Estás en la urgencia de cualquier hospital y escuchas unos golpes.
Alguien entra.
Lentamente pero deprisa.
Y observas en su rostro que algo ocurre.
Como si a partir de ahora todo comenzara a flotar.
Rígido, como si quisiera tener la cabeza muy separada del cuerpo.
Cabeza que huye del tronco.
Babeando.
Emitiendo un ruido de viento que rasga.
Como una bisagra oxidada.
Aspecto tóxico.
Y sospechas que hay pesadillas que mejor no vivirlas.
En tu cabeza escuchas una palabra.
¿Y si fuera?
No te atreves a pronuniciarla.
Es como Candyman.
No debe hacerse realidad.
Le mantienes incorporado.
No quieres que cambie mucho su postura, rígida, como un trípode.
Si está así es porque sabe que así puede llenar de aire sus pulmones.
Todo ello coordinado.
No toques nada.
Qué difícil es no hacer.
Pero no hagas.
Debes pensar.
Porque sabes que con imaginar el monstruo es más que suficiente.
Spielberg lo hizo con Tiburón.
Shyamalan casi lo logra con Señales.
Tú no quieres mirar.
No mires.
Sabes lo que vas a encontrar.
Como una castillo de naipes.
Provocar que se ocluya la compuerta que permite ese equilibrio inestable.
Él te mira, temblando.
Más de 40 grados de temperatura.
Hace calor en ese infierno.
El paciente colabora.
Y con mucho miedo atravesáis juntos el pasillo hasta la sala de rayos.
Es un pasillo extrañamente iluminado.
Vacío.
Es muy tarde.
Sonido de ruedas que te recuerda a otro lugar.
Ya estáis llegando.
Una especie de dedo gordo cae encima impidiendo que el hombre siga respirando.
Epiglotitis.
Ni ella sería capaz de empeorarlo.
Y los pensamientos más negros surgen de ella.
Vienen hacia ti, arrastrándose, bloqueándote, como un castigo que te inmoviliza.
No puedes retirar la mirada.
Se acerca.
Pero debes hacer algo.
Se llena la madrugada de gente que camina.
Todos comparten pesadilla al oír lo que está pasando.
Más débil.
Más pálido.
Y se decide abordar el único recurso que permitirá infundir aire a ese pecho que ya casi se vacía.
Habrá que perforar la tráquea.
No puede dormirse.
Si duerme todas las estructuras perderán el tono y quizá no haya tiempo de recuperarlo.
Tic.
Tac.
La tienes a tu lado.
Y el aire supera esa interrupción llegando de nuevo a sus pulmones.
Ahora el paciente cierra los ojos.
Se merece un descanso en la incertidumbre.
Despierto había demasiada pesadilla.
Es una leyenda siniestra que nos contamos de unos a otros.
Todos temiendo que se aparezca.
En la mente es como un susurro que atormenta.
Estable.
Respirando.
Con una segunda oportunidad.
Acertaste con el tratamiento empírico.
No hay monstruos que resistan la visita de una némesis precisa y una razonamiento acertado.
Caminando.
Le observamos mientras se aleja al tiempo que hablamos del terror y el miedo.
Él se gira.
Nos devuelve la mirada.
Y por alguna extraña razón, parece que nada de todo esto haya terminado.
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Aquí hemos venido a jugar.
Gracias por la paciencia.
No quiero ir a la cárcel 😜