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Mañana se estrena el trailer de Midway
La sorpresa que Pearl Harbor provocó en Estados Unidos fue de igual magnitud que el lanzamiento de "Barbarroja" en la Unión Soviética, e igual de inexcusable.
Los desencriptadores de su Ejército de Tierra, dirigidos por Frank Rowlett, habían llevado a cabo una proeza extraordinaria al forzar el cifrado diplomático Púrpura de los japoneses en agosto de 1940.
En las semanas y los días previos al ataque sobre Hawái, el Gobierno de Estados Unidos dispuso casi de tanta información que advertía de la inminencia de la guerra como Stalin había recibido con anticipación sobre el embate de Hitler.
Sin embargo, la respuesta de la Administración Roosevelt fue tan lánguida como la del Kremlin.
Los estadounidenses reaccionaron solo ante la inminencia del cataclismo de sus buques en la Flota del Pacífico.
El Ejército de Tierra de Estados Unidos así como la Marina no realizaron ninguna contribución destacable al conocimiento aliado de los movimientos del Eje durante los meses siguientes a Pearl Harbor.
Pero llegado el mes de junio de 1942, del lóbrego y húmedo sótano en el astillero naval de Oahu surgió un rayo de luz exclusivo que iluminó todo el escenario del Pacífico.
Hizo posible la victoria de la Marina estadounidense en Midway, que en cuarenta y ocho horas transformó el devenir de la guerra contra Japón.
Los británicos habían reclutado a civiles brillantes antes de la guerra para ponerlos al frente de las tareas de decodificación
Pero la Marina estadounidense prefirió recurrir a un grupo de oficiales de carrera escogido prácticamente al azar entre los menos valorados en sus respectivos servicios.
Con unos recursos terriblemente exiguos, sus logros no podían compararse con los de Bletchley Park ni salvar a Estados Unidos de la humillación del "Día de la Infamia" en diciembre de 1941.
Pero el oficial que realizó la gran contribución que posibilitaría la futura victoria en Midway se licenció con pocos honores y falleció siendo conocido solo entre los historiadores.
Joseph Rochefort resultaba un tipo incómodo: era un marino pobre, sin habilidad para hacer amigos importantes.
Sin sus dotes, sin embargo, es poco probable que se hubiera librado en el Pacífico la batalla decisiva que tuvo lugar entre 4 y el 7 de junio de 1942, y aún menos imaginable que esta se hubiera saldado con la victoria de Estados Unidos.
Lo que sucedió aquel día fue el resultado no de un destello de inspiración repentino, sino de dos décadas de trabajo agotador e ingrato.
Al cumplir los diecisiete, se alistó en la Marina como electricista de tercera clase, luchó por conseguir un puesto como reservista y terminó los estudios de ingeniería.
En 1921 consiguió ser transferido a la Marina profesional, pero su carrera perdió fuelle: se libró por poco de un consejo de guerra cuando el buque cisterna en el que cumplía como oficial de servicio arrastró el ancla en la bahía de San Francisco en medio de los destructores.
En 1925 fue apartado del servicio en el acorazado Arizona para estudiar criptoanálisis, puesto que sus habilidades en el bridge y en los crucigramas parecían que demostraba una capacidad especial para tal cometido.
Trabajó en el Departamento Naval de la Avenida Constitution en Washington, pero el puesto no representaba un ascenso: la inteligencia figuraba en la parte inferior del escalafón del servicio.
Hasta entonces, la Marina no había conseguido ningún triunfo equiparable al del departamento de cifrado del ejército de tierra, la "Cámara Negra" fundada en 1917 por Herbert Yardley, que forzó el cifrado diplomático japonés ya en 1921.
Rochefort empezó leyendo el libro Elements of Cryptanalysis, de William Friedman, del Departamento de Guerra.
Trabajó a las órdenes del teniente Laurance Safford, antiguo jefe en la Reserva Naval estadounidense, quien se convirtió en su tutor y mentor.
Colaboraba con ellos una civil, Agnes Meyer Driscoll, que también realizó una destacable contribución.
En febrero de 1925, Safford zarpó para cumplir un servicio casi forzoso en el mar, y dejó a Rochefort al cargo de la oficina de investigación.
Esta se componía de solo tres empleados a tiempo completo: él mismo; Claus Bogel, antes actor, que hizo poco para justificar el sueldo; y Driscoll, apodada "Madame X", que soltaba improperios sin el menor empacho y despreciaba el maquillaje pero se llevaba bien con Rochefort.
Los secretos japoneses siempre figuraron en la cabeza de la lista de prioridades.
En 1920, la Oficina de Inteligencia Naval había llevado a cabo una "operación encubierta" al fotografiar una copia del código Rojo japonés en el consulado de Nueva York.
Era evidente que se necesitaba mayor preparación lingüística si los decodificadores querían hacer verdaderos progresos
Entonces, el teniente comandante Ellis Zacharias, oficial de carrera de la inteligencia y conocedor de la lengua japonesa, entró en la sección para trabajar codo a codo con Rochefort.
Ya que Estados Unidos estaba en paz y así había decidido continuar, llama la atención la intensidad con que un puñado de oficiales de la Marina trabajaba en aquel misterioso cometido y su empeño se sitúa lejos del cansino tempo que imperaba en cualquier otra sección del servicio.
Aquellos hombres y aquella destacada mujer eran personas obsesivas, que se esforzaban sin descanso e ignoraban los domingos.
La oficina estaba permanentemente envuelta en una nube de humo del tabaco: Rochefort encadenaba los cigarrillos con la pipa y algún puro.
Regresaban a sus casas demasiado cansados incluso para comer hasta pasadas unas horas. Todos perdieron peso.
Safford había establecido una cadena de estaciones de interceptación en Shanghái, Hawái y otros emplazamientos, que recogían las señales del aire.
Cuando estas llegaban a la oficina de Rochefort, la sección trabajaba en grupo para descifrarlas, siendo Agnes Driscoll probablemente la analista más capacitada.
Transcurridos dos años, Rochefort había llegado a su límite, no con respecto al cifrado de claves sino con la política del Departamento.
Las actividades de su sección dependían del departamento de Comunicaciones, pero la inteligencia estaba en constante batalla para tomar el mando.
Siendo aún teniente, Rochefort ocupó el cargo de oficial ejecutivo de un destructor.
En el mar, su falta de tacto, que rozaba incluso la grosería, exasperó a sus superiores.
En su tiempo libre, se dedicaba a revisar los códigos de la Marina y en una ocasión hizo notar al comandante en jefe que el sistema de comunicaciones estaba sobrecargado de mensajes triviales que jamás deberían haber sido codificados.
La observación no tuvo buena acogida.
En 1929, su viejo colega Ellis Zacharias dispuso las cosas para que fuese destinado a Japón y aprendiese el idioma.
Más tarde, Rochefort pasó buena parte de la década de 1930 en el mar, como cañonero, oficial de inteligencia y oficial de navegación sucesivamente.
En octubre de 1939 fue destinado a Pearl Harbor, donde quedó horrorizado por lo relajado de los hábitos, pero compartía con sus superiores la falsa idea de que ningún enemigo se atrevería a lanzar un ataque contra Hawái o las Filipinas.
Safford estaba por entonces al frente de la Op-20-G, la operación de desencriptado de la Marina.
Con medio mundo en guerra, esta sección crecía a un ritmo moderado, al tiempo que las relaciones entre Japón y Estados Unidos se iban deteriorando.
Safford solicitó que se pusiera a Rochefort al frente de la estación de Pearl, conocida como COM 14. Rochefort aceptó el nombramiento a regañadientes, por el recuerdo que guardaba de las viejas peleas departamentales.
Pero ¿adónde iría, con cuarenta y un años, sin nadie reclamando sus servicios? En junio de 1941 asumió sus nuevas responsabilidades y se puso a las órdenes del almirante Husband Kimmel, comandante en jefe de la Flota del Pacífico.
Hubo de esperar cuatro meses hasta recibir un ascenso a la comandancia.
COM 14, la "Estación Hypo", tenía su sede en los sótanos del edificio administrativo del astillero de la Marina, desagradables y llenos de eco, adonde se accedía a través de una puerta sin ninguna indicación que se cerraba con un temporizador
"La Mazmorra", como la apodaban, parecía una sala de billar de pueblo, llena de una neblina siempre presente provocada por el humo, pues todos allí trabajaban con el cigarrillo pendiendo del labio.
Cuando Rochefort entró por primera vez, buena parte de los 30 x 15 metros del sótano estaban vacíos, pero en los meses siguientes se llenaron a un ritmo creciente.
En el mes de septiembre, cinco oficiales que hablaban japonés se unieron al personal de la sección.
Poco después, había allí veintitrés hombres que trabajaban en cuatro sectores: el equipo lingüístico, los analistas del tráfico, los trazadores de rutas navales y los criptoanalistas.
Aquellos hombres trabajaban como en una biblioteca universitaria: no charlaban ni levantaban la voz, sino que se respiraba un ambiente de extrema seriedad.
Entre 1941 y 1942, cuando Bletchley Park ya manejaba doce bombas, las herramientas de trabajo habituales en el grupo de Rochefort eran el papel, el lápiz y las tabuladoras IBM, si bien Holtwick experimentó con otra ayuda mecánica rudimentaria.
Los decodificadores recurrieron a su capacidad matemática para sacar a la luz los grupos de códigos de un mensaje -cuando lograban hacerlo- que luego pasaban a los lingüistas.
Como en Bletchley al principio, solo los propios desencriptadores comprendían de qué eran capaces y hasta qué punto su éxito podía resultar importante.
Las estaciones de escuchas de Pearl estaban situadas en Wahiawa y Lualuale, esta última dotada con un radiogoniómetro, a unas treinta millas del astillero naval.
Los operadores registraban los mensajes transmitidos en la versión japonesa del código Morse: habitualmente usaban una mezcla del silabario kana y de una transliteración de los caracteres romanjii, superpuesta al código telegráfico: los mensajes "JN-25" solo contenían números.
A finales de otoño de 1941, la logística de la operación de código y cifrado se vio aquejada de una alarmante falta de urgencia.
Aunque tanto los operadores de intercepción como Hypo habían comenzado a mantener la vigilancia 24 horas al día, no existía un vínculo seguro por medio del teletipo entre las estaciones receptoras y la Mazmorra; solo disponían de una línea telefónica por grupo.
Cada 24 horas, un jeep se llevaba la última remesa de mensajes al astillero en un viaje de cuarenta minutos.
Los desencriptadores de la Marina estadounidense repartidos por el mundo podían comunicarse entre ellos mediante un sistema de cifrado privado, para el que usaban una máquina ECMII con quince rotores en tres filas, pero la coordinación entre ellas era terriblemente dificultosa.
No se informó al equipo de Rochefort de que el ejército de tierra en Washington estaba rompiendo el código Púrpura japonés
Tampoco se le informó de que del "pellizco" que la Oficina de Inteligencia Naval (ONI) había conseguido con respecto al código Naranja en un carguero japonés del puerto de San Francisco.
De hecho, Hypo no sabía nada de cómo encajaban sus esfuerzos en el panorama general. En Pearl, el despacho del oficial de inteligencia Edwin Layton estaba situado a poco más de un kilómetro del astillero, en la base submarina de la Flota.
Los oficiales al mando de la Marina estadounidense subestimaban la potencia aérea japonesa
Cuando el agregado naval en Tokio Stephen Juricka vio un caza Zero en tierra durante una exhibición y despachó un informe a casa dando cuenta de todos los pormenores, fue reprendido por conceder tanta atención a un avión.
En 1940, un simpatizante e informador en Japón dio detalles a la embajada estadounidense del nuevo torpedo Tipo 93 o Long Lance, la mejor versión propulsada a base de oxígeno a nivel mundial.
El Despacho de Artillería desestimó el dossier alegando que un armamento de estas características resultaba imposible.
Los oficiales de la Marina pensaban "si nosotros no hemos creado un arma de este tipo ¿cómo van a hacerlo otros?"
En diciembre de 1941, la Hypo no estaba cerca de romper el código de los oficiales japoneses, entre otras cosas porque circulaba muy poco tráfico, pero sí cosechó algunos éxitos con algunos sistemas secundarios.
Durante buena parte de 1941, solo diez miembros de la Op-20-G trabajaban en el JN-25 de la Marina japonesa.
En aquel mismo período, el arma más importante en el arsenal de Rochefort para generar inteligencia de radio consistía en el análisis del tráfico: ubicar los buques de guerra japoneses mediante sus mensajes en las ondas, aun cuando el contenido fuera ilegible.
La Marina estadounidense, sin embargo, carecía de la tecnología para conseguir siquiera esto, la que los británicos habían desarrollado y empleado en su Despacho Conjunto del Extremo Oriente en Singapur
Se trataba de las "las impresiones de radio" mediante registros de filmadoras de las imágenes del osciloscopio de cada uno de los patrones de señales únicos, lo que permitía a los interceptores identificar a cada barco de forma individual.
En los días previos a Pearl Harbor, se hizo evidente para el equipo de la Mazmorra que los japoneses tramaban algo grande, aunque no tenían idea de qué podía ser.
Detectaron una concentración sin precedentes de fuerzas aeronavales, pero el almirante Yamamoto dispuso una tupida cortina electrónica para enmascarar el objetivo.
Durante meses, Rochefort había rastreado los movimientos de las principales unidades de la flota japonesa, pero a mediados de noviembre perdió a seis de los portaaviones.
Sus homólogos en la estación Cast, en las Filipinas, dijeron que sin duda los del pelo al cepillo continuaban en aguas nacionales.
A Rocheford no le pasó por la cabeza la posibilidad de un asalto sobre Pearl Harbor
Con los conocimientos que tenía sobre Japón y siendo como era un hombre lógico hasta la médula, consideró de todo punto de vista increíble que la nación de Hirohito iniciase una guerra contra Estados Unidos, que perdería sin remedio.
La coordinación de la inteligencia resultó tan deficiente que Rocheford no tuvo noticia del mensaje del 24 de septiembre que Tokio envió a su consulado en Hawái, donde solicitaba la ubicación exacta de los buques de guerra estadounidenses en Pearl Harbor.
Esta información se cifró en el código consular japonés, el denominado «J-19», estimado de baja prioridad en la desencriptación, de modo que su contenido no llegó a Washington hasta el 6 de octubre, mezclado con otra gran cantidad de material.
Incluso cuando se leyó la señal, los mandos del ejército de tierra o de la inteligencia naval estadounidenses no la consideraron lo suficientemente importante como para reenviarla a Hypo.
Pero Rochefort estaba tan convencido de que los japoneses preparaban una acción inminente, que el 29 de noviembre mandó a 4 oficiales a la estación de interceptación para que se mantuvieran atentos al mensaje "Viento", la señal para entrar en acción que sabían estaba por llegar.
Al día siguiente, los japoneses cambiaron todos los indicativos de identificación de sus barcos por segunda vez en el mismo mes; otra advertencia de que se avecinaba una gran operación.
El 3 de diciembre, Washington accedió finalmente a informar a Pearl -y a Rochefort- de que los japoneses habían ordenado a todas sus misiones diplomáticas destruir los códigos y cifras.
El teléfono que el FBI había pinchado en el despacho del cónsul japonés en Honolulu confirmó que a él también le había llegado la orden de quemar sus códigos.
Pero aún no se interceptaba en Hawái ninguna orden de «ejecución» dirigida a la flota japonesa.
En la semana previa al estallido de la tormenta, Rochefort admitió ser responsable de no haber mandado un mensaje enviado a un submarino japonés, que no se descifró hasta el 12 de diciembre.
No obstante, aunque el cifrado hubiera llegado a las manos adecuadas, atendiendo a la pasividad institucionalizada del Gobierno y las fuerzas armadas estadounidenses, difícilmente se habría producido otro resultado.
A mediodía del sábado 6 de diciembre, Rochefort fue a su casa a la hora del almuerzo, agotado.
Aquella tarde se entregó en la oficina de la RCA el último cable codificado desde el consulado japonés, en el que se detallaban las posiciones de los globos de barrera y las redes antitorpedo circundantes en el fondeadero de Pearl, para su envío.
Sin embargo, la copia marcada para los desencriptadores de Estados Unidos no se recogió hasta bastante más tarde.
A primera hora del día 7 de diciembre, un puesto de escucha de la Marina de Estados Unidos en la isla de Bainbridge, en Puget Sound, interceptaba los mensajes cifrados que Tokio despachaba a Washington mediante el circuito comercial de la Mackay Radio & Telegraph Company.
Bainbridge los reenvió al 20-GY del Departamento de la Marina y allí fueron leídos por el teniente Francis Brotherhood, que estaba a punto de terminar su turno de noche.
Brotherhood ya tenía conocimiento de otras trece partes del mensaje japonés a la embajada, en respuesta a la nota diplomática estadounidense que solicitaba la retirada de los japoneses de China.
Ahora la impresora generaba un último encriptado breve, en japonés.
Pasaban pocos minutos de las cinco de la madrugada.
El teniente comandante Alwin Kramer, jefe de la unidad de traductores de la Marina de Estados Unidos, llegó 150 minutos más tarde, a las 7.30 de la mañana y tardó poco en ser consciente de que aquel último mensaje, en el que se rompían las negociaciones, implicaría la guerra.
Un recadero del ejército partió con una copia dirigida al Departamento de Guerra, mientras que otros se mandaban a la Casa Blanca y al Departamento de la Marina.
A las 9 horas Rufus Bratton, jefe de la sección de inteligencia militar en Extremo Orienta, leyó el desencriptado, cuatro horas antes de que el embajador japonés recibiera instrucciones de entregar su trascentental mensaje al Departamento de Estado.
Bratton trató de establecer contacto con el general George Marshall y se le comunicó que este había salido a montar.
El asistente que partió en busca del jefe del Estado Mayor no logró dar con él.
A las 10.30, Bratton consiguió hablar por fin con Marshall, llamó su atención con respecto a la urgencia de la noticia y le ofreció salir a la carrera hacia su cuartel en Fort Myer.
Marshall sin embargo prefirió acudir al Departamento de Guerra, donde insistió en leer las catorce páginas del mensaje japonés, una tras otra en ordenada sucesión, por más que Kramer le apremiaba para ir directo al grano, al final.
A las 11 horas, cuando faltaban aún dos horas para que Pearl fuera atacado, el jefe del Estado Mayor vetó el uso del teléfono scrambler para contactar con Hawái, con el peregrino argumento de que se trataba de un canal inseguro.
Prefirió enviar un cable de alerta mediante el centro de mensajes del Departamento de Guerra, que llegó a Honolulu mediante la RCA a las 7.33 de la mañana
El general Walter Short, el comandante en jefe local, lo recibió por fin a las 14.40, en pleno ataque sobre el fondeadero de la Flota.
En Hawái, a las 7.55 del domingo, Rochefort estaba cargando el coche para iniciar una excursión familiar cuando el primer avión japonés cruzó el cielo sobre Pearl Harbor.
Instantes después, Dyer lo llamó para comunicarle en un tono terriblemente emocionado: "Estamos en guerra".
Uno de los chicos de Rochefort afirmaría bastante más tarde: "Todos nosotros sentimos el remordimiento de haber sido parte de un tremendo fracaso de la inteligencia"
Se trataba de un sentimiento en gran medida injustificado. Aquellos hechos representaron un fracaso político y operativo, comparable al del Kremlin menos de seis meses antes.
El logro de Rowlett al romper el código Púrpura se echó a perder en un momento en que aquel tipo de revelaciones revestían una importancia fundamental.
Gracias al Servicio de Inteligencia de Señales, los jefes de las fuerzas armadas y la rama ejecutiva de la nación tuvieron en las manos una cantidad abrumadora de pruebas que indicaban que los japoneses estaban a punto de emprender una acción ofensiva.
Si bien cabía la posibilidad de considerar a los británicos y otras potencias coloniales en Asia como el blanco predilecto de Tokio, antes que Estados Unidos, el hecho de no preparar las defensas de la nación en el máximo nivel de alerta denota un grado sumo de negligencia.
Solo gracias al afecto y respeto del que gozaba el generalMarshall pudo este librarse de la devastadora y merecida censura hacia su persona por la embestida que recibió su país el 7 de diciembre.
Lo mismo puede afirmarse con respecto a Roosevelt y sus jefes departamentales.
Sin embargo, se permitió que la cadena de responsabilidades se interrumpiera en las personas de los comandantes en jefe de Hawái y del jefe de operaciones de la Marina estadounidense, un final que se justificó por razones pragmáticas, pero no de principios.
Lo importante, ahora, era devolver el golpe y es aquí donde arranca la batalla de Midway
En los primeros días de enero de 1942, el nuevo comandante en jefe en el Pacífico, el almirante Chester Nimitz, visitó la Mazmorra.
No fue un momento feliz.
Rochefort, enfrascado en la señal japonesa con la que trabajaba, le brindó un recibimiento frío y superficial al nuevo árbitro de su destino.
Nimitz no estaba de humor para dejarse impresionar porque, para él, el 7 de diciembre constituía una catástrofe derivada de una fracaso cuya responsabilidad cabía atribuir a los oficiales de la inteligencia de señales de la Marina.
Desde Washington, Laurance Safford advirtió a Rochefort de que el Departamento de la Marina compartía el mismo punto de vista de Nimitz.
Consideraba que se podían pedir responsabilidades a la Hypo, porque se había dejado engañar por los ardides de los japoneses.
En los meses siguientes, Safford fue reemplazado por el comandante Joseph Redman, un oficial más hábil en la medra que en el criptoanálisis.
Redman estaba dotado de un talento especial: comprendía la importancia de los mensajes engañosos enviados por radio en la guerra moderna y había preparado un artículo a este respecto para el jefe de las operaciones navales.
Pero no era un admirador de Rochefort, quien probablemente habría perdido el empleo de no ser por el apoyo de Edwin Layton, a quien Nimitz conservó como oficial de inteligencia en la Flota.
Ahora la Hypo tenía un aluvión de trabajo, generado por un torrente constante de interceptaciones.
El reto ahora consistía en forzar el nuevo código JN-25b de la flota del enemigo.
Ahora que se había reconocido la importancia de las ayudas mecánicas, se necesitaban más hombres que manejasen las clasificadoras IBM, que constituían la base de datos de la Hypo
Cada una de las intercepciones requería alrededor de doscientas tarjetas perforadas y el único personal disponible eran los músicos de la banda del malogrado acorazado California.
Cuando el FBI empezó a cribar a los hombres que trabajarían en puestos de alta seguridad, descartó a unos cuantos de nombre extranjero, pero Rochefort prefirió admitirlos; Layton consiguió la aprobación de Nimitz.
En las semanas siguientes, el prestigio de la Mazmorra ante Nimitz no mejoró.
Nimtiz exigía que Rochefort aportase datos sobre los movimientos de los portaaviones japoneses, y una vez tras otra los análisis del tráfico ofrecían respuestas erróneas.
Más adelante, sin embargo, Rochefort y sus hombres advirtieron de la concentración de tropas japonesas en Truk y supusieron, acertadamente, que estas se dirigían hacia Rabaul.
Su prestigio aumentó y el equipo llamó la atención sobre la debilidad de los japoneses en las islas Marshall y las Gilbert, hecho que dio pie a los ataques protagonizados por los destacamentos de Halsey y Fletcher.
La Hypo empezó a pasar inteligencia sobre los posibles blancos al cuartel general de submarinos de la Flota, aunque se obtuvieron escasos resultados porque los torpedos estadounideneses no alcanzaban el blanco; un fracaso que se repitió hasta finales de 1943.
Nimitz transfirió parte de los lingüistas japoneses de Rochefort a los portaaviones en el mar, para que monitorizasen el tráfico de voz de los pilotos enemigos.
Este traslado supuso una pérdida nada desdeñable para los desencriptadores, pero probablemente fue un cambio comprensible y justificado en un momento de recursos tan limitados.
A mediados de enero de 1942, la Hypo leía fragmentos de mensajes JN-25b, si bien es cierto que faltaban muchas palabras.
El 2 de marzo, Rochefort anticipó un ataque aéreo sobre Hawái para el día 4.
Por la noche, dos grandes hidroaviones lanzaron su ataque: los japoneses contaban con la ventaja de poder leer los informes meteorológicos estadounideneses.
Cayeron algunas bombas que no causaron daños en unas montañas a 15 kilómetros aproximadamente de Pearl y otras en el mar; los cazas estadounidenses no lograron interceptar a los atacantes.
Pero la predicción de Rochefort había sido acertada y lo fue de nuevo cuando alertó de un asalto aéreo en marzo, sobre la isla de Midway.
Ahora amiguitos prestad atención, el aspecto más importante de este último descifrado fue que la Hypo obtuvo el código de designación japonés de la isla de Midway: "AF".
A finales de marzo, los estadounidenses leían un número muy considerable de mensajes JN-25b.
Cuando el equipo de desencriptado de la Cast hubo sido evacuado del condenado escenario de Corregidor, se reagrupó con los australianos en Melbourne para iniciar una operación conjunta y en poco tiempo contribuía ya en una medida nada desdeñable.
La presión a que se veían sometidos los internos de la Mazmorra se intensificó con los cuarenta oficiales y cien reclutas que abarrotaban el sótano, en un ambiente que Jasper Holmes comparaba al de un submarino en pleno servicio.
Rochefort y Dyer iniciaron una nueva rutina independiente, alternándose ambos en turnos de 24 horas de trabajo y 24 de descanso.
El jefe de la Hypo, un tipo de un carácter nada risueño y ni dado a las charlas, parecía no descansar jamás.
Cada día hablaba menos de temas comunes; solo de la señal japonesa vigente. Trabajaba 20 horas diarias, y en ocasiones aún más, y solo descansaba para dar una cabezada en el catre del rincón de la Mazmorra.
Dyer, por su parte, subsistía a base de una dieta de bencedrina por la mañana y fenobarnital por la noche. Incluso los miembros que se tomaban descansos más prolongados se sentían aburridos y solos, enterrados en un mundo angustiante y de una masculinidad claustrofóbica.
El cuartel de Ham Wright, junto a la base submarina, se convirtió en la sala en que los oficiales podían escuchar sus discos de ópera o beber algo si disponían de un minuto libre.
Entre diciembre de 1941 y junio de 1942, mientras que la Op-20-G de Washington recuperó 16.000 códigos adicionales japoneses
La Hypo rescató 25.000, en un ejercicio en que las máquinas IBM representaron un papel crucial, con un consumo de entre dos y tres millones de tarjetas perforadas al mes.
El día 8 de abril de 1942, su jefe anticipó acertadamente que los japoneses se dirigían hacia Port Moresby, en Papúa-Nueva Guinea, tras haber resuelto que "RZP" era la designación en código del emplazamiento.
Pero quedaban aún muchos otros por descubrir y Rochefort se equivocó al suponer que había cinco portaaviones japoneses en el mar; por entonces solo había tres.
Su valoración sobre las intenciones japonesas antes de la batalla del Mar del Coral del 7 y 8 de mayo fue certera, pero calculó erróneamente dos movimientos de los portaaviones japoneses de una importancia capital.
El enfrentamiento acabó en tablas, ya que supuso una victoria estratégica para los estadounidenses, porque los japoneses abandonaron la ofensiva contra Port Moresby.
A principios de mayo, Rochefort informó a Nimitz de que los japoneses preparaban una nueva iniciativa de mayor envergadura, aunque aún no podía aclarar de qué se trataba.
El Departamento de la Marina decretó que los tres grupos de desencriptación en Washington, Melbourne y Hawái deberían abocarse cada uno de ellos a los mensajes del enemigo relativos a las áreas geográficas escogidas.
Rochefort ignoró esta burda limitación y se esforzó por conseguir una visión estratégica de conjunto.
Ahora la Hypo recibía entre quinientas y mil interceptaciones diarias, cerca del 60 % de todas las transmisiones japonesas, de las que sus oficiales conseguían leer fragmentos de un 40 % aproximadamente.
El 9 de mayo, Rochefort informó Nimitz de que la flota japonesa emprendería una operación a gran escala el día 21, pero añadió: "Se desconoce el destino de la fuerza antes mencionada"
Nimitz especuló con la posibilidad de que los japoneses deseasen lanzar un nuevo asalto sobre Pearl, o incluso contra la Costa Oeste de Estados Unidos.
La Hypo, consciente de que Yamamoto estaba interesado en la base estadounidense de las islas Aleutianas, calibró la posibilidad de que este no se conformase con una gran operación, sino que prefiriera lanzar dos.
El 13 de mayo los desencriptados dejaron claro que Pearl y las Aleutianas no eran la máxima prioridad entre los japoneses; en su lugar, lo serían las Midway, la base estadounidense más adelantada en el Pacífico, a 1.200 millas al noroeste de Hawái.
Un mensaje interceptado daba instrucciones al buque de aprovisionamiento Goshu Maru para que recogiese el cargamento en Saipán y luego se dirigiera hacia AF.
Rochefort recordó que ya en marzo algunas señales habían identificado AF como las Midway.
Descolgó el auricular de la línea segura con Layton y anunció: "No está sentenciado, pero sí es peligroso". El oficial de inteligencia afirmó: "El hombre de ojos azules querrá conocer tu opinión al respecto".
Sin duda, a Nimitz le interesaba su parecer, pero andaba ocupado en otros menesteres.
En la mañana del 14 de mayo, mandó al capitán Lynde McCormick, su nuevo oficial responsable de los planes de guerra, para que debatiese la posible amenaza sobre las Midway.
En la Mazmorra, Rocherfort y su equipo exponían sus descubrimientos en hojas de papel sobre caballetes: una serie de interceptaciones clave, junto con los igualmente importantes datos del análisis del tráfico, que expusieron ante McCormick.
Sostuvieron una prolongada y apasionada conversación que continuó durante buena parte del día.
Al final, McCormick regresó a la oficina de Nimitz y concluyó que, desde su punto de vista, Rochefort había dado en el clavo.
Aunque la Hypo no consiguió el orden de batalla japonés completo, parecía evidente que Yamamoto pretendía asignar cuatro portaaviones a las tareas de apoyo en el asalto anfibio sobre las Midway.
La posición estratégica de Estados Unidos en el Pacífico continuaba siendo relativamente débil al tiempo que la flota japonesa exhibía gran solidez.
En medio de los millones de millas cuadradas de océano, la mayoría de buques de guerra necesitaban 24 horas para recorrer entre 600 y 700 millas.
Con solo dos portaaviones disponibles, tres a lo sumo, Nimitz no podía dividir las fuerzas.
Si quería entrar en combate con el enemigo, debería jugárselo todo a una sola mano.
Un error en los cálculos del destino previsto para el grueso de la fuerza aérea naval japonesa resultaría prácticamente imposible de subsanar a tiempo de evitar un nuevo desastre para el ejército estadounidense.
El almirante Ernest King, jefe de operaciones navales, fue de escasa ayuda para su comandante en jefe en el Pacífico en la toma de decisiones.
Aunque King se mostraba partidario de entablar combate contra los japoneses siempre que fuera posible, también temía emprender una acción que pudiera implicar un mayor desgaste para la ya peligrosamente limitada flota de portaaviones y cargueros estadounidenses.
La Oficina de Inteligencia Naval continuaba creyendo que el blanco más probable escogido por el enemigo sería la isla de Johnston Island, un atolón a 720 millas de Pearl
Layton continuaba obstinado en su idea de que Pearl podía resultar uno de los blancos.
Redman en Washington, que no sentía la menor simpatía hacia las opiniones de Rochefort con respecto a nada, lo rechazó sin más.
El 16 de mayo, sin embargo, quien verdaderamente podía influir en el curso de los sucesos estaba cada vez más convencido de que Rochefort tenía razón.
Nimitz aceptó que los japoneses se dirigían a Midway, una suposición que se confirmó tras una importante interceptación recibida aquel mismo día en que se daba la posición de salida de los portaaviones japoneses.
A primera hora del 19 de mayo, se celebró una reunión improvisada en la base
¿Cómo podían disiparse las dudas con respecto a Midway?
Los chicos de Rochefort idearon una solución sencilla y elegante que se puso en marcha de inmediato
La estación aérea de la Marina en Midway recibiría un mensaje cifrado por cable submarino, en el que se detallarían instrucciones para los operadores
Éstos tendrían que mandar mandarían una señal de radio en claro a Pearl, informando sobre los problemas de la planta de destilado y solicitando suministros de agua fresca.
Un estadounidense que no participaba del secreto exclamó furioso: "¡Esos capullos imbéciles de Midway! ¿Qué pretenden mandando un mensaje como este en claro?".
El ardid era brillante: la cuestión del agua resultaba lo insignificante como para que se pudiera creer que se abordaba con señales sin cifrar, aunque el contenido era interesante a ojos de los japoneses como para que estos reenviasen el mensaje al cuartel general de la Marina.
El 20 de mayo, Red Lasswell de la Mazmorra descifró el orden de operaciones de los japoneses en Midway; aunque los estadounidenses no lo sabían aún, este solo les revelaba una parte del plan de Yamamoto:
La fuerza principal de buques de guerra japoneses recorrería seiscientas millas por detrás del grupo de portaaviones, preparados para acercarse a la Flota del Pacífico y acabar con ella cuando esta apareciera en el campo de batalla de las Midway
Nimitz les tendió entonces una pequeña trampa: se mandó al portahidros Tangier para que pudieran despegar aviones que protagonizarían un amago de asalto aéreo sobre Tulagi
Esta maniobra dio el resultado esperado, al convencer a los japoneses de que un grupo de cargueros estadounidense debía encontrarse en su radio de acción y, por tanto, a miles de millas de las Midway.
Al día siguiente, el equipo de la Cast en Melbourne se declaró convencido de que Rochefort estaba en lo cierto.
El 22 de mayo, el Despacho Conjunto del Extremo Oriente británico también llegó a la conclusión a partir de sus actividades de descifrado de que las Midway eran el blanco escogido por los japoneses.
Mientras tanto, en Washington, Redman y los de la Op-20-G estaban enfurecidos porque Rochefort hubiera persuadido a Nimitz para llevar a cabo el engaño de la señal de agua sin haber consultado primero.
Stimson, en el Departamento de Guerra, afirmó que el ejército de tierra estadounidense continuaba dudando de la valoración de Rochefort y temía que la Hypo estuviera siendo víctima de un artificioso engaño japonés.
Nimitz escribió con inquietud en su valoración del 26 de mayo: "nuestra única fuente de información es [la inteligencia de señales]... El enemigo podría estar engañándonos"
En aquellos días, Rochefort estaba sometido a una presión enorme.
Aquel hombre difícil, al que todos detestaban, estaba poniendo en tela de juicio el parecer de la mayoría de sus iguales, sobre todo en Washington.
Pocas veces en la historia tanto ha dependido de la palabra de un solo oficial de rango inferior.
Si este cometía un error, Estados Unidos podría ser víctima de un desastre estratégico en el Pacífico.
En la mañana del 27 de mayo, Rochefort se vistió con el uniforme recién planchado: tenía una visita programada con Nimitz y su equipo.
Cuando estaba a punto de salir de la base en dirección al despacho del comandante en jefe, Joe Finnegan y Ham Wright descifraron una señal que identificaba los datos de los ataques japoneses: el 3 de junio contra las Aleutianas y el 4 contra las Midway.
Estas noticias provocaron un retraso de media hora en la cita de Rochefort con Nimitz y un desabrido recibimiento.
Se ordenó al desencriptador que expusiera lo que creía saber, sin detallar los medios por los que se había obtenido la información en presencia de los oficiales al margen del secreto de la Hypo.
Rochefort explicó sucintamente el plan de doble ataque japonés y sugirió, erróneamente, que la acometida contra las Aleutianas era una mera distracción: en realidad, era mucho más importante.
A tenor de esta equivocada valoración, Nimitz mandó solo cruceros y destructores hacia el norte.
No obstante, el comandante en jefe del Pacífico pudo decidir que sus tres cruceros salieran a la caza del enemigo en las Midway justo a tiempo para evitar que un terrible golpe cayera sobre los estadounidenses.
Los japoneses cambiaron sus códigos e introdujeron el JN-25c.
Fue un movimiento previsible, pero de resultas de aquello la mirilla de la Hypo quedaría cegada durante varias semanas, sin poder vigilar los movimientos de sus enemigos.
Rochefort y los suyos, en los tensos días antes del 4 de junio, hubieron de basar una vez más sus conclusiones exclusivamente en el análisis del tráfico de las transmisiones del enemigo, y disponían de un número muy reducido
Yamamoto había dictado a sus fuerzas de ataque silencio absoluto en las ondas.
La despreocupación estadounidense puso en peligro la trampa de Nimitz.
Al partir sus buques al encuentro del enemigo, se fueron de la lengua: se produjo un incremento brutal del tráfico de radio de la Marina estadounidense, que los japoneses supieron detectar.
Pero Yamamoto intuyó solo a un ratoncillo, cuando debería haber olfateado a una rata colosal.
En uno de sus mayores desaciertos bélicos, decidió no romper el silencio de sus radios para informar al vicealmirante Chuichi Nagumo, al mando de su grupo de portaaviones, de que los estadounidenses podían estar tramando algo, podían incluso haber puesto rumbo a las Midway.
En aquel momento, el temor de un comandante ante las posibles consecuencias de inundar las ondas con un torrente de Morse propició un peor desenlace que si hubiera actuado a la inversa.
En Pearl, la tensión alcanzó unas cotas prácticamente insoportables durante las interminables horas del 3 de junio, mientras los aparatos de reconocimiento aéreo de las Midway seguían sin atisbar los buques enemigos esperados.
Entonces, a las 5.30 horas, tal como había previsto Rochefort, por fin un hidroavión Catalina mandó una señal de capital importancia: se había avistado la principal fuerza de portaaviones del enemigo.
La Flota Combinada de Yamamoto, una parte de la cual estaba destinada a las islas Aleutianas, había zarpado del puerto de Ominato el 26 de mayo y no tardó en adentrarse en una espesa niebla.
Al día siguiente, la fuerza de Nagumo lo hizo del fondeadero de Hashirajima y, por el estrecho de Bungo, accedió al Pacífico.
El 28 de mayo, el resto del Cuerpo Principal de la Fuerza Norte de las Aleutianas despejó Ominato mientras, mucho más al sur, la Fuerza de Desembarco de Midway, escoltada por el contraalmirante Tanaka, zarpaba de Saipán.
El último en hacerse a la mar fue el Cuerpo Principal de la Fuerza de Invasión de Midway, bajo el mando del vicealmirante Kondo -ojo milienials que no es Marie-
La bandera del almirante Yamamoto, comandante supremo de la expedición,ondeaba en lo más alto del mayor acorazado del mundo, el Yamato.
Nimitz sabía que iba a enfrentarse a una Armada imponente, pero ni él sabía que aquella Flota Combinada era la mayor de la historia de Japón.
Estaba compuesta por cuatro portaaviones pesados -el Akagi, el Kaga, el Soryu y el Hiryu-
Dos portaaviones ligeros -el Hosho y Zuiho-
Cinco portahidroaviones; siete acorazados -el Yamato, el Nagato, el Mutsu, el Haruna, el Kirishima, el Hiei y el Kongo-;
Diez cruceros pesados y ligeros, cuarenta y tres destructores y trece petroleros y una multitud de naves auxiliares.
La expedición paralela a las Aleutianas incluía dos portaaviones ligeros -el Ryujo y el Junyo-, cinco cruceros pesados y ligeros, un portahidroaviones y doce destructores.
Aquella flota combinada de más de 200 barcos, incorporaba sólo 234 aviones de combate, una cifra proporcionalmente muy baja; los enfrentamientos aéreos anteriores ya habían empezado a pasar factura a la Marina Imperial japonesa.
En ruta, los japoneses encontraron algún submarino americano, y varios aviones en misión de rastreo pero, convencido de la impenetrabilidad del código naval japonés, Yamamoto minimizó con arrogancia el peligro que presagiaban.
Insistía en que los estadounidenses no tenían ni idea de adonde se dirigían sus fuerzas.
El mal tiempo no tardó en engullir gran parte de la Flota Combinada, lo que incrementaba más su sensación de invisibilidad.
Ya en alta mar, Spruance anunció a la flota estadounidense el motivo de aquellas prisas por zarpar
"Se espera un ataque con el objetivo de tomar Midway. La fuerza de combate puede estar formada por todo tipo de buques de combate, desde cuatro o cinco portaaviones hasta buques de transporte".
A continuación, informó de que la intención de sus Fuerzas Operativas 16 y 17 era lograr "lanzar ataques sorpresa por los flancos sobre los portaaviones enemigos desde el nordeste de Midway".
La Flota de Spruance sólo era equiparable a la Armada japonesa en un frente: el de los aviones de combate.
Si Yamamoto disponía de 234, Spruance contaba con 233.
Spruance no contaba con acorazados, y disponía sólo de ocho cruceros pesados y ligeros, escoltados por doce destructores.
La elección de Spruance para que se pusiera al frente de la operación había desconcertado a muchos.
Para competentes comandantes de portaaviones, como Marc Mitscher, al frente del Hornet (y que rara vez abandonaba el puente de mando), resultaba de lo más inquietante.
Spruance tampoco sabía, ni se molestaba en averiguar, qué esperaba Fletcher de las formaciones de portaaviones.
"¿Tiene alguna instrucción que dar para futuras operaciones?", preguntó un Flecher inquieto a su superior, con la esperanza de recibir alguna orden concreta. "Negativo -respondió un lacónico Spruance-. Nos adaptaremos a sus movimientos"
Su actitud también suscitaba otras dudas.
Mientras tanto Halsey como Mitscher vivían prácticamente en el puente de mando, a Spruance apenas se lo veía por allí. "Entre y siéntese conmigo un rato —le dijo en una ocasión a un oficial mientras desayunaba—. Allí arriba no nos necesitan"
"¿Qué clase de hombre es Spruance?" preguntó más tarde Robert Oliver, otro desconcertado oficial.
En otros casos, al comandante lo despertaban si el radar detectaba alguna señal que se estimaba importante, pero Sprounce se negaba a levantarse de la cama.
Y un día en que Miles Browning diseñó unos planes para el envío de aviones para realizar misiones de reconocimiento, incluyendo en él los escuadrones de McClusky, los planes resultaron tan ambiciosos que los aparatos no habrían tenido suficiente combustible para regresar.
McClusky y otros protestaron airadamente, y Spruance, ligeramente sorprendido, canceló las órdenes de Browning.
Después, al iniciarse el ataque, la cubierta del Enterprise quedó muy pronto despejada, pero Spruance se olvidó de dar la orden de despegue a un desesperado Mitscher, al mando del Hornet.
Se le había olvidado notificar a uno de sus propios portaaviones la orden de iniciar los despegues.
A partir del 30 de mayo, 22 Catalinas despegaron desde su base de Midway y recorrieron hasta 1.200 kilómetros en busca de un enemigo que se aproximaba, mientras los submarinos rastreaban las aguas que rodeaban la isla de diez kilómetros de longitud.
La fuerza aérea de Midway era, claro está, de reducidas dimensiones, y estaba formada por 28 bombarderos Dauntless, 7 aviones torpederos TBF, 7 cazas Wildcat, diecinueve bombarderos del Ejército, diecisiete obsoletos bombarderos Vindicator, y 22 antiguos cazas "Búfalo"
Los "Búfalos", como nos recuerda el gran @antogom1 en "La Campaña del Pacífico" de @CasusBelliPod, eran llamados "ataúdes volantes" por sus pilotos
Los días siguientes fueron muy intensos tanto en Pearl Harbor como en Midway.
La flota de combate de Spruance tomó posiciones a unas 325 millas de Midway, y la de Fletcher se unió a ella el 2 de junio.
Los tres portaaviones, en alta mar y separados, quedaban a partir de ahora a sus expensas.
El comandante de la flota contaba con una gran ventaja sobre Yamamoto, pues, gracias al trabajo de nuestro amigo Rochefort, conocía con exactitud la fecha de llegada de la fuerza enemiga, y la dirección desde la que llegaría
Yamamoto no contaba con una información equivalente.
A las 5.30 horas, tal como había previsto Rochefort, por fin un hidroavión Catalina mandó una señal de capital importancia: se había avistado la principal fuerza de portaaviones del enemigo.
9 bombarderos del Ejército de EE.UU., enviados desde Midway, emprendieron el vuelo para atacar los buques de transporte enemigos, pero soltaron sus bombas a demasiada altura y no lograron impactar en ningún barco japonés aquella tarde.
En el segundo ataque, un petrolero enemigo resultó tocado, pero el resto de buques importantes resultó intacto.
El Yorktown de Fletcher seguía estrechando el cerco sobre el enemigo y el 4 de junio alcanzó una posición a tan sólo doscientas millas de sus buques de transporte.
A las 4.30, Fletcher ordenó el despegue de diez SBD (los bombarderos Dauntless de la Marina) para que realizaran una misión de rastreo.
A la misma hora, y sin saberlo, Nagumo ordenaba el primer ataque aéreo contra Midway. (Las estimaciones de Rochefort habían resultado muy precisas.)
A las 5.34 de aquel 4 de junio, el Enterprise -ojo milenials no habló del de Kirk- recibió un mensaje de un PBY en el que se informaba de "PORTAAVIONES ENEMIGOS".
14 minutos después, el mismo avión de vigilancia amplió la imformación: "MUCHOS AVIONES ENEMIGOS SE DIRIGEN A MIDWAY CON UNA POSICIÓN DE 320° Y A UNA DISTANCIA DE 150 MILLAS".
A las 6.03, dos portaaviones japoneses y sus acorazados en la misma posición fueron avistados a sólo 180 millas de Midway.
Fletcher alertó a sus aviones de reconocimiento y esperó.
A las 6.07 ordenó al Enterprise y al Hornet que "PROCEDIERAN HACIA EL SUDOESTE Y ATACARAN A LOS PORTAAVIONES ENEMIGOS UNA VEZ CORRECTAMENTE LOCALIZADOS"
A las 5.59, el radar de Midway captó por primera vez unos «puntos» que se dirigían directamente hacia ellos, al parecer procedentes del portaaviones Hiryu.
A sólo 93 millas, 108 Kates (torpederos), Vals (aviones de bombardeo en picado) y Zekes (Zeros, sí aquellos avioncitos a los que los altos mandos estadounidenses despreciaron), no tardarían en aparecer sobre ellos, y un escuadrón de cazas de los marines salieron a su encuentro.
Este se produjo a menos de 30 millas de la costa.
Los cazas de los marines se abalanzaron sobre ellos a una altitud de 17.000 pies, pero su inferioridad numérica era considerable, y Midway vivió su primer bombardeo.
Los marines sufrieron importantes daños en tierra, pues su puesto de mando, la cantina y la planta eléctrica de la isla oriental recibieron el impacto de las bombas, lo mismo que el hospital, los almacenes, los depósitos de petróleo y demás instalaciones de la isla de Sand.
Aquel fue el primer y el único ataque directo contra Midway, y duró unos 20 minutos.
Los marines estadounidenses perdieron 17 pilotos y aviones.
Algunos aparatos con base en tierra, entre ellos 6 torpederos Avenger y 4 Marauders del Ejército, lograron impactos sobre los portaaviones enemigos, pero la mayor parte de los aviones americanos fueron destruidos en el aire.
Uno de ellos se estrelló deliberadamente contra la cubierta del Akagi.
Nagumo, que había reservado otros 93 aviones con bombas y torpedos destinados a los buques de guerra estadounidenses, cambió de planes y ordenó cambiar la carga de proyectiles para realizar un segundo ataque terrestre sobre Midway.
Sus aviones de vigilancia todavía no habían encontrado los barcos enemigos, y no lo hicieron hasta las 7.28, momento en que uno de ellos avistó 10 buques enemigos de superficie a una distancia de 150 millas.
De los portaaviones estadounidenses no mencionaba nada.
A las 7.45, Nagumo emitió una nueva orden de carga de armamento según la cual daba instrucciones para que los torpedos y las bombas no se descargaran de los aparatos.
Las primeras informaciones sobre el avistamiento de un portaaviones llegaron a Nagumo a las 8.20.
En ese momento, Nagumo ordenó que la cubierta se despejara lo antes posible para permitir el aterrizaje del primer grupo de ataque, que ya regresaba de Midway.
Los aviones con base en tierra atacaban a los portaaviones japoneses con cuentagotas.
16 aviones de bombardeo en picado de los marines, pilotados por aviadores sin experiencia, empezaron a descender sobre el Hiryu a las 7.55, pero fueron repelidos por una gran patrulla aérea formada por Zeros.
Sólo 8 regresaron a Midway, aunque en su mayor parte con graves desperfectos.
15 B-17 de Midway intentaron bombardear el portaaviones a las 8.10 desde una altura de 20.000 pies, pero ni una sola de las bombas hizo impacto en su objetivo.
10 minutos después, 11 Vindicators de los marines atacaron los portaaviones enemigos y un acorazado, pero volvieron a fracasar en el intento y, a su vez, recibieron el ataque de los Zeros.
En ese momento, casi la mitad de los aviones americanos de las bases de Midway habían sido destruidos (a que acojona, eh).
Poco después de las 6.00, los portaaviones Enterprise y Hornet habían cambiado el rumbo en 240 grados.
Al fin, Spruance se decidió a lanzar el ataque, y a las 7.02 despegaban los primeros aparatos, veinte cazas Wildcat, 67 aviones de bombardeo en picado Dauntless y 29 torpederos Devastator.
Los estadounidenses decidieron iniciar un ataque total contra los portaaviones japoneses.
Spruance y Browning creían que podrían dar caza a los aviones enemigos en el momento en que éstos regresaran de su ataque.
, Fletcher, más cauto, había retrasado sus despegues más de dos horas por si se encontraba con más portaaviones japoneses.
Al fin, a las 9.06 dio la orden, y los diecisiete SBD del Yorktown, así como 12 de sus TBD y 6 de sus F4F-3, iniciaron el despegue.
Las condiciones atmosféricas eran buenas y la temperatura era fresca. La visibilidad de los pilotos en todas direcciones era extraordinaria.
Mientras eso sucedía, la fuerza de combate aérea y naval de Nagumo estaba a punto de cubrir la distancia que la separaba de los estadounidenses, y seguía un rumbo que había de llevarlos hasta Midway en el plazo de una hora.
En el centro de su formación aparecían sus 4 portaaviones formando un cuadrado, protegidos por 2 acorazados, 3 cruceros y 11 destructores.
El aterrizaje de los aviones enemigos sobre aquellos portaaviones pesados empezó a producirse antes de lo que el equipo de Spruance había calculado, concretamente a las 8.37.
Pero ya antes del regreso de todos los aparatos, Nagumo, impaciente, modificó el rumbo en 90º para atacar y destruir la Fuerza Operativa enemiga.
A las 9.17, las cubiertas de los 4 portaaviones japoneses estaban llenas de bombarderos cargados de bombas y llenos de combustible, listos para despegar. Para el éxito del ataque estadounidense, aquel era el momento propicio, aunque no estaba claro que fueran a llegar a tiempo.
Los 35 SBD del Hornet, con escolta aérea, no localizaron los portaaviones enemigos a causa de su cambio de rumbo.
Casi agotados sus depósitos de combustible, se vieron obligados a tomar tierra en Midway. A algunos no les dio tiempo ni a eso, y tuvieron que realizar amarajes forzosos. Aunque todos los pilotos se esforzaban al máximo, no parecía ser suficiente.
El teniente John Waldron, al mando del escuadrón de torpederos del portaaviones, subió al puente de mando para hablar con Marc Mitscher antes de despegar, decidido a destruir los portaaviones.
"Aunque sólo quede un avión con el que realizar una última incursión, quiero que ese piloto despegue y dé en el blanco", le dijo a Mitscher, más que comprensivo, que se daba cuenta de que, con toda probabilidad, no volvería a ver nunca más al fatalista Waldron.
"Que Dios nos acompañe a todos", dijo al despedirse.
Tras acercarse al micrófono del puente, Mitscher informó al escuadrón de Jack Waldron que "nuestra intención es lanzar el ataque aéreo contra el enemigo cuando éste todavía no ha culminado su regreso desde Midway".
El despegue del escuadrón se produjo de inmediato, pero perdió la escolta aérea entre espesas nubes, a pesar de que, en ese momento, los cuatro portaaviones enemigos aparecían ante la vista de los pilotos.
Los torpederos descendieron casi a ras de mar y se dispusieron para el ataque, pero los Zeros y las baterías antiaéreas los abatieron a todos.
Mitscher se sentó en el puente de mando, escuchando el estruendo del combate, hasta que el altavoz, finalmente, enmudeció.
Todos los componentes del escuadrón de Waldron habían muerto. Todos excepto un piloto con suerte, el alférez George Gay que, oculto en las aguas, presenció la terrible escena.39
El escuadrón de torpederos del Enterprise llegó poco después de las 9.30.
10 de sus 14 aviones fueron abatidos, y ninguno logró causar daño alguno a los portaaviones japoneses.
Aquel inicio de las operaciones estaba resultando muy duro para Spruance, a quien, a las 10.00, le informaron de que el escuadrón de torpederos del Yorktown, a las órdenes del capitán de corbeta Lance Massey, se disponía a iniciar el ataque.
Al poco, enjambres de Zeros abatieron su escolta de Wildcats, y 7 Devastators, incluido el de Massey, fueron destruidos, sin que ni uno solo de los 5 torpedos que lanzaron dieran en el blanco.
Únicamente 6 torpederos de los 41 que habían despegado regresaron aquella mañana a sus bases navales.
Sin embargo, los inescrutables designios del dios de la guerra estaban a punto de dar un vuelco.
A las 7.45, los aviones de bombardeo en picado del capitán de corbeta Clarence Wade McClusky despegaron sin escolta aérea.
Como no encontraron a los portaaviones enemigos en la posición prevista, pusieron rumbo al sudoeste.
Avistaron un par de barcos japoneses y empezaron a seguirlos a las 9.55.
Entretanto, los cazas estadounidenses rompieron su silencio radiofónico a la misma hora para informar de que habían localizado a la otra mitad de la Fuerza Operativa, desaparecida hasta ese momento.
Era la primera noticia de ello que llegaba a oídos de Fletcher, Spruance y Mitscher, y Miles Browning gritó "¡ATAQUEN!".
Los 4 grandes portaaviones japoneses maniobraban para zafarse de los torpederos americanos.
McClusky se lanzó al ataque con sus 2 escuadrones de aviones de bombardeo en picado Dauntless, formados por un total de 37 aparatos.
Ordenó que uno de ellos le siguiera y atacara el Kaga, mientras otro se dedicaba al buque insignia Akagi.
Algunos de los aviones de este segundo escuadrón se confundieron y atacaron el Kaga con los torpedos más pesados, los de 450 kilos.
Los japoneses disponían de muy poca protección aérea y de escasas baterías antiaéreas, ya que los Zeros estaban demasiado lejos como para regresar a tiempo.
Spruance y Browning habían calculado bien, y en las cubiertas del Akagi se congregaban 40 aparatos llenos de bombas y combustible.
El escuadrón de McClusky inició el ataque a las 10.26.
3 de los bombarderos lanzaron sus proyectiles sobre el Akagi desde una altitud de sólo 500 metros, y destruyeron el importante elevador de entrecubiertas y la cubierta de aterrizaje de babor.
Una tercera bomba hizo impacto entre las líneas de los aviones llenos de combustible, desencadenando un gran incendio y una serie de explosiones.
Otro proyectil cayó sobre una de las bodegas y causó la explosión de los torpedos que se almacenaban en ella.
El Akagi reverberaba con las detonaciones, y estaba envuelto en llamas de proa a popa. Nagumo, tercamente, se negaba a abandonar el barco, y tuvo que ser arrastrado literalmente desde su portaaviones incendiado hasta el crucero Nagara.
Para entonces, tanto el Soryu como el Kaga también se encontraban cubiertos en llamas como resultado de los impactos directos de bombas y torpedos estadounidenses.
El escuadrón de McClusky logró un total de 4 impactos en el Kaga, al tiempo que los incendios de los depósitos de combustible hacían explotar las bodegas donde se almacenaban las bombas.
Momentos después, el portaaviones sufrió otra dramática detonación, que hizo ascender por los aires una enorme bola de fuego. A las 18.00, dos destructores japoneses procedieron a su hundimiento.
El escuadrón del capitán de corbeta Maxwell Leslie, formado por diecisiete ABD con base en el Yorktown, atacó con éxito el Soryu inmediatamente después de los ataques del escuadrón de McClusky contra los otros 2 portaaviones.
Descendiendo desde una altitud de 14.500 pies, sus aviones se lanzaron sobre la cubierta de aterrizaje, llena de aparatos enemigos, en tres grupos consecutivos, conviertiéndola en una nube de fuego y explosiones.
Por si eso fuera poco, Leslie no perdió uno solo de sus aviones.
Al poco, en su asistencia llegó el Nautilus (ojo me refiero al submarino de EE.UU y no al del Capitán Nemo) al mando del comandante William H. Brockman, que disparó 3 torpedos que hicieron impacto en un Soryu ya muy castigado.
La zona de popa en la que se almacenaba la gasolina saltó por los aires y el buque se partió en dos, tras lo que, a las 19.00, acabó por hundirse.
Mientras, los aviones de Leslie sobrevolaban el Yorktown, esperando que los cazas del comandante John S. Thach, casi sin combustible, aterrizaran.
A bordo, Thach empezó a informar a sus pilotos cuando el radar le advirtió de un ataque inminente.
Los SBD de Leslie tuvieron que despejar la zona y se vieron obligados a aterrizar en el Enterprise, aunque dos de ellos realizaron amarajes forzosos por falta de espacio.
A las 10.50, un iracundo Nagumo, a pesar de haber transferido el mando táctico de la Fuerza Operativa al contraalmirante Abe, ordenó al almirante Yamaguchi, a bordo del Hiryu, "ATACAR EL PORTAAVIONES ENEMIGO", es decir, el York
A las 10.50, un iracundo Nagumo, a pesar de haber transferido el mando táctico de la Fuerza Operativa al contraalmirante Abe, ordenó al almirante Yamaguchi, a bordo del Hiryu, «ATACAR EL PORTAAVIONES ENEMIGO», es decir, el Yorktown
Del Hiryu despegaron al momento todos sus aviones, y a las 11.00, 18 bombarderos en picado y 6 cazas (el primero de sus grupos en hacerlo) ya se encontraban en la zona.
El segundo grupo, formado por 10 torpederos y 6 cazas, despegó a las 13.31.
Yamamoto, desesperado, ordenó que el Ryujo y el Junyo, los portaaviones enviados a las islas Aleutianas, abandonaran sus operaciones y acudieran en su rescate, aunque dada la gran distancia que los separaba, existían pocas probabilidades de que llegaran a tiempo
.
Cuando el Yorktown recibió el aviso del radar que daba cuenta del primer ataque lanzado desde el Hiryu, contaba con una patrulla aérea de unos 12 Wildcats que sobrevolaban su espacio, además de otra que había empezado ya a repostar.
La velocidad del portaaviones pasó a 30,5 nudos, y Fletcher se preparó para recibir los primeros aparatos enemigos que se dirigían hacia ellos.
Sus Wildcats de patrulla abatieron a 6 de los 18 Vals, pero 8 de ellos consiguieron abrirse paso, aunque de ellos, a 2 los alcanzaron las baterías antiaéreas.
Los otros 6 lograron 3 impactos.
Una bomba cayó sobre la cubierta de despegue del portaaviones estadounidense y los incendios y las explosiones no tardaron en propagarse, causando muchas bajas.
Una segunda bomba destruyó la zona de babor de la chimenea, causando más fuegos y la ruptura de tres calderas.
Una tercera estalló en la cuarta cubierta, y desencadenó un importante incendio frente a los depósitos de gasolina y las bodegas.
El fuego en la "isla" del Yorktown también destrozó las comunicaciones a bordo, y el almirante Fletcher se vio obligado a trasladar su enseña al crucero Astoria.
El crucero Portland intentó remolcar el portaaviones, pero los operarios de la tripulación consiguieron reparar 4 de las calderas, y para asombro general, el Yorktown no tardó en ponerse en marcha y alcanzar una velocidad de 18 nudos.
Cuando llegó el segundo ataque del Hiryu, los últimos ocho Wildcats, que despegaron con apenas cien litros de combustible en el depósito, se enzarzaron en una lucha feroz contra el enemigo, uniéndose a los otro 4 cazas que ya sobrevolaban la zona.
16 aviones de guerra japoneses, bajo el fuego de las baterías antiaéreas del Portland y el Astoria y de los destructores que los escoltaban, se lanzaron desde los 4 puntos cardinales.
Poco después de las 14.42, 2 torpedos impactaron contra el depósito de combustible de babor e hicieron que el timón se encallara.
Al cabo de poco, estaba escorado en un ángulo de 26°, y había perdido toda la potencia.
Minutos antes de las 15.00, el capitán Elliott Buckmaster, cuyo buque no había sido reparado íntegramente desde su última batalla en el mar del Coral, asumió lo inevitable y ordenó a toda la tripulación que lo abandonara.
Por fortuna, el mar estaba en calma, y los 4 destructores que realizaban labores de escolta rescataron a todo el mundo, sin que nadie se ahogara.
Los aviones que en un principio Fletcher había retenido partieron entonces en una misión de reconocimiento al mando del teniente Wallace Shot, en la que localizaron el portaaviones Hiryu, 2 acorazados, 3 cruceros y 4 destructores que se dirigían al noroeste
A las 15.30, Spruance dio la orden de despegar a veinticuatro SBD, que se trasladarían sin escolta de cazas.
10 aparatos lograron 4 impactos en el portaaviones japonés, lo que desencadenó una serie de incendios y el hundimiento de la plataforma elevadora de proa.
El Hiryu ya había sido bombardeado por varias fortalezas voladoras desde Molokai y Midway, aunque ninguno de los proyectiles había dado en el blanco.
El capitán Kaku Torneo dio la orden de abandonar el Hiryu, buque insignia del almirante Yamaguchi Tamon, a las 3.15 del 5 de junio.
Entonces, Yamaguchi ordenó torpedearlo, y se hundió con 416 hombres a bordo, incluidos Yamaguchi y Kaku, que previamente habían cometido seppuku
El vicealmirante Mitscher esperaba impaciente en la oscuridad el regreso de sus aviones.
Sabía que debía quedarles poco combustible.
Si llegaban, no verían el Hornet, que estaba a oscuras, y lo pasarían de largo.
Ordenó que se encendieran las luces del mástil y las de la cubierta para guiarlos, pero le advirtieron del peligro de que los localizaran los submarinos enemigos.
Mitscher, que adoraba a sus pilotos como si fueran sus hijos, exclamó: "¡Al infierno los submarinos!" y las luces del mástil y las de la cubierta de aterrizaje se encendieron.
Gracias a aquella acción se salvaron las vidas de la mayoría de pilotos a los que, tras su llegada, el médico de a bordo encontró "algo temblorosos". "Deles una botella [de whisky] a cada uno y asegúrese de que se acuesten", le ordenó Mitscher en voz baja.
Ningún otro comandante de portaaviones se sentía tan unido a sus pilotos como Mitscher, y el sentimiento era recíproco
Yamamoto nunca había sufrido una derrota tan contundente y se sentía frustrado. Allí mismo, en aquel trance, ordenó a Kondo que relevara en el mando a Nagumo, y la Flota Combinada, muy maltrecha, cambió de dirección y puso rumbo al noroeste.
Spruance, en vez de ordenar su persecución, como algunos pretendían, mandó navegar en dirección contraria, dispuesto a volver a cambiar de rumbo al día siguiente.
"Un combate nocturno no estaba justificado -escribió en su informe, temeroso del siguiente encuentro con unas fuerzas enemigas tal vez numéricamente superiores-. Pero, por otra parte, tampoco deseaba estar demasiado lejos de Midway a la mañana siguiente"
Así, a medianoche, como tenía previsto, volvió a modificar el rumbo.
2 cruceros japoneses, el Mogami y el Mikuma, en su desesperado intento de huir, chocaron entre sí y se provocaron graves desperfectos mutuos.
El Mogami se incendió, y la proa resultó muy dañada.
El Mikuma empezó a perder combustible.
6 SBD y 6 Vindicators despegaron en su busca, pero fueron repelidos por un intenso fuego de las baterías antiaéreas.
Ni uno solo de los aviones dio en el blanco, y uno de los aparatos de la Marina se estrelló contra la torreta del Mikuma.
Mientras Yamamoto intentaba reagrupar cuatro de sus dispersos grupos, desde el Enterprise despegaron más aviones, con órdenes de hundir los dos cruceros.
En su ataque se les unieron los de Mitscher.
El Mogami recibió varios impactos pero aun así, a duras penas, logró llegar hasta Truk.
En cuanto al Mikuma, el último ataque de Mitscher con sus aviones de bombardeo en picado, que despegaron desde el Hornet, logró al fin su objetivo, y su depósito de torpedos saltó por los aires.
La explosión resultante acabó resultando el golpe de gracia: el crucero se hundió aquella noche, llevándose consigo a 648 hombres de una tripulación formada por 888.
La batalla de Midway terminaba
La destrucción de los cuatro portaaviones de Nagumo y la alteración en la balanza de la guerra del Pacífico se consiguieron gracias a una suerte fenomenal sumada a la pericia y el coraje de los pilotos de los bombarderos de la Marina
. Aunque Nimitz demostró gran arrojo al asumir el riesgo que provocó el enfrentamiento, todo podría haberse resuelto en un desastroso desenlace a la inversa.
Hasta el 5 de junio, la Hypo no descubrió que los buques de guerra de Yamamoto estaban cerca del escenario, de resultas de lo cual los grupos de portaaviones estadounidenses hubieron de retirarse apresuradamente en una prudente maniobra.
Midway constituyó una victoria de la inteligencia que, junto a la brecha abierta por Bletchley en los códigos submarinos alemanes, comparte la condición de triunfo Aliado más influyente en materia de espionaje a lo largo de toda la contienda.
Nimitz supo reconocerlo cuando ordenó que un coche recogiese a Rochefort y lo condujese a su celebración privada.
Rochefort tuvo una suerte funesta: llegó cuando los invitados ya se habían marchado.
Sin embargo, Nimitz aprovechó luego la reunión del Estado Mayor para rendir tributo al desencriptador: "Este oficial es digno de gran parte del mérito por la victoria en las Midway".
Estas palabras fueron la recompensa que obtuvo Rochefort.
Cuando se le propuso para la Medalla por el Servicio Distinguido, la mención fue anulada por el contraalmirante Russell Willson, el jefe del Estado Mayor del CNO
"No coincido con la recomendación -informó Willson-"
"Se limitó a utilizar con eficiencia las herramientas que se le habían concedido"
"Resultaría inadecuado condecorar con una medalla al oficial que, por azar, se hallaba en el puesto que permitía cosechar los beneficios, en un momento específico, a menos que esto hubiera sucedido durante el combate real contra el enemigo -concluyó Willson-"
Midway no sería el único éxito de Rochefort ya que fue él quien destapó el desembarco japonés en Guadalcanal el 5 de julio, lo que precipitó una respuesta espectacular y en último término victoriosa por parte de las fuerzas de tierra, mar y aire estadounidenses.
También Rochefort fue quien avisó al mando de MacArthur de la voluntad de los japoneses de cruzar la cordillera de Owen Stanley y dejarse caer sobre Port Moresby.
Tristemente, Washington, lejos de contemplar a Rochefort como el héroe de las Midway, se limitó a tacharlo de insubordinado al que todo el mundo detestaba.
El 14 de octubre de 1942 fue destituido de su puesto y asignado al mando de un dique flotante en San Francisco.
En el otoño de 1944, Joe Rochefort se había recuperado lo bastante como para situarse al frente de la Unidad de Inteligencia Estratégica del Pacífico, pero falleció sin honores en 1976.
Solo en 1985 se le concedió a título póstumo la condecoración de la Medalla por el Servicio Distinguido que se le había negado en 1942.
Que Rochefort y su equipo lograsen lo que consiguieron con unos recursos tan improvisados de que disponían fue un auténtico milagro.
En 1942, los británicos pusieron a trabajar a centenares de los mejores cerebros civiles del país, codo a codo con un puñado de soldados, marinos y aviadores de carrera, y los dotaron de una tecnología mucho más avanzada que la que se usaba en la Hypo o la Cast.
Hoy, todos recuerdan a Alan Turing, se hacen películas sobre Bletchley Park y se escriben multitud de libros sobre el Código Enigma, pero deberíamos tambien recordar a héroes más anónimos como Joe Rochefort y su equipo de criptolingüistas y analistas
Prueba de la importancia del trabajo de Rochefort es que el diario de operaciones del mando general de la Marina japonesa registraba con amargura después de Midway: "El enemigo ha intuido nuestras intenciones"
Pero ni por un segundo Yamamoto consideraró la posibilidad de que sus cifrados se hubieran visto comprometidos; atribuyeron el desastre solo al infortunio de que sus portaaviones hubieran sido avistados por la aviación de reconocimiento estadounidense o por los submarinos.
Rochefort y su equipo merecen recordados como quienes, con mucho talento y escasos medios materiales, consiguieron cambiar la historia
Y esta historia llega a su final
El vicealmirante Mitscher fue el mejor comandante de portaaviones del Pacífico
El vicealmirante Nagumo Chuichi es considerado el mejor comandante de portaaviones de la Marina Imperial japonesa
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