La acumulación exorbitada de dinero en un sistema descaradamente capitalista constituye un monopolio de acción e influencia sobre el resto -que teóricamente está provisto de los mismos derechos- tan lógico como inaceptable. O hacemos esto más humano o regulamos la codicia, elige.
La ley con función coercitiva tiene como objetivo regular la convivencia a través de –sí– limitar las libertades cuyo ejercicio resulte en salvajismo. Está probadísimo que la acumulación enfermiza de capital distorsiona el equilibrio de derechos, necesario para una sociedad sana.
De la misma forma que se limita el uso de la fuerza, que se sanciona el robo, la coacción, el acoso o la violación (todos ellos fruto del –mal– ejercicio de la libertad en forma de libertinaje), se debe limitar la acumulación compulsiva de capital. De ahí la Tasa Tobin, y otras.
Da la impresión, sin embargo, que los que legislan son los primeros interesados en favorecer esta acumulación de capital en manos de unos pocos, todo ello en nombre de una mal llamada libertad. Y poco a poco, los equilibrios se rompen en favor de una minoría sobre el resto.
Desproveer al ser humano de límites lo abandona en manos del salvajismo, tal es su naturaleza. Mala cosa será permitirle ejercer un dominio absoluto sobre aquellos aspectos que son necesarios para el correcto desarrollo de una sociedad: alimentación, cultura, información...
El ser humano asalvajado es voraz, incluso con su propia especie. Y así, lo hará todo con tal de satisfacer su inacabable ansia de acumulación, a pesar de todo, a pesar de todos. El desequilibrio extremo provoca catástrofes, en cualquier aspecto de la naturaleza. ¿Lo regulamos?
