Thread by @PhilAMellows

Este artículo, que enlazo al final, sugiere algunas claves sobre cómo acercarse al discurso moderno progresista. El hilo conductor es la crítica de Roger Scruton al libro de Douglas Murray “The Madness of Crowd”. Resumo.

Prosperamos en el desacuerdo, pero sólo si no nos sentimos amenazados por él. Opiniones y actitudes contrarias, a lo largo de la historia, especialmente las peligrosas para cuestionar, proporcionan los cimientos sobre los que hoy descansan nuestros desacuerdos.

Estas formas de pensar y actuar han sido protegidas por ley e integradas en el currículo educativo y las costumbres cotidianas.

La situación, hoy, en las democracias occidentales, presenta algunas particularidades. No existe una religión compartida y las viejas costumbres se han desgarrado por una cultura de repudio, que alienta a las personas a moldear sus vidas de acuerdo con una “identidad propia”.

Lo socialización ya no significa unirse, sino “convertirte en quien eres”, independientemente de las normas. Esto, que se anuncia como una liberación, plantea un nuevo escenario de censura, intimidación, denuncia masiva y procesos dirigidos a destruir la reputación de la gente.

Murray muestra en The Madness of Crowds, el mundo emergente de la censura como un mundo sin perdón, almacenado en el ciberespacio, en el que las personas son condenadas por lo que son y no por lo que hacen.

Las verdaderas virtudes y vicios que rigen nuestra conducta se ignoran por completo. Son absolutamente irrelevantes.

Las faltas por las que se nos juzgan son existenciales: hablar de manera incorrecta te sitúa más allá de la humanidad aceptable. Eres homófobo, islamófobo, supremacista blanco o racista y ningún argumento puede refutar esa acusación una vez que se ha hecho.

La muchedumbre no está generalmente interesada en tus acciones: está interesada en ti y en lo más importante: si eres uno de los nuestros o no.

Eres acusado por la muchedumbre, examinado y condenado. La muchedumbre es, por naturaleza, inocente: lava su propia conciencia en un flujo de indignación colectiva, y al unirte a ella te pones a salvo.

Murray sugiere que la culpa no es tanto de la ignorancia como de la histeria colectiva. Explora, además, las formas en que el espíritu censor ha entrado no sólo en el lenguaje (y su manipulación), sino también en las fuentes de información y en los centros de decisión.

El resultado, sin embargo, no es una cultura en la que la “amabilidad” sea la norma. Por el contrario, el clamor por el reconocimiento implica un asalto constante a quienes se supone que lo impiden.

Estos proveedores de “odio” no tienen margen de maniobra en la RRSS, y la práctica de la denuncia masiva por motivos de raza, tribu, clase o entorno social es un arma aceptada en las guerras de identidad.

Pone el ejemplo de la forma en que la blancura se ha convertido en una falla moral o ojos de los guerreros de identidad en la universidad USA. Ahora es legítimo condenar a las personas por su color de piel, lo que lleva a algunos a pedir disculpas por ser blancos.

Varios aspectos facilitan el surgimiento de la cultura de la censura:
El arte de ofenderse: Secciones enteras de planes de estudios dedicadas a explicar qué palabras, argumentos, actos, monumentos, preguntas etc. son ofensivas.

Invariablemente la ofensa surge desde la vieja cultura de la mayoría y se toma en nombre de alguna minoría privilegiada.

La política de identidad, que insiste en que todo lo relevante para nuestro sentido de identidad está a nuestro alcance de modo que nada se nos pueda imponer sin consentimiento, colisiona a menudo con hechos como la biología.

Para solucionar este problema, el sexo ha sido reescrito como género y el género definido como una construcción social.
De esta manera, el hardware se convierte en software y el destino se convierte en una elección.

Finalmente, existe el nuevo flagelo de la “interseccionalidad”, que alienta a las personas a explorar todas las formas en que han perdida en la búsqueda de ventajas, y a construir su identidad en consecuencia.

Emerge una nueva jerarquía inversa de privilegios, cuando se da cuenta de que está en desventaja como hombre gay, luego como hombre negro, luego como musulmán, y así sucesivamente. La lucha por las “desventajas virtuosas”.

El intento de construir una filosofía positiva en torno a este conjunto de negativos conduce al absurdo y a la contradicción en todo momento. El problema, sin embargo, es que las masas no consideran generalmente la contradicción como un obstáculo.

La solución, para Scruton, está en enfocar el interés en lo verdadero y lo falso, en lugar de hacerlo en lo permitido y en lo ofensivo.

Cierto es que le confina a un círculo más reducido que la Twitteresfera, pero, también allí “hay personas que no sólo ven el sentido del discurso verdadero, sino que también están ansiosos por participar en él”.

Bueno, fin de la chapa. El autor del artículo lo explica bastante mejor y más bonito. Por una cuestión de economía del espacio he prescindido de pasajes que están bien, recomiendo y dan (más) sentido al post. Ahí lo dejo 👇
unherd.com/2019/09/how-id…