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JUICIO RANIERE MAYO 29-30 (Parte II): ¿Cómo aceptó Daniela meterse en un cuarto durante casi dos años? Quienes no han tenido experiencia cercana con sectas o grupos religiosos se asombran de la manera como las víctimas parecen obedecer las peores demandas de sus victimarios.
Lo que hay que recordar es que esta sumisión no se da de manera súbita, ni en el vacío: hay un trabajo previo de aislamiento, de desintegración del sentido del yo y del sentido de la realidad que, tarde o temprano, logra romper todo juicio.
El caso de Daniela lo ejemplifica a la perfección, con una salvedad: ella nunca claudicó del todo, logrando, a pesar de tantos años de tortura sostenida y sistemática, con la complicidad de quienes ella tomaba como sus maestros, sus amigos y su propia familia,
escapar de la cárcel mental y luego física donde se hallaba metida. Y esa resistencia fue lo que el ego de Raniere, quien se creía el maestro de su universo, no le pudo perdonar, haciéndolo ensañarse con ella como con nadie más.
Cuando se negó a pedirle perdón por, en realidad, haberlo rechazado, Raniere le ordenó encerrarse en el ático de su casa familiar, en el 12 de la calle Wilton. “Si no lo haces, y si regresas a México, perderás a tu familia para siempre”, le dijo.
Cuando ella le preguntó que cuánto tiempo, él le dijo: “cuanto sea necesario”.
La testiga describió el cuarto. Cuatro paredes, una puerta a los pisos inferiores, una hacia el baño, un colchón de hule espuma y una ventana empapelada para taparle la vista.
La ropa que llevaba puesta era la única que tenía; la lavaba en baño del cuarto. Le daban hojas de papel y una pluma donde debía escribirle cartas de arrepentimiento a Raniere, y que terminaron sirviendo para hacer sus detallados diarios, con letra bonita y ondulante,
donde se llamaba a sí misma “la habitante”. Lauren Salzman, en su testimonio, dijo que Raniere nunca los leyó. Su propia familia, en acuerdo con Raniere, no le hablaba; le dejaban, 3 veces al día, un plato con comida, generalmente cruda, afuera de su puerta.
Sólo veía, de mes a mes, a Salzman, quien se la pasaba diciéndole que era soberbia, que no hacía nada para arreglar su transgresión, que era una ingrata, que les debía tanto a ellos. Cuando tuvo un severo dolor de muelas pasaron semanas antes de que alguien la llevara al médico.
Comenzó a perder la razón; los ruidos que escuchaba a través de las paredes de la casa, de risas, de conversaciones, eran su único contacto humano. Perdió la noción del tiempo y la percepción de las cosas; vivía como entre nieblas.
Leía con fruición las instrucciones de las botellas de champú que encontraba en el baño. Se imaginaba el mundo exterior, se imaginaba libre. Se acurrucaba y se rascaba los brazos hasta enrojecerlos, para sentir algo.
En sus diarios, mostrados en la corte, se lee: “No entiendo por qué me hacen esto”.
En una ocasión escuchó más conmoción que la de costumbre; su madre acababa de recibir la noticia del asesinato de Facundo Cabral, con quien había sostenido un romance antes de llegar a Albany.
Adriana empacó para ir al entierro del cantante, pero antes, rompiendo la prohibición, se despidió de Daniela diciéndole “estás lista. Lo puedo ver”. Ella se emocionó, pensando que pronto la liberarían, o que su madre, al regresar, la rescataría para llevársela con ella a México.
Pero la made nunca regresó.
Cuando sintió que no podía más peló una esquinita del papel de la ventana, y los conejos que de repente pasaban por el jardín, así como una familia de pájaros, que luego supo eran cardenales, le dieron algo de alegría.
Se cortó su largo y hermoso cabello, negro y sedoso, antes hasta la cintura, y, cuando Lauren lo vio y lo reportó a Keith, éste le hizo saber que esa era una transgresión más; que no podría salir hasta que el cabello creciera como estaba antes.
Deseaba que alguien viniera por ella, que le confirmaban lo que le gritaba todo su ser, que no debía estar allí; pedía que su madre la liberara, que Ben la rescatara, y nadie lo hizo; concluyó que ella no era nadie, que a nadie le importaba.
Fue la única vez, en todo su atroz testimonio, cuando lloró. Desde su silla Raniere la miraba, sin expresión alguna.
Un día, por el hoyo del papel de la ventana, vio acercarse al cardenal, para volar de nuevo. Y así, súbitamente, dijo: “Fuck it. Fuck everyone, I’m going out”.
Cuando salió, era de noche. “Lo único que quería era vivir”, dice. Fue a las canchas de volleyball donde sabía que el grupo se reunía. Vio a Raniere, y él a ella. Él corrió, lo más rápido que pudo, muerto de miedo; hell hath no fury like a woman freed.
A Daniela la condujeron de Albany a México su padre y, para asegurarse de que no fuera a la policía a reportar el abuso y el secuestro, Kirsten Keeffe. Luego de pasar dos años privada de todo contacto físico y humano la botaron para que pasara a pie,
con lo que llevaba puesto y mil pesos que le había dado su padre, en la frontera mexicana. De ese lado la esperaba un antiguo empleado de la familia para conducirla a la capital de su estado natal. Desde la carretera vio la casa de su infancia y sintió que habían pasado mil años.
Tomó un autobús a Mérida, que eligió por ser la ciudad más segura de México, como leyó en uno de los centros de negocios de uno de los hoteles donde se quedaron en su viaje al sur. Para que no se le acabara el dinero dormía en las centrales de autobuses,
y evitaba comer; la única parte de su entrenamiento de NXVIM que le sirvió para algo.
Una vez en Mérida un buen hombre la condujo a un hostal, donde compartía un cuarto con 8 personas más. Pronto consiguió trabajo en una tienda de computadoras,
cuyo dueño la acogió a pesar de no tener documento alguno —todos le fueron retenidos en Albany—, y pudo rentar el cuarto de servicio de la casa de una familia que la trató con cariño.
Su diligencia y sus muchas aptitudes la llevaron, entre otras cosas, a darle clases de inglés a los niños de una mujer que trabajaba en Derechos Humanos; ésta le consiguió una copia de su acta de nacimiento y, con su identidad, le regresó su vida:
la capacidad de abrir una cuenta de banco, de asumirse como persona y de obtener trabajos dignos. Hoy Daniela tiene un buen novio, regentea a 250 empleados en una fábrica manufacturera y su puesto la lleva a viajar por el mundo entero.
La naturaleza de la “transgresión ética” de Dani jamás se le reveló a la comunidad, a quien sólo le decían que había hecho algo “muy grave”, causándole “grandes daños” a Raniere, que era soberbia, perezosa y “supresiva”, en un término robado, como tantos otros, a la cienciología.
En realidad no podían decirle a nadie que ella se había enamorado de otra persona, y que le había pedido a Raniere que ya no quería nada con él, que contemplaba un futuro sin él, porque, el mensaje que se le daba a la comunidad, y al mundo fuera del círculo más cercano en Albany,
era que Keith Raniere seguía siendo un asceta desprendido y un hombre célibe.
Por Ramadán no hay juicio lunes ni martes.
Stay tuned.
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