#CosasQuePasanEnLaGuardia #133. PRE-COVID. Viene en ambulancia y con la madre. Ni sé cómo la dejaron subir. Él dice que ya está bien y se trata de bajar de la camilla. La señora le pega en el brazo sano con una cartera con forma de sobre negro de charol con cadena de argollas (+)
(-)plateadas retorcidas sobre su eje y el hombre se deja caer de nuevo sobre el respaldo.
Las ruedas avanzan por la entrada de ambulancias con un ruido parecido al de los patines que usaba de chica. Por ese entonces estaba obsesionada con aprender patinaje artístico y hasta me(+
(-) imaginaba levantando una copa más grande que yo. Un día papá apareció con unos patines de ruedas naranjas –dos adelante y dos atrás– y botas blancas de algo que olía a cuero. Los amé, si mal no recuerdo, durante diecisiete días. Incluso dormía acariciándolos. Una muñeca (+)
(-) fracturada y un yeso que me arruinó las vacaciones en el mar fueron los responsables del irreconciliable desamor.
El médico y el chofer empujan la camilla casi como si el hombre estuviera en paro. La madre –bastante ágil para sus setenta y tantos– avanza a pasos de taco (+)
(-) aguja junto a ellos mientras le acaricia la cabeza con una mano llena de anillos con piedras de colores.
Les indico dónde depositarlo –una camilla de cuero marrón oscuro que recorro con un buen pedazo de algodón empapado en alcohol para sacarle (+)
(-) los restos de sangre seca del borracho con la cabeza abierta que suturó hace hora y media mi compañera rubia que parece una barbie– y el hombre colabora en el traspaso. La venda del brazo izquierdo –teñida completamente de ese rojo que parece capturar mi vista hacia las (+)
(-) bandejas de bordes anti-desborde cada vez que voy a la carnicería a última hora– se le afloja y un manguerazo de sangre aterriza en la chaqueta de mi ambo blanco a la altura de la teta izquierda.
–¿Tuvo familia, doctora? –se ríe el enfermero rubio rapado.
(+)
(-)
El médico de ambulancia manotea unas gasas y comprime la herida del hombre que ahora sí está algo pálido.
–Es que no me respetan las horas de lactancia –le retruco al enfermero mientras firmo los papeles y relevo al médico para que pueda retirarse.
(+)
(-) La madre del paciente abre el cajón de arriba de la cajonera de aglomerado revestido en melamina, saca tres paquetes, los abre y me entrega las gasas sin tocar adentro mientras me explica que fue enfermera de un hospital público durante más de treinta años y que el lugar (+)
(-) era bastante parecido a este.
–Todos deben ser medio iguales, ¿no? –remata.
Subo y bajo la cabeza mientras pienso en las camillas con el cuero hecho jirones, en las ventanas que no cierran, en los picos de oxígeno cuyo regulador dejó de funcionar hace años, en los (+)
(-) tensiómetros con el manguito pinchado, en los pies de suero con una pata rota –o hasta dos–, en las máquinas de rayos que se cuelgan y en el traqueteo que anuncia la llegada de la silla de ruedas que hace meses que está para jubilar.
El enfermero se escapa con un (+)
(-) “parece que acá sobro, doctora”. La mujer le pide disculpas, pero el rubio se evapora, probablemente hacia su estar. Le indico a la señora que no se preocupe y me enfoco con el hijo. Le levanto las piernas y sus cachetes recuperan algo de color.
(+)
(-)
Tiene cuarenta y ocho, nariz ganchuda y las cejas negras demasiado juntas al medio. Me pregunto si las de la madre serán así si no fuera por su depilación impecable.
Lo trajeron rápido por insistencia de ella; más por la cabeza que por el brazo. Se desmayó al ver (+)
(-) la sangre y se dio con el borde de una mesa baja. Abrirse, no se la abrió, pero se le hizo un tremendo huevo y estuvo inconsciente unos minutos. Además, toma aspirina –una aspirineta por día, todos los días, porque la madre le comentó lo bien que hace para el corazón– y de(+)
(-) chico era epiléptico, cosa que la señora no deja de repetir (ella siempre lo cuidó mucho, no lo dejaba probar una gota de alcohol, ir a fiestas ni quedarse a dormir en lo de los amigos, menos que menos ir a esos viajes con escasa supervisión que organizaba el colegio). (+)
(-) Medicación no toma desde los diecinueve y crisis no tuvo más; igualmente, su primer viaje sin la madre fue a los veintitrés a San Clemente y solo bajo la promesa de llamarla a diario, sin importar el costo.
(+)
(-)
Le vendo apretada la herida del brazo para evaluar bien el tema del golpe en la cabeza. El hombre sabe dónde está, la fecha, su nombre y el de la mujer de los anillos a la que efectivamente reconoce como su madre sobreprotectora (dice “hincha guindas”, en realidad).
(+)
(-)
Cuando le pregunto por el presidente, me recita a los últimos cuatro y aclara que no votó a ninguno.
Tiene una pupila más grande que la otra. Me quedo mirándolas y les poso la linterna, primero a la derecha, amplia como me resultaba la habitación de mis viejos a los dos (+)
(-) años, y después la izquierda, prácticamente insignificante, casi como yo el día que subí por primera vez los escalones de la facultad. La señora me aclara que son así de siempre, que lo estudiaron un montón entre eso y las convulsiones, pero que no resultó ser nada (+)
(-) importante. Respiro.
Le pido que levante los brazos delante del cuerpo, que los deje en el aire, palmas para arriba, como sosteniendo una bandeja y que cierre los ojos. Habla de cuando le llevaba el desayuno a la cama a la mujer y que nunca pudo entender cómo le gustaban (+)
(-) las tostadas con queso blanco y dulce de leche, que para él son ricos, pero por separado y que ella iba y no solo desparramaba el queso encima del dulce, sino que, además, enchastraba todo el untador y el pote de queso terminaba hecho un intento de granizado. (+)
(-) Abre los ojos –los tapiza una película acuosa–, pestañea, baja los brazos y bromea sobre que la bandeja se cayó y que se le hicieron pomada las tazas. La madre le acaricia la cabeza y yo sonrío en un intento de que no se note el nudo que se me retuerce en el pecho.
(+)
(-)
Paso a su cara. Lo hago sonreír mostrando los dientes, hacer una “O”, inflar los cachetes, sacar la lengua y llevarla para distintos lados. Se ríe de sí mismo y me asegura que está bien. Tiene cara de buen tipo.
Sigue mi dedo con la mirada. Lo hace sin problema y ver, ve (+)
(-) perfecto.
Lo hago mover el cuerpo, parte a parte, comparando ambos lados. Resulta todo bien salvo por los dedos del brazo lesionado; no logra estirarlos del todo.
Me pongo un par de guantes, abro unas gasas y, poco a poco, voy sacándole la venda que le envolví hace no (+)
(-) tanto sobre el antebrazo en cuestión. Ya está casi tan roja como el interior de los bifes que comía mi abuelo –el del ico caballito y el galope de sus rodillas conmigo encima que exasperaba a mi abuela– en el bodegón de la vuelta; siempre le aclaraba al mozo que se lo (+)
(-) trajera diciendo “muuuu”. Prolongaba la U –trompa hacia adelante– y al finalizar se reía y agregaba que, si se lo traían directo del matadero, había premio. El mozo le festejaba el chiste y cumplía con rigor el encargo del bife apenas muerto; sabía que la propina era (+)
(-) buena. Yo miraba el plato de mi abuelo, el pan que mojaba en el lago de sangre –“juguito delicioso”, decía–, las gotas que caían camino a su boca y las migas que se le pegaban al bigote. “Vos no sé a quién saliste”, me decía señalando la carne reseca y medio fría que (+)
(-) esperaba en mi plato mientras lo miraba comer. “Ya vas a aprender lo que es bueno”, concluía siempre y me palmeaba la mano unas siete veces con un exceso de fuerza que ni parecía notar.
La herida, en la parte de atrás del antebrazo, es bastante grande. Resulta larga. (+)
(-) Larga y profunda. De bordes limpios, por suerte, pero fea igual. Tiene, sobre un costado, un vaso que late y escupe apenas dejo de apretarlo. Además, parece que se cortó un músculo.
Comprimo y le pregunto cómo se la hizo. Me contesta que cortando batatas.
(+)
(-)
–¿Usted conoce a mucha gente que corte batatas en el living, doctora? –me pregunta la madre sin preguntar.
Me quedo callada y ella retoma la palabra:
(+)
(-)
–Porque ahí lo encontré yo, tirado, al lado de la mesa ratona que le dejó mi mamá, una de madera fuerte; roble creo. Y el chico que lo miraba, ahí quieto, sin llamar a nadie. No sé si lo miraba a él o al charco de sangre.
(+)
(-)
–Quería ver tele mientras cortaba –la frena el hijo y gira la cabeza hacia mí–. ¿No le parece aburrido cortar batatas, doctora? –sigue–. Hay verduras más desafiantes, digo. El tomate, por ejemplo. Hay que sacarle el centro ese verde y blanco, las semillas, implica algo (+)
(-) de arte. O las zanahorias que si van en bastones finitos hay que girarlas y ponerle maña. Hasta las papas, le digo, que van en bastones, en rodajas o en cubos si uno quiere cambiar. Pero las batatas siempre las comemos al horno en rodajas. Aburridas. Aburridas y duras. Y de(+
(-) tan duras lo llevan a uno a equivocarse y se producen accidentes.
Mira su antebrazo.
–No hay nada que hacerle; accidentes, cosas que pasan –finaliza el monólogo.
Me pregunto si será poeta. Eso o abogado.
(+)
(-)
–Qué le vas a hablar vos de accidentes a la doctora, que seguro vio un montón –lo reta la madre–. Y yo me pregunto, doctora, si en todos los que vio le llegó alguna vez un corte en un lado tan raro, no sé…
(+)
(-)
Señala la herida. Y la verdad es que es cierto, no es un corte en la mano. Está atrás encima, en la parte de atrás del antebrazo.
–Me distraje porque mi hijo se tropezó y ahí me corté –el hombre mira a la madre con las cejas más juntas todavía.
(+)
(-)
Mis ojos no pueden evitar recorrerlos a ambos.
–Un accidente entonces, sí, como los otros, claro. ¿Sabe usted, doctora, que mi hijo tiene muchos accidentes? Muchísimos, tiene. No sé qué piensa usted de la gente que tiene tantos, digo, si le parece raro…
(+)
(-)
Me quedo callada. Miro unos segundos al hombre que fulmina a la madre con ojos de rayos equis asesinos. Lo vendo de nuevo, me saco los guantes y le mando un mensaje al traumatólogo, es una lesión que tiene que ver él.
(+)
(-)
–Quisiera que me informe si pasó algo más acá, puedo intentar ayudarlo –me dirijo finalmente al paciente.
Él se ríe.
–Batatas pasaron. Batatas y una vieja que cada vez más pienso que está pirando para la demencia.
(+)
(-)
La mujer le pega con la cartera, esta vez justo sobre la venda. El hijo le gruñe apenas un “¿Qué hacés? ¿Estás loca?”.
–¡Batatas y ocho cuartos! Demente estás vos que lo dejás seguir así. ¿No ves que un día de estos te va a terminar matando? –le retruca la madre.
(+)
(-)
–¿Una batata me va a terminar matando? –se ríe el hijo.
Insiste en que no le haga caso a la mujer, que es una exagerada y fantasiosa y que ve cosas donde no las hay.
El traumatólogo me manda un mensaje con un pulgar en alto y otro con un hombre corriendo.
(+)
(-)
–¿Me vas a decir que tu ojo negro fue también por una batata? ¿Y tus costillas? Cierto, te las fracturó una batata –resopla la madre.
–Basta, mamá. Se terminó acá. La cortás de decir estupideces y de hacerle perder el tiempo a la doctora. Hoy mismo te vas (+)
(-) de mi casa, me cansaste –le grita el hijo.
El enfermero rubio se asoma y pregunta si está todo bien. Hago que sí con la cabeza y les pido a los dos que se calmen.
–No te pienso dejar sola con ese monstruo –murmura la madre.
(+)
(-)
–Cerrá el pico o no me ves nunca más –le ladra el hombre.
La mujer abre el cajón de arriba de la cajonera de melamina, saca un paquete de gasas, lo abre y se va sonándose los mocos. El hijo hace un puño con la mano sana y le pega a la camilla.
(+)
(-)
Intento que me cuente, prometo intentar ayudarlo. Le digo que si alguien lo lastimó tiene que hacer la denuncia, que yo puedo pedir intervención policial. Le hablo de su herida, que es fea y puede traerle problemas para mover la mano. Del golpe en el cráneo y que puede (+)
(-) sangrar y dejarle secuelas.
–Me corté yo mismo, doctora. Cortaba batatas, me distraje y me corté. Fue culpa de las putas batatas –se le escurre una lágrima del canto externo del ojo derecho.
Mis hombros se contraen. El cuello también. Los músculos se vuelven de piedra.
(+)
(-)
El traumatólogo entra silbando. Tiene aliento a gaseosa de limón.
–Vamos a ver si amputamos un brazo –casi que canta y se ríe solo.
El paciente me mira, más cejijunto que antes, y larga:
–Mientras me cosa los dedos al hombro, al menos –se suma a las risas que se (+)
(-) vuelven carcajadas.
Los dejo y me voy a pedir la tomografía. El técnico me indica que lo lleve en media hora “pero bien vendado, porque ensangrentado, no entra acá”. Le regalo un pulgar en alto cargado de gran parte de mi odio y una sonrisa extremadamente estirada y (+)
(-) vuelvo hacia la camilla donde dejé al hombre de las batatas. La madre está en la puerta del consultorio con dos vasos en la mano.
–Le traje café, doctora –me entrega uno.
Es con leche y tres de azúcar; lo preferiría negro. Igual, hago fondo blanco.
(+)
(-)
–Café y un pedido, en realidad –vuelve a arrancar la mujer.
–Dígame –la invito con la mano a que hable.
–Necesito que pida intervención policial por lesiones, porque si no ese monstruo lo va a matar. Mi hijo no se cortó él solo…
(+)
(-)
Explica que el monstruo es el nieto. Nunca lo llama así, en realidad. “El hijo de él”, dice. Habla de que siempre fue malo. “Desde que llegó”, aclara. Que tenía algo en los ojos, algo fiero. Que antes peleaba con amigos; lo cambiaron de colegio tres veces porque lo (+)
(-) echaban, pero que su nuera siempre fue una blanda y lo apañaba.
–Y ahora ella no está más y él se descarrió –sigue.
Habla de que “el monstruo” se volvió agresivo, peligroso; “un vándalo”. Que el padre le puso psicólogos, eso después de (+)
(-) la tercera golpiza o la cuarta –el hijo fue el que lo golpeó–, pero que sí, buscó ayuda, y nada, no mejora. Y ella ya le dijo que lo mande de vuelta, porque si no va a terminar muerto el padre y “el monstruo” en el reformatorio.
La mujer llora. (+)
(-) Me pide que le sostenga su café –apenas dio un sorbo– y se suena los mocos con la gasa que le queda. Lo hace suave, como queriendo que no se note el ruido. La tira, pero sigue lagrimeando. Le ofrezco otra –le señalo con el mentón que la saque de mi bolsillo– y (+)
(-) la abre enseguida. Se la pasa por debajo de los ojos armando una especie de cucurucho.
Le digo que sí, que yo pido intervención, pero que si el hijo –mi paciente, no el hijo monstruo que me pregunto si realmente será tan monstruoso– declara otra cosa, no creo que sirva de(+)
(-) mucho. Le ofrezco que hablen con la trabajadora social, que tiene mucha experiencia y tal vez pueda ayudar más que yo. La mujer niega con que “de esas ya pasaron varias” y ya se cansó, que es hora de la policía.
Estoy hablando al 911 cuando el traumatólogo abre la puerta y(+)
(-) nos informa que salió todo bien. Del otro lado me avisan que ya mandan un móvil y corto. Me acerco al hombre. Pregunta si ya se puede ir y le explico que en cuanto consiga camillero lo voy a llevar a hacerse la tomografía. Me asegura que puede ir caminando y lo hago (+)
(-) avanzar unos pasos para comprobarlo. Se mueve lo más bien y ya perdió el color transparente de cuando entró.
Voy con él. Llegamos y el técnico le mira la venda.
–Blanco ala –chasquea la boca.
El olor a su chicle de menta me envuelve.
(+)
(-)
Acomoda al paciente y me deja pasar a la consola. Habla de un técnico que renunció, de otra que le metía los cuernos al marido con ese y de las facturas que le trajo una amiga de su vecina a la que le hizo una tomografía por un tumor que creía tener en el páncreas y que (+)
(-) al final no había nada. Le digo que me alegro y me enfoco en el cerebro del hombre que parece sano.
Pido el informe. Los de imágenes están a mil y lo van a tener en un rato. Igual lo miran medio rápido y me dicen que nada.
(+)
(-) Llevo al hombre de vuelta. Mientras vamos caminando veo dos oficiales a lo lejos. Nunca en la vida llegaron tan rápido. Aminoro la marcha y le explico que tuve que pedir la intervención policial dado lo extraño de la herida para haber sido producida de forma accidental. No(+)
(-) nombro a la madre.
–Está bien, doctora. Usted hace lo que tiene que hacer; yo igual –ladea la cabeza.
Llegamos a la camilla en la que el traumatólogo acaba de arreglarle el antebrazo. (+)
(-) La madre se acerca e intenta hablar con los oficiales. El hijo le gruñe que no se meta.
–No voy a dejar que ese monstruo te mate –grita la mujer.
–Doctora –el hijo gira hacia mí–. Le voy a pedir que haga ver a mi madre, creo que enloqueció.
(+)
(-)
–Deciles la verdad –sigue gritando ella–. Es un asesino en potencia.
El hombre se acerca a los oficiales. Sonríe y se disculpa por haberles hecho perder el tiempo. Habla de que su madre está grande y que a veces se imagina cosas, que va a tener que llevarla (+)
(-) a un psiquiatra o hasta meterla en un geriátrico donde la atiendan mejor.
–Vean que ahora se le metió en la cabeza que mi hijo me apuñaló –se señala la herida–. Que vino, agarró un cuchillo y me lo clavó acá porque es un monstruo, dice. Y hasta me pide que lo (+)
(-) devuelva como a un paquete, porque lo adoptamos nosotros. Y yo trato de ser paciente, pero la paciencia se acaba –mira a la madre con las cejas hechas una sola línea.
–¿Cuánto tiene su hijo? –pregunta el policía más joven, pelirrojo, con pelo cepillito y voz algo chillona.(+)
(-)
–Once –responde el paciente mientras cierra los ojos y los vuelve a abrir, lento.
El oficial mira a su compañero. Resopla y sacude la cabeza hacia los lados
–¿Y cómo dice que se hizo eso? –pregunta el otro, bastante más grande, con el pelo entrecano (+)
(-) tirado para atrás con gel y un perfume que parece desodorante de ambientes con un tenue “aroma a pradera”.
–Cortando batatas, señores.
El policía más grande mira la venda.
–¿Batatas? –pregunta.
–Son duras, vio. Una verdura de mierda. Cuesta cortarlas y encima me distraje.
(+)
(-)
–Tubérculos –se mete el pelirrojo.
–¿Qué? –el policía más grande parece que se lo quiere comer.
–Que no son verduras; son tubérculos –aclara el otro.
–¿Está seguro que solo fueron batatas? –el oficial del aroma a pradera gira hacia el paciente.
(+)
(-)
–Batatas y una madre sobreprotectora que no me dejó tomar alcohol hasta los veinte –se ríe él.
Los otros se suman a la broma. Hacen un par de chistes más y se van.
–No hay edad para los monstruos –les grita la madre mientras se alejan.
(+)
(-)
Ellos desaparecen tras la puerta, sin girar.
El hombre agarra sus cosas y arrea a la madre. Le pido que espere, que falta el informe de la tomografía y que igual se tiene que quedar en observación por el golpe de la cabeza.
(+)
(-)
–No puedo quedarme, doctora. Tengo un hijo –me responde.
–Tiene que ir a cortar batatas –se ríe la madre.
Insisto con que el golpe en la cabeza puede ser peligroso y que el chico necesita un padre que esté vivo.
(+)
(-)
–No puedo, doctora. Está solo y es chico. Además, tengo que buscarle un lugar a mi madre. No puedo con esta demencia.
Se van, la mujer protestando y llorando, él calmo, pero filoso.
(+)
(-)
Toco mis bolsillos en busca del atado que me terminé hace un rato. Me muero de ganas de prenderme un pucho.

• • •

Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh
 

Keep Current with Anónima me hicieron

Anónima me hicieron Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

PDF

Twitter may remove this content at anytime! Save it as PDF for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video
  1. Follow @ThreadReaderApp to mention us!

  2. From a Twitter thread mention us with a keyword "unroll"
@threadreaderapp unroll

Practice here first or read more on our help page!

More from @Anonmehicieron

8 Jul
#CosasQuePasanEnLaGuardia #132. Apenas el orientador pronuncia el apellido en cuestión, con el Peti nos miramos, él con los ojos techados por unas cejas hechas montaña que apuntan al cielo en medio de una súplica profusa y yo con los míos propulsados hacia adelante, (+)
(-) un poco por ese presunto hipertiroidismo que todavía ni me hice ver, y otro tanto por una mezcla de incredulidad con algo de miedo; ambos pares de ojos repletos de un “no puede ser” a la enésima potencia. El ambiente se carga de un aroma entre ácido y asesino de la (+)
(-) transpiración que acaba de empaparnos –la nuca, las axilas y hasta el surco del traste– y que no deja de brotar.
–¿Seguro que no escuchaste mal? –le pregunta al chico, que no tiene idea del peso de lo que (+)
Read 67 tweets
19 Jun
#CosasQuePasanEnLaGuardia #131. La traen de la UFU en una silla de ruedas. El traqueteo hace juego con la guardia. Luce unos bucles pelirrojos que apenas rebasan los hombros de la campera negra arratonada que lleva abierta sobre un sweater de lana gruesa (+)
(-) celeste con manchas de algo que podría ser café. Huele a mandarina mezclada con el terror de los que vienen sabiendo que se van a quedar internados. Sobre su falda, un bolso negro confirma mi teoría. La veo avanzar hacia el consultorio número tres mientras me pregunto si (+)
(-) tendrá el covid ya diagnosticado o si seré yo quien tenga que darle la mala noticia, si habrá alguna cuestión que la vuelva de riesgo –por suerte no supera los treinta–, si su familia estará sana, como ella o peor y si la mandarina con el café no le dará más diarrea de la (+)
Read 59 tweets
1 Jun
#CosasQuePasanPorSerMédica #33. Me llama desesperado y me habla de Fulanita como si yo la conociera. Es su última novia made in Pandemia –ya van cuatro– y dice que con esta se va a casar. De la segunda dijo que era la mujer de su vida y a al mes era una “loca de mierda” que (+)
(-) no quería volver a ver. Todas fueron post Menganita. Menganita con la que estuvo diez años. Menganita que se fue a vivir a España con otro en medio de los planes del casamiento que se nublaron, según él, por el COVID. Menganita de la que no se habla.
(+)
(-) Son las ocho de la mañana de mi día libre tras treinta y seis horas de guardia y mis neuronas están en modo avión. Dice de que Fulanita se cuida, que no comparte el mate con nadie y él hasta le compró barbijos buenos. Sale solo para el trabajo y va en auto. Es esencial (+)
Read 67 tweets
20 May
#CosasQuePasanEnLaGuardia #130. PRE-COVID. Sigue anotada. Ahí. Primera. Primera con su apellido complejo y digo complejo por no decir terrible. Quise que fuera mentira, un chiste de mal gusto del orientador o de algún compañero. Fui con una sonrisa a lo del primero. (+)
(-) “Buena jugada”, le tiré y hasta le palmeé el hombro. Pero no, no era broma, y ahí el que se rió fue él.
–Lo tenés que pronunciar seco. Seria. Como si fuera un Pérez –me dijo con los labios para adentro y los ojos que le brillaban.
–¿No la querés llamar vos? –imploré.
(+)
(-)
Adujo que esperaba un paquete, que encima tenía que anotar a los que llegaran –había dos en la fila–, que había mandado a tres a rayos y se los tenía que pasar al traumatólogo y yo qué sé qué más. Todo esto con las comisuras de la boca para arriba y los dientes demasiado (+)
Read 52 tweets
6 May
#CosasQuePasanEnLaGuardia #129. Sábado. Siete y cuarenta y cinco de la mañana. Llego y la fila ya es eterna. Gente separada por un metro y gracias, otros apilados, cada tanto alguno que se aleja casi el doble de lo necesario y se putea con todo el que se le (+)
(-) quiere meter en el buraco que deja. Charlan. Ladran por la espera. Tosen. Un par de bronquios rugen. Comen torta frita. Estornudan. Se paran solos contra la pared mirando el celular. Lo esconden cuando pasa una moto y vuelven a eso apenas desaparece. Un (+)
(-) chico se agarra la panza y pide un baño. El de seguridad lo guía y el pibe le ruega a la señora de atrás que le guarde el lugar. Ella hace que sí con la cabeza y charla con los que parecen ser sus hijos –dos adolescentes– que recitan “el que se fue a Sevilla” y se (+)
Read 85 tweets
21 Apr
#CosasQuePasanEnLaGuardia #128. Sábado con gusto a lunes. Once de la mañana. Me arrastro por el pasillo de los consultorios que huele a lavandina poco diluida. Estoy desde ayer que cubrí una suplencia porque faltaron tres –una con COVID y las otras dos (+)
(-) que durmieron con ella– y mis pies me recriminan –pesan, laten, se contraen de las puntadas y se expanden y desparraman adentro de los suecos de goma violeta que ya les resultan demasiado incómodos– que tengo que aprender a decir que no. Pienso en los (+)
(-) refuerzos que nos prometieron el año pasado y que todavía estamos esperando. Se me agarrotan el cuello, los hombros, la espalda y hasta el traste y me siento más idiota aún.
El jefe se me acerca y pregunta cuánto más vamos a tener a una ambulancia (+)
Read 95 tweets

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3/month or $30/year) and get exclusive features!

Become Premium

Too expensive? Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal Become our Patreon

Thank you for your support!

Follow Us on Twitter!

:(