1/ Sobre los libros despreciables y el problema moral, recuerdo un hecho relevante al respecto. Hay que remontarse a 1971 en un diminuto pueblo que por entonces era más diminuto, Pilcaya, Guerrero. 
2/ Por una historia que contaré otro día, un grupo de chavales urbanitas de 16-18 años con incipiente conciencia política estábamos armando la biblioteca de una escuela secundaria construida con apoyo de nuestro bachillerato. Los libros eran, todos, también donaciones.
3/ Vivíamos en una casa de la localidad y trabajábamos todas las mañanas en la biblioteca, ordenando, haciendo fichas, lo obvio. De pronto, un libro nos presentó un dilema moral de primer orden...
4/ Éramos de izquierda, máomenos, y nos oponíamos a la iglesia, pero también éramos defensores de la libertad y la tolerancia, y enemigos de la censura. ¿Debíamos catalogar el libro y dejarlo o teníamos motivos suficientes para excluirlo de la biblioteca? ¿Eso no era censura?
5/ Me ahorro los debates de las noches que siguieron, las sutilezas (que hoy me asombra que tuviéramos a esa edad), los matices. Como no se decidía nada (el asunto era espinoso) los libros en duda, incluido el catecismo, se apilaron junto a la puerta de la biblioteca.
6/ He dicho que éramos urbanitas. Feroces. Flores de asfalto. Alguno nunca había visto esa cosa extraña llamada "el campo" y menos animales crudos como vacas y borregos, o seres míticos como ranas y mosquitos, o de ojos extraterrestres como las cabras.
7/ Imagínense a ocho chavales en una escuela rural junto a un sembradío en el cual vivían dos cabritas bebés. Nos derretíamos en coma hepático. Las adorábamos. Les ponías la mano y embestían. Las declaramos nuestras mascotas y vigilaban nuestra labor bibliotecaria.
8/ En un momento dado, alguna distracción, algún almuerzo, alguna canción en una grabadora de cassettes que nos amenizaba el trabajo, alguna discusión de altos vuelos y los libros quedaron a merced de los cabritos cabritos.
9/ Cuando nos dimos cuenta, los dos cabritos se habían merendado el catecismo, las hojas volaban mientras uno masticaba con fruición la portada. Insalvable. Solución caprina contundente a parte del problema moral.
10/10 El incidente sirvió para que decidiéramos que los demás libros "dudosos" debían ser catalogados, puestos en los estantes y lanzados al juicio de los alumnos, que si eran bien conducidos sabrían qué hacer con ellos sin dárselos de comer a las cabras.
Sigo pensando igual.
Sigo pensando igual.
