Ahora que no hay nadie, voy a contar una experiencia personal en el tema de la famosa 'lucha por el hambre'. Los ubico primero en el tiempo. Santa Fe, 1996. Trabajaba en una ONG que trata el tema de la marginalidad. Viene la posibilidad de un aporte de (hilo)
Una fundación norteamericana. El titular de la ONG local organiza un 'desayuno de trabajo e intercambio', e invita a 'empresarios amigos' para 'consensuar medidas y estrategias comunes para resolver la pobreza'. Arranca la reunión: hay sentidas y desgarradoras palabras (sigue)
de los locales sobre las extremas condiciones de la coyuntura y toda la sarasa, mientras le entraban a los huevos revueltos y el jamón serrano. Los norteamericanos, escuchando en silencio y sin probar bocado, serios y tomando nota de algunos datos. Raro todo, pensé (sigue)
Mientras tanto, los 'empresarios amigos' se pusieron las lágrimas de utilería, y lloraban importación y dolar bajo. Los johnnies, imperturbables. Quesos, fruta en trozos, desayuno en hotel 4 estrellas, del amigo del titular de la ONG local que lucha contra la pobreza (sigue)
hasta que uno de los visitantes tomó la palabra, en perfecto español: «caballeros, es una indecencia que estemos hablando de pobreza en un hotel de cuatro estrellas, y tomando un desayuno cuyo costo es igual a unas cien raciones nutricionales» chan! (Sigue)
El otro agregó: «los he escuchado atentamente. No han sabido decir qué es lo que van a hacer, en términos prácticos y eficaces, para resolver la pobreza. Solo nos han pedido dinero. Creo, señores, que estamos lejos de convalidar una donación que no se justifica siquiera (sigue)
desde este desayuno. Lo ideal y moralmente aceptable es que esta reunión debería haberse llevado a cabo en el mismo barrio marginado, y no aquí: en un hotel de cuatro estrellas». Todos muertos de la vergüenza: el cura, los empresarios, los medios invitados, hasta los (sigue)
huevos revueltos. Y para la humillación general, remató: «de cada 10 dólares que nos piden, a los pobres les llegarian solo 3. Caramba, caballeros; miremos hacia el África: de cada 10 dólares, a los necesitados les llegan 8». Silencio atroz. El cura se puso a tartamudear (sigue)
«llamalo al Turco (Obeid, gobernador), a ver si los ablandamos un poco...», le susurró a un alcahuete. «No hace falta una visita a las autoridades», espetó Johnny 1, «en lo que a nosotros respecta, damos por inviable la posibilidad de una asistencia». (Sigue)
Y así quedamos. Comiendo huevos revueltos y escuchando al cura hablar de la Patria Grande y «yankis y la puta que los parió». Hermoso todo. Ahí me di cuenta de cómo viene la mano con la pobreza en Argentina, y las macanas que en nombre de ella se hacen. Meses después, renuncié.
