En la eterna lucha entre el bien y el mal, el mal siempre vence. El mal, además de proponer maldad, también se empeña en desacreditar al bien por todos los medios. El bien, precisamente por su condición, se limita a promulgar el bien. El mal siempre gana, pero nunca tiene razón.
Pero el mal, que siempre es minoría, necesita de la colaboración de los buenos para conseguir sus fines. Para ello, se servirán de cualquier estrategia para adherir a los buenos -que siempre son más inocentes- a su causa: la manipulación, el engaño, la coacción, el travestismo...
El bueno no gasta su tiempo en pensar mal de los demás, es confiado por naturaleza. La única manera de conservar esta preciosa inocencia junto con la inevitable observación de la -cruda- realidad es la cultura, el conocimiento de la condición humana y su expresión en la historia.
Que la cultura sirva para observar al ser humano con amplitud, también a uno mism/, en todas sus aristas, también en aquellas que no nos favorecen tanto. La cultura te enseña que aquello que ni siquiera imaginabas también es posible, que no todo se reduce a lo que conoces.
Dicho de otra forma: ¿eres bueno pero, al mismo tiempo, te demuestras el más obediente con las doctrinas de aquellos que se sirven de ellas para utilizarte para su causa? Eres -entonces- colaborador del mal, y como tal, contribuyes a lo contrario de lo que dices representar.
Es importante huir de la simplificación de "bueno es el que hace el bien" y "malo es el que hace el mal". Existen infinitas circunstancias en las que uno se comporta como colaborador del mal -no necesariamente como malhechor, y no es menor la puntualización-.
Sin embargo, y de ahí la importancia del ejercicio de la conciencia, de manera práctica uno está colaborando con el mal, en muchas ocasiones incluso desde la queja hacia ese mismo mal. Esta paradoja genera no pocas contradicciones.
Por ejemplo: ¿eres consciente de que la banca acumula un inmenso poder, que lo sitúa como máximo hacedor, incluso por encima de los representantes públicos que democráticamente tú eliges, pero mantienes tus dineros en la misma banca?
Si bien hoy sobran las maneras de acceder a la información, también es cierto que mucha gente simplemente las desconoce. Y en el desconocimiento involuntario no existe delito moral. Pero sí existe en la ignorancia voluntaria.
Por eso es importante ser extremadamente cuidadoso y asegurarse del conocimiento de la circunstancia antes de enjuiciar a nadie, para no resultar injustos. Igual de importante es ejercer la labor pedagógica que corresponde a quien sí conoce, sobre el ignorante que desconoce.
Siguiendo con el anterior ejemplo, no obrará con maldad quien –aun quejándose de la bochornosa supremacía de la banca– desconoce las alternativas, y por tanto no hace nada al respecto. Pero no son pocos los casos de quienes, aun conociéndolas, deciden voluntariamente ignorarlas.
Ni que decir tiene que este último no estará obrando con maldad, pero obviamente sí estará colaborando con él; incluso mientras se queja. Finalmente, obrará con maldad quien, por ejemplo, dirija un banco que se comporte con semejante vileza. Pero esos no suelen quejarse.
En ese espacio de contradicción del ejercicio del bien, que nos sitúa –no como malhechores– sino como colaboradores del mal, se dirime el grueso de la batalla. Los extremos siempre están bien consolidados, es en la incoherencia dnde existe la fragilidad de la que se sirve el mal.
Una fragilidad que es connatural al ser humano, y quien pretende aprovecharse de ella lo sabe bien. La religión, p.e., llama a "culpa" a los errores de la conciencia, lo cual te impone la necesidad de perdón (cuyo monopolio ostentaron durante siglos). Hablemos de responsabilidad.
Todavía hoy hay quien, comprensiblemente intoxicado por el olor a incienso, confunde ambas cosas.
La responsabilidad, o el ejercicio de la conciencia, te exige analizar las circunstancias de las que te quejas, y obrar en consencuencia. Las circunstancias no suelen ser sencillas, pero para lograr desenredarlas es buena cosa el diálogo, el bueno, el que no admite prejuicios.
De la misma forma, la negación de la responsabilidad te convierte en irresponsable. Repitamos aquí que la irresponsabilidad no te convierte en malhechor (seguro que conoces a alguien que culpa a los preferentistas de la estafa que sufrieron), pero sí en colaborador del malhechor.
Falla, piensa, vuelve a fallar, vuelve a pensar, aprende, divulga y aporta conciencia a los demás, tú que tienes la suerte de haberla podido trabajar. El mal siempre existirá, no seamos ingenuos. Que no exista tanto, por lo menos.
THE END
THE END
