Thread by @Navegaciones

𝗠𝗶 𝗮𝗽𝗿𝗲𝗻𝗱𝗶𝘇𝗮𝗷𝗲 𝗱𝗲𝗹 𝗴𝗼𝗹𝗽𝗲
𝗱𝗲 𝗘𝘀𝘁𝗮𝗱𝗼 𝗲𝗻 𝗕𝗼𝗹𝗶𝘃𝗶𝗮
(Hilo)

En los años 70 y 80 del siglo pasado muchos bolivianos progresistas iban y venían de La Paz a México y de México a La Paz al compás de los golpes y contragolpes que se sucedían en su país:

en los momentos más represivos huían de la cárcel y de la muerte, y en cuanto se abría una ventanita, regresaban para reintegrarse a la lucha o simplemente, a su vida profesional.
Aquí conviví e hice amistad con muchos de ellos, no pocos de los cuales eran periodistas.

El ciclo de los gorilas se terminó con los gobiernos civiles de Siles Zuazo y Paz Estenssoro, se acabaron los exilios en México y mis amigos se quedaron allá. Algunos fundaron organizaciones civiles para llevar adelante proyectos que no tenían cabida en un Estado raquítico.

En las décadas siguientes tuve contactos esporádicos con algunos. Me quedé con la idea de que estaban en la izquierda. Luego llegó el triunfo de Evo y del MAS en 2006 y, a decir verdad, no seguí con mucho detalle el proceso que se inició entonces.

A raíz del golpe de Estado del 10/11/19 en Bolivia busqué a mis viejos amigos para expresarles mi solidaridad y para que me informaran desde adentro de la terrible situación que se abatía en la nación hermana.

Cuál no sería mi sorpresa cuando los que pude contactar me manifestaron su beneplácito ante el golpe. Otros me buscaron a mí para pedirme que orientara a la opinión pública mexicana porque lo ocurrido, me dijeron, no era un golpe de Estado sino una recuperación de la democracia.

Me volqué en los medios de ese país para calar posturas y encontré que las personas que conocí en la izquierda en los años 80 esta vez respaldaban a los golpistas y pedían que se incrementara la persecución en contra de los dirigentes y ex funcionarios del gobierno depuesto.

Exigían que el gobierno mexicano cesara su actitud “intervencionista”, que le impidiera manifestarse a Evo, que era nuestro huésped, y que respetara la “legalidad internacional”. Hasta pedían que nuestra embajada entregara a la policía golpista a quienes se habían refugiado allí.

Me tomó meses entender qué le había ocurrido a esas personas antaño progresistas y comprometidas con las causas sociales. En los intercambios fui viendo la amargura de quienes se vieron rebasados por un movimiento que no previeron, que no entendieron y que no los incorporó.

Todos ellos tenían formación académica, abundantes lecturas y vidas de clase media. El MAS, con sus raíces indígenas, populares y plebeyas, les resultaba incomprensible, extraño e incluso hostil. A la incomprensión había que agregarle un elemento de racismo vergonzante.

A los pocos meses del golpe, algunos empezaron a darse cuenta de que habían estado respaldando una aventura criminal, oligárquica y opuesta a la democracia. En octubre del año pasado, tras el triunfo en las urnas del MAS y de Luis Arce, uno de ellos me manifestó su “alivio”.

El golpe de Estado en Bolivia y el posicionamiento de personas a las que consideraba consecuentes, progresistas y de izquierda me hizo entender mucho de lo que ocurre en México con alguna gente de esas características.

F I N