Como cada tres años, esta semana habrá amplia cobertura mediática de sus resultados.
Recordemos que son pruebas internacionales que evalúan competencias; es decir, qué pueden hacer jóvenes de 15 años con lo aprendido en la escuela.
(Va hilo)
En las redes estarán detractores y defensores de estas pruebas.
Y los especialistas desplegarán análisis con relaciones de dudosa robustez.
La inversión educativa,
El salario docente, y
Los alumnos por curso.
En general, suelen arrojar que no hay relación entre esos rubros y los resultados.
Pero eso es una suerte de letra chica y el mensaje tendencioso ya habrá sido transmitido:
“Por más que aumenten los salarios y el gasto, o que bajen los alumnos por curso, las cosas no mejorarán”.
Por lo menos, la disponibilidad de recursos pedagógicos y buena infraestructura.
Pero también están los factores del lado de la demanda; sobre todo, la incidencia de la pobreza.
Sabemos del efecto positivo de la educación sobre la economía, pero se soslaya la incidencia de esta sobre la educación.
Pero, ¿superamos el mínimo a gastar para que sí la haya?
Si por mis ingresos solo accedo a una dieta de 1000 calorías diarias y me enfermo, ¿dirán que comprar alimentos no es beneficioso?
Pero omiten que son las autoridades las que definen las cosas.
No los docentes, que tampoco reciben ese dinero (salvo los salarios, claro).
La responsabilidad de los funcionarios no aparece nunca.
Y si son malos, ya se explicará por qué era imposible que fueran diferentes, aunque no será por su acción u omisión.
Veamos esto con un poco más de detalle:
Se ha llegado a sostener que acciones iniciadas en el mismo año de pruebas estandarizadas incidieron en los resultados.
También desconfiemos cuando se adjudican mejoras a reformas que no llegaron al aula o a programas que solo alcanzaron a unas pocas escuelas.
Los argumentos preferidos son dos:
a) El del tiempo que lleva generar impactos. Nunca podremos comprobarlo.
b) Que no se puede comparar a nuestros jóvenes con los de países más desarrollados.
Este último es muy débil.
Peor aun, es peligroso.
Las habilidades esperadas no deberían variar.
Sí se pueden contrastar las distintas trayectorias escolares, la pobreza, etc.
Pero estas cuestiones explican los diferentes resultados, no los niegan.
Es como si al verme en el espejo lo cubro, dejo de mirarlo, o compro uno de esos de parque de diversiones que distorsionan la figura, pero en el que sí me veré como deseo.
Nuestros jóvenes no egresarán del sistema con las competencias esperadas.
Y los encargados de las políticas, que son quienes deberían estar interpelados por PISA -no los docentes o los alumnos-, seguirán sin encontrarle la vuelta al asunto.
Eso es como interrogarnos si estamos de acuerdo con el Producto Interno Bruto, la Tasa de repetición, o la Esperanza de vida al nacer.
No es la pregunta. Aunque sí tiene respuesta:
PISA genera mucha y muy útil.
El resto solo deberían ser análisis rigurosos y no sesgados a partir de ella.
Buena semana y, ahora sí, a ver los resultados y todo lo que se dirá sobre ellos.