffy no me habla. Está bien, pero no me habla. Como que está shockeada”.

[11.47hs]: “En media hora estoy allá”.

Easy peasy. Japanesey.

Pausa.
Nunca me vestí tan mal como ese día, pero a veces nuestras historias, sin saberlo, son las historias de alguien más. No hacía falta vestirse bien. Había un pito seccionado que quería decir lo suyo.
No siempre somos protagonistas, así que me voy a saltar el colectivo, el tren, los vendedores, la estación, el tipo pidiendo monedas, la escupida que esquivé y con qué mano toqué el timbre hora y media después.
Saco la pausa.
Todavía los porteros eléctricos venían con la opción de tocar un botón y hacer que la puerta de calle se abriera. No es que no hubiese delincuencia o cuentos del tío, solo que todavía se seguía confiando, o algo así. Steffy tocó el botón, la puerta hizo un ruido.
Abrí la puerta, cerré la puerta, toqué el botón del ascensor. Puerta abriéndose, puerta cerrándose. Arriba. Puerta abriéndose. El departamento estaba sin llave así que entré. No era la primera vez que visitaba a Mati y Steffy.
No era la primera vez que pisaba el living-comedor-cocina, pero esa vez me llamó la atención lo blanco que era todo. Lo limpio que parecía entre tanto blanco y con Steffy caminando en delantal, como si estuviese preparando una torta, pero sin nada en el horno.
Matías había escrito “hospital” en el mensaje y calculo que eso disparó la memoria, el recuerdo de hospital y lavandina y gasas y aserrín. Casí podía oler el metal de la nafta super. Un rato más tarde sabría que el olor a nafta super era olor a sangre.
Entré. Sí, ya dije eso. Pero entré y Mati seguía sentado mirando el celular sobre la mesa de vidrio. No movió el cuerpo. Giró la cabeza y sonrío. Estaba tan pálido como el resto de la habitación.
Mi abuelo decía que si uno tiene un pito muy grande, no queda sangre para el cerebro. No queda sangre para el resto del cuerpo. Lo miré y le devolví el gesto. Me estaba tentando de los huevos para arriba, pero no podía decir nada.
Así que le di un abrazo y contuve el espasmo de risa. Le di un beso y fui a saludar a Steffy. Nunca había saludado a Steffy con un abrazo, pero calculé que en una situación así, tenía que abrazar a todo el mundo. Era un duelo. Un velorio de blanco.
“¿Y? ¿Cómo va todo?”. El primer intercambio siempre tiene que ser genérico. La historia va a llegar. Esta es la parte más difícil. Es esperar la erección.
Primero hay que jugar un poco, mover el piso. Besar en el cuello a lo que viene. No a Mati. No a Steffy. Hay que besar el cuello de lo que ellos temen.
Matías sonríe. Está menos preocupado que yo. Después de un desmayo todo es un poco más digerible. Me dice que ya está todo mejor. Ni por todo el oro del mundo va a decir la palabra pito. Steffy camina de un lado a otro sin hacer nada. Deja a los amigos que jueguen solos.
Se queda en la cocina, pero es un living-comedor-cocina. Nunca se está solo. Hablamos de fútbol. yo no sé nada de fútbol, pero siempre es un buen plan hablar de fútbol antes de meternos de lleno en los pitos cortados. Sigue el clima. Siento una erección.
No en los pantalones, en el aire. Y Matías da play a lo que me imagino se contó mil veces antes de contarlo a otros. Baja la voz, no quiere que Steffy escuche. Más vale un buen shock que el recuerdo de ese shock.
“Me estaba bañando y Steffy necesitaba algo del baño. Entró, digo, lo hace siempre, ¿no?. Y me hizo un chiste, me asomé y se río y se quiso meter a la ducha y salí yo y bueno…
Un beso, dos y medio que tratamos ahí. Pero yo estaba empapado y el piso húmedo y ella en patas y se tropezó, giró sobre sí misma y sentí un tirón”.

Pausa.
Si sos como yo, estarías riéndote. Si estás en un living-comedor-cocina, decidís esperar. Necesito ir al baño por más incómodo que resulte. La puerta está cerrada y demasiado limpia. Hay algo del otro lado que todavía no está terminado.
No puede ser la torta porque el horno está del otro lado. La duración de un minuto depende de qué lado de la puerta del baño esté uno. En este caso funciona a la inversa. Es curiosidad, no ganas de mear.
Saco la pausa.

“¿Querés un café, Uri, o siguen con el mate?”, me pregunta Steffy. Nunca me gustó Steffy. Le digo que seguimos con el mate. Matías no está tomando mate. Estoy solo, llenándome de agua para ir corriendo al baño en el primer corte comercial.
Matías sigue y me dice que Steffy se cayó de culo y se tapó la boca, que él estaba más preocupado por el golpe de ella que por el tirón o por lo que estaba por ver. Se dio vuelta y se miró el pito.
Pausa.

Una vez un amigo operó a mi viejo sobre la mesa de la cocina y le quitó un quiste sebáceo. Cuando digo que lo operó, es para darle nivel médico a la cuestión. Lo que pasó fue que le apretó con los pulgares un bulto que tenía en la espalda y el bulto explotó.
Pus, grasa y cosas. Pus, grasa y cosas de adentro de mi viejo aterrizándome en la cara. Por suerte tenía anteojos. Esas cosas no se olvidan.
Lo que siguió es lo importante. Pus, grasa y cosas de adentro de mi viejo y un chorro de sangre disparado como con una sevillana automática. Esquivé la sangre y la pared quedó manchada para siempre hasta que decidimos pintar toda la cocina de un color más amable.

Saco la pausa.
Mati se miró el pito en la historia y en el baño y en el living-comedor-cocina. Multiversos. Universos paralelos. Historias que pasan al mismo tiempo en diferentes planos.
En el living-comedor-cocina, lo que quedaba del pito estaba a salvo, abajo del jean, abajo del boxer, abajo de capas de gasa y cinta de papel, abajo del algodón. En el baño, a Matías le colgaba el frenillo, ahí, como la tanza y el anzuelo de una caña de pescar.
Moviéndose a un lado, al otro. Suspendido, así como Dios es grande. Y alrededor, rojo, más que rojo, rojo-sangre-de-pito. Ese color debería hacerse catálogo. “¿No lo tiene en rojo-sangre-de-pito?”.
El timbre. La secuencia de antes, pero conmigo del lado de adentro. Steffy toca el botón, la puerta hace un ruido. Abren la puerta, cierran la puerta, tocan el botón del ascensor. Puerta abriéndose, puerta cerrándose. Arriba. Puerta abriéndose.
El departamento sigue sin llave, así que el otro invitado entra.
“¿Y? ¿Cómo va todo?”. El primer intercambio siempre tiene que ser genérico. La historia va a llegar con el tiempo. Lo que no sabe el invitado es que ya estamos hasta el cuello de historia.
Bueno, si tenemos en cuenta la temática, diría que estamos hasta las manos de historia… Perdón, se complica no transformar todo en un eufemismo, en masturbación, en sexo entre todos. Dejémoslo ahí, no quiero poner otra pausa. Es el momento perfecto. Voy al baño.
Lo digo en voz alta. Wabi-sabi. Apreciar esos pequeños momentos, los espacios entre dos palabras, el silencio entre la historia que se apaga, se rebobina y se repite a sí misma. Wabi-sabi. No wasabi. Easy peasy. Japanesey. Me levanto y voy al baño.
Me hago el que no veo a Steffy levantando un brazo como tratando de usar la voluntad para que la puerta se cierre con llave. Matías no sabe lo que esconde el cuarto de baño. Las luces se apagaron cuando se vio el frenillo colgando.
Matías entonces no dice nada. Para Matías un baño es un baño es un baño. La puerta no tiene traba y tengo la mano sobre el picaporte.

Pausa. Sí. Necesitamos esta pausa. Respiren.

Saco la pausa.
Hacía rato que no visitaba un museo. Jackson Pollock. ¿Ubican a Jackson Pollock? Claro que ubican a Jackson Pollock. Dicen que una vez se quedó sin otro color que el rojo y litros de nafta super. Pero él le decía trementina. Trementina y sangre de chancho.
Trementina y sangre de pito. Lo que sea por pintar. El baño es la fantasía de una película de Darío Arento. El sueño húmedo de Kubrick. El título de la película porno de Ted Bundy. El baño es un asco. Huele a niquel, a monedero de abuela muerta.
Huele a lágrimas y a frenillos cortados. Huele a hospital y lavandina y a eternidad. Así debería oler la eternidad, a sangre de pito sobre las paredes. Litros. Hermoso. Horrendo. Se me escapa una risa. Cierro los ojos y hago mi propia pausa.
Inception de pausas dentro de pausas dentro de pausas. Necesito absorver lo que Matías no me contó. Las palabras detrás de las palabras. El miedo de Steffy. Steffy sabe que escribo. Steffy me lee en silencio. Jamás dice nada, pero las estadísticas no mienten. Necesito saber todo.
Pausa.

Hay tres lugares que te permiten conocer una historia de la forma más íntima: La heladera, la habitación y el baño. En ese momento importaba solo un espacio y estaba en él.

Saco la pausa.
Cierro los ojos. Los abro. Se me escapa otra risa. Me lo imagino a Matías en el hospital. Me imagino a Steffy haciendo lo que hacen los que cortan un pito por casualidad. Me los imagino del otro lado. Hay un elefante invisible de cada lado de la habitación.
El error es siempre contar de más. Ese elefante va a estar ahí hasta el fin de los días y va a acompañar a Steffy y Matías a cada cena, a cada reunión familiar, a cada Nochebuena. No me importa. Esto es entre Jackson Pollock y yo.
Sé que eventualmente tengo que salir del baño, pero este es mi momento. Las paredes hablan. Las salpicaduras rumorean, se chistan entre ellas. Todavía hay algunas gotas húmedas, más oscuras que sus compañeras, que se deslizan hacia el suelo. El suelo limpio. Steffy, claro.
Las paredes son las paredes. Chorros y litros y salpicaduras. No hay producto de limpieza pensado para pitos cortados. Cierro los ojos. Los abro. Tengo que salir del baño. Necesito una pausa. Otra.
Pausa.

Wabi-sabi. Rajaduras, heridas, recovecos y arañazos del tiempo. No puedo, no puedo ser minimalista. Tengo que ir al wasabi, no al wabi-sabi. Easy peasy. Japanesey.

Saco la pausa.
La mano en el picaporte y un microsegundo. Si solo hubiese visto una pintada, un graffitti, la historia sería otra. Pero esto es una exageración de la exageración. No es que no sepa apreciar una buena historia, pero tanta sangre junta pierde el efecto.
Es el monstruo en la película de terror apareciendo antes de tiempo. Es repetir una palabra hasta que pierde el significado.
Steffy no apartó la vista de la puerta del baño desde que entré. El invitado no apartó la vista de Steffy desde que Steffy no apartó la vista de la puerta del baño desde que entré. Matías se mira en la pantalla apagada del celular. Todos saben algo más.
El elefante invisible no entra en la sala. Todo está a punto de explotar. Me acerco a la mesa. Sé que el agua del mate está helada. Sé que el invitado quiere evitar hablar de pitos y no sabe cómo.
Sé que Steffy quiere que me vaya. Sé que a Matías le da igual, lo importante era saber si yo iría y ahí estoy. Wabi sabi. Y entiendo todo.
“No entiendo cómo no murió nadie la verdad. Si eso puede hacer un pito, estoy para que brindemos”, digo abrochándome el cinturón. Matías se ríe, pero sin color en las mejillas. Sí, mi abuelo decía que si uno tiene un pito muy grande, no queda sangre para el cerebro.
El invitado tiene la boca sobre la mesa de vidrio. No entiende cómo dije lo que dije. Steffy sale del departamento de un portazo. Wabi sabi. Silencio. Pausa donde la pausa tiene que existir. Los tres entendemos que ese silencio era lo que necesitábamos.
El elefante invisible se fue con Steffy. Era ir de cero a mil. Cuando no queda nada para decir hay que decir otra cosa, pero ahora estmos en pausa.

Easy Peasy. Japanesey.

FIN.
Hacía rato que no escribía largo y tendido y una vez más llegaron al fin, están pensando en comentar y en compartir y desde ya se los agradezco. Escribir es de las cosas más importantes de mi vida y gracias a ustedes es posible que siga contando historias.
GRACIAS!
Ya pueden leer “A Matías le cortaron el pito” en #Medium link.medium.com/youOndfqIab
Gracias de nuevo!

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