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No voy a hablar mucho sobre Alberto Fernández o Bugs Bunny.

Pero la adoctrinación cultural a través de la cultura pop no solo es una estrategia real, relativamente efectiva, sino que es un arma de doble filo.

Acá va hilo infinito.
Son como 50 tweets.
Perdón.
El comentario de AF sobre Bugs se dio en el contexto de una charla que pocos vieron completa. Tiene 28.000 visitas en YouTube y creo que la mitad de esos clicks son de productores de video de noticieros del viernes y sábado desesperados por llenar tiempo.
La charla es interesante porque el objetivo no es “censurar” (como algunos alarmistas de Twitter sugieren) sino provocar al público. La cultura pop reinante busca crear espectadores pasivos y la conversación giró alrededor de la idea de un espectador crítico.
El error, creo, estuvo en los ejemplos elegidos. El comentario sobre Bugs Bunny de Fernández suena raro fuera de contexto.

Y la verdad también suena raro en contexto.

Es un intento incompleto de usar un ejemplo para ilustrar el concepto del capitalismo “sálvese quién pueda”.
(El comentario sobre animé es un caso aparte. Tomarlo como un campo en sí mismo es un grave error. Hay un bache imposible de sortear entre los ninjas marxistas de Sanpei Shirato y el alegre neofascismo de un Attack on Titan ¡Tocará otro hilo interminable sobre esto!)
Según Fernández sus comentarios nacen de un artículo a medio escribir que hablaba de los dibujos animados como herramienta de control social. El artículo nunca fue publicado y quizás sea para mejor, ya que suena a que la tesis no está investigada del todo.
Algunos de los ejemplos de Fernández son claros y evidentes. Universales. El moralismo maniqueísta de Disney y la idea de que el dolor construye carácter. Barbie como una imagen ideal imposible y nociva (dirección de la que hasta su empresa Mattel se está alejando, por marketing)
Como apuntaron correctamente varios periodistas, el comentario de Fernández viene de “Para Leer al Pato Donald”, un libro de Ariel Dorfman y Armand Mattelart que hace un análisis marxista de, específicamente, los cómics y no la animación de Disney.

filo.news/actualidad/Par…
El texto de Dorfman y Mattelart está lejos de ser una disección académica. Es un ensayo furioso, irreverente, divertidísimo, y (repito esta palabra) provocativo. No es un manifiesto acusador, sino una invitación al lector a que reexamine la ideología detrás de los íconos.
Pero hay algo que no fue parte de la charla de Fernández y Mujica, y que no recuerdo haber leído en el libro del Pato Donald, y es que este trabajo de adoctrinamiento es más que una interpretación, teoría o fantasía. Es una estrategia gubernamental ampliamente documentada.
Viajemos a 1941. Walt Disney está pasando por un mal momento. Sus últimos estrenos, “Fantasía” y “Pinocho” fueron ambiciosos fracasos comerciales, y en mayo de ese año sus animadores empezaron una huelga que Walt tomó como una afrenta personal.
Al mismo tiempo Nelson Rockefeller, dueño de la mayoría del petróleo de América Latina, fue nombrado “coordinador de asuntos interamericanos”, con la misión de mejorar la imagen de los Estados Unidos en el Sur del continente, y la excusa de detener la expansión alemana.
Walt necesitaba escaparse y Nelson necesitaba un embajador. Con un compromiso para financiar dos películas nació la “gira de la buena voluntad”, un viaje de seis semanas de Walt y 16 de sus artistas más confiables (justamente, los que quería lo más lejos posible de la huelga).
La gira fue un éxito. Walt se dio la mano con el dictador brasileño Getulio Vargas y se sacó fotos de gaucho. Sus intentos de distanciar al staff senior de la huelga fueron infructuosos y, ofendido, dejó las negociaciones con el flamante sindicato en manos de su hermano Roy.
Por su lado, Rockefeller mantuvo el trato. En diciembre de ese mismo año Estados Unidos entró en una guerra que básicamente mantuvo al estudio funcionando durante años - en 1943 el 90% de la producción de Walt Disney Studios era para agencias gubernamentales.
Las dos películas producidas por Disney y financiadas como propaganda política por el gobierno de Estados Unidos (“Saludos Amigos” de 1942 y “Tres Caballeros” de 1944), son directamente ofensivas. Más que cualquier cómic de los que Dorfman y Mattelart analizarían 30 años después.
Hay una razón por las que estas películas no se reestrenan, ni sus personajes se comercializan en nuestro continente. La América Latina que Disney retrata es una caricatura infantilizante de un país en el que todo es baile y alegría. La “buena voluntad” se traduce a estereotipos.
Por supuesto, hay interpretaciones varias sobre el racismo de estas películas, pero más allá de cualquier análisis, lo innegable es que son herramientas de propaganda política, financiadas por un gobierno, con el objetivo de aplacar a una región inquieta a través de cultura pop.
¿Y por qué es un arma de doble filo? Saltemos en el tiempo a los ‘90. El Tercer Reich ya no existe, y el comunismo, el enemigo ideológico que lo reemplazó, acaba de desaparecer como amenaza con la caída de la Unión Soviética. Misión cumplida, y ahora, a cosechar los frutos.
Es fácil ser anticomunista con Cuba o con aquella URSS empobrecida ¿pero qué pasa con la económica en constante crecimiento de la República Popular de China? ¿Cómo iniciar relaciones comerciales con un país abiertamente comunista?
En 1995 China fue admitida como miembro de la Organización Mundial del Comercio, y el gobierno de Bill Clinton aprovechó la crisis financiera asiática de 1997 para establecer demandas humanitarias y económicas como condición para liberar el comercio con Estados Unidos.
Pero el problema estaba en la opinión popular, indignada por un gobierno que menos de una década después de la plaza de Tiananmén quería negociar con comunistas. A fines de su presidencia Clinton encontró el discurso perfecto: una vez más, el adoctrinamiento cultural.
La estrategia abierta de Clinton era cambiar el comunismo desde adentro - que los valores de las empresas norteamericanas “contagien” la cultura china, y fomenten la libre empresa y la libertad de expresión.

No salió bien.

nytimes.com/2000/03/09/wor…
O mejor dicho, salió bárbaro para las empresas que necesitaban un buzón para vender a sus accionistas para que los dejen en paz para comerciar con China. Los “valores occidentales” quedaron en el camino. Es más: el proceso giró en dirección opuesta.
La influencia de los valores chinos es la que hoy percibimos en mucha de la cultura popular que sale de EEUU. Vamos con ejemplos empezando por cine. Doctor Strange, de Marvel, borró un personaje tibetano porque China no reconoce la soberanía de ese país.

screenrant.com/doctor-strange…
Hace un mes un entrenador de la NBA publicó un tweet apoyando las protestas en Hong Kong contra el gobierno chino, y hoy la organización podría perder miles de millones en derechos de transmisión, merchandising y eventos. Las disculpas no alcanzan.
Algo parecido pasó con Blizzard, la empresa de videojuegos que suspendió a un jugador profesional de esports de Hong Kong por apoyar las protestas durante un stream. Nadie pidió la censura, pero fue la reacción atolondrada de una compañía aterrada por perder plata.
El problema con China es el mismo que con Estados Unidos. No hay un Código que explica qué se puede hacer y qué no. No hay un memo secreto ni una lista negra de temas que no se pueden tocar. Entonces empresas carentes de ética que no sea la que dicta el mercado, improvisan.
El problema de la práctica de adoctrinamiento ideológico desde la cultura pop es que es un mecanismo bien aceitado, que se reprograma para transmitir la ideología que sea redituable en el momento. De eso se trataba la charla de Fernández: de entender y rechazar el mecanismo.
Volvamos al principio ¿Por qué, entonces, Bugs Bunny es un pésimo ejemplo? Porque su análisis superficial y falta de rigor histórico hace que una teoría con bases sólidas, relevante para un espectador consciente, parezca un delirio de un académico que se quedó en los ‘70s.
Aunque ninguno de nosotros se haya sentado a analizar cuadro por cuadro los cortos animados de la Warner, la reacción es visceral ¿por qué nos resulta contradictoria, casi antitética, la relación entre Bugs Bunny y el capitalismo?
Leo D’Espósito es, probablemente, el tipo que más sabe de animación en Argentina. Pero tiene su ideología, no va a dejar pasar una oportunidad de poner en ridículo al futuro presidente, y viralizó un hilo sobre Bugs. Los datos son correctos. Pero está bueno sumar detalles.
Lo que D’Espósito no resalta es la impronta ideológica detrás de Bugs. Chuck Jones, director de la mayoría de sus cortos, fue el responsable de organizar el sindicato de animadores en su estudio Leon Schlesinger... en la misma huelga de 1941 que hizo huir a Walt a Sudamérica.
Jones no era un socialista. El único Marx que le interesaba era Groucho, inspiración directa de Bugs, pero el detalle que más me gusta de su biografía es algo que críticos culturales de derecha como D’Espósito hoy condenarían como “corrección política” (su insulto favorito).
En 1963, luego de que Warner Animation cierre, Jones fue contratado para animar nuevos cortos de Tom y Jerry, y logró cambiar la infame caricatura afroamericana de Mammy Two-Shoes por una empleada doméstica irlandesa interpretada por su amada June Foray.
No sólo eso - a diferencia de otros estudios, MGM mantenía su archivo en buen estado, así que Jones puso a su equipo a redibujar todas las apariciones de aquella horrenda parodia racial. Por eso hoy es casi imposible ver a la versión original del personaje.
¿Pero qué diferencia hay entre los valores que Jones quiere transmitir y el adoctrinamiento? Para empezar, un argumento. La estructura de los cortos de Bugs demuestra las trampas del opresor y la estrategia para desmantelarlas. Confía en que el espectador va a leer entre líneas.
La “censura” de los cortos de Tom y Jerry es, en realidad, lo contrario. Es un acto de restauración. El racismo también es adoctrinamiento, y el lugar que personajes como Mammy Two-Shoes ocupaban era el de perpetuar un estereotipo y nada más. No había argumento, sólo crueldad.
El contrapunto que propone Fernández (por supuesto, ignorado por los militantes de hashtags) es que existe una cultura creada para el consumo acrítico (y por lo tanto, permeable al adoctrinamiento) y existen autores (Dylan, Baez, Whitman) que buscan iniciar una conversación.
Lo subliminal es un mito. No hay códigos secretos en el adoctrinamiento. No hay nada que interpretar en una pelí que exalta el intervencionismo protagonizada por un galán. Investigando 30 segundos, es fácil descubrir que Top Gun, efectivamente, fue financiada por el Pentágono.
Si este fue el objetivo expreso en los ‘40s de Walt Disney, en los ‘70s de Ariel Dorfman, en los ‘80s de Tom Cruise ¿es posible que continúe? No es raro que la película de la heroína empoderante de Marvel sea una especie de tributo al intervencionismo norteamericano.
Para construir un argumento sólido no podemos quedarnos solamente con nuestro análisis de la obra. El comentario de Bugs Bunny puede ser una provocación interesante, pero al ser un ejemplo pobre expone la idea central (más que válida) a críticas superficiales.
La adoctrinación a través de la cultura pop existe, es real, y necesitamos de analistas rigurosos que la identifiquen. Pero sin ubicarlo en un contexto histórico, cualquier análisis va a ser incompleto. La interpretación es tan importante como la investigación.

Hilo over!
(me acabo de dar cuenta de que en todo este hilo tendría que haber puesto adoctrinamiento en vez del horrendo frankenstein "adoctrinación". El spanglish también es adoctrinaciMIENTO)
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