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No es muy frecuente, pero algunos lo habrán notado ya. ¿Les ha pasado que se les ocurre de la nada una idea genial y al poco tiempo descubren que a alguien más se le ocurrió también? ¿O que ya hasta la hizo negocio?

(Abro hilo)
¿O que ustedes twittean algo y resulta ser que alguien más lo hizo también muy parecido con poco tiempo de diferencia? Los esotéricos, decían que se trataba de seres sucúbos que aparecían en sueños y nos secreteaban ideas. Los alemanes le llamaban el espíritu de los tiempos...
Vibró mi móvil.

–¿Hola?
–Aquí están…

Toda la semana estuve sumamente intranquilo. El ejemplar del Necronomicón que adquirí en el tianguis y el manuscrito que venía dentro y su contenido, no dejaron de darme vueltas en la cabeza.
Para comenzar, no logré dejar de preguntarme sobre si la historia del manuscrito y los 1111 sería real o parte de algún cuento, o novela, o de alguna obra de ficción ya publicada.

¿Quién será el autor? ¿O se tratará de algo inédito, biográfico y real? ¿Confesional?
Además, ¿qué habrá pasado con el resto de la historia? ¿Estará otra parte del manuscrito entre otros libros del puesto? ¿Quizás el librero que me vendió la primera edición del Necronomicón, lo compró como parte de una biblioteca de alguien ya fallecido?
¿Habrá más indicios de la historia entre algunos otros ejemplares? ¿Tendrá más libros valiosos?
Es común que los herederos de algún bibliófilo, se encuentren de pronto, ante la muerte de su familiar, con miles de libros que para ellos representan solo un estorbo y que terminan regalando o rematando por ahí. Esa sería una explicación bastante verosímil.
Obviamente, traté tan pronto como pude, en volver a entrar en contacto con quien me vendió el ejemplar, pero resultó que cuando llegué al lugar, no había ni rastro suyo. Preguntando por aquí y por allá, una mujer mayor me comentó que según era de su entender,
donde adquirí el libro, según se lo describí, era uno de tantos puestos de un mercadillo ambulante de antigüedades que va instalándose –sólo los fines de semana– en diferentes plazas públicas de la ciudad y del país, según les apetezca, aunque a su real recordar,
llevaban meses sin establecerse ahí. Me dijo que a veces vuelven, pero que no sabría las fechas exactas. Que le podía dejar mi número de teléfono y ella me llamaría si los viese de nuevo.
Entonces, mientras intentaba fallidamente armarme de paciencia, me impregnó una sensación que no sé bien cómo expresar; un escozor en el ánimo, una efectiva angustia que se me incrustó en las entrañas, como cuando somos incapaces de comprender la grandeza de un fenómeno extraño.
¿De qué hablo? Del clásico planteamiento que nos cuestiona si el aletear de una mariposa en el otro lado del mundo, puede causar un huracán en nuestras costas. De eso. De lo enigmático.
De la causalidad y la casualidad, como cuando se observa un viejo retrato fotográfico de personas desconocidas en algún museo. Puede no generarnos ningún impacto, o puede también, de pronto y sin aviso, abrirnos un panorama inimaginable cuando comprendemos las cientos de miles de
millones de casualidades y posibilidades que tuvieron que suceder para lograr una causa: que ellos fuesen fotografiados y nosotros los pudiésemos ver, cada un en un preciso lugar y momento y todos conectados por un tejido complejísimo, invisible y en telaraña,
que algunos llaman destino, los místicos deidades y que los antiguos describían como “lo inefable”; esa magia del por qué nos suceden ciertas cosas específicamente a nosotros. Sólo a nosotros. De eso hablo.
¿Llegó a mis manos ese manuscrito por nada o por una razón en particular? ¿Para dejarlo como una simple anécdota? ¿O solo para llenarme los bolsillos del billete necesario y suficiente para cumplir el sueño de mis padres y abuelos: hacerme de una casa propia?
No lo sé. A la fecha aún no lo sé, pero algo se me concedió en cierto momento y fue el ánimo de no quedarme cruzado de brazos. No soy bueno manteniendo esperanzas porque siempre me concluyen en desolación.
Así pues, me puse a investigar todo lo que pude sobre el libro y el manuscrito y reconozco que no logré nada sustancioso en la base de datos de obras de la UNAM.
Así que se me ocurrió después –a través de un grupo cerrado de coleccionistas alojado en FaceBook–, compartir un par de fotografías de mi adquisición con posibles conocedores/compradores. No esperaba tal cantidad de comentarios.
Dos. Y uno me ofrecía venderme una caja de cristal para exponer el ejemplar y el otro, solo puso “Órale, buena foto ”.
Pero no todo fue malo. A los días, un tercer usuario me contactó por mensaje directo y me dijo que era curador de un importante empresario coleccionista que podría estar interesado en adquirir la obra si se probaba que era original.
Total, que acordamos reunirnos en un Starbucks para platicar del libro (antes me fijé no estuviera por ahí @juanburgos) y para no hacerles el cuento largo, acordamos que él vería que el empresario pagara todos los costes de verificación autenticidad del y yo,
lo amarré a que me aceptara un porcentaje de la ganancia si se realizaba la venta (así podría yo asegurarme que él intercedería por un precio lo más alto posible).
Aquí es donde la cosa se pone realmente interesante (por no decir, más extraña y enigmática): resultó que el curador y sus amigos expertos tampoco pudieron encontrar información alguna de mi ejemplar, un día temprano por la mañana, me envió un boleto de avión para Connecticut.
Allá, nos recibieron en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos (que tiene entre sus joyas, el manuscrito Voynich):
y encontraron entre otras cosas, que la piel que encuadernaba mi ejemplar, ¡era de origen humano!
Por si ello fuese poco, los expertos fecharon que el papel de mi Necronomicón –después de verificar varias veces los resultados–, era de una fábrica francesa que desapareció en el año de 1866.
Pero como alguien pudo imprimirlo en un papel viejo, decidieron analizarla tinta, concluyendo que era de procedencia china alrededor del año 1864. ¡Eso hacía mi obra mucho más valiosa porque el primer ejemplar verificable de Necronomicón que existe, fue impreso en 1936!
La biblioteca Beinecke
Los de la Biblioteca Beinecke fueron sumamente amables. Me dieron una constancia escrita de sus hallazgos, que incluía diferencias entre los textos de mi ejemplar y el “original” de Lovecraft, todos en las páginas 11, 22, 33, 44, 55, 66, etc. ¡Todas múltiples del número once!
(aclaro que yo en ese momento a nadie le había platicado del manuscrito de los 1111 que había encontrado DENTRO del ejemplar y que siempre mantuve oculto) e incluso, ahí mismo, me hicieron una oferta millonaria.

¿Continuara?
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